Testimonio de Aritza Ferrero, torturado el pasado mes de septiembre a manos de la Ertzaintza

x Torturaren Kontrako Taldea de Santurtzi

Aritza Ferrero Ruiz

  • Fecha y lugar de nacimiento: 2/11/1978 (24 años), Barakaldo
  • Dirección: Camino de los Hoyos, 6-3º B, dcha. 48900 Santurtzi
  • Estudios: REM, dos años de electrónica
  • Trabajo: albañil.

Me detuvo la Ertzantza en Sopelana, en casa de mi novia sobre las cuatro o cuatro y veinte de la mañana, en la madrugada del 4 a 5 de septiembre del 2003. oímos golpes en la puerta y para cuando yo subí arriba, ya estaba la madre de mi moza levantada y abriendo la puerta. Me vieron y comenzaron a gritarme “no te muevas, no te muevas”. Uno se me acercó, y para cuando me di cuenta estaba esposado a la espalda y con un movimiento muy rápido me puso la camiseta por la cabeza de forma que me impedía la visión.

Vino la agente o secretaria judicial. Me enseñaron la orden de registro, y comenzaron con el registro de la casa, primero bajaron al piso de abajo, a la habitación donde yo dormía, la registraron, y después miraron por encima la sala, la habitación del hermano de mi moza... Había un ordenador que mi novia les dijo que era de su hermano y no se lo llevaron. Cuando acabaron me sacaron a la calle y registraron el coche que estaba fuera aparcado.

De allí me metieron en un coche patrulla y me llevaron a Muskiz. Nada mas llegar, me metieron en una habitación. Entraron dos personas a la vez, uno se identificó como el jefe de la operación, y me dijo que me había oído mucho recalcar lo de mi abuela. Resulta que mi abuela es una persona muy mayor que sufre del corazón, y cuando estábamos en casa de la moza yo le repetía una y otra vez que la sacase de casa porque si veía todo aquello le podía dar algo. Aquí ya empezaron con las amenazas y las presiones, me decían que en mi casa había dos liberados de ETA, que yo era militante de ETA, que cuando entrasen en mi casa se iban a llevar por delante a todo el que se encontrasen allí, menos a mis abuelos, que iban a reventar la puerta con explosivos... Comenzaron ya las presiones. Yo en aquella habitación estaba en una esquina de pie, contra la pared. Después me hicieron sentarme para que les dibujase un plano de mi casa. Les dije que podía estar mi hermano allí, que no suele ir mucho, pero que podía ser que aquel día si hubiese ido, y ellos me seguían diciendo que iban a entrar en casa y que a todo el que estuviese en mi cuarto se lo iban a llevar por delante por la seguridad de sus hombres...

Me metieron en una furgoneta y me llevaron a Santurtzi a donde vivo con mis abuelos. Ya estaba mi tía allí, y casualidad, mi hermano también había ido a casa aquel día, la gente ya se había enterado de la detención. Mi abuela se había tomado la pastilla de dormir y no se enteró de mucho. Registraron mi cuarto, la sala, la cocina, no entraron donde estaban dormidos mis abuelos. De casa me metieron de nuevo en la furgoneta y me llevaron a Arkaute. Al salir de casa me pusieron un verdugo que me impedía la visión e iba esposado delante. En Sopelana estuve todo el tiempo esposado a la espalda, pero como me dolían mucho los brazos de tenerlos torcidos, le dije a la secretaria si me podían esposar delante, y así lo hicieron. En la furgoneta yo fui pegado a la ventana, la furgoneta iba llena, nadie dijo nada.

