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Europa :: 04/02/2020

La Unión Europea y la estrategia socialista

Antonio Torres
El horizonte socialista para los diferentes pueblos de Europa, especialmente, los del Mediterráneo como Andalucía, pasa por constatar el fracaso histórico de la UE

“(…) que el comportamiento negativo de los mercados sirva de aviso a la ciudadanía para que no vote a partidos populistas, sean de derechas o de izquierdas”, Günther Oettinger, comisario europeo de Programación Financiera y Presupuestos.

Consejo de la Unión Europea, Parlamento europeo, Consejo Europeo, Comisión Europea, Banco Central Europeo, etc. Estamos acostumbrados a escuchar en los grandes medios de comunicación los nombres de las principales instituciones europeas, pero difícilmente cualquier trabajador o trabajadora de cualquier Estado miembro de la Unión Europea (UE) sabría explicarnos las funciones de todas esas instituciones y diferenciarlas. Más bien, lo normal es que en nuestras mentes aparezca una compleja tela de araña burocrática, una trama de instituciones que se superponen las unas a las otras sin orden ni concierto, y en cierto modo, si tenemos la sana curiosidad de averiguar cuáles son las funciones de esas instituciones, es así, es decir, es pura burocracia, es un auténtico entramado institucional donde incluso no es complicado encontrar duplicidades de funciones, es decir, que distintas instituciones prácticamente coincidan o realicen las mismas funciones.

Quienes defienden las instituciones europeas nos dirán que, a pesar de todo eso, con ello se conjugan dos elementos: una toma de decisiones consensuada entre los gobiernos de los diferentes Estados miembros y, por otro, una cierta “federalidad” e incluso “soberanía europea”. Dos elementos que suelen estar en tensión en más ocasiones de las que nos podríamos imaginar y de las que nos enteramos.

Todo ese entramado institucional se presenta y se piensa como algo lejano, por más que esas instituciones se esfuercen en demostrar cercanía y eficacia, no consiguen su objetivo. Se suele decir que el rechazo popular a estas instituciones viene de su papel en el estallido de la crisis sistémica del 2007/2008, pero el caso es que los rechazos vía referéndums al proyecto de Constitución europea o al Tratado de Lisboa ya estaban dejando claro que de la indiferencia se estaba pasando al rechazo.

Recientemente se formó el nuevo gobierno español de PSOE y Unidad Podemos, y la prensa no tuvo reparos ni objeciones en señalar que el nombramiento de Nadia Calviño como Vicepresidenta tercera y Ministra de Asuntos Económicos y Transformación Digital pretendía evitar recelos en Bruselas y en los mercados. Nadie dijo nada, ni mucho menos Unidas Podemos. Parece que en todos estos años hemos asumido como normal que Bruselas y los mercados quiten y pongan ministros e incluso presidentes, o que, en este caso, preventivamente, se nombre a tal o cual ministro o ministra para que sea del gusto del binomio Bruselas-mercados. Ya nos queda lejos en el tiempo qué pasó en el 2011 con la reforma del artículo 135 de la Constitución española.

Recordemos Italia. Ya en la nebulosa de los tiempos no recordamos cómo fue el final de Silvio Berlusconi, no recordamos como el Presidente de la República en 2011, Giorgio Napolitano, conspiró con Bruselas para forzar la dimisión Berlusconi y que asumiera la jefatura del ejecutivo italiano Mario Monti. Más recientemente, sin salir de Italia, cuando el Movimiento 5 Estrellas y la Liga llegaron a un acuerdo de gobierno, ambos partidos acordaron que el Ministro de Economía fuera Paolo Savona; por supuesto, Savona no puede ser calificado de ningún modo como “populista”, fue Ministro de Industria con el Primer Ministro Ciampi en los 90 y responsable de la patronal Confindustria; simplemente, Savona se había mostrado crítico con la arquitectura de la Unión Europea tal y como está concebida, ni más ni menos, por supuesto, Savona jamás se había inclinado por una salida de Italia de la Unión Europea ni tampoco del Euro, por eso, fue vetado como ministro por el Presidente de la República, Sergio Mattarella.

