[En este artículo, publicado hace cinco años, se encuentran elementos que ayudan a comprender el carácter político y social de la sociedad china actual y las políticas de Trump en su segundo mandato. Nota de F.T.S.].
La historia del capitalismo ha sido interrumpida por luchas periódicas por la hegemonía sobre la economía mundial, conduciendo a varios siglos de guerras mundiales. En el siglo XXI, todos los signos apuntan a otro de esos períodos de lucha hegemónica, esta vez entre los EEUU y la República Popular China, aunque en este caso complicado por los aspectos excepcionales de la formación social china post-revolucionaria, que no es enteramente capitalista ni enteramente socialista, en las palabras del influyente presidente del Consejo de Relaciones Exteriores de EEUU, Richard Haass, un arquitecto clave de la estrategia de la "NorteAmérica Imperial" del gobierno de George W. Bush, cuando escribió en agosto de 2020 "las chances de una segunda guerra fría [con China] son mucho más altas de lo que eran hace meses. Incluso peor, las chances de una guerra real también son mayores".
Tampoco hay ninguna verdadera duda en la mente de Haass sobre la causa, a la que se refiere como la inevitable "fricción entre las potencias establecidas y las que están en ascenso". La actual guerra comercial de EEUU contra China está explícitamente diseñada para obligar a las corporaciones multinacionales en la tríada de EEUU/Canadá, Europa, y Japón, a eliminar los eslabones claves de la producción en sus cadenas mercantiles globales desde China y relocalizarlos en los países de bajos salarios sometidos a la esfera imperial dominante, tales como la India y México, en un intento de debilitar a China y restablecer la hegemonía de EEUU sobre la economía mundial.
El secretario de estado de los EEUU, Michael Pompeo, expresando los actuales sentimientos de la clase dominante se refirió en julio de 2020, a "los designios de hegemonía del Partido Comunista Chino" (PCCh) sobre la economía mundial, reemplazando al Siglo Norteamericano con un "Siglo Chino". Frente al rápido crecimiento de China y lo que Pompeo llama "la amenaza china", Washington y sus aliados están promoviendo lo que en política exterior se llama una estrategia de guerra híbrida con intervenciones políticas, ideológicas, tecnológicas y financieras, así como presiones militares diseñadas para frenar o incluso parar el avance de China y subordinarla una vez más al poder hegemónico de EEUU. Las críticas estadounidenses a China se han acelerado desde la llegada de la COVID, con Trump refiriéndose repetidamente al "virus de China", con el apoyo general de los medios, una maniobra propagandística que ha triunfado en generar opiniones desfavorables hacia China entre casi las tres cuartas partes de la población estadounidense.
En lugar de apoyarse solamente en un ala de la clase dominante de los EEUU, esta posición beligerante anti-China, ahora ha sido adoptada por ambos partidos en el duopolio político. Está apoyada por numerosas corporaciones multinacionales estadounidenses y por los intereses de los ricos, que temen las consecuencias para sus posiciones económicas globales de que vaya menguando la dominación imperial de los EEUU, a causa del crecimiento de China. Muchas empresas, enfrentadas con los altos aranceles y una incertidumbre económica creciente, ahora están buscando relocalizar su producción fuera de China. Naturalmente, algunas corporaciones multinacionales importantes, particularmente en el sector de la tecnología avanzada, están preocupadas por la pérdida de acceso al masivo y lucrativo mercado chino. Pero si hay algún sector importante del capital de los EEUU que se oponga a la actual Nueva Guerra Fría contra China, hasta ahora ha permanecido en silencio.
Este cambio estratégico importante con respecto a China, diseñado para debilitarla con el fin de restaurar a la dominación unipolar en la economía mundial, está acompañado con una de las mayores expansiones militares de los EEUU en la historia, con el gobierno de Trump requiriendo un presupuesto de la "defensa" de u$s 705.000 millones para el año fiscal de 2021, explícitamente contra China y Rusia. Este enfoque de Washington sobre China está justificado ideológicamente por los intentos de esta última para dominar el Mar del Sur de China (en el interior de su zona regional de interés). Pero tiene sus raíces más profundas en figuras como Peter Navarro, a cargo de la política comercial de EEUU en el gobierno de Trump, quien abiertamente habla de las próximas guerras hegemónicas con China. En este contexto, se están haciendo intentos por parte de Washington para incluir firmemente a la India dentro de una alianza Indo-Pacífico, como una forma de restringir militarmente a China.
Este cambio en la gran estrategia imperial por parte de la hegemonía estadounidense se debe al espectacular gran salto adelante - una economía que creciendo al 6 % anual se duplica cada 12 años, mientras que una economía creciendo al 2 % anual se duplica en tamaño aproximadamente cada 35 años. Además, hay indicaciones recientes de que China ha logrado bajar el nivel de la renta imperial que Occidente había extraído continuamente de ella como el precio de su crecimiento, mientras simultáneamente quebraba el monopolio tecnológico de las corporaciones occidentales. Por consiguiente, China ha surgido como una superpotencia económica imparable, y ahora es la segunda economía más grande en el mundo, aunque medido en el ingreso per cápita, en muchas formas es todavía un país relativamente pobre. Sin embargo, calculando el PIB a precios de paridad de poder adquisitivo (PPA), supera a EEUU cómodamente.
