El 24 de julio de 1783, en una casa solariega del centro de Caracas, nacía Simón Bolívar. Ese mismo día, pero 242 años después, tengo la oportunidad de acercarme hasta el Panteón Nacional de Venezuela donde descansan los restos del Libertador y otros próceres de la patria. En la cima de la parroquia San José, el templo observa tranquilo -vigilante y ceñudo, como decía José Martí de Bolívar mismo- las calles de Caracas. Le rodean la enorme Biblioteca Nacional y una gran plaza llena de paseantes; un poco más adelante, se asoma la música desde unas canchas y atravesando una calle de colores, se desemboca en el ajetreo de la Avenida Urdaneta. Fue Hugo Chávez en 2002 quien lo declaró Monumento Nacional, y dicen que todo venezolano o venezonala debería visitarlo al menos una vez en la vida. No sé si esa norma se aplica a los vascos, pero también me siento interpelado.
Y una vez más, aquí estoy. Ante la guardia de honor que, impasible, protege los restos de Simón Bolívar. Frente al féretro: espada y sable. A ambos lados: banderas de Venezuela, Perú, Colombia, Bolivia, Ecuador y Panamá. La baja intensidad de la luz y el amplio espacio hacen de este lugar un sitio íntimo cargado de un aura mágica de respeto y honor. A mi lado, un militar vestido de gala y con el pecho cubierto de condecoraciones, se consagra solemne a la defensa de la patria ante cualquier agresión enemiga. Y entendiendo esta unión entre pasado y presente como algo mucho más profundo que una cuestión de culto y reposo, creo que va siendo hora de salir y bajar la cuesta en dirección al corazón de la ciudad.
De camino, paso por la "Casa de Nuestra América". Un edificio de arquitectura colonial por el que antaño el líder independentista cubano José Martí transitaría en el periodo que residió en la capital venezolana. En la plaza aledaña, un anciano de barba blanca y un niño de piel tostada comparten un tablero de ajedrez junto a un precioso mural y un par de placas que recuerdan que "por aquí mismo pasó el hombre de la edad de oro... formador de la infancia". Martí comprendía la importancia de la educación y de transmitir a los jóvenes los conocimientos y valores que ayudarían a forjar un futuro más justo y esperanzador para Latinoamérica. Así lo expresó en La Edad de Oro, y ahora, al estar aquí, no puedo evitar recordar el primer párrafo del relato "Tres héroes", que ha rondado mi mente desde la primera vez que lo leí:
Cuentan que un viajero llegó un día a Caracas al anochecer, y sin sacudirse el polvo del camino, no preguntó dónde se comía ni se dormía, sino cómo se iba a donde estaba la estatua de Bolívar. Y cuentan que el viajero, solo con los árboles altos y olorosos de la plaza, lloraba frente a la estatua, que parecía que se movía, como un padre cuando se le acerca un hijo. El viajero hizo bien, porque todos los americanos deben querer a Bolívar como a un padre. A Bolívar, y a todos los que pelearon como él por que la América fuese del hombre americano. A todos: al héroe famoso, y al último soldado, que es un héroe desconocido. Hasta hermosos de cuerpo se vuelven los hombres que pelean por ver libre a su patria.
Como viajero, yo también siento la necesidad de acercarme una vez más a la Plaza Bolívar. Es casi una obligación volver a ver la estatua del Libertador. La plaza se encuentra en el centro de la ciudad. Es más, se podría considerar que aquí mismo nació la propia Caracas.
El texto de Martí hace imaginar lo agradable que puede ser este lugar, pero la realidad supera las palabras del cubano en un día de calor como este, al cobijarse uno a la sombra de los árboles que rodean la estatua ecuestre de Bolívar. Es una zona alegre, hermosa, rodeada de verde y de luz, que evoca el pasado colonial con sus edificios antiguos de estética muy diferente a las modernas estructuras que comparten el barrio. Sentarse en uno de los bancos de la plaza para descansar, o simplemente para contemplar el paisaje que me rodea es algo incomparable. Palomas y guacamayas sobrevuelan el cielo, y no puedo dejar de tomar notas en la pequeña libreta de quien sigue maravillado por la historia de este país.
