Frustrado por no haber logrado del presidente ruso el compromiso de alto el fuego que llevaba semanas exigiendo, Trump compareció ante los medios de comunicación el pasado viernes en Alaska mucho más callado de lo que acostumbra, sin responder preguntas y dejando que fuera Vladimir Putin quien transmitiera una serie de puntos posiblemente pactados de antemano y, sin duda, planteados para no ofender al hombre al que trataba de convencer.
Sin embargo, tras esa conversación de la que apenas han trascendido detalles, el presidente de EEUU modificó notablemente la estrategia con la que había iniciado su cruzada en busca de imponer una paz por medio de la fuerza que nunca tuvo la suficiente agresividad a juicio de los países europeos y Ucrania (no se sabe si podía tenerla). El cambio, un paso de la apuesta por un alto el fuego, “que a veces se cumplen y a veces no” a la certeza de que es preciso un acuerdo definitivo. Esa nueva táctica, tan sorprendente como preocupante para Bruselas, Londres, París y Berlín ha obligado a la intervención realizada el lunes desde la sumisión absoluta de la UE a EEUU, en clara posición de inferioridad y prácticamente suplicando ser recibidos.
Una pequeña alfombra roja se desplegó ayer en Washington para que una representante de nivel medio de la Casa Blanca recibiera a los invitados europeos. Al otro lado no esperaba Trump aplaudiendo, como había ocurrido en Alaska el pasado viernes. Como estados clientes a los que el presidente de EEUU ya ha comprobado que puede dar órdenes, su valor es simplemente transaccional, por lo que las relaciones son mucho más sencillas y menos frustrantes que con el Gobierno de Vladimir Putin, autónomo en las relaciones internacionales, con un enorme arsenal atómico y sin dependencia más que de sus propios recursos para continuar o no la guerra.
“A diferencia de la última vez que se produjo esta escena con Trump en el Despacho Oval, no hubo intercambio de gritos y hubo incluso algunos momentos de relajación”, escribía ayer Foreign Policy en su análisis de la serie de reuniones que, según el presidente de EEUU, van a determinar “en un par de semanas” si puede haber paz o no en los términos occidentales.
En términos generales, los medios han alabado la actitud de Zelensky y su contención, siempre sin tener en cuenta que el manejo de la narrativa, la capacidad de comunicación y la habilidad para moldear el discurso según las necesidades de cada momento habían sido, hasta el desastre del Despacho Oval, el principal activo político de Volodymyr Zelensky tanto en su fase como candidato, presidente de paz que saboteaba los únicos acuerdos que hasta ahora se han firmado en este conflicto, y finalmente como presidente/dictador de guerra.
La diferente actitud de Trump con respecto tanto a la célebre reunión del Despacho Oval como de la comparecencia con Vladimir Putin es la certeza de saber que su interlocutor no tiene la capacidad de decir que no. Pese a los halagos a Zelensky y la vuelta de la esperanza de que la Casa Blanca vaya a presionar a Putin en las dos cuestiones principales de esta guerra, la seguridad y el control territorial, la imagen de la plana mayor de la política europea en la Casa Blanca no es una muestra de unidad sino de máxima debilidad ucraniana y continental.
“Los aliados europeos, liderados por Starmer, entrenaron a Zelensky sobre cómo manejar a Trump, instándolo a agradecer a EEUU por la ayuda, entregar una nota personal de su esposa y vestirse de manera más formal”, afirmó ayer la NBC. En estos momentos, las apariencias y la imagen que se da ante la persona más importante para el esfuerzo bélico occidental son más importantes que los hechos, un signo más de la desesperación de los países europeos, incapaces de imponer su vía preferida para la resolución de la guerra con la imposición a Rusia, el país al que no han sido capaces de derrotar militar, económica ni políticamente, de un alto el fuego incondicional absolutamente inviable y la introducción de una misión armada de la OTAN camuflada bajo las banderas de países como Francia y el Reino Unido.
La labor de ayer de Zelensky era resaltar el valor de Trump, la importancia de la fuerza en la paz y mostrar el enorme mapa que la delegación ucraniana había preparado para mostrar el porcentaje de control ruso de las diferentes regiones ucranianas. En las imágenes publicadas por la Casa Blanca, en las que Trump conversa con su homólogo ucraniano, puede verse que Rusia tan solo controla el 4% de la región de Járkov, según el mapa ucraniano, un argumento para tratar de anular la idea rusa de la paz a cambio de los territorios de Donetsk (el 25% según esas imágenes) aún bajo control ucraniano. En el mapa puede observarse también que el 99% de Lugansk se encuentra ya en manos de las tropas rusas, sin que las ucranianas hayan sido capaces desde 2022 de recuperar el territorio perdido en 2014 y en 2022.
