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Madrid :: 24/08/2025

Madrid se independiza a ritmo de Gloria Estefan

La Jornada
La ciudad no es el refugio del voto progresista frente a un campo conservador, como dicta el tópico. Es, de hecho, el laboratorio de la derecha, el nido del trumpismo español

Cuando cerraron las minas de hierro de Bjørnevatn, en el inhóspito norte noruego, el futuro de la ciudad quedó en el aire. ¿De qué iban a vivir en pleno círculo polar ártico 3 mil personas? Podían haberse marchado, claro, pero nunca hay que minusvalorar la voluntad de una comunidad de habitar su territorio por encima de lógicas económicas.

El Estado noruego también pudo haber mantenido las minas a base de presupuesto nacional, pero no parecía un gran negocio. En vez de ello, decidió ubicar en esta remota localidad la oficina central del Recaudador de Prestaciones Familiares Obligatorias.

Así es como, explica Kjartan Fløgstad, “con las manos ásperas y los dedos entumecidos, los mineros despedidos se inclinaron sobre los ordenadores y empezaron a martillear las teclas con el fin de dar con padres defraudadores y así poder reclamar las prestaciones familiares”.

La anécdota ilustra fantásticamente la voluntad de un país de pensarse y construirse entero, manteniendo a raya la pulsión centralista que emerge en todo centro de poder. Y eso sin ser un sistema propiamente federal.

Alemania tiene desequilibrios territoriales, pero éstos tienen más que ver con la historia del país, dividido en dos durante décadas, y con el acelerado proceso de reunificación (o vuelta al capitalismo) que le siguió, que con la tensión entre el campo y la ciudad, omnipresente en estados profundamente centralistas, como el francés.

En medio, con un sistema a priori descentralizado, se encuentra España, un país que ha dejado de pensarse a sí mismo. Un ente en el que la brecha entre la capital y el territorio se ha disparado, con consecuencias que ya se dejan notar y que transformarán la estructura del Estado español. La dimensión de los incendios que asolan estos días Castilla y León no es del todo ajena a este fenómeno.

Las élites económicas españolas son hoy las élites económicas madrileñas, cuyo objeto de reflexión y actuación es siempre Madrid, una ciudad que aspiran a situar como capital global. Para ello, defienden que debe superar la barrera de 10 millones de habitantes y reunir a 20 por ciento de los españoles (ahora son 7 millones). En determinados círculos, este proyecto ya tiene nombre: Madrid DF.

La referencia mexicana y, más extendidamente, iberoamericana, no es baladí, pues la conexión con el continente americano es el trampolín desde el cual las élites madrileñas aspiran a competir con París o Londres, sustituyendo la función desempeñada durante buena parte del siglo XX por Miami.

El desembarco de las élites neoliberales latinoamericanas y de sus inversiones en los barrios más pudientes de Madrid confirma que el proceso está en marcha.

La centroizquierda ha criticado estos días el medio millón de euros que Madrid va a pagar por un concierto de Gloria Estefan para celebrar lo que en España llaman el Día de la Hispanidad –es decir, el 12 de octubre–. Es un derroche, por supuesto, pero a menudo se olvida que se inscribe en una estrategia más amplia.

La apuesta de Madrid reposa sobre elementos diversos. Uno es la geografía: la riqueza primigenia de la ciudad consiste básicamente en sacar plusvalías a un suelo urbanizable que no se agota.

Otro es el dumping fiscal: Madrid aprovecha la descentralización parcial del Estado para bajar sus impuestos al mínimo. U otro, la capitalidad, que le permite atraer buena parte de las inversiones y los gastos del Estado, compensando así una presión fiscal menor a la del resto.

A estas ventajas competitivas se suman decisiones estructurales como la línea radial de trenes de alta velocidad, que convierten a Madrid en una aspiradora de personas y empresas. Es una lógica que condena al resto de territorios a ser poco más que zonas de sacrificio turístico –la costa– o energético –el interior despoblado–. Esta visión madrileña del Estado es un desastre humano y ecológico.

No es un caso exclusivo español. Hay muchos países con capitales enormes y territorios débiles a su servicio, pero Madrid tiene una particularidad. La ciudad no es el refugio del voto progresista frente a un campo conservador, como dicta el tópico. Es, de hecho, el laboratorio de la derecha, el nido del trumpismo español, encabezado por la presidenta de la Comunidad de Madrid y contrapoder dentro del PP, Isabel Díaz Ayuso.

El combo es letal, porque Ayuso recibe los votos del triunfo madrileño, mientras la extrema derecha de Vox cosecha los del agravio de buena parte del resto de España.

Cuando el voto de vascos y catalanes deje de ser suficiente para apuntalar un gobierno progresista –al cual cuesta encontrarle un proyecto de país–, las tensiones territoriales regresarán al Estado español. Pero que nadie se confunda, será Madrid el que las provoque.

 

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