Las cuatro caras de la plaza muestran las fachadas de edificios relevantes que han sido muy bien restaurados. Se puede ver la Catedral de Caracas con la torre; el Teatro Principal, usado también para grandes actos; el antiguo Concejo Municipal, actual Museo de Caracas, donde de forma gratuita cualquier persona puede acceder y aprender de la historia de Caracas y Venezuela; y La Casa Amarilla, que desde el balcón sobre su entrada principal comenzó la rebelión contra el poder español. Muy cerca se puede ver la Asamblea Nacional y varios edificios más que, junto a los transeúntes, convierten a esta plaza en un lugar esplendido para quien sabe observar. Y sí, prácticamente todos estos edificios son de propiedad pública, se han restaurado, y en muchos casos el patrimonio histórico del centro se ha musealizado para que cualquier persona lo pueda visitar y empaparse de la historia de Venezuela.
Mucho se ha hablado de la nacionalización de sectores estratégicos como industria petrolera o eléctrica. Pero la Revolución Bolivariana también fue consciente de que el cambio no vendría solo con el control económico de la industria. La revolución busca la creación de esos hombres y mujeres nuevos, y para ello, la cultura supone un pilar fundamental en la transformación social. Puede parecer algo menor, pero quienes valoramos -o vivimos- del patrimonio histórico y de la memoria, de narrarla, investigarla o rescatarla, tomamos el pulso de los pueblos observando cuánto amor y recursos le dedican, y sobre todo, cuán accesible lo hacen para convertirlo en común y compartido.
Hay un video de 2010, sobradamente conocido, en el que el presidente Hugo Chávez hizo viral la célebre expresión: ¡Expropiese!.
Esas imágenes se tomaron aquí, en la plaza Bolívar. En aquel programa retransmitido en directo, Chávez mandaba expropiar varios edificios de la zona. Tiendas y locales comerciales como joyerías que pertenecían a gente muy pudiente. En aquellos años, según me cuentan, el centro histórico de Caracas estaba muy deteriorado y abandonado, e incluso varios espacios llegaron a convertirse en lugares de tráfico de drogas. A nivel mediático, aquel ¡Expropiese! supuso el pistoletazo de salida de una campaña de nacionalización de estructuras y empresas privadas, y en el caso del centro de Caracas, la protección y restauración del patrimonio en pos de la recuperación del casco histórico de la ciudad. Era un gesto más para, mediante el patrimonio histórico, recuperar su soberanía nacional.
En la actualidad, en Venezuela entienden la importancia de que un pueblo sea dueño de su propia historia, y transmitirla a las nuevas generaciones es algo que puedo ver con mis propios ojos al ponerme en la cola de los museos junto a familias y cadetes. Digo en la actualidad, ya que durante años el legado histórico de Bolívar y de otros héroes que lucharon por la libertad de la patria estuvo al borde del olvido popular. Y no por casualidad. La gran mayoría de las élites venezolanas se apropiaron de ese recuerdo, lo encerraron entre los barrotes del privilegio y lo alejaron deliberadamente del pueblo. A esto se sumaron los poderes extranjeros, que no sólo condicionaron la economía del país, sino también su estructura social y la forma en que se narraba la historia de Venezuela. Es probable que, sin proceso revolucionario, muchos de los edificios que describo fueran hoy casas privadas, negocios de lujo o ruinas apuntaladas, según cuán rentables le fueran a sus dueños. O quizá simplemente habrían acabado demolidos, como ocurrió durante tanto tiempo, sin que nadie se preguntase qué se llevaban consigo las excavadoras.
La llegada de Chávez al poder supuso romper con esa dinámica, recuperar al Libertador mediante el estudio de su figura y patrimonio histórico, hacer a las clases populares dueñas de su historia y de un legado de lucha. Al salir de la Plaza Bolívar y pasar por la "Casa del vínculo y del retorno" lo puedo volver a comprobar. En una placa colocada en la fachada de este edificio (también visitable) se puede leer: "Residencia donde vivió el Libertador Simón Bolívar con su esposa María Teresa de Toro y Alayza en 1802.
Lugar desde donde Francisco de Miranda dirige las sesiones de la Sociedad Patriótica en 1810. Aquí se imprimió por primera vez el Acta de la Independencia de 1811. Obra ejecutada bajo el Gobierno Revolucionario del Comandante Presidente Hugo Chávez Frías. Caracas, 5 de julio de 2011".