Pese al avance ruso que le está llevando a obtener el resto de Donbass y la continuación de la resistencia política ucraniana a admitir sus pérdidas de territorio, la realidad desde que fue evidente que la guerra no iba a tener un final concluyente es que la frontera de facto se parecerá mucho a la línea del frente que exista en el momento del alto el fuego.
Protegido y escoltado de cerca por Ursula von der leyen, Mark Rutte, Emmanuel Macron, Giorgia Meloni, Keir Starmer, Friedrich Merz y Alexander Stubb, Zelensky debía presentarse en su mejor actitud, portando la más amplia sonrisa, alabanzas a Trump e incluso dejar atrás el discurso de necesidad de uso de la fuerza que el presidente ucraniano continúa utilizando en sus redes sociales para condenar los ataques rusos contra las infraestructuras militares y energéticas ucranianas, olvidando siempre sus equivalentes ucranianos.
En la separación del trabajo, el presidente ucraniano estaba encargado de dar buena impresión, señalar de forma sutil pero clara que Ucrania no debe entregar a Rusia más territorio del que ya ha perdido y esperar que fueran los países europeos, mucho más fuertes que la dependiente Ucrania, vulnerable a los cambios de humor del presidente de EEUU, los que insistieran en una vía de resolución del conflicto para la que no disponen de la fuerza necesaria.
Convencer a Trump de que solo las amenazas son capaces de modificar la actitud rusa -pese a tres años y medio de evidencia de que la continuación de la guerra ha favorecido constantemente a Moscú y ha debilitado a Ucrania y a Occidente- sigue siendo la única idea de los países europeos para continuar con la línea marcada en febrero de 2022 y a la que aún se aferran tanto Kiev como las capitales europeas.
Sin embargo, la insistencia trumpista en la necesidad de obtener la paz por medio de un acuerdo final ha condenado a los países europeos a renunciar, de facto, a una parte de sus exigencias. Ninguno de los actores europeos va a renunciar a exigir que no haya reconocimiento oficial de la soberanía rusa sobre Crimea y los demás territorios ucranianos que van a quedar bajo su control más allá de la guerra, aunque la insistencia en lo inaceptable de entregar a Rusia la pequeña parte de Donetsk que Ucrania aún defiende es la aceptación implícita de la perdida efectiva de la península del mar Negro, Lugansk y buena parte de Jersón y Zaporozhie.
El discurso de estos días es también la derrota de la estrategia de aislamiento de Rusia y de la narrativa de su debilidad frente a la supuesta unidad occidental. Una vez más, los países europeos, que se han comprometido en su acuerdo comercial a adquirir armas y productos energéticos estadounidenses por encima de sus posibilidades para garantizar que Trump les apoye en su prioridad de política exterior, la cuestión ucraniana, tuvieron que soportar que el presidente de EEUU mintiera al dar los datos de inversión en la defensa ucraniana.
El objetivo de Trump en su insistencia en los 350.000 millones de dólares frente a los 100.000 aportados, según este falso conteo, es siempre el mismo, culpar a su predecesor de una guerra que también se habría producido de haber sido reelegido en 2017 –Trump no fue capaz de resolver el conflicto ucraniano en su primera legislatura, en la que su política hacia Ucrania fue exactamente la misma que la de Obama-Biden-, y exigir a los aliados europeos que empleen más dinero en adquirir armas estadounidenses. El énfasis en el beneficio económico que la guerra supone para Washington es uno de los argumentos con los que cuentan los países europeos para dar por hecho que la asistencia militar estadounidense –sufragada por el dinero continental- continuará incluso si no hay acuerdo en los próximos días.
Y aun así, tras tres años de resaltar las debilidades rusas, las fortalezas occidentales y, sobre todo, la unidad de todo el bloque alrededor de la lucha de Ucrania por su integridad territorial y soberanía -entendida como capacidad de decidir cuándo va a unirse a la OTAN-, los países europeos han visto necesaria una movilización diplomática sin precedentes para una reunión cuyo objetivo, ridículo por lo mínimo, era conseguir gestionar un próximo encuentro, una cumbre a tres entre EEUU, Rusia y Ucrania en la que la UE y el Reino Unido serán, si es que consiguen ser invitados, actores secundarios sin capacidad de decisión y cuya labor principal es pagar los costes.
Cualquier humillación es soportable cuando es preciso garantizar el principal objetivo, las “garantías de seguridad”, que tanto Ucrania como las capitales europeas vinculan directamente con la Alianza Atlántica, una exigencia con la que son conscientes de que torpedean cualquier posibilidad de acuerdo con Rusia.
Con la reunión, calificada de excelente por parte de Zelensky, los países europeos quisieron sacar pecho. Sin embargo, cualquier avance hacia la paz ha de contar con la participación de la Federación Rusa, como prueban los progresos de la semana pasada y los escasos resultados de ayer.
slavyangrad.es