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Yoni y Lingam
Alizia Stürtze, publicado en GARA el 18 de agosto de 1999

En los libros sobre Egipto podemos ver montones de Tutmosis o de Amenofis de perfil pero ¿a que nadie ha visto nunca imágenes del faraón con su sagrado pene erguido bajo la túnica? Pues son numerosas sólo que siguen censuradas. ¿A que no recuerdan nuestros alumnos de historia haber contemplado detalles del arte griego o romano con escenas de cópulas, masturbaciones, homosexualidad, zoofilia y orgías dionisíacas protagonizadas tanto por dioses como por mortales? Desgraciadamente, el puritanismo decimonónico (ese que en EEUU censura ciertas escenas de Eyes wide shut) segregó esa imaginería al mundo de lo "erótico" (de lo supuestamente obsceno), desvirtuando así nuestra comprensión de la cosmovisión griega y romana.

En ciertos manuales de Arte siguen apareciendo aún los desnudos de los grandes escultores renacentistas con el órgano tapado por un patético pegote en forma de hoja de parra colocado por los "refinados" censores del Museo Vaticano. Exquisitas obras de la literatura india como el primitivo Kama Sutra (S. II) o el medieval Koka Sastra (S. XII) han sido por lo general publicadas y leídas en Occidente exclusivamente como manuales eróticos, cuando en realidad recogen la importancia que la filosofía hindú reconocía al cuerpo ?templo contenedor de todos los principios cósmicos? y a las relaciones sexuales, no sólo como actividad saludable y festiva, sino como un elevado modo de expresión humana, como un arte y una ciencia que, con estudio y práctica, permite utilizar la energía sexual consciente y creativamente. La obtención del equilibrio entre Shakti y Shiva, entre tierra y cielo, entre las fuerzas femenina y masculina, entre el yoni (simbolizado por la vulva y el clítoris) y el lingam (el organo masculino erecto), sirve así para alcanzar la experiencia trascendental de unidad e identidad entre los dos principios. La energía sexual y su comprensión profunda era también una de las bases del paganismo en general y de la cosmovisión vasca en particular. Algún vestigio nos ha llegado a través de la hermafrodita Mari y también en forma de megalitos, de enormes piedras "femeninas" montadas por piedras "masculinas" que, en algún valle pirenaico y por los años 30, el párroco mandó dinamitar para acabar con los ritos eróticos que en su derredor se seguían celebrando.

La cultura occidental, a la hora de "liberarse" de esa castrante concepción cristiana del cuerpo como morada del pecado de la que es heredera, en lugar de adoptar esa concepción mucho más creativa y plena de la expresión sexual, se empeña en rebajarla y en darle el estatus de mercancía que se compra y se vende. Por algo constituimos los "liberados" occidentales el grueso de esa enorme clientela de frustrados que atraen el turismo sexual y la prostitución infantil en los países del Tercer Mundo.

Lo peor de todo es que, desde nuestra altanera superiodidad, seguimos empeñados en darles lecciones de igualdad y de "liberación sexual".

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