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Mundo :: 14/02/2021

Los especuladores agrícolas conquistan los campos

Michael R. Krätke
La desigualdad en la distribución de la propiedad de la tierra suele pasar desapercibida. Sin embargo, todas las crisis tienen que ver con ella

Desde Thomas Piketty [aún con todas las críticas que se le pueden y deben hacer] sabemos más sobre la desigualdad de los ingresos y la riqueza en el capitalismo contemporáneo. La desigualdad crece, no se reduce, porque la riqueza se distribuye de forma mucho más desigual en cualquier parte y crece más rápido que los ingresos. Sin embargo, la base de datos sobre la riqueza y la renta mundiales en la que trabajan Piketty y muchos otros, solo registra aspectos parciales de la desigualdad real en nuestro mundo. La desigualdad económica siempre implica desequilibrios de poder. El capital, según el hoy tan vigente razonamiento del viejo Marx, no es una cosa sino una relación de dominación. Lo mismo vale con la propiedad de la tierra.

Más de la mitad de la población mundial vive hoy en ciudades y la tendencia va en aumento. En los países ricos del norte, solo entre el dos y el cuatro por ciento de la población activa se dedica a la agricultura. Pero la tierra, especialmente la fértil y cultivable, aún sigue siendo el recurso central del que depende la alimentación de la creciente población mundial. Y esta tierra está hoy mucho más desigualmente distribuida que hace cuarenta años. La desigualdad en la propiedad de la tierra ha sido estudiada durante varios años por un grupo de organizaciones que se unieron para formar la Coalición Internacional de la Tierra (International Land Coalition). Esta coalición, que ya cuenta con 250 organizaciones de todo el mundo, ha publicado recientemente el informe «Uneven Ground» sobre la desigualdad global en la distribución de la tierra.

Medida de forma convencional –contando los propietarios registrados en relación con la superficie de propiedad privada o pública de la tierra– la desigualdad en la distribución de la tierra ha disminuido. Una mirada más atenta revela un panorama muy diferente. Cada vez más, sobre todo en Norteamérica y Europa, los agricultores son nominalmente propietarios de la tierra que trabajan y se consideran agricultores independientes. En realidad, sin embargo, están vinculados por contratos a largo plazo con multinacionales agroalimentarias y la industria de la alimentación, y solo existen como eslabones de la producción agrícola y las cadenas de suministro. Están dominados por unos pocos gigantes de la agroindustria. Quienes controlan decenas de miles de pequeñas y medianas explotaciones agrícolas pueden ahorrarse robar o comprar tierras. Sin embargo, sigue siendo así.

Robo de tierras encubierto

La desigualdad en la distribución de la tierra ha vuelto a aumentar considerablemente desde la década de 1980 y sigue aumentando. El diez por ciento más rico de la población rural posee más del 60 por ciento de la tierra, medido en relación con el precio de la misma. El 1% de las empresas agrícolas poseen o controlan actualmente más del 70% de las tierras cultivables, campos, plantaciones y granjas de todo el mundo. A este uno por ciento pertenecen solo multinacionales agrícolas que operan a nivel mundial, como el grupo ABCD: ADM, Bunge, Cargill y Dreyfuss, que en conjunto dominan el mercado mundial de trigo, maíz y soja.

Todavía hoy, 2.500 millones de personas viven como pequeños agricultores, principalmente en América Latina, Asia y África. En el norte rico, especialmente en Europa y América del Norte, las explotaciones agrícolas crecen y el número de agricultores disminuye. El tamaño medio de las explotaciones agrícolas está creciendo rápidamente; un número cada vez mayor de agricultores estadounidenses y europeos están vinculados mediante contratos de suministro a largo plazo a multinacionales agroalimentarias, cadenas comerciales e indirectamente a fondos de inversión.

En todo el mundo se está procediendo a la expropiación de pequeños agricultores y propietarios colectivos de tierras como los pueblos indígenas. En muchos países en desarrollo, sus títulos de propiedad no existen o les son discutidos, pueden ser fácilmente invalidados. La compra de tierras desempeña un papel fundamental, así como el robo de tierras abierto o encubierto es igualmente importante. Al igual que en la región amazónica, esto se hace a menudo a expensas de las zonas naturales que pertenecen al Estado o que están protegidas por él. En el capitalismo, la tierra es una mercancía y tiene un precio con el que se especula con dicha mercancía-tierra. Las multinacionales agrícolas y alimentarias, así como las cadenas comerciales que operan a nivel internacional, especulan con ella. Actualmente, los grupos financieros internacionales son los agentes más importantes que, no solo se disputan el suelo urbano edificable o los bienes inmuebles, sino que se disputan con la misma intensidad las tierras de cultivo (der Freitag 44/2020).

Estos inversores financieros operan a corto plazo, las compras de tierras y las inversiones en contratos con las explotaciones deben ser rentables lo más rápido y lo máximo posible. Empujan hacia la concentración de la tierra, forzando la transformación acelerada de las economías campesinas tradicionales en monocultivos y plantaciones mecanizadas a gran escala, sin ninguna contemplación en las consecuencias a largo plazo. Debido a la progresiva concentración de la tierra, cada vez son más los campesinos que se ven obligados a someterse a los insuficientes ciclos de recuperación de la tierra por parte de las financieras.

La concentración de la tierra, el dominio de las grandes multinacionales agrícolas y la creciente influencia de los inversores financieros tienen consecuencias claramente visibles. Por ejemplo, para la selva tropical, que está siendo víctima del hambre de tierras de los nuevos grandes terratenientes. Donde hasta hace poco todavía había selva tropical, ahora se produce aceite de palma en enormes plantaciones en Sumatra. En el Amazonas, los pequeños agricultores están siendo expulsados, al igual que los pueblos indígenas de sus zonas protegidas, para dejar paso a gigantescas explotaciones ganaderas controladas por unas pocas corporaciones agrícolas.

Los pequeños agricultores son más cuidadosos

Existen claros vínculos entre la creciente desigualdad en la distribución de la tierra, la pérdida de biodiversidad, la creciente escasez de agua, el agotamiento o envenenamiento de los suelos por sobreexplotación y sobrefertilización, la crisis climática y las crisis sanitarias globales, como el aumento de enfermedades zoonóticas como el Covid-19 (der Freitag 43/2020). Allí donde se extiende la economía de plantación actual con sus monocultivos, crece la pobreza. También crece el número de personas sin tierra, que ahora son más que nunca en todo el mundo.

Debido a que la población rural de los países pobres del sur global se ve privada del acceso a la tierra y, por tanto, de la base de su sustento, los flujos migratorios aumentan. Los que se quedan sin tierra tienen que emigrar para conseguir tierra, agua y bosques en otro lugar. La concentración de la tierra fuerza las migraciones masivas, que hasta hoy tienen lugar principalmente en el sur global.

Puesto que la lucha por la distribución de la tierra desempeña un papel fundamental en la alimentación mundial, el consumo de agua, la amenaza de catástrofe climática y la extinción de especies, los autores del estudio proponen una iniciativa de gran calado: la lucha por la propiedad de la tierra debe llevarse a cabo por todos los medios para reforzar los derechos de los pequeños agricultores y de los usuarios colectivos de la tierra, quienes siempre han tratado la tierra y todos sus recursos con más cuidado y preocupación que los nuevos latifundistas globales.

freitag.de. Traducción: Jaume Raventós para Sinpermiso

 

Enlace al artículo: https://www.lahaine.org/fW8p