Cuando la Comisión Europea ejerce prácticamente como un gobierno al que nadie ha elegido, o el Banco Central Europeo como un ministerio de economía, hacienda y finanzas, es lógico que el malestar surja, y surja incluso en quienes defienden la Unión Europea y el Euro.

Por supuesto, no podemos olvidarnos de lo ocurrido –y de lo que aún hoy sigue ocurriendo- en Grecia. Aunque ya Grecia no abre portadas de periódicos o webs ni informativos, el Estado griego tiene una deuda que supera el 170% de su PIB; para el economista belga Eric Toussaint, un incasable luchador contra las deudas ilegítimas, “Grecia permanece bajo una especie de mandato de protectorado disimulado por apariencias de soberanía”Toussaint participó en la Comisión para la Verdad sobre la deuda pública griega cuyo trabajo se desarrolló entre abril y junio de 2015.

La conclusión (1) de la Comisión fue clara: toda la deuda reclamada por la Troika (Comisión Europea, Banco Central Europeo y FMI) quedó identificada como odiosa, ilegítima, ilegal e insostenible y recomendaba explícitamente el repudio de la deuda por parte del Gobierno griego en un acto unilateral de soberanía. Para resumir un relato que no por conocido, no deja de tener aspectos oscuros y poco conocidos, para Eric Toussaint tanto Tsipras como Varoufakis nunca tuvieron la más mínima intención de desobedecer las indicaciones de la Troika, ni de cumplir con el Programa de Salónica, ni tampoco tenían Plan B alguno en caso de que las negociaciones con Bruselas fracasaran, es decir, siempre hubo un Plan A, el de someterse a los dictados de Bruselas. Esto es importante porque de todo lo que ocurrió en Grecia durante el convulso 2015 se ha desprendido un relato interesadamente equivocado que describiría a un Tsipras atormentado y doblegado por las circunstancias, y a un Varoufakis rebelde y odiado por la Comisión Europea. Igualmente, explica que el 20 febrero de 2015, es decir, ni a un mes de que Syriza hubiera ganado las elecciones, el por entonces presidente del Eurogrupo, el socialdemócrata holandés, Jeroen Dijsselbloem, anunció a Varoufakis que Grecia no recibiría los 11.000 millones del Fondo de recapitalización de los bancos y de que tampoco se recibirían los 7.200 millones de euros del crédito ya concedido por la Troika, lo que llevó a anunciar el abandono del programa electoral de SyrizaTsipras y Varoufakis aceptaron la imposición de Bruselas, lo que condujo a la primera gran crisis interna de Syriza, provocando el abandono de uno de sus partidos, el KOE (Organización Comunista de Grecia), y la creación de una fuerte oposición interna de izquierdas que con el tiempo también acabarían abandonando la coalición.

“La conclusión de la Comisión fue clara: toda la deuda reclamada por la Troika (Comisión Europea, Banco Central Europeo y FMI) quedó identificada como odiosa, ilegítima, ilegal e insostenible y recomendaba explícitamente el repudio de la deuda por parte del Gobierno griego en un acto unilateral de soberanía.”

