Principal |
Europa :: 28/10/2025

Normalizar el genocidio: el de Gaza y el de Europa

Carlos X. Blanco
Sólo con el exterminio conocido y televisado, “retuiteado”, “compartido” y “viral” de los gazatíes, en 2025, llegamos a saber quiénes somos los europeos a partir de 1945

El mundo se precipita al abismo. Se han desatado todos los demonios, y surgiendo de ese mismo abismo infernal los fuegos y la muerte emergen: serán como lunares cada vez más grandes, hasta que la negrura que sigue siempre al rojo vivo de la guerra acabará por llenar el globo.

Hay una mancha de fuego y ceniza en Oriente Medio, que se extenderá a Europa, el Caribe, Lejana Asia... Como habitante de Europa, crecí con la habitual pregunta de las clases de Historia de Enseñanza Media: ¿era consciente el alemán medio del horror de los campos de exterminio? ¿Callaba y consentía? ¿Había rumores, suposiciones, datos -aunque fueran confusos- sobre la Gran Vergüenza?

Hoy en día, no sólo el alemán medio, sino el europeo o el occidental medios, no precisan hacerse tales preguntas ante el genocidio de los gazatíes. La muerte, la destrucción, la reducción a escombro y ceniza de ciudades enteras, son hechos que están ante nuestros ojos. El nazi-sionismo ni siquiera esconde sus horrores, como acaso podría decirse del estado nacionalsocialista con todo su aparato de censura y adoctrinamiento.

Aunque la prensa occidental actual está comprada y prostituida por el nazi-sionismo en más de un 80%, el horror de Gaza está “a disposición” del público que lo quiera ver. El horror del siglo XXI, por contraste con el de la centuria anterior, estriba en que es un horror televisado, “retuiteado”, “compartido” y “viral” hasta la saciedad. La globalización de ese horror ha hecho que el público, masa humana pasiva que ya no es pueblo, se convierta en cómplice. El europeo es cómplice sin el más mínimo esfuerzo para serlo o dejar de serlo.

Únicamente los más ideologizados del llamado Occidente colectivo se dedican a las torpes estrategias de minimización: cuando piedras y explosivos caseros se enfrentan a tanques blindados, lo llaman “guerra”. Igualmente cuando, tras décadas de apartheid y confinamiento en masa, el sionismo decreta en 2023 la “solución final” de los gazatíes, entonces lo llaman “derecho de Israel a defenderse”. Hace falta mucha ideologización venenosa para ponerse del lado de esta “democracia de Oriente medio”.

Los habitantes del llamado Occidente colectivo nos creímos, en otro tiempo, ciudadanos. Nos habían dicho y repetido que la organización política de nuestras sociedades era hija de 1789, que los países “de nuestro entorno” formábamos pueblos, y no meramente masas de público o material humano dúctil y explotable.

Pero la mentira, criatura paticorta y de escaso recorrido intelectual, acaba siendo revelada por la Historia misma. Son los hechos del acontecer histórico lo que la Palabra en una religión revelada: ellos hablan, anuncian y arrojan luz sobre lo verdadero. El tumulto del presente, y las malas inteligencias sobre lo pasado confunden, pero hoy se ilumina completamente el escenario de 1945.

He dicho bien: sólo con el exterminio conocido y televisado de los gazatíes, en 2025, llegamos a saber quiénes somos los europeos a partir de 1945. Me explico más: ante la inacción del mundo, pero muy especialmente la inacción de los occidentales, como pueblo moribundo y como público atiborrado de palomitas yanqui-sionistas, llegamos a adquirir plena conciencia de nuestra esclavitud mental. La vemos en pantalla grande.

Se quedan cortas, aunque sean verdaderas, con una veracidad parcial o categorial, todas las visiones economicistas de nuestro yugo. Toda Europa es una colonia económica de los EEUU y del capital yanqui-sionista que nos llevó a una “guerra civil europea” entre 1914 y 1945. Esto es cierto: desde el Plan Marshall hasta los botecitos de leche condensada que los yanquis enviaron a la dictadura de Franco.

Las cenizas y escombros de una Europa arruinada fueron la antesala de esta “Unión Europea” que si conoció unidad fue por la invasión de su mitad occidental, con cientos de bases americanas y miles de soldados ocupando y controlando toda ella. No fue solo el peligro bolchevique lo que quisieron controlar. Fue a los propios europeos a quienes sometieron a “marcaje”, a los extremistas y díscolos habitantes de lo que para ellos, yanquis, es “El Viejo Continente”.

