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No se han llevado la música
Karlos Trenor Dizenta, Sabino Ormazabal Elola, Mikel Aznar Ares, Iñaki O''Shea Artiñano, Patxi Azparren

Ha pasado más de un mes desde que la Policía española y un juez de la Audiencia Nacional pusieron en marcha lo que denominaron «operación Itzali». Pensamos que es el momento de hablar. Desde el silencio de nuestras celdas, en cárceles españolas, enviamos esta carta, especialmente dirigida a nuestros amigos y amigas del movimiento popular de Euskal Herria.

Ante todo, gracias. A todos los que individual o colectivamente habéis manifestado públicamente vuestra solidaridad, a quienes habéis levantado la cabeza y la voz. Cuando se te niegan todos los medios de defensa, no sabéis hasta qué punto emocionan los testimonios de cercanía, de amistad. Gracias, pues, otra vez.

Se nos acusa de organizar una serie de iniciativas que fomentan la insumisión y la desobediencia ante el Estado español, actividad en la que, dicen, seguimos las instrucciones de una organización que denominan ETA-EKIN. Es lo que hemos podido deducir del auto de prisión.

Lo que somos, hacemos y decimos es público. Es cierto que, en distintos lugares y plataformas, estábamos debatiendo, con muchos de vosotros y vosotras, las posibilidades que la desobediencia civil, pacífica, puede ofrecer en nuestra atormentada Euskal Herria. El debate era público. Como habéis dicho en vuestras comparecencias, utilizábamos el estilo del movimiento popular: transparente, sin secretos, horizontal... Como siempre lo hemos hecho. Es absolutamente falso que siguiéramos órdenes y consignas de nadie. La adscripción de este movimiento a siglas es simplemente mentira.

De repente, nos ha arrollado eso que llaman ahora el «Estado de Derecho». Como si del aborrecido tren de alta velocidad se tratara, destructor, devorador, todos los poderes del Estado, en asombrosa conjunción, han tratado de pisotear esas incipientes iniciativas, esas briznas de hierba que pugnaban por hacerse fuertes en el asfalto sin vida de la sumisión. Para destruir esos brotes no han escatimado medios: cientos de policías, registros, requisas de material, criminalización de la participación social... Se llevaron por delante el trabajo ilusionado que durante años han desarrollado grupos como ABK, como la Fundación Joxemi Zumalabe, o el más reciente de la plataforma Bai Euskal Herriari.

También nos llevaron a nosotros por delante. Encapuchados, armados hasta los dientes, asaltaron nuestras casas de madrugada, aterrorizando a los nuestros. Incomunicados, humillados, finalmente, a pesar de que todas las declaraciones fueron tan claras como nuestra actividad pública, nos encarcelaron, en base a unas imputaciones contenidas en un auto, sin lugar a dudas previamente redactado.

La mayoría de los medios de comunicación ­excepción hecha de algunos más cercanos a Euskal Herria­, se convirtieron en altavoces del Ministerio del Interior y del juez a quien el mismo Ministerio concedía, en esos días, una condecoración policial (¡oh, la separación de poderes!). Airearon, celebraron el nuevo éxito del «Estado de Derecho». Nuestro caso, como muchos otros, revela la total dependencia de la mayoría de los medios de comunicación del poder económico-político. Ninguno de esos medios se ha preocupado de preguntar, de inquirir, de averiguar, qué había detrás de la operación policial. Nadie ha contrastado la información. Y el contraste es la primera actividad de cualquier informador. Esos medios de comunicación están uniformados y apestan al olor rancio de los cuarteles.

Nuestro delito es el mismo que el vuestro. Queremos una Euskal Herria libre y diferente. No queremos que nuestros hijos e hijas tengan que competir salvajemente con otras personas para poder vivir. Creemos que es posible una sociedad más igualitaria y nos horrorizan las diferencias abismales que agudiza el neoliberalismo, que encumbra a unas pocas personas mientras condena a otras muchas a embarcarse al albur de una patera. Exigimos el derecho a expresarnos únicamente en nuestra lengua, el euskara. Sabemos que se puede ser feliz consumiendo menos. Estamos convencidos de que no hay futuro si no defendemos la tierra, el aire y el agua de la codicia de los especuladores. Reivindicamos los derechos colectivos de nuestro pueblo. Nos repugna un sistema que genera miseria y marginación.

Cuenta Eduardo Galeano, en uno de sus libros, la historia de un músico popular que, tocando un arpa enorme, alegraba festejos y jolgorios. En sus viajes de pueblo en pueblo, cabalgaba sobre una mula y en otra transportaba el arpa. En cierta ocasión fue asaltado por un grupo de ladrones que, además de dejarle malherido, le robaron todo. Cuando el músico fue encontrado por los músicos del pueblo cercano, contó cómo sucedieron los hechos. «Me atacaron. Me golpearon. Me robaron todo. Se llevaron mis mulas. Se llevaron el arpa». Y luego, con una sonrisa maliciosa dijo: «Pero no se llevaron la música».

Nos ha pasado lo mismo. Cuando os vimos en la prensa, compactos, firmes; cuando os hemos visto en la calle, se ha confirmado lo que esperábamos. No se han llevado la música: la música de la desobediencia, de la insumisión, de la libertad. El movimiento popular, como decís, lleva mucho tiempo desobedeciendo. Es una música antigua, muy conocida por todos y todas. La insumisión, la desobediencia pacífica, es una buena herramienta para conseguir una sociedad más humana. Exige coraje personal. Porque al final, cada cual, personalmente, debe decir no. No a esta sociedad; no a una ley injusta; no a un Estado opresor. Y cada cual debe asumir las consecuencias de su actitud.

Estamos completamente de acuerdo con lo que habéis dicho en vuestras comparecencias públicas. Contad con nosotros para el debate. Contad con nosotros para la acción. Desde donde estemos. Mientras tanto, un abrazo solidario.

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