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Estado español :: 21/12/2021

Por un marxismo ☭ueer. Manifiesto de Rojo del Arcoíris

Rojo del Arcoíris
RDA: proyecto marxista y queer crítico que busca reclamar el espacio históricamente arrebatado a las disidentes sexuales de clase obrera dentro del pensamiento revolucionario

Publicamos el manifiesto fundacional de Rojo del Arcoiris, surgido en el Estado Español en otoño de 2021. RDA es un proyecto marxista y queer crítico que busca reclamar el espacio históricamente arrebatado a las disidentes sexuales de la clase obrera dentro del pensamiento revolucionario.

1ROJO DEL ARCOÍRISRojo del Arcoíris Proyecto marxista crítico, que busca reclamar el espacio históricamente arrebatado a las disidentes sexuales de la clase obrera dentro del pensamiento revolucionario.

I. Lo ☭ueer del marxismo

Afirmamos que la opresión que sufrimos las disidentes sexuales de la clase obrera ha de ser abordada desde las herramientas de análisis y transformación de la realidad que nos ofrece el marxismo. Hacemos nuestras las palabras de las compañeras británicas de Invert, cuando declaran que “la disolución de las formas estáticas en relaciones sociales se encuentra en el corazón de la dialéctica marxista”. El potencial queer del materialismo histórico y dialéctico radica, pues, en la posibilidad de mostrar el carácter de clase, y por tanto socialmente construido, de todo aquello que se nos ha presentado como natural e inmutable. No obstante, con frecuencia este potencial radical de cuestionamiento de la normatividad ha sido históricamente postergado en las organizaciones revolucionarias, resultando en la perpetuación de las ideas burguesas con respecto a la familia, y en consecuencia, al eros. Son numerosos los nombres de camaradas queer que, a causa de su disidencia, tuvieron que abandonar la lucha por el socialismo. Pedro Lemebel, Mario Mieli, Sylvia Rivera, Nastasia Rampova, Nestor Perlongher, Jean Nicolas, Daniel Guérin, Pier Paolo Passolini, son tan solo unos pocos de ellos. Más son, sin embargo, los nombres de las camaradas queer, como el que se esconde tras Amanda Klein, que nunca conoceremos porque los prejuicios reaccionarios de quienes otrora anhelaban la revolución no repararon en que la sexualidad también era una relación de producción a revolucionar. No estudiamos, pues, las dimensiones clasistas del heterosexismo y el cisexismo únicamente en tanto atañen a nuestra vivencia como transmaribibolleras; sino que nuestra vivencia como transmaribibolleras nos permite advertir que la matriz heterosexual no está siendo incorporada en los análisis de la totalidad capitalista, dejando incuestionado —cuando no naturalizado— un aspecto central de la hegemonía burguesa. Proseguimos el legado de Leslie Feinberg: nuestra opresión no ha existido siempre, sino que surgió con la sociedad de clases. Usemos, como elle, una vieja llave para abrir nuevas puertas. Es el momento de permitir florecer el potencial queer que siempre tuvo el marxismo.

EL RUMOR DE LAS MULTITUDES

Trans/formarlo todo (I). Notas degeneradas para la abolición del género

IRA HYBRIS11

II. A favor del rosa, en contra de la moral burguesa

Si bien el marxismo se enorgullece de ser contrario a la ideología burguesa, constantemente está juzgándose a sí mismo en base a unos estándares de lo que es decente o serio, construidos dentro de esos propios valores conformados por el capitalismo.

No solo eso, sino que en muchas ocasiones se opone fervientemente a todo aquello que la moral burguesa considere pervertido de alguna manera, generalmente en cuanto a lo que se considera feminizado. Así, las estéticas y valores de organizaciones que se llaman marxistas adquieren unos tintes arcaicos y folclóricos —y masculinizados— con el objetivo de darse a sí mismos un estatus concreto. Desde El Rojo del Arcoíris reivindicamos todo aquello que la moral burguesa hegemónica no considera aceptable o digno, ya que no necesitamos la aprobación de nadie que se rija por unos estándares nacidos en la cuna de la explotación; y es por eso por lo que hospedamos orgullosas una estética femme y petarda, más allá de lo que la burguesía nos hizo creer que era válido.

