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Argentina :: 26/06/2015

Darío, Maxi y la dignidad piquetera

José Luis Bonifacio
El 26 de junio de 2002 en la estación ferroviaria Avellaneda se perpetró el cobarde fusilamiento de los piqueteros Darío Santillán y Maximiliano Kosteki

Aquel día alrededor de tres mil quinientos piqueterxs se habían movilizado para realizar el corte del Puente Pueyrredón con las siguientes demandas: 1) el pago de los planes de empleo, ya que muchos estaban desde hacía meses sin cobrar, 2) aumento de los subsidios de 150 a 300 pesos, 3) implementación de un plan alimentario bajo gestión de los propios desocupados, 4) insumos para las escuelas y los centros de salud de los barrios, 5)  desprocesamiento de los luchadores sociales y el fin de la represión, 6) a último momento, ante la amenaza de desalojo de la fábrica Zanón, incorporaron una declaración de solidaridad.

Sin embargo al llegar se encontraron con más de cuatrocientos efectivos de cuatro fuerzas de represión uniformados y de civil. La novedad era que al menos dos “grupos de tareas” se conformaron de forma ilegal disparando con balas de plomo contra los manifestantes en una acción policial que escondía una operación política para desacreditar a las organizaciones piqueteras.

Alrededor del mediodía las fuerzas policiales iniciaron la brutal represión que se extendió por un radio de más de 20 cuadras del Puente Pueyrredón y dejó al menos 33 heridos con postas de plomo. Hacia el sur, la cacería se extendió a una distancia de dos kilómetros del Puente. Hacia el este, abarcó once cuadras. Una hora después de despejado el puente y a más de 15 cuadras del lugar, todavía los policías seguían disparando con munición de guerra.

En este escenario de persecución ocurrió que al interior de la estación Avellaneda Darío comenzó a socorrer a Maxi que sangraba por la nariz y por la boca. Atrás venían de cacería los brutales policías. “Váyanse, rajen” gritó Darío al grupo de compañeros que los rodeaban, buscando con la mirada a Claudia –su novia– y a su hermano. Maxi agonizaba tras un disparo del oficial de la Fuente.

El cabo Acosta entró primero. Lo hizo con paso decidido, la escopeta con cartuchos de plomo en la recámara y el caño en posición de tiro. Apuntó indistintamente a las dos personas que quedaban alrededor del cuerpo agonizante de Maxi y gritó, insultó y amenazó para que se fueran. Fanchiotti entró inmediatamente después, justo cuando Pablo se levantó para huir hacia el andén. Él, Claudia, un empleado de limpieza de la estación y varios más, fueron alcanzados por postas de goma en la espalda y las piernas cuando ya estaban subiendo las escaleras.

Darío se mantuvo un instante más en cuclillas, con su mano izquierda sosteniendo la mano de Maxi, tal vez buscándole el pulso que se iba o tratando de evitar con su calor que se enfriara. “Como en un cuadro pintado por Maxi su mano de artista es apretada por la mano de pelea de Darío”. Y su otro brazo combatiente extendido hacia los policías que le apuntaban, con firmeza pero también con impotencia, ya sin piedras y sin palo, sólo la mano abierta, enfrentándolos, como diciendo: “¡Paren! El pibe se muere”.

Su mano gigante, fuerte, desarmada y pura, valiente e inocente, ante los cobardes criminales que tuvieron que esperar a que Darío volteara y les diera la espalda, porque ni las armas cargadas con plomo ni la impunidad prometida podían darles las agallas necesarias para matarlo de frente.

Estos terribles hechos fueron presentados a la sociedad por el gobierno provisorio de Eduardo Duhalde como una disputa entre piqueteros y por varias horas consiguieron sostener esta vil maniobra. Aunque hasta la fecha los responsables políticos continúan impunes.Entre los funcionarios que crearon el clima de violencia institucional y quienes apretaron el gatillo, hubo mucho más que coincidencias discursivas. Existió una planificación general que englobó cada declaración y cada actitud tras el objetivo de justificar la represión sistemática contra la lucha popular.

En Fanchiotti y sus hombres recayó la responsabilidad operativa de la masacre. El comisario mayor Félix Vega le asignó la misión. El subsecretario de Inteligencia Oscar Rodríguez, fue el nexo entre la Casa Rosada y la policía. El entonces secretario de Seguridad Juan José Álvarez garantizó el brutal operativo conjunto de las fuerzas de represión interna sobre el cual montar los fusilamientos. Voceros del poder económico, a través de los medios de comunicación, agitaron y justificaron la represión y las muertes. Duhalde encabezó la decisión de llevar a cabo una represión “aleccionadora” que lo mostrara fuerte ante su estructura política y los organismos internacionales.

A siete años de esta brutal represión los responsables políticos e ideológicos siguen impunes. Sin embargo Darío y Maxi no están solos miles y miles los seguirán recordando y luchando para que se haga justicia.

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* Docente e investigador de la UNCo. Los hechos aquí mencionados utilizaron como fuente la excelente investigación publicada en: Darío y Maxi. Dignidad Piquetera. El gobierno de Duhalde y la planificación criminal de la masacre del 26 de junio en Avellaneda. De autoría del Movimiento de Trabajadores Desocupados Aníbal Verón.

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