Una vez en Arkaute, me bajaron de la furgoneta dentro de un garaje. Desde el primer momento cuando me llevaban de un sitio a otro me obligaron a ir agachado, con la mitad del cuerpo agachada, tenía que llevar la cabeza casi a ras del suelo. Me metieron en un calabozo y me dijeron, “cada vez que abramos la puerta de la celda te tienes que poner de pie, contra la pared, con la cabeza agachada y las manos a la espalda”. Me metieron en la celda y enseguida vinieron los que te cogen las huellas, y me llevaron a otra habitación donde me tomaron las huellas, me sacaron las fotografías, y me volvieron a llevar al calabozo. Pero al poco rato, se abrió la puerta y entró un ertzaina gritando, obligándome a ponerme contra la pared. En este momento fue cuando me explicaron que cada vez que entrasen al calabozo me tenía que poner de pie, contra la pared con la cabeza agachada y las manos a la espalda. Y me dijo “nunca, nunca, mires a la cara ni a mí, ni a ningún compañero”. Me sacaron de la celda y me llevaron a una habitación. Nada más entrar, me empezaron a decir a gritos, “¡¡tú eres militante de ETA!!”, yo les decía que no, me lo volvían a decir, yo lo negaba... las cosas empezaron muy suaves, pero poco a poco se iban endureciendo, “¡¡Mecagüen dios, abre las piernas!!” me gritaban, mientras me daban patadas en las piernas para que las abriese cada vez más, hasta que casi no podía más. Entonces uno de ellos por detrás me daba un rodillazo en la parte trasera de la rodilla, y otro por el otro lado, después me obligaban a levantar los brazos, y me obligaban a permanecer en aquella postura mucho tiempo. Yo estaba de pie, con las piernas abiertas al máximo, y con los brazos a la espalda, pero me obligaban a levantarlos al máximo también, me estiraban de los brazos y me gritaban que así me querían ver y que no me moviese. Yo no podía más y poco a poco se me iban bajando los brazos, pero en cuanto veían que se me caían, me los cogían y me los volvían a levantar. Al final me dolían los brazos y también me dolían las piernas de tenerlas abiertas al máximo. Mientras ocurría todo aquello, me gritaban constantemente, se me ponía un ertzaina en cada oído y otro detrás y me iban haciendo cada uno una pregunta, todas seguidas, todas a gritos al oído, la única distancia que había entre nosotros era la visera que llevaban, se me acercaban lo más que podían, y con sus viseras me chocaban en la cabeza. Y todo entre gritos, “¡¡cuánto tiempo llevas en ETA; quien te captó, cuántas bombas has puesto...!!”, todo el tiempo me repetían las mismas preguntas al oído, cada uno me hacía una pregunta, sin parar, entre gritos, chillando... me dolían los oídos de los gritos.

En ocasiones me acercaban a una bombilla o un foco que había en el techo de la sala de interrogatorios, y me obligaban a mirarla. Ellos me agarraban de los párpados de forma que no pudiese cerrar los ojos, y me hacían mirar a la bombilla, mientras la encendían y la apagaban, la encendían y la apagaban, y me decían si no me mareaba, que de allí iba a salir loco, y que ellos llevaban visera por la luz aquella. Cuando me tenían mirando a la bombilla, yo intentaba mirar para abajo, pero no podía, ellos me levantaban la cabeza, y me decían “¿Sabes para que es esta luz?, ¿no te mareas?” Yo les decía que si y me decían de nuevo “para que te crees que llevamos nosotros las viseras, gilipollas...”, estaban todo el tiempo despreciándome, insultándome. Me decían que si aquel era el primer interrogatorio, me imaginase cómo serían los demás, que me imaginase como estaría al quinto día, porque me decían que iba a estar allí los cinco días y que no aguantaba nadie, “vas a firmar lo de Carrero” me decían. No sé lo que durarían los interrogatorios, pero al día tendría unos once o doce, por mis cálculos, pero no lo sé seguro.

En las salas de interrogatorios lo que había eran muchas huellas en las paredes, eran marcas de que habían pegado patadas a las paredes, como si las hubiesen pisado. Yo cada vez que entraba en una de aquellas salas miraba cómo era y lo que había y las marcas de las paredes eran cada vez más. Yo me imagino que las marcas eran más cada vez por los interrogatorios que se iban desarrollando en las habitaciones aquellas. Porque yo podía oír los gritos y los lloros de más detenidos.

