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Sección de Alizia Stürtze

Libro de estilo
Alizia Stürtze, publicado en Gara el 16 de abril del 2001

Si ya me había descolocado ver a políticamente correctos como Madrazo o Ibarretxe detrás de una pancarta que decía «No a ETA y a sus cómplices», la impresionante presión mediática contra la decisión judicial de conceder la libertad provisional a siete supuestos miembros de Ekin me ha dejado que no sé qué suelo piso.

Yo, que quiero ser una articulista modélica y seguir al pie de la letra el libro de estilo del periodismo español, me encuentro cada vez más perdida. Lo de la lucha armada o las guerras, por ejemplo, es un cacao indescifrable para mí. No logro discernir cuándo son guerras humanitarias y cuándo execrables matanzas, cuándo son guerrillas y cuándo bandas terroristas, cuándo son movimientos independentistas o indígenas de esos que molan y cuándo no. Pongamos por caso a esos de la mafia albanesa que se hacen llamar Ejército de Liberación (UCK). Resulta que, aunque compran armas con el tráfico de heroína turca y asesinan y se saltan los acuerdos internacionales, se les menciona como guerrilleros, mientras que los palestinos o los kurdos de Turquía son terroristas, cosa que nunca son los sionistas ni los turcos que los machacan. Con los zapatistas y sus capuchas en el Congreso se emocionan; otros indígenas y otras capuchas, por el contrario, les parecen aborrecibles. Con lo que les gusta el morbo, prefieren mostrarnos a unos de «Basta Ya» con unas bolsas de basura a modo de sombrero, que a algún detenido con una bolsa de las que asfixia de verdad. Con el fundamentalismo también me hago un buen lío. Los de Arabia Saudí o Kuwait o Marruecos, que tienen a las mujeres ni te cuento cómo y no son demócratas son amigos; Gadafi o Sadam Hussein o el régimen iraní, con quienes las mujeres gozan de un estatus mejor, son representantes de la tiranía fundamentalista. Misterios.

Otra complicación insalvable para mí es cómo evitar «ser cómplice». Aunque no distingo bien por qué, llamar idiota a un obispo, cómplice de asesinos a Arnaldo Otegi o cerda vasca a Aiora Zulaika no es insultar, ni amenazar, sino aplicación correcta del lenguaje periodístico. Que pinten tu nombre en el centro de una diana, o te amenacen y golpeen en un pleno, es comprensible si eres de la izquierda abertzale. También es ético publicar nombres y apellidos de detenidos y las correspondientes acusaciones filtradas por Rajoy o por Balza, aunque luego esas personas salgan a la calle. Por contra, ¡cuidadito con sentarte al lado de alguien que habla metafóricamente sobre «pagar» por algo considerado injusto, en referencia no ya a personas concretas sino al sistema en general! ¡Al loro con mencionar nombres de periodistas que deben su fama y su fortuna a su rabioso babeo constante contra Euskal Herria! Puedes convertirte en instigador y coautor de cuanto ocurra en los dos o tres años posteriores.

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