III. Sexo, género y familia

Sostenemos que la matriz de la diferencia sexual no está en la biología sino en la economía política, particularmente, en la institución de la familia monógama burguesa. Proclamamos, así, que la familia produce la heterosexualidad, y con ella, las realidades de hombre y mujer. La heterosexualidad, como producto de la etapa histórica de la dominación burguesa, es mucho más que una orientación del deseo, es el mecanismo que naturaliza la reproducción del estado presente de las cosas. Asimismo, la idea de que existen dos sexos separados no precede a la producción —históricamente específica— de la heterosexualidad. Los mandatos de la masculinidad y la feminidad que hoy son nombrados bajo la rúbrica del género no son, pues, la politización de unas diferencias naturales de nuestros cuerpos, sino que en sí mismos son los encargados de producir la ficción burguesa de la naturalidad de la diferencia sexual. La mutilación genital sufrida por los bebés intersex desvela cómo el capital adapta normativamente los cuerpos entre sus bastidores, para hacer pasar por inevitable la división del trabajo tal y como existe en el presente. No obstante, ni hombre ni mujer son destinos naturales, sino relaciones sociales necesarias para perpetuar un mundo dividido entre explotadores y explotados, así como un producto encarnado de esta misma división. Abolir la diferencia sexual, mediante la cual el capital institucionaliza nuestros cuerpos como espacios de reproducción de las clases sociales y la propiedad privada, pasa por la abolición de la familia, fruto de una previa abolición del trabajo asalariado.

IV. Totalidad capitalista y autodeterminación

Desde RDA declaramos que la opresión de las personas queer no es anterior ni ajena a las relaciones de clase, sino que se inscribe en estas. Esto es buenamente aplicable a otras dinámicas opresivas como el racismo, el capacitismo y el sexismo, que si bien se presentan como independientes, forman parte de las mismas relaciones de producción y reproducción del capital.

Recogemos la visión unitaria de nuestra camarada Holly Lewis cuando sostiene que “la clase social no es otro vector de opresión; sino que es la mistificación de todas las relaciones sociales para ponerlas al servicio de la producción de plusvalía”. En consecuencia, no solo rechazamos cualquier posicionamiento LGTBI interclasista, en tanto que concilia intereses antagónicos, sino que también nos oponemos a una postura obrerista que perpetúe el desclasamiento de la sexualidad como ajena a las relaciones productivas, en acrítica consonancia con la división burguesa entre lo público y lo privado. Esto es, decir que la opresión de una transmaribibollera obrera es de clase, supone que no se reduce a su desposesión de los medios de producción, sino que su propia subjetividad como disidente sexual es un producto del orden capitalista.

Las vidas negras que el capitalismo desprecia, las vidas queer, las vidas discas, psiquiatrizadas que el capitalismo desprecia, contienen el potencial imaginativo para las relaciones sociales del futuro comunista

Hacemos nuestras las palabras de las camaradas de Pinko, pues en el capitalismo “la libertad sexual o de género que poseemos no es más que la libertad de reproducir el orden social vigente”. Cuestionamos las estrategias de falsa inclusión de las disidentes sexuales que lleva a cabo la burguesía. Como expone el antropólogo marxista queer Gianfranco Rebucini, esa inclusión en el orden capitalista se hace en tanto que nos convierte en consumidores aceptables, a expensas de la expulsión de un Otro racializado. Y añadimos, esto vale también para las disidencias que no se pliegan, las de las psiquiatrizadas y discas. No queremos la igualdad liberal para que algunes puedan subir la escalera social. Luchamos por una política revolucionaria que la derribe.

Afirmamos que la “autodeterminación de género” no puede ser alcanzada dentro del capitalismo. El esfuerzo de legislarla dentro del marco normativo burgués no solo resulta insuficiente, al mantener intactos los mecanismos sociales coercitivos, sino que peca de apuntalar la naturalización de la división sexual del trabajo. Es más, el género no puede ser visto desde una perspectiva individual, puesto que como señalan desde Pinko: “es actualmente el lugar donde se naturaliza el trabajo de la reproducción de las clases sociales. Aunque se experimenta como algo profundamente personal —como la esencia de la persona, incluso— es una de las más centrales experiencias políticas vividas por las masas en la sociedad capitalista”. Asimismo, tampoco puede entenderse como el producto de una narrativa biológica, como afirman ciertas voces que, lejos de realizar un análisis materialista de la opresión de la mujer, persisten en una narrativa reaccionaria y ahistórica.

