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Sección de Alizia Stürtze

¿"Revolución genética" o última fase imperialista?
Alizia Stürtze

Según "revolucionarios" magnates como Henry Ford, la "revolución" del automóvil nos iba a traer independencia y libertad. Sin comentarios. Como cualquiera podrá recordar, la introducción de la "inocua" energía nuclear (o Lemóniz o las cavernas, que decía el futurólogo Arzalluz) iba a producir una energía tan tan barata que el contador no iba ni a poder registrar el gasto. Los resultados a la vista están. Ultimamente, los avezados periodistas no paran de glorificar al gran Bill Gates y de ensalzar las virtudes liberadoras del correo electrónico y de Internet que nos va a permitir a las masas hacer la revolución desde la pantalla de casa. Los zapatistas han podido comprobar recientemente que el terrorismo del Estado no se destruye con mensajes en la página web. Hoy, con lo que la industria biotecnológica, las grandes multinacionales farmaceúticas y del agribusiness han dado en llamar "revolución genética", se nos promete un mundo nuevo libre de hambre y enfermedades, presentándonos una vez más a la tecnología como la panacea del progreso social. ¡Sólo la "hi-tech" te hará libre!

Sin embargo, una lectura crítica de la corta historia de la biotecnología y la ingeniería genética nos permite augurar ya un futuro de aún mayor explotación en la medida que a los gigantes de la agroquímica, entre otros, se les ha visto enseguida la aviesa intención, que no es, como proclaman, combatir el hambre en el mundo ni velar por la salud del consumidor sino, como era de esperar, incrementar salvajemente la tasa de ganancia a costa de lo que sea.

Al igual que, en su compulvisa búsqueda del beneficio rápido y del control mundial, introdujeron a la brava la energía nuclear o el DDT y otros herbicidas y pesticidas, sin medir las graves consecuencias a medio y largo plazo, ahora las grandes corporaciones del agribusiness que manejan el 75% de la investigación en biotecnología, nos presentan ésta como la única respuesta a los problemas alimenticios y medioambientales del planeta.

Quizá sea cierto que transitoriamente se puedan conseguir plantas resistentes a las enfermedades, mejores rendimientos en las cosechas y frutas y verduras de mayor tamaño en suelos o climas poco propicios. Pero, aparte del peligro que para la salud y el equilibrio ecológico pueden acarrear estos productos genéticamente modificados y admitidos en el mercado con increíble ligereza (unos 3000 están listos para su distribución mundial y se calcula que en menos de 10 años la mayoría de nuestros alimentos tendrán componentes transgénicos), lo más escandaloso es que se nos quiere una vez más ocultar el hecho de que el hambre y la infraalimentación en el mundo se deben no a la cantidad, es decir, a la falta de alimento, sino al reparto, a las "reglas del juego", o sea, a las relaciones capitalistas de producción causantes de una distribución gravemente desigual y que la introducción de la biotecnología no va a hacer sino acentuar.

Según el New Internationalist de Agosto 1997, los contratos del más puro servilismo coactivo medieval establecidos en la India por la "neoliberal" Monsanto, productora de la mayor parte de la soja transgénica que se utiliza (sin nosotros saberlo) en muchos de nuestros alimentos elaborados, son paradigmáticos del uso que el capitalismo pretende dar a esta "prometedora" rama tecnológica. A los agricultores hindúes compradores de sus semillas transgénicas la Monsanto les cobra, además del producto, $50-65 extra en concepto de "derecho técnico", se reserva el derecho de investigar sus cosechas tres años después de la compra de la simiente y, encima, les obliga a ellos y a sus herederos a comprar sólo sus productos químicos, bajo amenaza, en caso de falta, de "expulsión" del paraíso Monsanto. Visto este ilustrativo ejemplo, la conclusión parece clara: la "revolución genética" va a obligar a los agricultores a abandonar esos multicultivos tradicionales que les permiten sobrevivir para convertirles en "revolucionarios" esclavos de las transnacionales que utilizan "revolucionarias" semillas transgénicas en inmensos monocultivos cuya distribución en absoluto controlan. Por tanto, lejos de solucionar el hambre, la idea de las grandes corporaciones del agribusiness es convertir el mundo en un mercado gigantesco al que vender y explotar, aún a costa de aumentar la penuria.

El debate sobre el alcance de la biotecnología, la manipulación genética, el Proyecto Genoma, los xenotrasplantes, etc . . . no debería por tanto limitarse a un análisis más o menos "técnico" sobre sus posibles efectos devastadores en nuestra alimentación, nuestra salud, nuestro sistema inmunológico y nuestros ecosistemas, ni a una serie de exigencias como la del etiquetado exhaustivo de los alimentos elaborados o la petición de una moratoria sobre la distribución de alimentos genéticamente modificados, ni a una discusión ética sobre la clonación, las previsibles utilizaciones eugenésicas, la reproducción selectiva, la piratería de material genético, la utilización autoritaria por parte de los gobiernos o incluso de las compañías de seguros o de los patronos de la información genética para controlar y discriminar a grandes sectores de la sociedad. Convendría, también, analizar el papel que esta biotecnología, totalmente controlada por los ricos del Norte, está llamada a jugar en el asentamiento de la fase actual del capitalismo, cada vez más parasitario y regresivo e incapaz de materializar el potencial desarrollo de las fuerzas productivas en cuanto que, para dar la vuelta al deterioro de su tasa de ganancia, no tiene otra salida que la sobreexplotación de las materias primas y la fuerza de trabajo (competitividad internacional entre trabajadores y trabajo infantil incluídos), el pillaje de los países subdesarrollados, la expansión del endeudamiento, la profundización de una política de tierra quemada . . .

En este contexto, el capitalismo imperialista de principios del S. XXI, para seguirse reproduciendo, se ve impulsado a generar justo lo contrario de un crecimiento sostenido de carácter generalizado, y no puede por tanto impulsar ninguna "revolución", ni la genética ni ninguna otra, tendente a organizar la economía al servicio del bienestar de toda la población mundial. El problema clave, según esto, no sería la propia genética, sino la mala utilización por parte del capital de las ideas y la tecnología genéticas. La sociedad capitalista siempre se ha distinguido por el aprovechamiento tecnológico de cualquier avance científico en beneficio de unas minorías cada vez más exiguas y la genética no iba a ser diferente.

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