 El problema de nuestro tiempo se enuncia así: ¿cómo puede una persona estúpida —es decir, una persona que no piensa— entablar una relación con una inteligencia que afirma pensar fuera de ella?
El problema de nuestro tiempo se enuncia así: ¿cómo puede una persona estúpida —es decir, una persona que no piensa— entablar una relación con una inteligencia que afirma pensar fuera de ella?
«Comienza una era de barbarie, y las ciencias estarán a su servicio». La era de la barbarie aún no ha terminado, y el diagnóstico de Nietzsche se confirma puntualmente en nuestros días.
Las ciencias está tan empeñadas en satisfacer e incluso anticipar todas las necesidades de la época que, cuando esta decidió que carecía del deseo o la capacidad de pensar, inmediatamente le proporcionaron un dispositivo llamado «Inteligencia Artificial» (IA).
El nombre no es transparente, porque el problema de la IA no es que sea artificial (el pensamiento, inseparable del lenguaje, siempre implica un arte o artificio), sino que se sitúa fuera de la mente del sujeto que piensa o debería pensar.
En esto, se asemeja al intelecto separado de Averroes, que, según el brillante filósofo andaluz, era único para todos los hombres.
Para Averroes, el problema residía, en consecuencia, en la relación entre el intelecto separado y el ser humano singular. Si la inteligencia está separada de los individuos, ¿cómo pueden estos conectarse con ella para pensar?

La respuesta de Averroes es que los seres humanos singulares se comunicaban con el intelecto separado a través de la imaginación, que sigue siendo individual.
Sin duda, es un síntoma de la barbarie de la época, así como de su absoluta falta de imaginación, que este problema no se plantee para la inteligencia artificial. Si fuera simplemente una herramienta, como las calculadoras mecánicas, el problema no existiría.
Sin embargo, si se asume, como de hecho es el caso, que la IA, al igual que el intelecto separado de Averroes, piensa, entonces el problema de su relación con el sujeto pensante es inevitable.
Bazlen dijo una vez que, en nuestra época, la inteligencia ha terminado en manos de los estúpidos. Es posible que el problema crucial de nuestro tiempo adopte entonces esta forma: ¿cómo puede una persona estúpida —es decir, una persona que no piensa— entablar una relación con una inteligencia que afirma pensar fuera de ella?
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