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Asturies :: 17/12/2019

¿Uníos Hermanxs Proletarixs?

CSI - Mocedá
Para resistir ante la ofensiva neoliberal, será necesario contar con todas las manos y no dejar a nadie atrás, o la historia se ocupará de hacernos ver nuestros errores.

"Un pueblu qu'oprime a otru forxa les sos propies cadenes"
K. Marx

Reflexionaba Naomi Klein en su libro “La doctrina del shock”, acerca de cómo ciertas reformas estructurales, cambios sociales, u operaciones políticas de difícil aceptación en condiciones normales, son introducidas aprovechando determinados momentos de conmoción en la opinión pública, precisamente tras esos “choques” que dan título al libro.

Siguiendo este hilo, cabría preguntarnos por qué venimos asistiendo, especialmente durante los últimos meses, a un sinfín de noticias de prensa, piezas de periodismo de investigación, especiales informativos… que tienen como leitmotiv común la idea de que en los estados de Europa occidental se está sufriendo una avalancha de inmigración sin precedentes en la historia. Inmigración que está, además, aparentemente unida a delincuencia, inseguridad o marginación, como convenientemente se encargan de resaltar quienes redactan estas noticias. Parece evidente que existe la voluntad de generar un miedo y un rechazo irracionales a estas personas que por diversos medios cometen el terrible pecado de traspasar las fronteras de la sacrosanta Europa. La compasión, en todo caso, queda tímidamente reservada sólo para aquellos que se quedan en el camino.

Todo esto no es nada nuevo. Llevamos décadas asistiendo a la criminalización del migrante, al cuestionamiento de los derechos que supuestamente otorgamos a todo ser humano, y al sobredimensionamiento del fenómeno migratorio direccionado hacia los estados europeos. Lo que es relativamente novedoso, es la repentina connivencia entre ciertos sectores de la izquierda, que vienen presentándose como los guarda esencias del obrerismo y que destilan reaccionarismo en cualquier cuestión que tenga que ver con género, autodeterminación o migraciones, con las líneas estratégicas que desarrollan personajes como el lombardo Matteo Salvini, que representa probablemente a la facción más dura y peligrosa de la extrema derecha europea. Presentan, sin sonrojarse, la defensa de los derechos de las personas que migran, incluso el rescate en alta mar de náufragos a la deriva, como una cuestión puramente cosmética, “progre”, favorable al establishment y que responde a la estrategia de no se sabe qué poderes fácticos que promueven la llegada de estas personas. De esta manera, ambos sectores aparentemente antagónicos se presentan como defensores de una soberanía nacional ficticia, de unos derechos de los obreros nacionales que las élites europeas buscan socavar a través de la llegada de estas personas (sic). Últimamente, pueblan las redes sociales, ciertos medios de comunicación, e incluso los actos de editoriales de tanta trayectoria como “el Viejo Topo”, personajes como el inefable Diego Fusaro: esa especie de intelectual del fascismo del siglo XXI que combina referencias huecas a pensadores como Gramsci, con alabanzas a Salvini y Vox, columnas en revistas neonazis y un aire sobreactuado de enfant terrible de universidad privada. Esta repentina entente entre una parte de la intelligentsia izquierdista y los gurús de la extrema derecha europea debería ponernos sobre aviso: es cada día más apremiante que, desde las organizaciones obreras, sentemos las bases de un discurso coherente y de clase que permita contrarrestar la oleada reaccionaria que persiste en ver al migrante como un enemigo, o cuanto menos una molestia, en lugar de como un valioso aliado en la lucha de clases.

