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Colombia :: 15/10/2008

Ingrid Betancourt: el premio nobel se fue volando

Luis Arce Borja
El 8 de octubre, dos días antes de la decisión del nobel, Betancourt se presentó en el parlamento Europeo. Llorando y vestida de negro como una ?plañidera? del norte del Perú

El tiro por la culata

A Ingrid Betancourt no le otorgaron el premio Nobel de la Paz. Se le escapó este galardón internacional que tanto ambicionaba, que entre sus ventajas otorga un millón 400 mil dólares al suertudo que lo obtiene. Se sentía con derecho a este premio, y los representantes del derechista presidente francés en el Parlamento Europeo, le habían asegurado que el Nobel seria para ella. Quién más podría tenerlo, le dijeron.

Católica casi hasta el fanatismo, semblante de mujer pungida, campeona en dar besitos y abrazos a reyes, papas, presidentes, y toda suerte de personaje con poder. Maestra en el arte de llorar con facilidad y en la contorción teatral, no había otra como ella. Y los 200 candidatos al premio Nobel de la Paz, le quedaban chicos, pero para mala suerte de ella, el comité de Noruega decidió entregar el premio a Martti Ahtissari, ex presidente de Finlandia.

La señora Betancourt, meticulosa para sus negocios, con anticipación había organizado una conferencia de prensa para el viernes 10 de octubre, donde daría a conocer su triunfo en el premio Nobel de la Paz que ella se sentía segura de tener entre manos. Tuvo que retroceder y anular el evento previsto en uno de los hoteles más lujosos de Paris. Se puede decir que se quedó con los crespos hechos, algo así como cuando la novia o el novio pierde a su pareja en la puerta de la iglesia. El hotel Le Meuricio, donde Betancourt, tenia preparado su cita con el periodismo internacional, es un hotel de Paris cinco estrellas. El precio por persona es entre 620 y 1,650 euros la noche. ¿Quién pagó la cuenta?. Se dice que la factura del paradisiaco hotel fue pagado por l’OREAL, una de las mas grandes transnacionales de cosméticos y productos de belleza de Francia.

El día 8 de octubre, dos días antes de que el Comité del Premio Nobel, decidiera a quien entregar el deseado galardón, Ingrid Betancourt se presentó en el parlamento Europeo (Bélgica), donde los parlamentarios saborearon sus lágrimas y su histrionismo angelical. Llorando y vestida de negro como una “plañidera” del norte del Perú, leyó su discurso cuyo texto puede competir con cualquier panegírico religioso o algún discurso de campaña electoral en America Latina.

Su tema preferido fue la libertad de los “rehenes que tiene en su poder los guerrilleros de las FARC”, sin decir una palabra sobre más de 4 mil prisioneros de guerra que se mueren en las prisiones inhumanas del régimen colombiano. Se dijo amante de la democracia, la libertad y la justicia social, pero ocultó su apoyo a personajes reaccionarios de la política internacional. En pleno llanto, y cubriéndose la cara con ambas manos, recordó su cautiverio y las horas que dedicó a leer la biblia y rezar en “nombre de los pobres”. Los parlamentarios no pudieron contener sus emociones, y el llanto fue general en el hemiciclo.

Que espectáculo más dramático hubo ese día en el parlamento Europeo, ni el genial Victo Hugo habría imaginado alguna vez tremendo cuadro de surrealismo político concomitante entre una sensibilidad humana con olor a hipocresía, y una falsedad con pretensiones redentoras. El remate final de la conferencia de la bienaventurada Ingrid Betancourt, fue en un lujoso rastaurand en el centro de Bruselas donde entre caviar y vinos franceses de los mejores, se brindó por la futura Premio Nobel de la Paz.

Hay que recordar que fue la presidenta chilena Michelle Bachelet, quien introduzco la candidatura de Ingrid Betancourt al premio Nobel de la Paz. Su merito para postular a este premio fue haber pasado 6 años en una prisión clandestina de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), donde como ella misma lo ha narrado, se pasó la vida entre rezos, plegarias y la lectura de todos los vericuetos del libro sagrado. Fue liberada el 2 de julio de este año, y desde ahí arrancó un peregrinaje mediático con un tufillo repleto de ambiciones y hambre voraz de fama y poder.

En ese propósito, apareció públicamente abrazando y sosteniendo a Álvaro Uribe, presidente de Colombia acusado de crímenes de guerras, de tener vínculos con el narcotráfico internacional y ser el responsable de la organización de los grupos paramilitares. El peregrinaje la llevó también a Francia, donde se declaró admiradora del presidente Nicolas Sarkozy. Después fue Roma, donde se encontró con el Papa Benedicto XVI. Ahí en el Vaticano lloró en brazos del ex soldado nazi ahora convertido en papa de los cristianos, y juntos, rezaron por “todos los prisioneros de las FARC”. Ni una palabra de miles de victimas de la guerra sucia en Colombia impuesta por el régimen de Álvaro Uribe, que ella sostiene y alaba.

La Betancourt, es apenas una muestra de todos esos farsantes que surgen como hierba mala en America Latina, y que por intereses políticos de las grandes potencias económicas se convierten de héroes, heroínas, y grandes personajes de la historia. Algo parecido a los santos y milagros que fabrica la Iglesia católica, no por convicción objetiva de los hechos, sino más bien para engatusar a ese rebaño de imberbes que se dejan estafar por políticos corrompidos, papas, cardenales, obispos y curas de todo pelaje.

Ingrid Betancourt, no solo es una farsante, es peor que eso. Es cínica, mentirosa y reaccionaria. Esta al margen del sufrimiento del pueblo colombiano, está al margen de la lucha contra el narcotráfico internacional y esta al margen de la lucha por la paz en Colombia. Su ligazón y apoyo al presidente Álvaro Uribe no es otra cosa que sostener la corrupción en el Estado, la pobreza, la guerra socia, el narcotráfico y los crímenes cometidos por los grupos paramilitares en Colombia.

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