Solo destruiremos las cadenas que nos oprimen en un acto colectivo, solo alcanzaremos la autodeterminación de género aboliendo la sociedad de clases.

V. Abolición de la familia

Para la mayor parte de personas, un futuro sin familia resulta tan inconcebible como un futuro sin capitalismo; es difícil imaginar un día a día sin este sistema. El Estado capitalista vuelca sobre la familia cuidados, formación, sustento y otras responsabilidades que deberían ser colectivas, y es por ello comprensible que diferentes sujetos de la clase obrera la perciban como un refugio, incluso como la única vía para la supervivencia. Esta percepción de la familia como bastión de los vínculos obreros, frente a las formas líquidas de los afectos en el neoliberalismo, ha alentado recientemente un giro nostálgico que reivindica la hospitalidad de la familia, utilizando retóricas naturalizadoras y binaristas que se alejan del análisis histórico materialista del capitalismo y sus instituciones.

Sin embargo, la familia es ante todo la reproducción no solo literal —biológica— sino social del régimen capitalista. Un régimen que tiene como modelo la familia nuclear, donde la progenie es una propiedad que ha de ser dirigida hacia los intereses de la clase burguesa para garantizar la subsistencia de la plusvalía custodiada por la unidad familiar. Los individuos que, consciente o inconscientemente, no se inscriben en este modelo ponen en peligro la estabilidad del régimen familiar y, con ello, la estabilidad del matrix del capital. Por tanto, son primero empujados a la reforma y, cuando permanecen irreformables, son exiliados de la economía política familiar. El Estado burgués además acentúa la inviabilidad y la intrascendencia de cualquier forma de solidaridad obrera que han construido al margen de la filialidad biológica quienes históricamente han quedado fuera de este modelo. Son experiencias que atraviesan los testimonios de nuestras mayoras queer y compañeras contemporáneas que tejen redes de apoyo mutuo, formación y cuidados emocionales fuera de la lógica familiar nuclear burguesa.

ROJO DEL ARCOÍRIS

Sabemos que los espacios en los que se entretejen aquellas redes de supervivencia que Nat Raha denomina reproducción social queer no dejan de perpetuar la ficción capitalista de que solo podemos cuidar de “las nuestras” en unidades íntimas y domésticas. Comprendemos que la abolición de la familia no pasa por reproducir la ficción de la familia a través de la idea de “familias elegidas”, sino por un cuidado comunal hacia todes, que construimos desde el cobijo de todas las vidas que el capitalismo, en su lógica impersonal, decide que no importan.

Los sujetos políticos queer que, a menudo, comparten un extenso legado histórico de marginación, silenciamiento y expulsión de la familia, han sido y deben ser conscientes de que abolir el capitalismo implica por tanto necesariamente abolir su principal institución de reproducción: la familia. Volvemos a las palabras de Holly Lewis: “la abolición de la familia no es un llamamiento a abolir los lazos entre las personas que se aman”. Lo que buscamos es destruir la capacidad de la clase capitalista de explotar y controlar nuestras redes de apoyo y nuestros afectos.

Entendemos, en última instancia, que las personas queer obreras, así como otras comunidades oprimidas, están a la vanguardia de la reproducción social por venir. Así, las vidas negras que el capitalismo desprecia, las vidas queer que el capitalismo desprecia, las vidas discas, psiquiatrizadas que el capitalismo desprecia, contienen el potencial imaginativo para las relaciones sociales del futuro comunista.

VI. Abolición de la explotación de los cuerpos

Cuando nos enfrentamos a la problemática del trabajo como comunistas tomamos como premisa que nadie debería trabajar. El salario esconde una relación de explotación de la que queremos liberar a todos los cuerpos. La propia división del trabajo fue la generatriz de las problemáticas de clase, y por tanto nos declaramos abolicionistas del trabajo asalariado.