Había una radio puesta, y sabías cuándo iban a empezar los interrogatorios, porque cambiaban la música, la ponían más alta. Ponían mucho AC/ DC y música rara, yo creo que era para que no se oyesen los gritos que provenían de las otras habitaciones. Esto igual era lo peor, el oír los gritos de otros detenidos, los gritos de los ertzainas interrogando y amenazando, golpes con sillas, la radio a tope, Euskadi Gaztea, Kiss FM... yo ya sabía que había más detenidos. Por ejemplo, el primer día me sacaron no sé cuantas veces, pongamos que llegué allí sobre las nueve y veinte de la mañana, y a las diez y media o así empezarían los interrogatorios. Este día tendría unos ocho, nueve, diez, once... no lo sé. Y lo que hacían era, igual sacaban a alguien y si decía algo, iban donde otro detenido y jugaban con ello. A mí por ejemplo, jugaron con Aitor, me decían que había dicho no sé qué, y estaban todo el tiempo encarándonos. Ellos tampoco eran siempre los mismos, y la impresión que me daba es que los que me interrogaban a mí, después iban donde Aitor, y al revés, los que le habían estado interrogando a Aitor después venían donde mí.

Las caras les vi a los ertzainas que no les importaba que les viese, y aunque llevasen visera se dejaban ver. En cambio hubo otros a los que no les pude ver, y estos me gritaban amenazándome que si les miraba a la cara ya vería, me decían que allí se podía estar mal o muy mal. Esta frase me la repitieron no sé en cuantas ocasiones. Igual en algunos interrogatorios venía uno me hacía una pregunta y se iba a otra sala, por eso es por lo que creo que se iban cambiando, primero estaban con uno, después con otro... Vi a más de un ertzaina de los que participaban en los interrogatorios. Uno era más grande que yo, era muy grande y muy feo. Era moreno, tendría unos cuarenta años o cuarenta y algún año. Había otro más pequeño, era más bajo, tenía una cicatriz en la cara y una cara de malo... creo que era moreno de pelo, pero no lo puedo asegurar porque llevaba una visera. Había alguno que con la visera se apoyaba en mi cara y me gritaba que le mirase a los ojos, y yo, aunque me daba miedo, le miraba a los ojos. Había otro que debe ser el jefe de los grupos de asalto, era bajito, fuerte, y una especie de perilla. Este parecía el típico gordito, pero que está súper cachas de gimnasio, es el típico que te golpea y te mata, estaba súper cuadrado. Estuvo en un interrogatorio conmigo, un interrogatorio corto pero muy violento, donde me obligó a permanecer en diferentes posturas, entre gritos, amenazas... Hubo otro que me interrogó en el calabozo, que tenía perilla. También había uno muy moreno, muy moreno, de piel muy morena, alto y delgadito. Había otro con el pelo canoso y liso, con tripa, igual tenía los ojos azules y era alto. Me decía que era amigo de un chaval que detuvieron el año pasado, al que debió machacar. Había otro que llevaba una visera y una especie de mosquitera, este no quería que le viese la cara bajo ningún concepto, y en una ocasión que le miré un poco se me puso a gritar que no le mirase.

Eran todos hombres, y les podría reconocer. Entre ellos había algunos de unos cuarenta años, otros eran más jóvenes... Si les veo si que les conozco, no se me olvidan las caras... En ocasiones no les veía a todos los que estaban en los interrogatorios, pero oía sus voces por detrás, y podía saber más o menos cuántos estábamos, tres, cuatro, cinco...

