También las éticas

x Iñaki Gil de San Vicente

Recordemos que el Plan ZEN ­Zona Especial Norte­, aplicado por el PSOE desde 1983, aconsejaba el uso de la mentira, de la propaganda y manipulación, para sembrar rumores, falsedades y ambigüedades sobre situaciones creíbles que desprestigiasen al independentismo y legitimasen la represión. El PSOE no descubría el Mediterráneo porque tácticas iguales ya se practicaban con siglos de antelación. No hace mucho, los que se escandalizan por injusticias muy distantes, criticaron la torpeza de la administración Bush al anunciar la creación de una oficina para divulgar mentiras útiles para el imperialismo yanki. Pero no dicen nada frente a la aplicación de la mentira planificada contra Euskal Herria. Ahora mismo tenemos espeluznantes ejemplos de manipulación en lo relacionado con el cierre de "Egunkaria" y las detenciones y torturas acaecidas. El PP no sólo ha aplicado el Plan ZEN, sino que lo ha superado ampliamente al extender a Hego Euskal Herria lo que el PSOE aplicaba sobre todo a la izquierda abertzale. Hoy los vascos somos sospechosos, presuntos culpables, simplemente por ser vascos. De entrada, hemos de demostrar nuestra inocencia y nuestra fidelidad a España. Si no lo hacemos o nos retrasamos, se confirma nuestra culpabilidad.

La sospecha se hace culpa por la más fútil nimiedad. La mentira planificada presiona para acelerar la culpabilización y acortar el tiempo de «presunta inocencia». La mentira se sustenta en una ética precisa que defiende, entre otras cosas, que el fin justifica los medios. La mentira es un medio necesario para un fin preciso y, por eso, se convierte en otro fin particular y supeditado al superior. Opera con técnicos encargados de que parezca verdad, que gozan de autonomía relativa. La maquinaria de producción de mentiras es lubricada por una ética que justifica la aberración moral de su objetivo, lo que explica que entre los profesionales de la manipulación los haya también de la ética. Igual sucede con la tortura, necesidad objetiva y subjetiva para el Estado y su paradigma, sistema y estrategia represivas. No es cierto que la tortura sea irreconciliable con la ética. Lo cierto es que sin una ética de la opresión no habría tortura porque no habría necesidad de defender la explotación, la opresión y la dominación. La ética de la opresión justifica la aberración moral de la propiedad privada de una minúscula minoría sobre mujeres, naciones, clases trabajadoras y sobre la naturaleza. Racionaliza lo irracional, convierte en bondad la maldad y en verdad la mentira. Aunque es irracional, malo y falso sostener que la propiedad privada de las fuerzas productivas ­el ser humano es la principal fuerza productiva­ ha sido instaurada por dioses, leyes naturales, contratos sociales o por cualquier otra causa, la ética de la opresión eleva la propiedad privada al altar de lo sacrosanto. Existe ética de la opresión porque existe propiedad que exige la opresión para mantenerse y ampliarse. La acumulación de propiedad conlleva la mentira, la tortura, la sospecha, la culpabilización de toda persona, clase o pueblo que no se resigne a alienarse en simple cosa propiedad del capital.

La ética de la propiedad justifica las atrocidades del poder contra las mujeres, las naciones oprimidas, las clases trabajadoras y la destrucción de la naturaleza. Los beneficios así extraídos determinan internamente toda la tramoya ética levantada por los profesionales a sueldo de la minoría propietaria. Para cuando Aristóteles escribió sobre ética, ya existía la explotación de las mujeres, de los pueblos esclavizados y de los ciudadanos empobrecidos. Cuando Hobbes, Locke y Hume escribieron la primera ética burguesa, el capitalismo se asentaba en Europa y comenzaba a arrasar el planeta. Cuando Kant intentó fijar eternamente la ética burguesa, negando el derecho/necesidad de la resistencia violenta a la opresión, las masas empezaban a desbor- darla por la izquierda. Cuando Hegel quiso resolver las limitaciones kantianas, las masas estaban siendo aplastadas por la ética burguesa. Hasta ahora, los profesionales de la ética dominante dan vueltas alrededor de la propiedad como patos mareados alrededor de un hediondo charco. En esta historia de cínica palabrería, la violencia y el terror ha sido una constante de los sucesivos modos de producción que ha aumentado en intensidad y en extensión hasta llegar al actual capitalismo. La ética de los sanguinarios atenienses y romanos era explícita justificando sus atroces exterminios, pero la de Bush y Aznar es cualitativamente peor, porque tienen fuerzas inmensamente destructoras; estamos ya en el borde de lo irreversible, y su ética es de la propiedad burguesa, de la mercantilización y alienación humana, algo imposible en la ética esclavista greco-romana, y en la servil del medioevo.

La ética burguesa tiene una autonomía que le permite dar imagen de tolerancia y hasta de corrientes «democráticas» y «progresistas» que critican algunas deficiencias secundarias. Pero nunca acusan a su esencia, la propiedad, y a soportes como monarquía, tortura, ejército y nacionalismo imperialista. El PNV, por ejemplo, aplica esta ética, pero con más astucia que el Estado español. Su política antiobrera es típicamente burguesa, y sus humillaciones permanentes ante Madrid son típicas del sumiso ansioso de recibir migajas del poder. Su oportunismo ante el cierre de "Egunkaria" oculta su silenciamiento de las tropelías de la Ertzaintza. Su responsabilidad objetiva con la dispersión y el castigo inmoral e injusto a los familiares de los prisioneros se ha agravado con la muerte reciente de dos familiares más, que también hay que achacar a la ética del PNV. Su rechazo a la construcción de Euskal Herria, a una siquiera tímida resistencia pacífica, no-violenta e insumisa civil y socialmente, y su dócil cumplimiento de las leyes españolas son pura ética oficial. Mas cuando se endurece la situación porque el Estado multiplica las represiones para encadenar más a Euskal Herria como propiedad española; cuando la lengua y la cultura vascas pasan de sospechosas a culpables porque quieren recuperar su libertad y ser propietarias de sí mismas, entonces, es reaccionario creer que las éticas, la opresora y la liberadora, pueden vivir fuera de la realidad convulsa. También chocan las éticas y cada cual debe optar por una de ellas.

Gara 10/03/03

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