Además, como personas queer dentro del marxismo entendemos que no podrá haber libertad en cuestiones de sexualidad mientras vivamos dentro del sistema capitalista. Por lo tanto, el objetivo de las transmaribibolleras obreras pasa por acabar con la existencia del trabajo y no solo con la forma particular en la que este sistema ejerce represión sobre la disidencia sexual.

Nos desligamos, asimismo, de la corriente mitificadora y obrerista del trabajo asalariado como “ennoblecedor”, ya que no es más que una trampa del capital. Apela al supuesto orgullo de clase, cuando en realidad solo busca reproducir la hegemonía capitalista al tiempo que obstaculiza el ímpetu revolucionario de la clase obrera, haciéndonos pensar que sacamos un beneficio del mero hecho de trabajar. Esto es, como si hubiera que darles las gracias a nuestros jefes y patrones por “dejarnos” trabajar. El mito de la realización del individuo mediante el trabajo asalariado es la antítesis de nuestra “labor” en RDA.

Sin embargo, reconocemos que el lugar de la explotación es el lugar desde donde la clase obrera se relaciona y organiza, facilitando la colectividad y, por ende, tiene potencial para generar espacios con posibilidades revolucionarias y de solidaridades. Por ello, la burguesía intenta destruir cualquier espacio para la organización, especialmente los que surgen en el seno de la producción social, en tanto que eslabón débil del orden capitalista.

El ser humano tiene la capacidad de desarrollar tecnología que automatice los procesos laborales hasta que se libere nuestro tiempo y podamos desarrollar otras actividades, para nosotros —no para sobrevivir en el capitalismo. Disfrutarnos, no vendernos. Difícil de imaginar en un ambiente neoliberal, donde incluso nuestros pasatiempos y pasiones se han mercantilizado para crear capital.

Por otra parte, entendemos que el objetivo de la abolición del trabajo incluye la abolición del trabajo sexual. No vemos contradicción entre este objetivo y ayudar a las trabajadoras en sus luchas para sobrevivir al horror capitalista. Como Silvia Federici, decimos: “yo también soy abolicionista: quiero abolir el capitalismo; quiero abolir el trabajo asalariado; quiero abolir la explotación”. Pero, al mismo tiempo, no podemos decir: “este tipo de explotación es aceptable y esta no”. Para nosotras, el abolicionismo del trabajo no conlleva una alianza con las propuestas neoliberales basadas en fantasías punitivistas, que buscan dar más poder al Estado burgués desde sus herramientas represivas y coloniales. Asimismo, como comunistas, nos oponemos a ejercer tutela alguna sobre otras trabajadoras, pues en tanto nos une la opresión, solo podemos construir la solidaridad.

No obstante, al abordar la cuestión de la explotación de los cuerpos, es inevitable mencionar la trata de personas. Como subraya Holly Lewis, “la trata —sexual o no— es una problemática de la economía política, no de la maldad o el patriarcado”. La diferencia entre el mercado laboral convencional y el tráfico de cuerpos reside en que el ser trabajador está definido en base a la explotación, y las personas esclavizadas son en sí mismas mercancía. La separación entre la explotación y la deshumanización es menguante, pero acarrea “un cambio de paradigma”. Retomando las palabras de Lewis: “el hecho de que una transacción económica esté relacionada con el sexo no transforma mágicamente la manera en que funciona el capitalismo”.

Emancipar todos los cuerpos de todas las opresiones, para hacer perecer la heterosexualidad, creación del capitalismo, en el proceso.

EL RUMOR DE LAS MULTITUDES

Los usos de la teoría cultural: Raymond Williams en la coyuntura

DIEGO PAREJO PÉREZ, IVÁN ALVARADO CASTRO

VII. Cultura para una nueva sociedad

El poder del capitalismo parece insoslayable, como antaño el derecho divino de los reyes. Sin embargo, el ser humano puede resistirse al poder, alterarlo.