En los interrogatorios me obligaban a permanecer en diferentes posturas. He estado en muchas: en cuclillas, encogido, y con los brazos a la espalda y levantados para arriba, de pie con las piernas abiertas al máximo y los brazos también en la espalda y para arriba. Al final ya no aguantabas más y te caías al suelo, pero te volvían a levantar y de nuevo te ponían en la misma postura... En otra ocasión lo que me hicieron fue obligarme a ponerme de pie con las piernas abiertas al máximo, con los brazos a la espalda, y a contar de cien para abajo hasta llegar a cero. Yo empezaba a contar “cien, noventa y nueve, noventa y ocho...”, y me decían “no, no, cuenta más despacio que no tenemos prisa”, y de nuevo tenía que empezar, “cien... noventa y nueve... noventa y ocho...”, y de nuevo me decían “más despacio que no tenemos prisa...”, y mientras tanto yo seguía en aquella postura.

Al final conté de cien a cero súper- súper despacio, mientras permanecía en aquella postura, al llegar a cero, me hicieron una pregunta y al contestarles que no sabía, me mandaron de nuevo empezar a contar de cien a cero, más despacio aún si cabía. Al llegar de nuevo a cero, me hicieron otra pregunta y al volver a contestar que no sabía, de nuevo me obligaron a contar de cien a cero, más despacio todavía. Uno de los ertzainas estaba sentado en una silla y me preguntaba si estaba cansado, al contestarle yo que si me decía “pues dime quien ha hecho no sé qué”. Así estuvieron hasta que se aburrieron, al final me dijeron, “has aguantado media hora, ahora te vamos a llevar al calabozo para que pienses, y en cinco minutos te traemos de nuevo”. Luego venían en tu busca... jugaban mucho conmigo, por ejemplo, me obligaban a permanecer en una postura no sé cuanto tiempo, hasta que acababa agotado, y me decían “venga, siéntate un rato y descansa”, y me dejaban sentarme y relajarme un poco, y cuando estaba medio tranquilo de repente, venía otro por detrás gritando y amenazándome y de nuevo me alteraba muchísimo. Es decir, te obligaban a estar en diferentes posturas, te dejaban sentarte un rato y cuando estabas un poco tranquilo, de nuevo comenzaban los gritos, las presiones, te cogían y te llevaban a una esquina para ponerte de nuevo en posturas agotadoras, todo ellos entre gritos, insultos, amenazas...

Todos los días me visitaron dos médico forenses. Se notaba cuando te iban a llevar donde ellos, porque quitaban la música y la radio. Siempre que te trasladaban de un sitio a otro dentro de la comisaría, te obligaban a hacerlo completamente agachado, con la cabeza casi tocando el suelo, pero cuando te llevaban donde los forenses, solo te decían que bajases un poco la cabeza y que fueses mirando al suelo, sin más. Claro, para que la forense no viese en qué condiciones nos llevaban de un sitio para otro. Se identificaba, vino todos los días la misma persona menos dos días que vinieron otras dos. Solían venir dos personas, una era la que apuntaba y leía los papeles, y la otra era la que me tomaba la tensión, le temperatura, el pulso... Yo todos los días bajaba medio grado de temperatura, 38º, 37.5º, 37º, 36.5º... Siempre me reconocían en la misma habitación, estábamos los tres solos dentro, me dejaban sentarme en una silla. El primer día me dijeron si quería hacerme análisis de toxicidad, yo les dije que si, y oriné en un bote que se lo llevaron, pero a partir del segundo día no pude orinar porque no había comido ni bebido nada. Me preguntaron por cicatrices, tatuajes, me preguntaban qué tal me estaban tratando. El primer día no les dije nada, pero a partir de este día empecé a decirles lo de las posturas, les dije que tenía muchísimas agujetas en el culo, en las piernas y en los brazos, las presiones, ellos me preguntaban si me habían golpeado. Cuando les decía lo de las posturas, presiones y demás, no sé si lo apuntaba.

Yo perdí mucho peso porque me pasé casi cuatro días sin comer y sin beber nada.

