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Pensamiento :: 22/01/2015

Reflexiones sobre el modo de superar las contradicciones en el movimiento obrero

Miguel Ángel Villalón
La lucha de clases continúa y nuestra tarea es subordinar todos los intereses a esa lucha. También a esta tarea subordinamos nuestra moral comunista.

En los países occidentales, como es el nuestro, el modo de producción capitalista se ha desarrollado tanto que ya no da más de sí. Promovió el progreso material y espiritual como nunca antes, pero se está convirtiendo en el mayor factor de regresión.

Empresas gigantescas que tropiezan con mercados endeudados e insolventes; antiguas reservas coloniales que se ponen en pie y se convierten en competidoras capitalistas aventajadas; etc. A “nuestros” capitalistas, no les queda otra salida que explotarnos más para sostener su guerra comercial con el resto del mundo, a la vez que preparan lo necesario para transformarla en una guerra sensu stricto, la única en la que  serían más fuertes.

Por eso, las desigualdades sociales, las contradicciones entre las clases van a crecer y, tanto para defendernos como para vencer de la manera más rápida y menos dolorosa, los trabajadores asalariados debemos desarrollar cuantitativa y cualitativamente nuestra organización como clase: asambleas, comités, sindicatos, cooperativas, asociaciones diversas y, sobre todo, un partido revolucionario que sea nuestro Estado Mayor en esta lucha.

Desarrollar la organización obrera exige superar errores, discrepancias, conflictos, etc., que tienen su origen en la falta de experiencia y en la influencia de otras clases sociales sobre nuestra forma de pensar.

En el tratamiento de las contradicciones internas a nuestras organizaciones, no hay que empezar por los reproches subjetivos, morales, sino por comprender la realidad de la que emanan tal como es, para poder transformarla paso a paso y superar así aquellas contradicciones. Por supuesto que, para esto, la crítica es necesaria, pero, situada fuera de la realidad es un arma incompleta, ineficaz y destructiva. “Cada militante del partido -según Lenin- tiene defectos y aspectos negativos en el trabajo, pero cuando se critican o examinan los defectos en los organismos centrales del partido hay que ser prudentes y no exceder el límite donde comienza la chismografía."[1]

Nos hallamos en un momento de cambio en la correlación entre las clases sociales: el viejo equilibrio entre la burguesía y las “clases medias” (que incluían a una parte considerable de la clase obrera) se ha roto y, de ahora en adelante, va a prevalecer la lucha. Sin embargo, las generaciones actuales de proletarios no son plenamente conscientes ni están preparadas para ello. Por eso, su actitud mayoritaria es defensiva o incluso resignada. Quienes se asocian para luchar arrastran hábitos propios de la pequeña burguesía con la que habían compartido ciertas condiciones de vida: tendencia a la conciliación, a la pusilanimidad, a la comodidad, a la soberbia individual, al elitismo, etc. Además, el enemigo procurará distraernos de nuestros intereses de clase para enfrentarnos entre nosotros por motivos nacionales, religiosos, corporativos,… Finalmente, los que tenemos cierta experiencia militante estamos marcados por las parcas dimensiones de cada una de estas experiencias y los prejuicios que tales estrecheces han inculcado en nosotros. En definitiva, todavía tenemos mucho que transformarnos para poder desarrollar la lucha de clases hasta el fin, hasta liberarnos del yugo capitalista.

Más que nunca, cuando se trata de reconstruir y reunificar lo que ha sido destruido y dividido a lo largo de varios decenios, debemos tratar con el máximo de paciencia, de táctica y de tacto también las relaciones entre los militantes y procurar la empatía a la hora de ejercer la crítica cuando consideramos que incumplen sus obligaciones y funciones. El grado en que podemos ejercer el principio de la crítica y de la autocrítica depende necesariamente del grado de desarrollo general del movimiento obrero.

Los comportamientos de los miembros de las organizaciones obreras deben ajustarse a lo que nos exige la lucha de clases[2]. Pero, tampoco debemos tomar como invariables dichas exigencias, porque cometeríamos un error de dogmatismo. En este sentido, las referencias a Marx, Engels, Lenin, Stalin, Mao, etc., han de tomarse como relativas. No existe un único comportamiento militante aceptable para todos los lugares y tiempos. La dirección política tiene que esforzarse primero por comprender la situación de la que partimos y las posibilidades reales que ésta nos brinda para ir forjando paso a paso las actitudes que mejor sirvan para avanzar hacia la emancipación de la clase obrera. En resumen, tiene que esforzarse por tener una concepción materialista dialéctica del problema.

