Actualmente las formas de violencia y control han evolucionado, persistiendo en la sociedad, pero de manera más sutil y con nuevas nomenclaturas. Por ejemplo, lo que antes podría considerarse explotación, ahora se enmascara bajo términos que parecen más aceptables: tener una cuenta en OnlyFans se presenta como una forma de "dinero fácil", mientras que los vientres de alquiler y el tráfico de bebés se disfrazan bajo el término de "gestación subrogada". La prostitución, por su parte, se etiqueta como "trabajo sexual"… y así es como el capitalismo y el patriarcado han logrado transformar a mujeres y niñ@s en meros engranajes dentro del sistema productivo reduciendo su valor a una transacción económica.
Por otro lado, las políticas públicas muchas veces han sido diseñadas de manera excluyente, beneficiando únicamente a ciertos sectores privilegiados, reforzando estructuras de poder obsoletas que perpetúan la desigualdad. Se manifiesta un falso sistema de bienestar que, en lugar de promover el desarrollo personal y profesional de las personas, se limita a ofrecer transferencias económicas que no abordan las necesidades reales de las comunidades. Esta lógica asistencialista prioriza la mera subsistencia, dejando de lado el empoderamiento y el acceso a oportunidades significativas.
Los privilegios siguen reservándose para aquellos que se ajustan a esquemas tradicionales, mientras que las mujeres que intentan vivir de manera diferente deben navegar un laberinto de obstáculos.
Además, estos desafíos se ven acompañados de juicios y miradas de reproche que, en lugar de fomentar la diversidad de experiencias, buscan consolidar el status quo y desincentivar cualquier intento de cambio. Y es que todo lo que hagamos las mujeres que no sea para el disfrute y beneficio masculino, molesta, irrita y enfada.
Todavía hay mucho por reivindicar y conseguir, en un momento en el que las mujeres seguimos compaginando lo que actualmente queremos hacer con lo que anteriormente debíamos hacer. Es decir, cada vez son más las mujeres con carreras profesionales imponentes, pero seguimos soportando la mayor parte de los cuidados y, por tanto, hacemos el doble de trabajo, lo que dificulta enormemente nuestro desarrollo profesional.
Nos vendieron la moto de la igualdad y la conciliación, pero ha sido una trampa. Ya que bajo esta idea solo se han actualizado los permisos de paternidad, mientras que nuestros permisos llevan desde los años 80 sin ampliarse, algo que nos deja en una posición de desventaja estructural, perpetuando la sobrecarga de trabajo sobre nosotras si tenemos en cuenta que somos nosotras quienes pasamos por un embarazo, parto, postparto, lactancia...
Además, bajo este mismo concepto, han surgido las custodias compartidas en muchas ocasiones sin una revisión adecuada lo que representa un peligro, ya que no siempre tienen en cuenta el interés superior del menor ni la realidad de las dinámicas familiares.
Por si fuera poco, y si la conciliación es difícil para muchas mujeres, para las madres solteras es directamente inexistente. Todo está diseñado para un modelo biparental, ignorando que cada vez hay más mujeres que crían solas y que se enfrentan a un sistema que no les ofrece ningún tipo de apoyo real. Además, seguimos teniendo peores condiciones laborales, menor salario y las profesiones mayoritariamente ejercidas por mujeres siguen siendo menos valoradas que aquellas desempeñadas por hombres. Lo que nos hace encontramos en un sistema que cuida muy poco de nosotras, donde la igualdad prometida no ha significado un reparto equitativo de las cargas, sino una exigencia aún mayor sobre las mujeres.
Y de toda esta resistencia y sufrimiento diario ha emergido una fuerza inesperada: un profundo deseo de justicia que no puede ser borrado ni con secuestros, ni con amenazas, ni con el peso de una violencia institucional que intenta hacerlas desistir. Porque incluso en los años más oscuros, las mujeres han encontrado maneras de avanzar, manteniendo vivas sus historias y las de aquellas que lucharon a su lado. Estas narrativas han pasado de abuelas a nietas, de madres a hijas, tejiendo un legado en el que cada generación aprende que la lucha por lo que es justo no es un sueño idealista, sino una necesidad urgente.
Y hoy, ese eco resuena más fuerte que nunca. Las voces que antes murieron en el silencio ahora se oyen en las calles, e incluso en las redes sociales y medios de comunicación. Movimientos cómo #MeToo, #Cuéntalo #SeAcabó #Rompeelsilencio … emergen como testimonios de una resistencia que, aunque moderna en su forma, sigue una trayectoria de lucha. Son mujeres de todos los orígenes y edades unidas en un clamor por justicia que recorre el mundo. ¡Estamos empezando a juntarnos, a crear tribu, a señalar y contar todo lo que hicisteis! Los violentadores están empezando a verse acorralados y el pacto de caballeros está empezando a fracturarse. Del mismo modo que en institutos, fabricas, universidades… las mujeres han empezado a organizarse y esto ya no tiene vuelta atrás. Al igual que nuestras abuelas, sabemos que el valor de nuestras vidas y nuestra libertad no debe depender de los dictados de un sistema que nos controle, explote y subestime.
A través de las historias que se cuentan y comparten, el eco de aquellas que resistieron en silencio se transforma en un grito universal. La desigualdad y violencia contra las mujeres y niñas no son problemas individuales, sino estructuras políticas y sociales que por desgracia han existido a lo largo de la historia y que, de alguna manera, condicionan la vida de miles de millones. No obstante, al ser un problema estructural, también es susceptible de cambio. Las leyes, las costumbres y las instituciones que durante siglos han servido para oprimir pueden convertirse en herramientas para construir una sociedad más justa. Por eso, mientras existan recuerdos y mujeres dispuestas a contar sus historias, la esperanza de cambio permanecerá viva. Lo que nuestras abuelas y madres comenzaron en silencio se convierte hoy en un himno colectivo que se escucha cada vez más fuerte.
Este 8M debemos recordar que pesé a ser muchos los logros conseguidos gracias a la lucha de muchas mujeres y niñas, la violencia contra nosotras sigue estando muy presente. Por ello, no debe ser un día de celebración, debe de ser un día de reivindicación y de crítica hacia esas grandes instituciones y empresas que se visten de morado y que utilizan el purple washing para después revictimizarnos y no aplicar medidas efectivas para protegernos a nosotras y nuestras criaturas. Pero el 8M también ha de ser un día de homenaje a las grandes mujeres que impulsaron la lucha feminista y por las que hemos llegado a crear TRIBU. Cada vez nos alejamos más, de esa visión patriarcal y capitalista que nos han enseñado de la mujer de al lado cómo enemiga o competencia, y nos vemos más como compañeras, cómo comunidad, aprendiendo así a ser sororas. Porqué cuando nos juntamos, nos sentimos, nos escuchamos y nos sostenemos todas sabemos por lo que pasamos y lo que nos supone ser mujer trabajadora. Seguimos por esa línea y qué este 8 de Marzo se nos escuche a todas gritar lo que tan recientemente hemos aprendido, qué solo las mujeres salvarán a otras mujeres. EMAKUME ALTZA! HASI DA IRAULTZA!