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Falsa neutralidad de género
Alizia Stürtze, publicado en GARA el 21 de agosto del 2000

El lenguaje es el primer vehículo de poder y la utilización histórica de términos como «hombre» (homo sapiens, droits de l''homme, mankind...) en un sentido «universal» y supuestamente neutro para referirse a los dos sexos es obvio que ha servido y sirve para establecer y mantener una clara jerarquía entre ambos. «Izena duen guztia bada».

Mientras las sorgiñas-belagiles existían porque tenían nombre, la mujer «occidental» era invisible porque no existía en un lenguaje cuyo universalismo abstracto era de sexo masculino: el ser humano era hombre. Se considera por tanto que la feminización de las palabras es un objetivo importante al permitir visibilizar el mundo de las mujeres. Sin embargo, en boca de personajes como Aznar y sus ministros opusdeístas que han vuelto a la defensa de la familia «tradicional», la utilización «políticamente correcta» de las alternativas «neutras» ­ciudadanos/as, hombres y mujeres, personas...­ me produce cierta desazón. Lo mismo que a los negros e hispanos de EEUU no les ha solucionado gran cosa que les llamen respectivamente «personas de color» y «latin» o «hispanic», en lugar de «nigger» y «spic», no sé hasta qué punto no puede producir engañosos efectos la utilización de una terminología «correcta» por parte de teóricos o políticos que aprovechan el lenguaje para dar una falsa impresión de tolerancia e inclusión pero que, en la práctica, no sólo no asumen la igualdad en la diferencia de los géneros sino que están tomando medidas políticas (disminución de las partidas para salud, formas precarias de trabajo...) que están teniendo un tremendo impacto negativo en la mujer.

La diferencia sexual sigue siendo una característica determinante para justificar la subordinación genérica. Mientras el ser mujer siga siendo un obstáculo para conseguir un orden social justo, mientras el ser padre y el ser madre no implique exactamente las mismas responsabilidades, la utilización de un lenguaje «neutro» o incluso «femi- nizado» puede servir para ocultar que el género sigue siendo una cuestión eminentemente política como cuestión política es, aunque se niegue, la familia en la que el Estado interviene regulando los matrimonios, los abortos, los hijos, las ayudas sociales y la vida comunitaria en general. En tanto se mantengan los diferentes roles sociales asignados y consecuentemente las diferencias de poder y las ideologías que las han sustentado, la lucha de la mujer no puede ser neutra ni sus retos se pueden quedar en una mera neutralidad terminológica.

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