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Cuba, Mundo :: 17/04/2015

Raúl Castro se equivoca. Obama no es un hombre honesto

Manuel Medina
Ante una insólita afirmación del presidente de Cuba

La verdad es que Cristina Fernández de Kirchner nunca ha sido un personaje por el que haya sentido especial simpatía. Mi distancia en relación con el fenómeno político de los Kirchner no proviene de un desafecto personal, sino más bien de una determinada percepción sobre el papel que tanto ella como su esposo han desempeñado a lo largo de las dos últimas décadas.

Mi lejanía del matrimonio Kirchner obedece primordialmente a la trayectoria sinuosa, mezclada con negocios muy opacos, que ha caracterizado las biografías de ambos personajes.

Sin embargo, juicios personales aparte, debo reconocer que la intervención de Cristina Fernández en la Cumbre de las Américas me cautivó. Fue valiente, certera, veraz, en todas las afirmaciones que emitió acerca del papel desempeñado por los EEUU en relación con América Latina a lo largo de más de un siglo.

Precisamente por su demostrada clarividencia, me resulta imposible poder soslayar el contraste de la intervención de la presidenta argentina con algún pasaje del discurso de Raúl Castro en la misma sesión de la Cumbre.

Dijo textualmente el presidente cubano que "Obama es un hombre honesto". Me resulta insólito tener que escuchar de boca de un líder de la Revolución Cubana una afirmación tan perturbadoramente falaz e incomprensible, sobre todo viniendo de quién viene.

Ni que decir tiene que esa mendaz afirmación fue recibida por todos los medios de comunicación del Imperio, y de fuera de él, con una inusitada profusión y alborozo. La efusiva acogida trajo inevitablemente a mi memoria una anécdota protagonizada por el histórico socialdemócrata alemán Augusto Bebel, cuando observó que desde la bancada conservadora del parlamento de su país aplaudían entusiásticamente sus discursos. "Ah, viejo Bebel: ¿qué tontería habrás dicho para que esta gente te aplauda de esa manera?"- se preguntaba con certera suspicacia el anciano político alemán.

A diferencia de la prevención que mantengo hacia los Kirchner, para mí la Revolución cubana ha sido siempre un ejemplo de autenticidad, resistencia e integridad moral. En cada etapa histórica de esa Revolución podíamos comprender el sentido de las decisiones que desde ella eran tomadas. Incluso cuando los criterios adoptados por su dirección pudieron parecerme inadecuados o criticables, resultaba evidente que la política marcada por la Revolución constituía siempre una contundente respuesta al desafío cotidiano que su vecino imperial le imponía. Podían colarse errores o subjetividades, pero nunca la mentira, la doblez, el adulamiento o la hipocresía. Fue precisamente esa integridad veraz la que hizo imbatible a la Revolución Cubana.

Desde hace un par de años, sin embargo, hay algunas cosas que no logró entender. No entiendo, por ejemplo, que se defienda desde la institucionalidad revolucionaria la promoción de empresas y negocios, instando a los cubanos a abandonar los "prejuicios" del pasado en relación con su manifiesto rechazo a ese tipo de actividades; que desde las más altas instancias del Gobierno se llame a la población a crear empresas privadas - con los consiguientes asalariados y plusvalías -, sin que tal recomendación esté acompañada por las habituales prevenciones didácticas con las que el liderazgo revolucionario siempre advirtió a su pueblo frente los nuevos retos sociales o políticos que se interponían en su camino.

Puedo comprender, desde luego, que Cuba ha estado y está aislada y acosada, y que tal situación requiere respuestas originales, cuando no inéditas. Entiendo también las enormes dificultades que para la construcción del socialismo plantea ese aislamiento. Puedo comprender, asimismo, que hay momentos históricos en los que resulta imperativo dar pasos hacia atrás, pero siempre con el claro objetivo político de crear las condiciones para poder seguir avanzando en el futuro, en la línea marcada desde los mismos inicios del proceso revolucionario cubano.

Pero, por encima de todo eso, lo que ha terminado por dejarme atónito es la aseveración de Raúl Castro en la Cumbre de las Américas de que "Obama es un hombre honesto".

¿Podrán coincidir también con el sorprendente testimonio de Raúl los afganos, los iraquíes, los libios, los ucranianos, los yemeníes, víctimas de las acciones imperiales de los EE.UU.?

¿Podrá ser realmente honesto un presidente que amenaza con "torcerle el brazo" aquellos países y gobiernos que no se plieguen sus políticas en el exterior?

¿Alguién puede cree que los pueblos sirio e iraní podrán coincidir, después del largo calvario recorrido, con la percepción que Raúl tiene acerca de la figura de Obama?

¿Podría legítimamente presumir de honestidad un presidente que prepara golpes de Estado en América Latina u otros lugares del mundo para derrocar a gobiernos legítimos elegidos por sus pueblos?

¿Qué pensarán sobre la afirmación de Raúl, los familiares de las víctimas de los drones enviados por ese "hombre honesto" a lo largo y ancho de toda la geografía de Oriente Medio?

Por nada del mundo desearía vivir nunca circunstancias que me hicieran perder la confianza que he tenido a lo largo de toda mi vida en la Revolución Cubana. Una confianza que no sólo es personal sino, después de casi 60 años, patrimonio de millones de personas.

Ni "razones de Estado", ni puntuales intereses diplomáticos podrían justificar tal pérdida. No sucedió eso nunca en el pasado. Que ello ocurriera ahora sería, sin duda, una tragedia para Cuba y para toda la humanidad, porque jamás un territorio tan pequeño representó tantos valores juntos.

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