Pero una ocupación militar y una colonización económica no son las únicas claves que explican que los habitantes de este llamado Occidente colectivo asistamos sin inmutarnos a un Genocidio a la luz del día, con conocimiento y consentimiento pleno y hasta con apoyo político, mediático, tecnológico, militar. Se trata de la colonización mental llevada a cabo por el poder yanqui-nazi-sionista desde 1945, o más bien antes, cuando estos magnates que ya existían y ya anidaban en la Monarquía e Imperio de los británicos, decidieron acabar con la civilización europea, justo como ya habían acabado con otras varias en los restantes continentes.

El capitalismo puede ser visto de una manera excesivamente abstracta si se le entiende como forma específicamente histórica de relación social, una relación que incluye necesariamente la fuerza, la dominación, el poder.

Es el poder de unos contra otros, no solamente el poder que ejerce una clase dominante, poseedora del capital y, por ende, “propietaria” de la fuerza de trabajo. El capitalismo, en sí mismo, no puede ser dominado. Al final, en provecho de la especie humana, el capitalismo solamente puede ser destruido. La fuerza demoníaca que posee, pues parece que todo lo devora, destruye y reduce a escombro y ceniza, no es un mero efecto de una maldad congénita de unos cuantos personajes a los que a veces, demasiadas veces, ponemos apellidos con ingenuidad: Rothschild, Soros, Rockefeller, Musk…

Estos personajes, sean sionistas o no, resultan ser simples agentes de la propia fuerza del capital, fuerza la cual en ocasiones compite consigo misma, intrínsecamente, desgarrándose por dentro para lograr al final una supremacía, un monopolio, un hueco en la dominación del mundo. No es solo la lucha de clases, ni tampoco ésta domina siempre: es la lucha misma entre agentes “de poder” la que determina quién acapara más poder en cada momento. La clase proletaria europea no posee poder propio desde hace décadas; ella ha sido reducida a una mínima expresión y se ha convertido en plebe consumidora y masa inerte en una gran medida. Es en el Sur Global donde se han dado auténticas revoluciones después de la rusa de 1917.

La Grassa o Preve, entre los más autorizados marxistas, han detectado perfectamente las deficiencias de la “ciencia” marxista. En ella sigue habiendo un valiosísimo instrumental teórico para la superación del capitalismo, una superación en la cual la humanidad se juega su existencia. Pero los aspectos más eurocéntricos y “clasistas” del filósofo de Tréveris tienen que ser superados.

La clase obrera, y menos la europea, no es el “demiurgo” de un nuevo orden post-capitalista, socialista o comunista. La clase obrera acaba siendo la espectadora pasiva de la rapiña de la riqueza, a la espera de que a ella todavía le sigan cayendo las migajas del banquete. Un banquete caníbal en el que una parte mínima del mundo devora a la gran masa de la humanidad, que es principalmente no occidental.

Toda esta digresión sirve para mostrar por qué en nuestros países occidentales y supuestamente democráticos, el público (que ya no es el pueblo) comenta indiferente un genocidio en donde la excusa que dieron muchos alemanes en 1945 (“no sabíamos nada”) es una treta que no va a funcionar. Todos lo sabemos. Es más, en el fondo sospechamos que esto mismo que les está pasando a los palestinos va a ser el retrato de lo que puede llegar a ser el destino europeo.

Si unos líderes ya no se sienten “responsables ante el Pueblo”, pues el Pueblo no existe, ni menos aún existe una clase de vanguardia inter-modal que sirva para cambiar la Historia, entonces puede venir cualquier cosa. Las bombas rusas a las que supuestamente deberíamos temer nos las hemos buscado nosotros, consintiendo y aplaudiendo mentiras.

Las piedras que tiran los gamberros a escondidas, guardando las manos y diciendo “yo no he sido” provocaron el Maidán y el genocido de Zelensky, ese otro muñeco del genocida mayor de la historia, los EEUU. Que nos devuelvan lluvias de pedradas por haber iniciado desde el Oeste todas estas carniceras gamberradas habría sido lo más “normal”.

Hemos normalizado el genocidio y la inmoralidad geopolítica. Que de aquí a 2030 veamos construir refugios anti-aéreos en Madrid, París, Roma, Londres y Berlín, será lo “normal”. Normalizamos las fotos de niños palestinos desnutridos y amputados, las fotos de bolsitas blancas con cadáveres infantiles y no queremos normalizar la posibilidad muy inmediata de que esas escenas, como sacadas de Auschwitz o Dresde, regresen a Europa.

El análisis del capitalismo explica no sólo la decadencia de nuestros países y de nuestra civilización, hasta ahora opulenta. Es un análisis combativo que debe dejar muy claro quién es el enemigo, contra quién hemos de luchar y por qué nuestra misma existencia está en juego.

La Haine

 

Enlace al artículo: https://www.lahaine.org/gM9b