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Asia :: 05/09/2025

La cumbre de la OCS: un importante paso hacia un mundo multipolar

Lorenzo Pacini
La OCS y los BRICS tienen un valor que no reside en su eficacia institucional, sino en la formación de un nuevo centro simbólico: un “orden sin Occidente”

Una nota discordante que es difícil de resolver

Se realizó la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái en Tianjin, República Popular China. Participaron más de 20 líderes, entre ellos Vladimir Putin, Xi Jinping, Narendra Modi y el secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres. Es, sin duda, una de las cumbres más importantes de los últimos años, cuyo objetivo es demostrar claramente la solidaridad del Sur Global contra Occidente.

Ya se habla de una cumbre de la OCS bajo los auspicios del RIC --Rusia, India, China--, tres grandes potencias que, tras el encuentro entre Trump y Putin en Anchorage, ahora están reescribiendo el futuro.

Esta solidaridad prevalece sobre las contradicciones interestatales dentro del bloque. Esta será la primera visita de Modi a China en siete años, tras el enfriamiento de las relaciones entre Nueva Delhi y Pekín por el conflicto fronterizo de 2020. Xi ya ha levantado las sanciones, resolviendo años de tensiones diplomáticas en un abrir y cerrar de ojos. Fácil, ¿verdad?

El contenido de la declaración final de la cumbre de la OCS, que se centró en cuestiones de comercio, lucha contra el (otro) terrorismo y clima, es secundario frente al valor real del documento: un frente unido de países insatisfechos con la agenda occidental.

Se necesita una coordinación económica más intensa dentro de la OCS, así como la creación de un entorno de seguridad más concreto. La solidaridad política es fundamental ahora, pero en caso de problemas realmente graves, prevalecerán la capacidad de proyectar poder y la calidad de los canales de interacción comercial y económica protegidos de las sanciones.

Las dificultades geoeconómicas entre India y China representan uno de los principales desafíos de la geopolítica asiática contemporánea, precisamente porque tienen su raíz en una compleja intersección de intereses de competencia territorial, estratégica y económica.

Un elemento clave de esta rivalidad es la disputa territorial a lo largo de la Línea de Control Real que divide sus montañosas fronteras en el Himalaya. Este conflicto, que culminó en enfrentamientos armados en 2020, tiene un profundo impacto en la seguridad regional, alimentando la desconfianza y justificando el aumento del gasto militar en ambas partes.

Esta cuestión está estrechamente vinculada a la seguridad de los corredores estratégicos y las rutas comerciales, esencial para el liderazgo de ambas naciones, con implicaciones para todo el Sudeste Asiático en cuanto al equilibrio de poder dentro de la ASEAN, que está redefiniendo su dinámica de poder regional y más allá.

De hecho, China y la India compiten por influencia en Asia y más allá, utilizando proyectos de infraestructura e inversiones como herramientas de política exterior, mucho más que Rusia, que, aunque geográficamente es el país más grande, no es el más importante en términos demográficos y económicos, aunque sí militares.

Consideremos, por ejemplo, la Iniciativa de la Franja y la Ruta de China (BRI), vista con recelo por Nueva Delhi debido a la participación de Pakistán, rival histórico de la India, y a la preocupación de que la BRI pueda fortalecer la influencia china en zonas cruciales como Sri Lanka y Bangladesh. Al mismo tiempo, la India busca consolidarse como un centro económico alternativo, tanto a través de Myanmar como hacia Occidente a través del IMEC (Corredor Económico India-Oriente Medio-Europa), promoviendo la cooperación con los países del Quad e invirtiendo en iniciativas regionales.

En todo esto, China mantiene una ventaja competitiva en términos de producción y logística, mientras que India se centra en un sector de servicios en expansión y un mercado interno vasto y joven. Estas diferencias dificultan los intentos de negociar alianzas estratégicas basadas en intereses económicos comunes. Por ello, resolver este pequeño pero significativo problema es esencial para alcanzar un acuerdo sobre la cooperación estratégica y antiterrorista de la OCS.

