Contradicción y permutación

x Jon Odriozola

El movimiento del conocimiento es el tránsito práctica-conocimiento y otra vez práctica. La tarea de Marx es reflejar lo que se da, no tanto en la particularidad de los combates como en la persistencia. No basta para esto el pensamiento de las causas. Hay que dar cuenta en profundidad de esta persistencia. En otras palabras: no persiste un conflicto político en Euskal Herria sino entre quienes se definen «demócratas» y quienes NO se definen «terroristas» pero que son, velis nolis, así definidos por los primeros definidores.

El Estado no sólo se arroga el monopolio de la violencia sino también la prerrogativa de la definición. Definir, según Henri Lefebvre, es dar el género próximo y la diferencia específica. El problema está en saber quién define, qué define y, sobre todo, quién define a quién (lo mismo en cuestiones políticas que personales). Lo que importa, en última instancia, como decía Humpty-Dumpty, es quién manda, con razón o sin ella, y tiene el poder... de definir. Dicho a la brava: quién tiene la sartén por el mango. El poder gusta de la egología (el discurso del «yo» sobre el «ego»); y también de la logología (discurso sobre el discurso), y así se la pasan. Son discursos metafísicos que se basan, sin que tengas ni puta idea de ello, en una parmenídea identidad: Yo soy Yo porque no hay otro; y si hay otro es como Yo.

Su sistema político-patafísico, nada dialéctico, se basa en un simple principio de permutación, o sea, si el movimiento de la realidad se resuelve en un análisis combinatorio, es cierto que la esencia de este movimiento reside en sus invariantes, es decir, en las reglas que rigen las permutaciones. En este sentido ­y sigo aquí a A. Badiou­, toda realidad es aparente: el desplazamiento de los términos de lugar en lugar deja intacta la estructura de cambio subyacente. Dicho de otra manera: elecciones y alternancia regulada para ponerme yo pues, aunque nuestra naturaleza es común, las mañas son distintas, algo que ya inventara la Restauración canovista y Lampedusa. Heráclito, frente al sumiso «nada nuevo bajo el sol» del Eclesiastés, dijo: «Todo cambia». Lenin reduce la dialéctica a cuatro principios: 1. Interdependencia; 2. Toda realidad es movimiento, proceso; 3. La contradicción es la esencia de los procesos; y 4. El desarrollo en espiral. Mao Tse-tung se centra en el tercero, es decir, en la unidad y lucha de los contrarios, que esto es la contradicción (que Badiou prima sobre la identidad) que puede ser principal o secundaria.

Tratar de ilegalizar a un grupo político por no «condenar» a una organización armada es un sinsentido pues el primero participa de las «reglas del juego» y se postula, mientras que la segunda se pone voluntariamente fuera de ellas y, como el Rey, es «irresponsable». Aquí hay una contradicción. ETA forma parte de ella. Y el conflicto persiste.

GARA

 
         
   
 

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