Según Engels, “… los hombres, sea consciente o inconscientemente, derivan sus ideas morales, en última instancia, de las condiciones prácticas en que se basa su situación de clase: de las relaciones económicas en que producen y cambian lo producido… rechazamos toda pretensión de querer imponernos como ley eterna, definitiva, y por lo tanto, como ley moral inmutable, cualquier moral dogmática bajo el pretexto de que también el mundo moral tiene sus principios permanentes, que están por encima de la historia y de las diferencias nacionales. Por el contrario, afirmamos que hasta hoy toda teoría moral ha sido, en última instancia, producto de una situación económica concreta de la sociedad.”[3]

Lenin concreta así esta observación: “Sólo podemos construir el comunismo con el material creado por el capitalismo, con el perfeccionado aparato que se modeló en un ambiente burgués y que -por lo que se refiere al material humano de dicho aparato- está por consiguiente, inevitablemente impregnado de mentalidad burguesa. Eso es lo que dificulta la construcción de la sociedad comunista, pero es también lo que garantiza que puede ser y será construida. En realidad, lo que diferencia al marxismo del antiguo socialismo utópico, es que este último quería construir la sociedad nueva, no con la masa de material humano producido por el capitalismo sanguinario, sórdido, rapaz y mercantilizado, sino con hombres y mujeres muy virtuosos, criados en invernáculos especiales. Todos comprenden ahora que esta idea absurda es realmente absurda y todos la han desechado, pero no todos quieren o pueden analizar a fondo la doctrina opuesta, marxista, y pensar cómo se puede (y se debe) construir el comunismo con la masa de material humano corrompido por cientos y miles de años de esclavitud, servidumbre, capitalismo, por la pequeña empresa individual y por las guerras de todos contra todos por una posición en el mercado, o por mejores precios para sus productos o su trabajo.”[4]

¿Cómo hacer nacer lo nuevo de lo viejo? ¿Cómo hacerlo en el caso concreto de las contradicciones en las actuales organizaciones obreras? Tendremos que probar distintas medidas sobre la marcha, pero creo que atinaremos mucho más si meditamos antes sobre la siguiente reflexión de Marx y Engels : “… el delito no debe ser castigado en el individuo, sino que hay que destruir las raíces antisociales del crimen y dar a cada hombre el margen social necesario para la manifestación vital de su ser. Si el hombre es modelado por su ambiente, será necesario modelar su ambiente humanamente. Si el hombre es social por naturaleza, sólo desarrollará su verdadera naturaleza en la sociedad, y el poder de su naturaleza tiene que ser medido, no por el del individuo concreto, sino por el de la sociedad.”[5]

Por consiguiente, como regla de partida, no se trata de obligar al individuo militante, sino de modelar la organización obrera, de fijar las tareas y funciones en ella, de manera que el militante pueda desarrollar su naturaleza social como proletario, como miembro de una clase social cuyas condiciones de vida le empujan naturalmente hacia la revolución, el socialismo, el comunismo. Así lo expresaba Krúpskaia: “Debemos aspirar a vincular nuestra vida personal con la lucha, con la edificación del comunismo. No significa, por cierto, que debamos renunciar a nuestra vida personal. El Partido Comunista no es una secta y por ello no puede predicarse un ascetismo semejante.”[6]

Teniendo en cuenta lo anterior,  nuestras actuales organizaciones no pueden prosperar si no reconocen la existencia y legitimidad temporal de ciertas contradicciones “de principios” en su seno, si no adoptan la actitud más pedagógica posible hacia las manifestaciones de atraso, ya sean espontaneístas o dogmáticas, para corregirlas. Todavía estamos lejos de la necesaria reanimación de la revolución proletaria mundial, la cual no se producirá automáticamente, sino que dependerá de que acertemos en resolver los millones de detalles, de contradicciones, que encontremos en nuestro camino.

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Notas

[1]  Carta de Lenin a P. N. Lepeshinski, 1905, Obras Completas, t. XXXVIII, p. 135, Ed. AKAL.

[2]  “La lucha de clases continúa y nuestra tarea es subordinar todos los intereses a esa lucha. También a esta tarea subordinamos nuestra moral comunista. Decimos: es moral lo que sirve para destruir la antigua sociedad explotadora y para unir a todos los trabajadores alrededor del proletariado…” (Lenin, Tareas de las Uniones de la Juventud, 1920, t. XXXIII, p. 433-434)

[3]  Engels, Anti-Dühring

[4]  Lenin, Pequeña estampa que ilustra grandes problemas, 1918-19, Obras Completas, t. XXX, p. 249.

[5]  Marx y Engels, La sagrada familia

[6] Krúpskaia, Discurso pronunciado en el VI Congreso de toda Rusia de la Unión de la Juventud Comunista, 1924

 

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