Cuando me llevaban a la celda me obligaban a permanecer de pie, no me dejaban sentarme ni tumbarme. Depende el día me dejaban un poco de tiempo entre un interrogatorio y otro que aprovechaba para descansar un poquito, pero en otras ocasiones no tenía tiempo para descansar porque los interrogatorios eran muy seguidos. Algo pude dormir, pero no sé cuánto, porque a veces me parecía que había dormido mucho y no había pasado casi nada de tiempo, y me imagino que también me pasaría al revés. No calculas el tiempo. Además no sé si jugaban con nosotros con la radio, porque de repente oías en la radio “son las diez de la mañana”, y después volvías a oír el pi- pi- pi que en las emisoras se oye cada hora, y yo intentaba calcular el tiempo que había pasado, pero por ejemplo la primera vez que me llevaron donde el forense yo, según mis cálculos, pensaba que habían pasado ya dos días y que iba para el tercer día, y aún era el primer día. Estaba muy desorientado, no controlaba el tiempo que estaba dormido. Esto fue un bajón.

En el calabozo estaba siempre encendida una luz. Al principio molestaba muchísimo, pero al final casi ni la apreciabas. Yo creo que era por la sensación que tenía al final de estar cansado a causa del foco. Había un altillo de cemento donde había una esterilla y una manta. Me dolían todos los puntos de apoyo, me tocaba en el hombro, y me dolía, me tocaba en el brazo, y me dolía... después de estar cinco días encima de una esterilla...

Los que me llevaban del calabozo a las salas de interrogatorios, no se enteraban de nada, eran los que se limitaban a darte la comida, llevarte a los interrogatorios... y depende con quienes había estado en el interrogatorio, cuando me llevaban al calabozo no me dejaban sentarme o sí. Yo en alguna ocasión le pregunté al de custodia si me podía sentar y estos me decían que sí. Pero de repente aparecía alguno de los que había estado en el interrogatorio gritando “¡¡Mecagüen dios, no te he dicho que no te puedes sentar!!”, y yo le decía “es que me ha dicho este que si que podía sentarme...”, y me decía “¡¡tú me haces caso a mi y punto!!”

En los interrogatorios también eran constantes las amenazas, que si iba a ir a prisión, “nosotros no nos equivocamos” me decían, y también amenazas con mi novia, me decían que iban a ir a por ella y que la iban a llevar allí, porque según decían yo les estaba engañando, y seguro que ella algo les diría, también me decían porque tengo hechos los papeles con una amiga que “te la follas, ¿Qué dice Amaia de esto? Mi mujer me mataría...”. En otra ocasión uno me dijo que me desnudara, yo me negué, él insistía que me desnudara y yo de nuevo que no. Al final le dijo a otro que estaba allí “llama a los demás que le vamos a desnudar y después te voy a meter una porra por el cuelo...”, pero el otro ertzaina no le siguió el juego. En otro, me dio una especie de ataque de ansiedad, se me dormían los brazos, las manos... ellos se preocuparon mucho y me sacaron al garaje, me decían que respirase más tranquilamente... Después me dejaron tranquilo un momento. Justo estaban en Arkaute los forenses, y me llevaron donde ellos a que me reconociesen.

Los interrogatorios eran casi todos iguales, me obligaban a estar de pie, en posturas, entre gritos constantes, presiones y humillaciones, pero en ocasiones venía el que hacía de bueno y me dejaba sentarme, pero enseguida venía algún otro gritando diciendo que yo les estaba mintiendo “te voy a pegar un ostiazo que te voy a matar, hijo de puta”, y de nuevo comenzaba todo más bruscamente, de nuevo las amenazas... todos los interrogatorios eran iguales, gritos, amenazas, humillaciones, “¿Tú has estudiado electrónica?, no me extraña que luego os revienten las bombas, porque eres tonto, has tenido algún problema en el colegio...” me decían.

Otra cosa que me hacían mucho, que para mí era lo pero y más miedo me daba era estando yo contra la pared de espaldas a ellos, uno se sentaba en la mesa y empezaba a abrir los cajones haciendo mucho ruido y como si estuviese rebuscando en los cajones. Esto me asustaba mucho porque yo no sabía que era lo que podía sacar de allí, ni que me iba a hacer... Igual esto fue lo peor de todo, el miedo a no saber qué era lo que iba a sacar del cajón...

