En la segunda mitad del años 1975, Buenos Aires ya vivía un clima de duras tensiones por la continua actuación de la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina). Cientos de militantes populares habían sido asesinados durante 1974 y lo que iba de ese año. Sin embargo la lucha de denuncia contra el gobierno reaccionario de la viuda de Perón no cejaba. Tampoco era un secreto que los militares ya comenzaban a preparar el golpe que concretarían en marzo del 76.
A nivel de la clase obrera, en junio, la bronca organizada combinada con acciones de violencia revolucionaria habían inferido un duro golpe al plan económico ultra capitalista generado por el ministro Celestino Rodrigo. Miles de trabajadoras y trabajadores a lo largo y ancho del cordón proletario bonaerense se habían movilizado una y otra vez hasta terminar echando abajo el maldito plan hambreador y provocar, con el “Rodrigazo”, la caída de su gestor y la huida del país de uno de los mentores de la Triple A, José López Rega.
En varias de esas movilizaciones estuvimos codo a codo con un gran amigo y compañero, Héctor «Pelusa» Carrica, un orgulloso descendiente de vascos. Con él y otros vasquitos más que militaban en el peronismo revolucionario, cada vez que podíamos y nos daba un respiro la lucha local, comentábamos las incidencias de lo que ocurría en el Juicio de Burgos, ya que por varios lados recibíamos publicaciones y hasta testimonios de algunos de los 16 militantes enjuiciados.
Pero en los primeros días de septiembre, fue el vasco Pepe Anzorena, con el que habíamos militado en el Peronismo de Base y en las FAP, quien nos convocó a Pelusa y a mí para hablar de que posiblemente se efectivizarían las ejecuciones de los condenados a muerte en el Juicio. Y allí repasamos sus nombres, entre los que estaban los militantes de ETA, Txiki y Otaegi. Hicimos imprimir volantes que decían «Franco asesino, Gora Euskadi Askatuta» y los llevamos para repartir en esos días, tanto en acciones locales como en manifestaciones de protesta contra el franquismo.
Cuando llegó el 27 de septiembre, nos sumamos a una movida que se había organizado en la Avenida de Mayo de Buenos Aires, y recuerdo que yo conseguí una ikurriña que me prestó el hijo de un viejo gudari que se había refugiado en Argentina. Ese día, no podíamos creer que finalmente los ejecutarían, teníamos el pálpito de que el maldito asesino de Franco, presionado por las miles de manifestaciones que se habían hecho en el mundo, sobre todo las de Europa, cedería y conmutaría la pena por años de prisión.
Cuando finalmente llegó la noticia de que los habían asesinado, se produjo en quienes estábamos concentrados un rugido de rabia, mientras el grito de «Franco asesino» resonó durante interminables minutos. Algunos lloraban, otros puteaban y un chaval se subió a una de las mesas de un bar y pronunció un improvisado discurso reivindicando la lucha del pueblo vasco y del antifascismo.
«Ellos son la semilla que alimentará más luchas hasta terminar con el tirano», gritó, y varios largamos con una consigna muy usada en Argentina: «la sangre derramada, no será negociada». Luego, los más veteranos entonaron La Internacional, y al finalizar la misma, un grupo de descendientes de vascos cantaron, puño en alto, el Eusko Gudariak. Yo me abracé con otro compañero al que conocía de haber estado en un acto en el Laurak Bat, y me dijo sobre los asesinados: «Ellos son como los que mueren aquí luchando por la Patria Socialista», y los dos hicimos el signo de la victoria.
Tiempo después nos fuimos enterando detalles del crimen, pero sobre todo comenzaron a repiquetear en nuestros oídos esos dos nombres que cuando llegué por primera vez a Euskal Herria se me hicieron familiares: Txiki ta Otaegi. Pero el mayor cimbronazo se produjo un día de febrero del 76, cuando ya había ruido de sables en el ambiente, y me encontré de casualidad con Iñigo, el hijo de ese viejo gudari que nos facilitó la ikurriña. Él me pasó una publicación clandestina impresa en Iparralde, en la que contaba la vida de lucha de Txiki (Jon Paredes Manot) y Ángel Otaegi. También hablaba de los otros tres ejecutados, los militantes del FRAP, José Baena, José Luis Sánchez-Bravo y Ramón García Sanz.
Pero lo que me terminó de impactar es ver esa foto de Txiki, extraordinariamente joven, luciendo una camiseta con la imagen del Che, y leer las últimas palabras ante el pelotón de fusilamiento, cuando les grita a sus asesinos: «Aberria ala hil! (Patria o Muerte), Gora Euskadi Askatuta! y !Gora Euskadi Sozialista!. Y saber que enseguida comenzó a cantar el Eusko Gudariak, hasta que las balas franquistas terminaron abatiendo su cuerpo.
Sin embargo, mal que le pese a la morralla fascista, hasta este presente no pudieron terminar con su legado de lucha. Con su desafío al autoritarismo. Con su ternura solidaria, tan guevarista. Esa misma que cada año se transforma en homenaje a los caídos, pero también en desafío a la opresión franquista, que lamentablemente hoy tiene nuevos discípulos.
Con Pelusa Carrica (hoy fallecido) muchos años después recordamos, en un viaje que él hizo a Euskal Herria, cómo aquellas palabras de Txiki nos habían impactado, y que de alguna manera las habíamos traducido a nuestra propia realidad, sintetizándolas en una sigla: LOMJE: Libres o Muertos, jamás esclavos!.
Gloria y honor a Txiki ta Otaegi y militantes del FRAP, en este 50 aniversario de su siembra en la fértil tierra vasca.
haizeagorriak.wordpress.com