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Mundo :: 28/10/2020

Danzar con la muerte

Romina Lema

 La experiencia del fallecimiento tan difundida socialmente como el doloroso y temido final del camino, ha tomado otros colores en la historia. Incluso actualmente es vivida como una gran transformación evolutiva desde algunos pueblos indígenas, similar al de una oruga al convertirse en mariposa.

 Antiguamente en la Europa del siglo XIV pueden verse pinturas donde los esqueletos invitan a la danza del renacimiento. Incluso, en 1424 en París, pintan el mural “Cementerio de los inocentes” que muestra al rey, un campesino, el papa y una doncella bailando con su propio cadáver. Simbólicamente llevan consigo la muerte y danzan con ella durante el curso de su vida.

Con la proliferación de relojes avanzada la Edad Media, la muerte deja de concebirse como un encuentro que dura toda la vida y se convierte en el acontecimiento de un momento, como el fin del tiempo lineal. En los grabados en madera de la época se ven esqueletos que bailan ahora con relojes en las manos. El campanario en las Iglesias marca el comienzo de ese período. Dicha institución luchó contra las tradiciones paganas donde se bailaba en los cementerios y la muerte era una ocasión para renovar la vida. Danzar sobre tumbas para afirmar la alegría de estar vivo, y también como fuente de muchas canciones y poemas eróticos.

 Los pueblos indígenas de América que sobrevivieron a la conquista aportan también otra visión, donde existe muchas veces un sincretismo entre la cultura tradicional y la católica. El caso de los indios Tzotziles y Tzeltales en Chiapas-México podrían verse como una excepción, ya que entienden la muerte como un punto en el que todo acaba, no la consideran como un paso hacia una vida mejor. Esta visión subraya la premisa de que la felicidad verdadera debe hallarse en esta vida, aquí en la tierra.[1]

 En la comunidad Paí Tavyterás -pertenecientes al pueblo Guaraní actualmente ubicados en la zona oriental de Paraguay- la muerte es considerada la prueba más difícil de la vida en la tierra. Toda la comunidad y en especial los afectos más cercanos y ancianos, ayudan a la preparación del individuo para la muerte. Con rezos le cuentan las bellezas de su futura vida y de las personas ya fallecidas con quien se va a encontrar, y hasta se les pide llevar mensajes para algunas de esas alma de parientes difuntos.[2]

 En el caso del pueblo Quechua ubicado en parte de Bolivia, Chile, Perú y Argentina la muerte no representa un agujero negro al final del camino, sino un cambio de dimensión. La experiencia de la muerte es un momento fuerte, más aún donde la muerte temprana es una vivencia cotidiana, pero entender la muerte como un ritual y vislumbrar estructuras o sentidos allá donde la cultura occidental solo experimenta dolor, es lo que marca la diferencia.

 "Para nosotros el concepto de muerte es un concepto de transformación, y está implícito en la vida nuestra no solamente en un momento, sino que morimos constantemente" cuenta Marcela Guerra, mujer medicina o "Warmi Hampiri" del pueblo Quechua de la Provincia de Salta en Argentina. Para ellos no existe la idea de la muerte como un final, sino que es una transformación más en la existencia del ser. En palabras de Marcela ocurre que "Al morir cambia nuestra energía, que pasa de un mundo densificado a un mundo más sutil, un mundo no visible. Pero no deja de existir esa energía porque el concepto de nuestro pueblo es que nosotros somos eternos, no nos morimos nunca, somos seres eternos en el universo. Lo que va cambiando es la expresión de esa energía, por eso para nosotros designar la fecha de partida no es un mal presagio o una cosa fea; mi tío comenzó a arreglar su casita porque sabía que sus amigos y familiares vendrían a acompañar su muerte. Para nosotros un velorio es una fiesta, porque entendemos que la persona va a dar un salto evolutivo.”

 Para el pueblo quechua la vida es circular y la muerte es parte esencial de ella, así lo explica Guillermo Mamani originario de este pueblo y Director del Periódico Renacer "En los Andes en noviembre comienza la época de lluvias y también de la fertilidad. Y no por nada la muerte es nutritiva también, porque el que fallece es parte de la tierra y genera vida. Nosotros en el vientre de nuestra madre estamos 9 meses en posición fetal y hace 500 años cuando enterraban a nuestros ancestros los enterraban también en posición fetal, como si fuera una devolución a la madre de las madres". Este pueblo tiene la costumbre, cada 2 de noviembre de desenterrar las vasijas donde alojan a sus muertos para festejarlos. Guillermo analiza el significado de está costumbre: "Cada año páramos lo que estamos haciendo para estar por dos o tres días en ritual, recordando a los muertos y ancestros en comunidad. Y por eso la memoria está viva. Y está viva no en los libros de historia sino en el sentir. Ese día se preparan los platos de comida que le gustaban al muerto, las cosas que tenían que ver con su identidad, su fotografía. Y se da una comunicación con la persona que partió y también con el resto de la sociedad. Para nosotros es una fiesta con los muertos.

 Habitualmente hemos entendido que la enfermedad y la medicina son únicas y válidas para todos los seres humanos y sociedades. Del mismo modo, la muerte suele ser pensada como una realidad única.

Pero vemos que es posible hablar de distintas “culturas de muerte” que se encuentran en movimiento constante. Por ejemplo, en un momento de reparación de una memoria social traumática, como puede ser el exterminio de un pueblo indígena, una dictadura o una pandemia; el proceso colectivo para reconciliarse con el hecho y transformar su dolor, abre una nueva perspectiva de la muerte y de la vida. Como ha ocurrido en Alemania con los juicios post-nazismo, en Argentina gracias a las Madres de la Plaza de Mayo que traen la presencia de los 30mil desaparecidos o en Bolivia con el reconocimiento de la plurinacionalidad.

 Tal vez es esa capacidad la que relata Rabelais en su novela “Gargantúa y Pantagruel” escrita en siglo XVI, donde encontramos la figura carnavalesca de la muerte embarazada, exhibiendo un poder creativo y de alumbramiento, preñada de sentidos y futuro, apuntando a la posibilidad de una mejor vida.

 [1] Etnografía de la muerte y las culturas en América Latina, Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha/AECID, España, 2007

[2] Los Pai-Tavytera. Etnografía guaraní del Paraguay Contemporaneo. Biblioteca Digital Curt nimuendajú, Asunción, 1976.

 

Enlace al artículo: https://www.lahaine.org/fU9H