Y del 20 de febrero al 6 de julio, solo un día después de la histórica victoria del No (Oxi) en el referéndum por el cual el pueblo griego rechazaba el chantaje de Bruselas (y los mercados), Jacques Lew, el Secretario de Estado del Tesoro de Estados Unidos, llamó a Tsipras por teléfono para presionar con el fin de que aceptase un nuevo memorando con las condiciones exigidas por la Troika y rechazadas por el pueblo griego. El ex Presidente francés François Hollande hizo lo mismo. Tsipras se reunió con los partidos que llamaron a votar por el Sí, y elaboró con ellos una posición conforme a las demandas de la Troika, aunque éstas ya habían sido rechazadas en el referéndum. Varoufakis dimitió, siendo reemplazado por Euklide Tsakalotos que desde abril llevaba en su lugar las negociaciones con Bruselas. Varoufakis declaró tras su renuncia: “Doy mi total apoyo al primer ministro Tsipras, al nuevo ministro de Finanzas y a nuestro gobierno”. Posteriormente, en 2018, Varoufakis en una entrevista(2) a la televisión griega Skai TV y ya antes en su libro Adults in the Room (llevada al cine recientemente por el director Costa Gavras) diría que el magnate George Soros llamó a Tsipras en julio 2015 para exigirle su cabeza.

Sobre aquel verano griego del 2015, el director de documentales como Deudocracia o CatastroikaAris Chatzistefanou, nos cuenta algo significativo (3) y que nos viene a adelantar la cuestión central del presente artículo: “Durante la noche de las negociaciones entre los griegos y los europeos apareció el hashtag “Es un golpe de Estado”. Venía de Barcelona, creo. Mi primera reacción fue escribir “No es un golpe de Estado, es la Unión Europea que ha sido siempre así”Cuando hablas de un golpe, quieres decir que no se ha aplicado el procedimiento estándar, que tenías una democracia y luego una dictadura. Y no ocurrió eso. Esta ha sido siempre la forma de trabajar de la UE. Solo que durante los años de prosperidad no tuvo que usar instrumentos antidemocráticos para imponer su voluntad. Si decimos que es un golpe, es aceptar que existe una unión democrática y que, por lo tanto, si volvemos a su statu quo estará bien. Y esto no va a funcionar. Esta dinámica está dentro del ADN de la UE desde el Tratado de Maastricht.

Chatzistefanou, como Toussaint, es de la opinión de que Tsipras en ningún momento se planteó otra cosa que no fuera aceptar los dictados de la Troika; es más, acudiendo a fuentes internas del Gobierno griego de entonces, afirma que Tsipras, de alguna manera, deseaba o bien perder el referéndum del 5 de julio, o que arrojase un resultado tan ajustado que le sirviera en todo caso como excusa para aceptar los dictados de Bruselas.

Todo esto nos lleva a dos cuestiones: 1) si existe, por llamarlo de alguna manera, un “Consenso de Bruselas”; 2) si se puede concebir una estrategia socialista en el marco de la Unión Europea.

El “Consenso de Bruselas”

Si repasan toda la literatura relacionada con las intervenciones de la Troika, especialmente, de dos de sus componentes, la Comisión Europea y el BCE, verán que las palabras “Bruselas” y “mercados” suelen aparecer juntas, una seguida de la otra. No es una casualidad. Jamás, por exagerada que parezca la siguiente afirmación, un cuerpo institucional ha estado tan ligado al capitalismo en su fase imperialista.

Y sí, lo han adivinado, ha llegado el momento de citar a Lenin, concretamente un texto suyo de 1915 (4) en el que se criticaba la consigna de los “Estados Unidos de Europa”“Desde el punto de vista de las condiciones económicas del imperialismo, es decir, de la exportación de capitales y del reparto del mundo por las potencias coloniales “avanzadas” y “civilizadas”, los Estados Unidos de Europa, bajo el capitalismo son imposibles o son reaccionarios”.