Ursula K. Le Guin

Imaginemos mundos para poder crearlos. El arte no es exclusivamente burgués, no relegamos lo estético —en términos de Herbert Marcuse— a un lugar “menor” a emancipar. Seguimos a figuras como Raymond Williams, que entendía la cultura como algo ordinario que se produce y reproduce constantemente. Apostamos por ofrecer nuevos horizontes a la comunidad con una comunicación cercana: no pretendemos imponer nada a una masa ignorante porque no entendemos a la gente como masa ignorante. Nuestra intención no es escribir para demostrar los conocimientos que tenemos. De hecho, la cultura que desarrollamos aquí es desde, por y para la comunidad. No queremos ni la cultura producida para “el populacho” con intereses económicos ni la tradición que la clase capitalista selecciona como distinguida. Para la burguesía ya somos les villanes que el oligopolio de Disney ha queercodeado: seamos, pues, les que ofrecen una dirección comunista a la cultura de la clase obrera.

Hay que analizar las formas en que el capitalismo usa el arte para reproducirse, para convencernos a todos de que no hay alternativa a ese “insoslayable” poder. Han intentado extinguir nuestras energías revolucionarias mediante concesiones que pueden ser importantes para individuos —la representación de personas LGTB en el arte—, pero que son cooptadas para convertirnos en cómplices de la opresión capitalista.

Estudiar también el arte queer como posible lugar de revolución, para apoyar y potenciar estas expresiones, para encontrar nuevas formas de creación que sacudan el estancamiento del presente capitalista. Quitarle a la burguesía sus propias herramientas, también. ¿Quién mejor que las personas queer, que históricamente nos hemos apropiado de los insultos que se han utilizado contra nosotres, para cambiar los significados hegemónicos que condicionan nuestra forma de interpretar el mundo? Hemos de recuperar genealogías. ¿En cuántas escuelas de cine se sigue ocultando que uno de los creadores del montaje, Sergei Eisenstein, era homosexual? ¿Cuántos aportes de las personas queer para una cultura emancipadora se han intentado borrar de parte de ambos lados?

Le declaramos la guerra a la hegemonía existente y aunque conocemos las limitaciones que nos impone el sistema capitalista proponemos producir y experimentar nuevas formas de vida en común. Creemos que es posible una hegemonía alternativa con la que logremos que estas formas emergentes se hagan dominantes.

VIII. Cuidarnos en la revuelta

Tras la división sexual del trabajo, las feminidades fueron relegadas al trabajo en el hogar. El cuidado de la familia era el pilar estable que mantenía los engranajes del capitalismo. Estaba en nuestra mano sacar adelante a las bocas que en algún momento sustentarían a otras bocas. El cuidado aleccionado era unidireccional, altruista, moral. La corriente hegemónica lo dotó del biologicismo que ya impregnaba los roles de género femeninos.

Durante los años más oscuros de la historia, las disidencias sexuales y de género nos vimos forzadas al ocultamiento, en aras de la persecución o, incluso, el asesinato. Pero fue en esos años de extrema marginalización y criminalidad cuando comenzamos a encontrarnos y reconocernos. Juntándonos para sobrevivir, para legitimar nuestra existencia. Y con el paso del tiempo, compartir cultura e identidad, e incluso visualizar un futuro de pertenencia en la norma. Existíamos para el capitalismo, incluso pudiendo parecer que éramos aceptadas por el sistema. ¿Pero a qué precio? Una vez Chueca, Torremolinos o el Gaixample fueron conquistados por los intereses del capitalismo, y los carteles de las transformistas y drags de barrio fueron sustituidas por RuPaul, todos los años de aprendizaje en autocuidados, en creación de espacios acogedores, fueron permanentemente aniquilados. Este hecho ya se observó en el caso de Sylvia Rivera y Marsha P. Johnson, completamente santificadas por el capitalismo en la actualidad, pero que vivieron en la más absoluta miseria al ser obreras queer. Únicamente rescatadas para generar mártires.

Encontrar en nuestras relaciones el hogar arrebatado, pero no afincarnos; quemarlo todo hasta que nuestro hogar sea el Universo

Con el auge de la violencia contra las realidades LGTBI y, especialmente las disidentes, hemos hecho brotar otro incendio de radicalidad. Como en la crisis del VIH, como en el franquismo, las marginalizadas nos solidarizamos en momentos de profundo desamparo y rabia. Es nuestra responsabilidad emplear toda esa fuerza contrarreproductiva en organizarnos, buscando o, en su ausencia, fundando espacios acogedores de nuevo donde gestar proyectos pedagógicos y revolucionarios. Queremos reclamar los espacios que nos pertenecen, aunando todo el cuerpo teórico y debatiéndolo, construyéndolos con bloques de firme léxico y cimentándolos con cuidados y solidaridad. Reproduzcamos así las vidas que el sistema no quiere vivas. Brice Chamouleau nos señala la línea a seguir: “tomar las armas en contra de un mundo simbólico profundamente desigual, y en contra de quienes reproducen esas desigualdades sociales”.