Poco a poco voy llegando hasta la Plaza del Venezolano. En una de sus caras existen otro par de edificios muy interesantes para visitar gestionados por el Centro de Estudios Históricos. En primer lugar me acerco al Museo Bolivariano. Al ser el natalicio del Libertador, es día festivo y la entrada es gratuita; aunque eso es para los extranjeros como yo, ya que todo aquel venezolano o venezolana con cédula de identidad tiene acceso gratuito a estos espacios cualquier día del año. En este museo muestran piezas históricas de la época de la guerra de la Independencia: vestuario, armamento, objetos personales de Bolívar, cuadros...
Y ahora toca el plato fuerte. Salgo del museo y camino unos pocos metros para entrar en el edificio anexo. Como me indica la placa sobre la fachada, estoy en la casa donde nació Bolívar. Entro acompañado de un buen amigo que se sabe cada rincón del edificio, y una guía majísima que ademas de mostrarnos mobiliario de la época, cuadros y objetos personales de la familia Bolívar, nos da acceso a un patio interior precioso al que normalmente no dejan entrar a visitantes. A diferencia de otro de los patios, con esa ceiba centenaria que ya existía antes de la construcción de la casa, este no tiene gran cosa. No entiendo la insistencia de mi amigo por querer entrar aquí, hasta que toma la palabra:
- Fíjate. ¿No ves nada raro? Mira las paredes.
Voy repasando cada uno de los cuatro muros que tiene el patio, hasta llegar a la última pared. Esta no tiene nada que ver con el blanco colonial de las otras tres. Es oscura, y a medida que se va alzando la vista adquiere una altura de más de cien metros. Algo inmenso comparado con estas bajas casitas coloniales.
Actualmente este rascacielos que rompe la casa de Bolívar, y parte una zona del monumento histórico, es el edificio del Banco de Venezuela. Esta torre fue construida en 1984 sobre una estructura anterior. El banco había sido controlado por las élites venezolanas durante años, ajenas al legado de lucha de Bolívar, y poco les importó destruir una parte de lo que hoy en día es un monumento histórico y un símbolo de la liberación de varios países latinoamericanos. Como dato curioso, a mediados de los años 90 la torre pasó a manos del Banco Santander español, hasta que el Gobierno de Chávez lo compró tras un intento truculento de las élites para dar otro pelotazo.
Esto demuestra como ese neocolonialismo de la antigua metrópoli o de sus aliados venezolanos, no solo se aplica en cuestiones económicas, sino también en las culturales y las relativas al patrimonio de los venezolanos y venezolanas.
Sorprendido por lo que he visto, salgo al exterior de la casa para concluir mi visita por el centro de Caracas. Pero al girarme, en plena calle, veo como la claridad de una enorme pared de piedra me despide con una frase atribuida al Libertador que reza: Si se opone la naturaleza, lucharemos contra ella y la haremos que nos obedezca.
Según me cuenta un compañero, la frase la debió pronunciar tras el terremoto que destruyó una gran parte de Caracas en 1812. Durante el proceso de independencia, varias personas partidarias de los españoles interpretaron el cataclismo como un castigo divino; casi que culparon a la lucha de Bolívar de ser la causante del terremoto.
Pero el Libertador no se acobardó, volviendo a ser ejemplo de lucha y resistencia.
Y es que este es un pueblo que sobradamente ha demostrado su bravura. Una nación creada a partir de tribus originarias, esclavos africanos y colonos europeos; forjada en la lucha y el amor a los suyos. Un pueblo digno que hoy se reconoce en el ajetreo de esas plazas cargadas de alegría de verano, las calles abarrotadas, las terrazas abiertas. Allí donde no hace tanto, las colas del hambre y las guarimbas violentas vaciaban sus avenidas, hoy Caracas vuelve a celebrarse en esa idea común "de patria, de nación, de República, de pueblos libres y felices para el futuro" como dijo Chávez en su discurso en el Panteón de su Caracas de "pasión y rebeldía".
Lo sabía aquel descendiente de vascos que la nación tomó como padre, y lo saben también sus hijos e hijas. Un pueblo que habiendo recuperado su memoria, no está dispuesto a más agravios ni a arrodillarse ante nadie; porque quien es dueño de su soberanía y de su historia, lo es también de su futuro.