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Sección de Alizia Stürtze

Policía y derechos humanos
Alizia Stürtze, publicado en Gara el 11 de junio del 2001

Dice un amigo mío que prefiere los gatos a los perros, porque no hay gatos policía. Es un modo de afirmar que los policías, cuanto más lejos, mejor. Un análisis de la historia contemporánea demuestra que la cultura de las fuerzas policiales es, hoy como ayer, la cultura de la violencia, el culto a la «religión del orden», por encima de la ley. Los diversos cuerpos policiales aparecen permanentemente como los más violentos, los más racistas, los más brutales y, los más machistas y sexistas, a pesar de la presencia actual de mujeres en comisarías y demás servicios. El Estado español es el tercer exportador mundial de electrodos para tortura ("New Internationalist": «Torture, never forget»), lo que sólo se puede interpretar desde la perspectiva de que torturar cotiza en bolsa, es decir, es una práctica tan habitual que genera beneficios monetarios. Se nos dice que la Policía está para protegernos, pero lo cierto es que nos da miedo, sobre todo a los más desfavorecidos o luchadores. Y es que su papel histórico es el de ejercer de guardia pretoriana del capital, para combatir a la contestación, a los jóvenes, a los huelguistas, a los parados, a los inmigrantes, a los sin techo, a los «sospechosos».

Los autoproclamados pacifistas aceptan con gusto el papel de «domadores» que se atribuyen los policías, a quienes otorgan libertad total para utilizar los instrumentos de «doma» que consideren oportunos. Mientras nos hablan de paz hasta la extenuación, ven con buenos ojos que, en los presupuestos, el Gobierno destine cada vez más dinero a la represión y menos a la educación, que la presencia policial, pública o privada, sea masiva y constante (hasta en espacios como el universitario, que deberían ser inviolables), que su equipamiento sea cada vez más sofisticado, sus métodos cada vez más expeditivos y su poder represivo cada vez mayor. A quienes nos agobian con lo de la libertad de expresión, no parece molestarles la utilización que la Policía hace de los medios de comunicación para «filtrar» información, y crear estados de opinión contra personas concretas, condenadas así de antemano. Los «amantes de la vida» ven normal que, en las escuelas policiales, los criterios de selección no sean las cualidades morales de los aspirantes, sino su puntería o su agresividad. Tampoco hacen ascos los «demócratas» a la palpable desigualdad con que son juzgados y castigados un policía y un ciudadano normal.

Sabido esto, ¿cómo puede parte de la ciudadanía aceptar, e incluso aplaudir, la asfixiante presencia y vigilancia policiales, los seguratas y las cámaras? ¿Cómo hay sindicatos que defienden a los policías como si de trabajadores normales se tratara? ¿Cómo puede existir ELA-Ertzaintza y posibilitar la sindicación de, por ejemplo, quienes recientemente torturaron con saña a Jon Zubiaurre y a Asier García?

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