Las cuestiones entre India y China, por importantes que sean, no eclipsaron por completo uno de los otros puntos clave de la cumbre: la posición de Turquía.

Evaluar oportunidades, evitar riesgos

Durante décadas, Turquía ha ocupado una posición única en el panorama geopolítico: un puente entre Europa y Asia, entre la OTAN y Oriente Medio, entre el islam y el secularismo. Sin embargo, su posición ha permanecido condicionada por sus vínculos con las alianzas occidentales, en particular la OTAN y la Unión Europea.

En los últimos años, sin embargo, los cambios globales han desafiado estos patrones tradicionales, abriendo nuevas posibilidades. Entre ellas, el acercamiento gradual de Ankara a la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) parece ser el más significativo. No se trata de una simple maniobra diplomática, sino de un realineamiento estratégico con efectos potencialmente transformadores.

La OCS, que comenzó como un acuerdo de seguridad regional entre China, Rusia y las repúblicas de Asia Central, se ha convertido en una plataforma más amplia que integra la cooperación económica, la lucha contra el terrorismo y los proyectos de integración euroasiática.

La entrada de India y Pakistán ha aumentado su peso geopolítico, reforzando la idea de un orden multipolar emergente. En este escenario, Turquía --miembro del G20, potencia militar y centro de conexión entre Europa, Oriente Medio y el mundo turco-- representaría un valor añadido decisivo para fortalecer el prestigio de la organización.

El interés de Turquía en la OCS se debe a las dificultades encontradas en sus relaciones con Occidente: las negociaciones de adhesión a la UE llevan años estancadas, las tensiones con la OTAN se han intensificado por las operaciones en Siria, las sanciones tras la compra del sistema de misiles ruso S-400 y las disputas energéticas en el Mediterráneo oriental. Esta alianza ofrece a Ankara un foro para promover sus intereses sin restricciones ideológicas y con la posibilidad de institucionalizar su agenda regional.

Durante la última década, aproximadamente, los intelectuales y políticos turcos han mirado con creciente interés hacia Oriente, conscientes de que el centro de gravedad mundial está cambiando.

La OCS se convierte así en una herramienta para fortalecer la cooperación económica y la seguridad con potencias como China, Rusia, Irán e India, a la vez que aborda amenazas comunes como el extremismo, el separatismo y la delincuencia transnacional. Además, la identidad de Turquía --un Estado laico de mayoría musulmana-- puede contribuir a superar las brechas culturales, fortaleciendo la legitimidad de la organización entre los países islámicos.

La membresía turca significaría, para la OCS, un acceso crucial e inevitable al Mediterráneo (que hasta hace poco tenía con Siria, por eso el golpe de Estado), logrando así cerrar prácticamente el 90% del Rimland geopolítico. Pero también implica cooperación en materia de energía, migración y defensa, injerencia diplomática en instituciones multilaterales globales e incluso una intervención interna en la OTAN.

Sin duda, habrá que considerar la importancia y las limitaciones legales y militares de la pertenencia simultánea a la OTAN y la OCS, pero la realidad geopolítica actual se caracteriza por la superposición de esferas de influencia, no por bloques rígidos, y las interacciones multinivel de las guerras híbridas no pueden esperar reflexiones nuevas y originales. Al mismo tiempo, EEUU y Europa han demostrado que las limitaciones legales no significan nada para ellos.

Como demuestran los ejemplos de India, Pakistán y China, la capacidad de forjar múltiples alianzas es ahora un requisito estratégico, por lo que la posible asociación con Turquía podría considerarse un avance significativo. Pero también un avance muy peligroso.

Lo que la OCS seguramente seguirá haciendo, como ya se dijo y se demostró en los últimos años, es construir, pieza por pieza, un orden mundial más equilibrado y multipolar. Va a ir eliminando la dependencia del dólar y va a ir restando capacidad de afectación a las sanciones occidentales.

Después de todo, ya no podemos negarlo: la OCS y los BRICS tienen un valor que no reside en su eficacia institucional, sino en la formación de un nuevo centro simbólico: un "orden sin Occidente"

www.observatoriocrisis.com

 

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