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Europa :: 29/03/2015

Rosa, Polonia y los polacos (carta a John Berger)

Maciek Wisniewski
Sólo los polacos fuimos capaces de desperdiciar el potencial de un movimiento social con base sindical tan amplio y someternos a la terapia del choque neoliberal

¡John!, ya una vez nos escribimos. Te preguntaba algo sobre uno de tus textos. Contestaste rápido y abiertamente. Yo andaba fuera de mi Polonia natal; tú, en tu Francia adoptiva. Nos escribimos en inglés, aunque podíamos tener más opciones. Pero tú –como tú mismo dices– no hablas polaco (aunque te gusta el idioma); y yo –como yo digo– no me animaría con mi francés (que nunca me ha gustado lo suficiente). Ahora quisiera escribirte nuevamente: esta vez en castellano y no directamente.

Otra vez será sobre un texto tuyo –Un regalo para Rosa ( La Jornada, 7/3/15), bello, alegre, humano–, pero ya no preguntando, sino respondiendo. O más bien: queriendo acompañarte en tus reflexiones sobre Rosa Luxemburgo (1871-1919), la gran teórica y revolucionaria ¿polaca?, ¿judía?, ¿alemana? (...de eso más adelante). Aunque siento que pensar en Rosa significa traspasar todas las fronteras (políticas, conceptuales, geográficas), siempre acabo pensando también –parece que nos pasa lo mismo– en Polonia y en los polacos.

Escribes que a la mayoría de nosotros no nos intriga el poder, porque hemos sobrevivido a toda la mierda del poder. Sí. Pero a la vez somos una nación ultraconservadora sumamente propicia a manipulaciones, fobias y operaciones de falsa conciencia inducidas desde el poder, la Iglesia y centros de mando (ayer Moscú, hoy Washington). Ya lo dijo la escritora Maria Dabrowska (1889-1965): Los polacos, la nación más reaccionaria del mundo.

Escribes que somos expertos en darle la vuelta a los obstáculos. Sí. Pero a la vez somos campeones en meternos en cul-de-sacs políticos y sociales, una misteriosa dialéctica que tal vez sólo un acto del sicoanálisis colectivo explicaría.

Evocas las huelgas de los 70 y su supresión por el régimen dizque obrero (algo que Rosa veía venir); evocas Solidarnosc. Pues sí. Sólo nosotros éramos capaces de crear un movimiento social con base sindical tan amplio y diverso; pero también sólo nosotros éramos capaces de desperdiciar su potencial y someternos a la terapia del choque neoliberal con la voluntad del perro de Pavlov (tú mismo –siguiendo a Naomi Klein– escribías de esta perversidad: Borrar el pasado, La Jornada, 15/6/07).

Escribes que en el dizque socialismo inventábamos tácticas para irla llevando; evocas las amas de casa –como Janina– y sus esfuerzos para lidiar con escasez y colas. Pero lo que ayer fue sobrevivencia heroica frente al sistema absurdo hoy es sólo cosa de pobres. Como la sopa de acedera silvestre que mencionas. Te entristecería como este truco milenario para llenar ollas y estómagos fue secuestrado por la ideología de laissez-faire.

El otro día un prominente miembro del partido gobernante (PO), cuestionando la cifra de 800 mil niños desnutridos en Polonia, dijo que si tienen hambre que se vayan a recoger acedera y frutas silvestres cómo él hacía de chico (Gazeta Wyborcza, 6/3/13). Este político se llama Stefan Niesiolowski y en los 70 quería volar un monumento de Lenin, por lo que acabó en la cárcel. Por casualidad vive enfrente de la casa de mis abuelos. Mi abuela de 91 años dice que cuando se lo topa en la tiendita éste se porta como veterano de la lucha por la libertad y nunca quiere hacer cola, como si fuera sólo cosa del socialismo; y dice algo más: que la diferencia entre el socialismo y el capitalismo es que antes había dinero pero no había mercancía y ahora hay mercancía pero no hay dinero.

Tampoco (ya) hay monumentos de Lenin. Puro Juan Pablo II y Józef Pilsudski (1867-1935), el padre de la independencia, a cuyo PPS Rosa y su SDKPiL reprochaban anteponer los intereses nacionales a los del proletariado (social-patriotismo). Curioso. Fue Pilsudski quien dijo: “ Polacy: naród wspanialy, tylko ludzie kurwy”/Los polacos: la nación, maravillosa, sólo la gente, putas (no me lo estoy inventando).

Pues yo quisiera proponer otra fórmula que igual –recordando a Witek y Janina– te gustaría, John. Los polacos: la gente maravillosa, sólo la nación: una mierda. Le gustaría a la misma Rosa. Se reiría. Le incomodaba ser polaca y tenía claro que su lucha era la de clases, por la revolución, el internacionalismo, no por la independencia. Esto no le ganó mucha simpatía en Polonia ni ayer ni hoy. Por eso estamos siempre listos para reivindicar la pertenencia de los famosos a nuestra tribu –Copérnico, Chopin, etcétera–; la Rosa apátrida se la cedimos generosamente a los alemanes (y así, como alemana, por lo general funciona).

¿Se equivocó en la cuestión nacional? Quizás exageró, pero yo digo que el meollo de su argumento no tiene falla: el capitalismo es un sistema global y el nacionalismo – at the end of the day– un mecanismo de división y distracción. Basta ver a Polonia: después de que Solidarnosc degeneró en una reacción nacionalista y religiosa, el cato-patriotismo se volvió la principal herramienta para manejar los desastrosos efectos de la terapia del choque.

Rosa no quería ser sólo polaca y tampoco sólo judía o sólo mujer. Ignoraba a los socialistas de Bund que querían que se sumara a la causa judía y se distanciaba de las feministas para no acabar relegada a la cuestión femenina. Curioso. Sólo ver a una mujer en la bici le daba risa.

Siendo objeto de ataques xenófobos y misóginos (sobre todo en SPD) se negaba a ser víctima: quería liberarse de todo el peso identitario y ser lo que era: teórica y revolucionaria. No sé tú, John, pero yo en tiempos del identitarismo compulsivo encuentro este su anti-identitarismo muy refrescante.

Escribes que te sientes cómodo con los polacos y en Polonia como en casa. I wish I could say the same. Pues, la vida... Supongo que tú también por algo has dejado tu Inglaterra.

Hubo tiempos en que me incomodaba mucho mi ser polaco, hasta que empecé a pensar en esto vía Fanon: no hay camino a lo universal que no pase por lo particular (Los condenados de la tierra, 1961, p. 247). Aun así, I tell you John, los únicos polacos con quienes me siento cómodo y en su compañía como en casa son... los catalanes (como les dicen los madrileños que no entienden su idioma).

Un sentimiento –creo– verdaderamente internacionalista, y –cómo no– profundamente luxemburguista.

@periodistapl

 

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