Los argumentos que de forma breve desarrolló en ese texto no pueden estar de más rabiosa actualidad: 1) que ningún capitalista ni Estado va a renunciar a su parte del botín, por tanto todo acuerdo se hace en base a una relación de fuerza; 2) que, a pesar de ello, no son descartables los acuerdos entre los capitalistas europeos, pero para un reparto colonial –hoy neocolonial-, para aplastar cualquier posibilidad de transformación social y para competir con otros capitales. Estas consideraciones leninistas se ven reforzadas por las explicaciones del economista griego Costas Lapavitsas que en un artículo del 2017 (5) nos explicaba como a finales de los 90 y principios del 2000, Alemania, o sea, el gran capital alemán, gracias a los ataques a los derechos de la clase obrera alemana, consiguió situar a su industria exportadora en un lugar de privilegio, a ello se añadió las inversiones en el recién conquistado Este de Europa, todo un “paraíso” de bajos salarios. La supremacía alemana preparó el terreno para construir nuevos acuerdos institucionales en la Unión Europea que pudieran traducir la hegemonía de las exportaciones industriales alemanas. El momento decisivo de esta evolución llegó cuando Alemania, con Angela Merkel, asumió el liderazgo a la hora de determinar la respuesta de la UE a la crisis, aprovechando su posición como principal prestamista y acreedor europeo, construida a lo largo de años de excedentes de exportación. Alemania obligó a los países deudores de la periferia de la UE, especialmente a Grecia, a aceptar políticas de austeridad y liberalización asfixiantes como condición para su rescate y también impuso cambios en la UE que institucionalizaron la austeridad.

Para Lapavitsas la actual Unión Europa tuvo un momento fundacional: Maastricht. En una entrevista(6) argumentaba lo siguiente: “La lógica de la UE desde Maastricht ha sido la lógica del mercado único. El mercado único es, básicamente, un mecanismo de homogeneización que busca acomodar el neoliberalismo. Se trata de un conjunto de acuerdos y principios que sistemáticamente promueven el neoliberalismo a través de la búsqueda de estrategias que fortalezcan el capital cada vez que surge un problema. El mercado único es un mecanismo muy poderoso, y uno de los motores que lo hace funcionar es el Tribunal de Justicia de la Unión Europa (TJUE)”. Y continúa: “La gente no entiende la importancia del Tribunal de Justicia. Para que los mercados funcionen tiene que existir un marco legal adecuado, y el marco legal europeo se ha creado, sin pausa, durante las últimas décadas. Ha sido creado por el Consejo de Ministros, que presenta la mayoría de las leyes, y por el Tribunal de Justicia, que las interpreta y que también tiene capacidad para crear jurisprudencia. Este mecanismo es neoliberal de principio a fin. No hay intereses populares expresados en esta configuración. Los sistemas legales nacionales individuales, específicos de cada país, están obligados a cumplir con el acervo comunitario, la ley europea, que ahora se ha convertido en un vasto sistema legal. Mientras sea así, la izquierda puede olvidarse de los desafíos radicales a las relaciones entre el capital y el trabajo. Tan pronto como la izquierda acepte el mercado único, todo esto está acabado, debe ser olvidado”.

¿Desde Maastricht? Por supuesto, pero, ¿acaso estas cuestiones no estuvieron encima de la mesa nada más y nada menos desde que se creó la CECA, Comunidad Europea del Carbón y el Acero? ¿acaso el “sueño europeo” de los Schuman, Monet o Adenauer al que tantas veces se apela no era el de la utopía reaccionaria de la unión en paz y armonía de los grandes capitales europeos frente a la entonces amenaza soviética y la amenaza que aún suponían los partidos comunistas?, ¿de aquellos barros estos lodos?

Después de todo lo acontecido, ¿no se puede afirmar que el “Consenso de Bruselas” no ha hecho más que copiar en el contexto europeo el conocido Consenso de Washington diseñado para saquear a los países endeudados del llamado Tercer Mundo?

¿Se puede concebir una estrategia socialista en el marco de la Unión Europea?