Realicé la declaración policial el último día. Antes de hacerla vino un ertzaina y me dijo que me iban a subir al piso de arriba y que allí me iban a hacer unas preguntas, que según él era lo Aitor había declarado en mi contra, lo que él había firmado “porque no te creas, que Aitor ha firmado contra ti” me decía. Este ertzaina había participado en bastantes interrogatorios también. Igual venía con el que supuestamente era el jefe de la operación, y me gritaba muchísimo, iba a volverme loco. Y en otras ocasiones cuando me veía muy alterado, muy nervioso, intentaba tranquilizarme. Me trajeron lo que Aitor había firmado sobre mí, y me decía “sobre esto es lo que te van a preguntar ahí arriba, si quieres lo respondes, sino no, pero a ver que tienes que decir sobre ello, eh?”. Más o menos me dijo lo que me iban a preguntar. Subí arriba y dije que sí iba a declarar. Allí estaba la abogada de oficio que más tonta que ella era imposible ser. Yo llevaba allí cinco días y estaba echo polvo ya, después de declarar firmé yo, después firmó el inspector y el secretario, y ella preguntó “¿Tengo que firmar yo?, yo me quedé alucinado.

Una vez de haber hecho la declaración, no me molestaron más. Me dejaron bastante tranquilo. La declaración la presté el lunes sobre las 6, 7 ó 8 de la tarde, aún era de día y estaba lloviendo. Sabía que era de día porque veía la ventana. Después me metieron en el calabozo y ya no me tocaron más hasta las cuatro de la mañana, que me vino el mismo ertzaina con el que había estado antes de declarar y me dijo que me duchase que me bajaban para Madrid y que me iban a dejar en manos de la Policía Nacional. Me duché, me metieron de nuevo en la celda y me sacaron de allí al de un rato. Me metieron en un coche, yo creo que íbamos todos juntos porque íbamos cuatro “Laguna”. Me pusieron una especie de muñequeras de espuma o fibra, y las esposas por encima. El viaje fue muy malo porque me esposaron con una mano por debajo de una de las piernas, y tuve que ir todo el trayecto con la cabeza agachada.

Llegamos a la Audiencia Nacional y me metieron en un calabozo. Yo me encontraba bastante bien psicológicamente, aunque a partir del cuarto día ya me encontraba muy cansado físicamente. No comí nada hasta el cuarto día, y en el periodo que permanecí incomunicado lo que comí fue una cena, un desayuno y una comida, y me encontraba muy débil. Tampoco bebí nada hasta el cuarto día. Por ello cuando llegamos a la Audiencia me encontraba cansado físicamente y débil, pero psicológicamente bien. Lo que pasó es que cuando llegué ante el juez (el juez ante el que tenía que declarar era Andréu) vi que no había ningún abogado de confianza, pregunté el porqué y el juez me dijo que seguía incomunicado, y que tenía que prestar la declaración con un abogado de oficio. Me preguntó si quería declarar y como no estaba seguro de lo que tenía que hacer allí, les dije que no. Preferí no decir nada. Después me bajaron de nuevo a los calabozos y allí pasé cinco o seis horas esperando. Esto fue muy malo, casi lo peor de todo. El fiscal dijo que solicitaba mi libertad sin fianza y con la condición de ir a firmar cada viernes. Por ello, una vez de saber que quedaba en libertad y al permanecer aún no sé cuántas horas en los calabozos, se me hizo muy duro, me entraba una especie de claustrofobia... En la Audiencia lo pasé muy mal.

Cuando me soltaron le oí a Aitor en el calabozo de al lado, y salí con muchísima pena por dejarle allí. Nada más salir y juntarme con mis amigos y con la familia, me puse a llorar, porque lo que viví en Arkaute fue un infierno. Es muy duro.

 
       

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