Juntas somos más de todo. Salimos del pequeño callejón en el que nos habíamos vuelto a ocultar tras la revolución sexual —en el que siempre habíamos permanecido—. Combatimos prejuicios intracomunitarios. Intentamos sanar el rencor generacional. Fuimos un ejército de amantes. Y luchamos. Porque entendemos que nuestro enemigo es el capital y ya que este favorece la competición, los nichos, la intolerancia y la desconfianza, lo más combativo que podemos hacer es unirnos y cuidarnos.

Encontrar en nuestras relaciones el hogar arrebatado, pero no afincarnos; quemarlo todo hasta que nuestro hogar sea el Universo.

IX. Lo queremos todo

Si les dejas atacar a los rojos, atacarán a los negros, y si les dejas atacar a los negros, atacarán a los maricas. Todos estamos conectados, por eso tenemos que estar juntos.

National Union of Marine Cooks and Stewards

Afirmamos que nada aterroriza más a la clase de los capitalistas que la solidaridad entre las oprimidas y explotadas del mundo. En la lucha, las personas queer nos entrelazamos en solidaridad con las personas racializadas, las personas discas, las personas psiquiatrizadas, las personas migrantes y las luchas de las mujeres. Construimos desde nuestra praxis política solidaridades propositivas que comparten un horizonte de emancipación común con el resto de las luchas. Como ya dijeran las camaradas de Third World Gay Revolution: sus victorias serán nuestras victorias. Nuestra libertad solo llegará cuando todes seamos libres.

Sabemos que la clase de los capitalistas nos quiere atomizades, pues como nos enseñaron Marx y Engels, “el trabajo asalariado descansa exclusivamente sobre la competencia de los obreros entre sí”. Usan nuestras disidencias sexuales para mantenernos separades. Al grito de “maricón” corroen la solidaridad entre nosotres. Sin embargo, la clase trabajadora cisheteronormativa no obtiene beneficio alguno de la opresión de las personas queer. A este juego de la división entre la clase obrera cisheteronormativa y las transmaribibolleras de clase obrera han entrado de lleno sectores reaccionarios que se autodenominan comunistas. Crean falsas dicotomías entre las necesidades de la clase obrera y un supuesto lobby queer cuyas necesidades ven como frívolas. ¿Sanidad pública o lenguaje inclusivo? ¿Derechos laborales o baños mixtos? Nosotres lo queremos todo. Queremos el pan y también las rosas.

Necesitamos reapropiarnos y resignificar la palabra camaradas. Para tejer las luchas del presente necesitamos construir entre todes un horizonte común, una ideología lo suficientemente común, un compromiso común que vaya más allá de compartir acciones específicas. Como nos recuerda la camarada Jodi Dean, camarada es con quien puedes pelear la larga lucha. Para ello debemos edificar un deseo común compartido con las personas racializadas, las discas, las psiquiatrizadas, las migrantes, las mujeres, la clase obrera cisheteronormativa y nosotras, las disidentes sexuales. Es este deseo común compartido el que nos va a permitir romper con los identitarismos y las fracturas: ir a por todo, transformarlo todo y pedirlo todo, no dejarse ni una relación social sin trastocar.

X. Revolución

La emancipación de las disidentes sexuales de la clase obrera tiene un único camino: rompamos con las cadenas de las relaciones sociales capitalistas que nos atan a una vieja institución familiar en la que nuestros cuerpos y nuestras formas de expresarnos nunca serán plenamente posibles. Detengamos la rueca heteronormativa de la plusvalía, pongamos fin a la violencia disciplinaria que la sociedad de clases ejerce contra las vidas queer. No más reproducción del viejo mundo en el nombre de lo normal: todo cuanto es aceptable merece perecer.

Tras la tormenta burguesa, somos el rojo del arcoíris.

El saltodiario

 

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