Hay que decirlo claramente, la tan nombrada crisis de la izquierda en Europa y el consiguiente aumento de las opciones neofascistas y de ultraderecha tienen mucho que ver con la incapacidad por parte de la izquierda de romper con el marco impuesto por la Unión Europea y con la asunción del TINA de Margaret Thatcher, el “There Is No Alternative” (No Hay Alternativa). Lo vimos en Grecia con Syriza.. En buena lógica, si la izquierda es incapaz de ofrecer una alternativa, otras fuerzas lo harán, y eso es lo que han hecho las fuerzas neofascistas y de ultraderecha, ofrecer una alternativa racista, xenófoba, islamófoba, machista y reaccionaria que va en beneficio de unas élites capitalistas nacionales que se han visto desplazadas y que ansían volver a tener el protagonismo perdido.

Se apela a una transformación democrática de la actual Unión Europea, pero no se explica cómo. Aunque en el Grupo Confederal de la Izquierda Unitaria Europea/Izquierda Verde Nórdica (GUE/NGL), del que forman parte IUPodemos o EH Bildu, conviven opciones claramente contrarias al marco europeo, como el PC portugués, otras ambiguas como el PT de Bélgica, y otras que lo aceptan como Podemos e IU, el caso es que realmente desde esa izquierda no ha habido una alternativa clara de ruptura con unas instituciones que difícilmente pueden ser transformadas en un sentido democrático y popular. Justamente, la dificultad de explicar y de concretar ese proceso de democratización está en una imposibilidad práctica de hacerlo, ni más ni menos.

¿De verdad alguien piensa que la transformación de la UE en un sentido democrático vendrá cuando se den en los Estados europeos –especialmente en Alemania y Francia- una sucesión de gobiernos progresistas que acometan esa tarea? Antes se daría la alineación de Júpiter con Saturno.

Se nos puede decir que Portugal ha marcado una diferencia, pero no es cierto o al menos no del todo. Que en Portugal se han frenado las políticas más austeras y dañinas es cierto. Por otro lado, en ese proceso de reversión y resistencia a las políticas de austeridad han sido fundamentales tanto el Partido Comunista como el Bloco que han presionado a un Partido Socialista que de motu proprio no tenía la más mínima intención de ir más allá de ciertas medidas cosméticas. En una intervención en enero del 2018, el secretario general del PCP Jerónimo Sousa (7), señalaba la ausencia de voluntad del PS de acometer cambios estructurales, especialmente en materia fiscal y en inversiones, imposibles de implementar, según sus palabras, sin cuestionar el Euro y la Unión Europea. Por su parte, Francisco Louça, del Bloco, recordaba (8) como la presión de la izquierda (PCP y Bloco), de los sindicatos y del movimiento popular forzó al Gobierno del PS a que cuando se subió el salario no se intentara compensar a los empresarios con la bajada de las cotizaciones sociales. Igualmente, coincidiendo con Jerónimo Sousa, señalaba la imposibilidad de implementar medidas estructurales necesarias sin cuestionar el Euro y la Unión Europea.

Y llegamos al Brexit, donde hemos podido comprobar de primera mano la total y absoluta falta de perspectiva de la izquierda europea que, de alguna manera, ha arrastrado a esa gran esperanza progresista que lideraba el dirigente laborista Jeremy Corbyn en las pasadas elecciones en el Reino Unido. No comprender la necesidad de poder político, de soberanía, fundamental para implementar cualquier medida progresista, está en el centro de la cuestión, se quiera o no. Para situar esta cuestión y de alguna manera resumir los ríos de tinta que esta cuestión ha desencadenado planteamos la siguiente afirmación basándonos en la acusación que Corbyn le lanzó a Boris Johnson de utilizar el Brexit para vender el sistema sanitario británico: no se podía poner en duda la acusación de Corbyn a Johnson de utilizar el Brexit para desmantelar el sistema de salud y venderlo a agentes privados norteamericanos, pero también había que poner en duda que el programa de Corbyn se pudiera implementar en un Reino Unido dentro de la Unión Europea.