Cuando la ultraderecha española y las ministras del Gobierno "socialista" coinciden en la necesidad de penalizar legalmente a las personas que procuran paliar en la medida de lo posible el desastre humano que se está viviendo en aguas mediterráneas, es fácil darnos cuenta de que, como decimos, la estrategia de las élites apunta a la criminalización y la deshumanización de las personas que migran. Sin embargo, como organizaciones con un marcado carácter de clase, debemos ir más allá en nuestros discursos; es relativamente sencillo movilizar a parte importante de la opinión pública europea en la necesidad de frenar las muertes en el mediterráneo, especialmente si identificamos a las personas que cruzan el mar con refugiados que huyen de una muerte segura en los múltiples conflictos que sufren sus países de origen. Nos encontramos con la paradoja de que, mientras que una mayoría de la población española se posiciona a favor de estos rescates en alta mar, no ocurre lo mismo si hablamos de garantizar los derechos sociales y laborales básicos de las personas migrantes que ya habitan nuestras ciudades y pueblos. La distinción entre legales e ilegales, o entre refugiados y migrantes por razones económicas o de cualquier otra índole, se convierte en una especie de telón de acero que divide nuestra sociedad: a un lado la empatía y la solidaridad, al otro la clandestinidad, la indiferencia. Como apunta el médico y sociólogo francés Didier Fassin, en las últimas décadas el derecho a la vida, representado en la caridad y el humanitarismo, se ha ido imponiendo al discurso de la justicia social, la solidaridad y los derechos sociales. Es obvio que frenar las muertes en el mediterráneo es un asunto de primer orden que merece toda nuestra atención, pero debería ser igual de obvio que es necesario que las personas que ya viven dentro de nuestras fronteras tengan garantizado el acceso a la red de servicios públicos, así como a los derechos laborales y sociales de que disfrutamos el resto de los ciudadanos. Sin embargo, por lo general asistimos con total indiferencia a esa cotidianidad de violencia estructural, tanto policial como judicial, laboral o sexual, que sufren especialmente las personas consideradas ilegales que viven dentro de esta Europa Fortaleza

Se evidencia que la lucha contra las leyes de extranjería, la omnipresente explotación laboral, las identificaciones, deportaciones y detenciones aleatorias, o el confinamiento en esos campos de concentración modernos que son los CIEs, no generan el mismo interés que el cierre de tal o cual empresa, o el desastre natural de turno, así como tampoco preocupan las causas estructurales de la miseria en los lugares de origen. Cuando organizamos una movilización, una charla, un concierto, tampoco solemos hacer referencia a estas problemáticas, ni siquiera nos paramos a pensar si la forma y el método de estas movilizaciones hace posible la asistencia de personas que viven en condiciones de precariedad extrema, o incluso de manera clandestina. La propia estructura de nuestras organizaciones dificulta sobremanera la presencia de una parte de la clase trabajadora que se ocupa del trabajo estacional, la venta ambulante, o el trabajo doméstico de cuidados en unas condiciones de total indefensión y carencia de los derechos laborales más básicos.

 Encontramos, afortunadamente, algunos ejemplos esperanzadores a lo largo del Estado español que nos indican cuál puede ser el camino a seguir. El conflicto laboral de la huerta de Peralta (Nafarroa), durante el cual los trabajadores organizados a través del sindicato LAB consiguieron doblegar a la empresa tras 28 días de huelga, es una buena muestra de cómo las organizaciones sindicales tradicionales pueden adaptarse a contextos de lucha muy complejos y salir reforzados. Así mismo, los Sindicatos de manteros en ciudades como Barcelona o Madrid representan una buena muestra de hasta donde pueden llegar la autoorganización y la capacidad de resistencia frente a la criminalización y el acoso policial a los que se enfrenta este colectivo. Podemos fijar la vista, en fin, en un buen número de experiencias exitosas que nos enseñan como, a través de la horizontalidad, la apertura, y dejando de lado tanto prejuicios como privilegios es posible conseguir grandes avances en las luchas cotidianas. 

Es absolutamente necesario desarrollar las herramientas discursivas y organizativas que permitan por un lado combatir los discursos reaccionarios y racistas que se emiten a derecha e izquierda (especialmente los que pronuncian ciertos “intelectuales” pretendidamente anticapitalistas), y por otro aglutinar a una clase trabajadora de la que las personas migrantes son parte fundamental. Para conseguir resistir ante la ofensiva neoliberal, será necesario contar con todas las manos y no dejar a nadie atrás, o la historia se ocupará de hacernos ver nuestros errores. Mientras no comprendamos que feminismo y antirracismo son cuestiones de primer orden, y que no podrá existir una verdadera liberación de clase si no se atiende también a estos aspectos, no podremos construir ese mundo nuevo (y mejor) que perseguimos. Un buen comienzo quizás sería mencionar, el próximo primero de mayo, que esos cinco mártires de Chicago cuya lucha celebramos cada año, aparte de obreros anarquistas organizados eran emigrantes alemanes que llegaron a los Estados Unidos como consecuencia de la crisis económica que azotaba Europa en esos años. Puede que así, al menos, aquellos que aseguran que la inmigración pone en riesgo los derechos laborales conseguidos se lo piensen dos veces antes de proferir en público semejantes estupideces.

 

Enlace al artículo: https://www.lahaine.org/fQ0J