¿Cuán vulnerable está Beijing a las acciones de la tríada dirigida por Washington? Una estrategia de la denominada "contención" o aislamiento de China, como en los años de la guerra fría del siglo XX, ya no es más posible, pues la producción china ahora está integrada a toda la economía global. Como dice Pompeo, "esto no se trata de contención (...) La China comunista ya se encuentra en el interior de nuestras fronteras (económicas)". Más bien, indica él, "la estrategia de EEUU es derrotar a China en la nueva Guerra Fría quebrando el dominio del PCCh (Partido Comunista de China), que ha sido fundamental para el progreso chino". De ahí que los ataques de Washington sobre la economía china se expresan principalmente como ataques sobre el PCCh. El objetivo es dañar la credibilidad del PCCh, explotando sus contradicciones externas e internas y debilitando al Estado chino. Esto permitiría a los EEUU y al capital monopolista financiero mudarse con el apoyo de los intereses chinos internos y reestructurar al Estado y la economía de China de tal manera como para asegurar la dominación permanente de los EEUU (y Occidente), en una variante del desmantelamiento que se hizo de la Unión Soviética.
No obstante, China presenta enormes barreras exteriores e interiores en el camino de esta nueva estrategia imperial. Está relacionada en una red con toda la economía capitalista mundial. La iniciativa del "cinturón y la ruta" de Beijing está expandiendo la posición geopolítica mundial en formas que parecen irreversibles. No obstante, esto depende en gran medida de si China adoptará un enfoque horizontal o uno jerárquico en sus relaciones con los países del Sur Global.
Aún más importante que las relaciones exteriores geopolíticas para determinar el futuro de China es el legado interno de la revolución china. El PCCh retiene un fuerte apoyo de la población china. Más aún, a pesar del desarrollo de diversos integumentos del capital en China, una cantidad de variables estratégicas-económicas claves, relacionadas con el socialismo la liberan en parte de la "centrifugalidad antagónica como sistema de reproducción metabólica" (tal como era mencionada por István Mészáros en su artículo "La incontrolabilidad del capital global", publicado en Monthly Review 49, nro. 9, febrero de 1998). El sector no capitalista de la economía china no solo incluye un gran sector de la propiedad estatal, sino también el control de las finanzas a través de bancos estatales y la ausencia de la propiedad privada de la tierra.
La sustancial propiedad estatal de la infraestructura básica y las finanzas ha permitido la continuación del planeamiento económico en áreas claves, asociada con una tasa de inversión mucho más alta. Al mismo tiempo, la propiedad estatal de los bancos ha sido la base del control de China de su moneda y su capacidad para defenderse contra la hegemonía financiera del dólar. Como afirmó Samir Amin poco antes de fallecer, "para China, eliminar el control estatal de las finanzas bancarias, sería como desarmarse económicamente, y simplemente entregar al centro imperial del capital mundial la misma arma con la que podría ser destruido el modelo del desarrollo chino".
La propiedad social de la tierra en China, en la que la campiña sigue siendo administrada colectivamente por las comunidades aldeanas, -aunque la actual situación, luego de la introducción del sistema de la responsabilidad de las familias a principios de 1979, es totalmente ajena a la anterior producción de las comunas - ha contribuido al éxito de la agricultura campesina china, permitiéndole hoy producir el alimento para el 22% de la población mundial con el 6 % de la tierra arable del mundo.
El régimen socialista de propiedad de la tierra es también el contexto social en el cual se está desarrollando la reconstrucción rural básica. El movimiento de la reconstrucción rural ha sido hecho posible por los fundamentos no capitalistas de gran parte de la sociedad rural china, lo que la conduce a una lucha popular continua para garantizar las necesidades colectivas. Esto ha sido fortalecido desde 2017 con la estrategia de la revitalización rural del gobierno. Toda pretensión de China de avanzar en su objetivo de forjar una «civilización ecológica» empieza por esa revitalización rural.
¿Cuál es entonces la estrategia de la dirección china misma en este contexto histórico general en la actualidad? A esta altura, no son posibles las conclusiones definitivas. En el pasado, la propiedad colectiva de la tierra y la propiedad estatal de los medios de producción, particularmente los principales bancos, habían sido atacados por el Estado y los intereses privados, pero últimamente han sido defendidos. La economía china está caracterizada en gran medida por una extensa desigualdad, que hoy decrece, y una creciente financiarización. Esto incluye un enorme sector privado en el que los trabajadores inmigrantes son explotados frecuentemente a niveles muy extremos, como una parte de las cadenas mercantiles globales ligadas a las corporaciones de la vía multinacional del Norte Mundial. Irónicamente, es el rol pivotal de China en el arbitraje del trabajo mundial que beneficia al capital monopolista, el que está ahora bajo el ataque por el capital en el centro del sistema, debido a la amenaza que ahora representa para la hegemonía de los EEUU, forzando a China a buscar un camino alternativo.
En esta situación global rápidamente cambiante, el presidente chino Xi Jinping ha recalcado recientemente la importancia de revivir el papel de la economía política marxiana en China y el rechazo a los extremos neoliberales de la economía neoclásica junto a la reafirmación de la importancia de la propiedad estatal y la revitalización rural en el seno de la economía en general. Todos los signos indican que China está buscando defender los elementos estratégicos no capitalistas de su sistema como una respuesta a la creciente hostilidad del capital imperial en el centro de la economía mundial. La respuesta de China al COVID-19 empleando el modelo de "la guerra revolucionaria del pueblo" como una manera de alentar la auto-organización de la población en sus lugares, ha sido un triunfo resonante, señalando la solidez interna de la política y el protagonismo revolucionario potencial de su pueblo.
En este complejo contexto, el elemento clave, creemos, es comprender la realidad dinámica de China, mediante el análisis crítico marxista y el reconocimiento de la "mera posibilidad" (en palabras de Ernest Bloch en su libro El principio de la Esperanza), y en "el tiempo histórico del cambio renovado radical, igualitario" (en palabras de István Mészáros en su libro El desafío y la carga del tiempo histórico).
Monthly Review / huelladelsur.ar. Traducción: Francisco T. Sobrino.