Desde el 2016, hemos visto desfilar toda clase de argumentos que acusaban a los votantes británicos pro Brexit de racistas y xenófobos; se ha utilizado la imagen estereotipada hasta la saciedad de un decadente Norte de Inglaterra industrial poblado de ignorantes, brutos y chovinistas, fácilmente manipulables por una élite que utilizando toda clase de mentiras y a los inmigrantes como chivos expiatorios, ha llevado al Reino Unido a su retirada de la Unión Europea. Este relato, simplista y torticero, lamentablemente ha sido asumido por gran parte de la izquierda europea. Pero el mayor fracaso, ha sido el de Corbyn; mientras mantuvo la posibilidad de un Brexit “social”, las expectativas de implementar su programa aumentaban, fue cuando rescató la posibilidad de un nuevo referéndum lo que hizo que su base electoral empezase a desconfiar de él y a verle, de alguna manera, como un instrumento más de las élites capitalistas anti Brexit.

Es falso que hubiera temor a la implementación del programa de izquierdas del partido Laborista, YouGOV señalaba que el 64% de los británicos estaba a favor de subir los impuestos a las rentas más altas, el 56% a favor de la nacionalización de los ferrocarriles, o que el 54% estaba a favor de que los trabajadores ocuparan un tercio del órgano ejecutivo de una empresa; igualmente el apoyo a otras medidas como la subida del salario mínimo o del gasto sanitario eran abrumadores.

Es falso incluso el mito –porque de otra manera no se puede calificar- de que el Brexit es apoyado por una clase obrera racista, xenófoba y nacionalista. Para el economista Vicenç Navarro los motivos son otros (9): “Y si analizamos los datos en la distribución de las rentas vemos dos cosas. Una es que en cada uno de estos países –incluyendo el Reino Unido– ha habido un claro descenso desde que se fundó la UE del porcentaje de las rentas derivadas del trabajo sobre el total de rentas (siendo este hecho incluso más acentuado en los países de la Eurozona), hecho que se debe a la imposición de las políticas neoliberales (y digo imposición pues no estaban en sus programas electorales) por parte de los partidos gobernantes. El descenso de esta masa salarial fue el reflejo de un descenso de la estabilidad y de la calidad de los puestos de trabajo para la mayoría de los trabajadores, un descenso en el que la desregulación de la movilidad del capital y de la fuerza del trabajo que ha caracterizado el establecimiento de la UE jugó un papel clave”. No era una cuestión nacionalista o identitaria, sino de clase.

La cuestión de la identidad nacional tampoco puede ser despreciada. Es lógico que quienes se ven atacados por una clase aparentemente transnacional o desnacionalizada apelen a su identidad como resistencia, aunque sea de forma simbólica. Si la izquierda se niega a tratar esta cuestión con un enfoque progresista e internacionalista, lo harán, como hemos visto, los perros de presa del gran capital: los neofascistas y ultraderechistas. Por otro lado, si hay una cuestión en la que la hipocresía de los imperialistas se hace notar es justo éste, el de la identidad nacional: los mismos que denuncian los identitarismos son los que por otro lado los promocionan cuando así les interesa, como, por ejemplo, cuando se enfrentan a una nación sin Estado que reivindica su derecho a la autodeterminación y a la soberanía nacional, o simplemente, en un ejercicio histórico y clásico del gran capital tratan de enfrentar a trabajadores según su origen.

No queda otra, el horizonte socialista para los diferentes pueblos de Europa, especialmente, los del Mediterráneo como Andalucía, pasa por constatar el fracaso histórico de la UE y el Euro situando en primer plano, junto a la cuestión de la soberanía nacional, las cuestiones democráticas y las políticas económicas que refuercen la posición del trabajo frente al capital. Así se construye hoy la democracia, con poder obrero y popular, y así se construye internacionalismo proletario y solidaridad entre los pueblos.

Que sirvan estas palabras de aviso a navegantes para quienes confían en el nuevo gobierno español en negociar el déficit con Bruselas para así poder desarrollar políticas sociales o a quienes desean la soberanía y la independencia nacional catalana, escocesa, vasca, etc.

 

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