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España: El país de las trampas

Todo es trampa y es cartón para quienes, como el ladrón, a todos creen que son de su condición. Fue trampa la tregua, a pesar de que fue y se sostuvo en el tiempo y en la forma, y es trampa hoy hasta el diálogo, a pesar de que sólo es petición de un deseo popular y no tangible realidad. Ya, por serlo, son trampa hasta la tragedia, la detención y el enjuiciamiento a mansalva, pues estas situaciones malqueridas podrían ser maneras retorcidas que van encaminadas a llevar al huerto del engaño al adversario y, de paso, a forjar una trampa con la opinión pública. Son también trampa, por su inmovilidad e inmutabilidad, la Constitución y el Estatuto, pues cuando se presentaron a votación a nadie le dijeron que eran intocables, y por ello cayeron en la celada ingenuos votantes que, como algún comentarista político ha venido a decir estos días, los aceptaron «convencidos de que empezábamos a caminar, no que nos metíamos en un callejón sin salida ni en la trampa de ningún futuro partido nacionalista español».

Y es que la trampa, la mayor de todas, es que todo resulta ser trampa. En este país, en el que lo único que no es debido a un engaño es matar y morir por unas ideas, el mundo de la política es una especie de artificio continuo que oculta la verdad sabida por todos los bandos y que en cada cita electoral se obvia con más celofán: todos prometen de todo, pero nadie garantiza nada. Y lo que es peor, líderes y electores se entreveran en su engaño, sabedores de que lo que prometen es inalcanzable.

Es más, todos los que ganan en Madrid juran, como si fuera ya jaculatoria de costumbre, acabar con la violencia en plazo determinado, lo que es formalmente otra trampa que permite la aureola contundente y el acomodo a un Gobierno que conquistó el poder debido a una sucesión de trampas. Trampa es que el nacionalismo tradicional intente tocar la campanas y seguir en la procesión, sostener un estatuto de autonomía que da por muerto y apuntarse con el empecinamiento de un insumiso visigodo a la reivindicación autodeterminista, reafirmar sus principios en Lizarra-Garazi y después de una campaña trampa que les duele y hiere, y un recuento de votos que no cuadraba con sus pretensiones, volver a tender la trampa con la que engatusar a aquellos socios que les permitieron trampear desde Gasteiz.

Trampa también es la acusación no pedida que, como se sabe, es justificación de lo que se es: Josu Jon, busto parlante de un gobierno que siempre ha sido lastre para iniciar el vuelo del partido que lo sustenta, se ve patético cuando intenta vender la idea de que «EH no ha tenido coraje». Valentía, arrojo y honestidad son valores escasos en el país de las trampas, virtudes que eran necesarias para mantenerse, frente a todo y a todos, en una unidad abertzale que escocía en los aledaños de las entrañas del PNV, partido de Josu Jon y del resto del Gobierno de Lakua. Apostar sin dinero de por medio, sin nada a cambio, no es apostar. Con Udalbiltza nos han vuelto a trampear y a demostrar que en el PNV manda Azkuna a golpe de verbo prepotente.

No deja de ser lastimoso que PNV y EA, según afirman contrariamente al alcalde de Bilbao, teniendo todo un ideario en común con la izquierda abertzale, fijen en la violencia que no ejerce EH el factor determinante de su distanciamiento y de la ruptura políticas; mientras que teniendo únicamente en común su postura en contra de la violencia, basen en este factor el acercamiento con el PSOE, un partido que sí ha ejercido la violencia cuando ha podido. Lastimoso, pues está fuera de toda trampa que si los partidos nacionalistas vascos ponen todas sus energías en Lizarra-Garazi, la violencia podría llegar a ser insostenible por falta de argumentos, y por el contrario si se llega a una asociación con cualquiera de los partidos nacionalistas españoles, que nos devolvería al Pacto de Ajuria Enea, se volverían a dar soporte a los mismos argumentos que entonces sostenían la violencia política. Y no es de recibo que a estas alturas el PNV, permítaseme caer en la frivolidad que la actualidad dicta, intente transmitir al PSOE que «sigue siendo la misma» formación política y le tararee el «no cambié, no cambié».

Patética también la imagen del Gobierno de Madrid al constatarse que están llegando al final de su discurso: hablar, debatir, dialogar, intercambiar conceptos e ideas son, para ellos, puritita trampa. Ellos, traducido, no hablan, ni dialogan: imponen. Y no lo hacen, pues de lo contrario pueden aflorar argumentos de peso, argumentos democráticos, razonables y de sentido común... Y, claro está, aceptarlo sería tanto como caer conscientemente en una celada democrática, después de haber ganado la guerra del 36 que es, en definitiva, lo que siguen pensando los dirigentes del PP.

Para más «inri», con la Iglesia también hemos topado en esto de las trampas. Según declaraciones del tal Blázquez, obispo de Bilbao, «si ETA no ha matado a ningún obispo, sacerdote, religioso o religiosa es porque no le ha convenido». Dentro de poco no sería de extrañar que el presidente de la Federación Colombófila hiciera parecidas afirmaciones, pues, al parecer, aquí al que no le señalan se autoapunta, no vaya a ser que si no se le considera como posible víctima no pueda engalanarse con el jersey de demócrata. El obispo de Bilbao, además de intentar evitar que sobre el clero vasco recaigan sospechas de connivencia, lo que de por sí delata el miedo a la campaña desatada por el PP contra todo lo que huela a nacionalismo vasco, ha llegado a la barbaridad de tener que justificarse ante los medios de comunicación por no ser objetivo de ETA. Esto sí que es sacarse un as de la manga.

Jabier Salutregi Mentxaka - Director de "Egin"
3 diciembre´00

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