Lecciones de una enorme lucha ganada por la articulación popular, en tiempos de neoliberalismo restaurado
Este noviembre se cumplen veinte años de uno de los hitos más importantes en la historia de las luchas populares latinoamericanas en el siglo XXI: el rechazo al Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) en la IV Cumbre de presidentes de las Américas, celebrada en Mar del Plata en noviembre de 2005. Aquellas jornadas no implicaron simplemente la derrota de un tratado comercial. Fue el momento en que un continente entero, articulado en una coalición sin precedentes de movimientos sociales, sindicatos, organizaciones campesinas e indígenas, sectores empresariales y gobiernos progresistas, expresión de un amplio espectro político, le puso un freno a un proyecto de integración económica subordinada a los EEUU. Se trató de una inmensa movilización popular de confrontación con la estrategia de libre mercado de la principal potencia capitalista.
El paralelo con la batalla de Seattle en 1999 es inevitable. Seattle es un punto importante de un conjunto de luchas y movilizaciones contra la globalización capitalista. Si aquella movilización contra la Organización Mundial del Comercio marcó un punto de inflexión en la resistencia al neoliberalismo a escala global, los encuentros en Mar del Plata representaron el momento decisivo para la región latinoamericana y caribeña. La combinación de la III Cumbre de los Pueblos en las calles, con miles de manifestantes, y la nueva correlación de fuerzas políticas al interior de la cumbre presidencial --especialmente con Venezuela y los cuatro países del Mercosur cerrando filas contra el ALCA-- logró lo que parecía imposible apenas unos años antes: frenar en seco el proyecto de liberalización más ambicioso que se había intentado en el continente.
Lo que estaba en juego era mucho. El ALCA proponía una integración basada exclusivamente en la libre circulación de mercancías, servicios y capitales, no de personas y no tenía consideración alguna sobre los impactos sociales, ambientales o sobre las cadenas productivas locales y regionales. Para las organizaciones populares que lo resistieron --sociales, sindicales, campesinas, indígenas, ambientales, políticas-- el tratado representaba la profundización de un modelo que ya había mostrado sus consecuencias devastadoras durante la década neoliberal de los noventa: desindustrialización, precarización laboral y salarial, privatización de servicios y capital públicos, junto a la destrucción de las economías locales.
Pero la oposición al ALCA no provino únicamente del campo popular, incluyendo el debate relativo al alcance de la lucha, contra el neoliberalismo o en confrontación con el orden capitalista. Un dato fundamental, que a menudo se minimiza en los relatos de aquella victoria, es que sectores importantes del empresariado industrial también se opusieron al libre comercio en esa coyuntura. El caso más emblemático fue el del empresariado industrial brasileño, que se coordinó con el gobierno de Lula da Silva para sostener una estrategia mercado-internista de industrialización y fortalecimiento de cadenas de valor locales y regionales, incluso como plataforma de base para las exportaciones.
Resulta interesante verificar que, para estos actores, el ALCA significaba quedar expuestos a la competencia directa con las corporaciones estadounidenses en condiciones profundamente desiguales, lo que amenazaba con desmantelar décadas de desarrollo industrial.
La convergencia estratégica, más allá de matices y contradicciones asociadas a intereses particulares, entre sectores empresariales nacionalistas, gobiernos progresistas y movimientos populares fue uno de los factores clave que hizo posible el triunfo de Mar del Plata.
El debate al interior de esta amplia coalición transitaba por la confrontación con la política neoliberal instalada desde el Consenso de Washington, o si se debía ir más allá en la crítica al capitalismo y la sustentación de un proyecto transformador y emancipador.
Encuentros hemisféricos contra el ALCA y la Alianza Social Continental: una coordinación sin precedentes
Detrás de la resistencia que se materializó en Mar del Plata en 2005 hay una rica historia de articulación popular, recorrida por los Encuentros hemisféricos iniciados en 1998 en La Habana, la Alianza Social Continental emergente en 1999 en México y la saga anual del Foro Social Mundial convocada por redes sociales globales y organizadas desde el 2001 en Porto Alegre, Brasil.
Son tres ámbitos de articulación que sentaron las bases del éxito contra el ALCA, al tiempo que constituyeron un semillero de acumulación de poder popular en la disputa de los gobiernos en la región latinoamericana y caribeña.
Fueron ámbito de construcción de una subjetividad creciente de confrontación con la política neoliberal hegemónica, al tiempo que desplegaron en debates masivos una crítica trascendente con perspectiva emancipadora contra el capitalismo. Se recreaba el concepto de Nuestra América que acuñó José Martí y diferenciaba la lucha y objetivo de los pueblos de la propuesta sustentada desde EEUU, la OEA y los gobiernos de la región, excepto Cuba.
Una concepción que tiño los debates, las luchas y los programas de toda la región en los años que siguieron y que definieron las expectativas de transformación bajo el horizonte del cambio político, de crítica a la hegemonía neoliberal y de aspiraciones por construir otro orden posible. Mirado desde hoy sigue siendo una asignatura pendiente.
Se trató de una articulación transnacional, más amplia y ambiciosa que los países de América Latina y el Caribe hayan conocido en su historia reciente. El logro principal remite a algo extraordinariamente difícil: coordinar a piqueteros, sindicatos, movimientos campesinos, organizaciones indígenas, grupos ambientalistas, colectivos de DDHH, movimientos estudiantiles y juveniles, junto a sectores de izquierda de todo el continente en torno a una agenda común de rechazo al ALCA y de construcción de alternativas de integración regional.
Desde las Cumbres de los Pueblos que se realizaron paralelamente a las cumbres presidenciales --primero en Santiago de Chile en 1998, luego en Quebec en 2001, y finalmente en Mar del Plata-- hasta las campañas de educación popular sobre los riesgos del ALCA, la articulación continental construyó un tejido organizativo transnacional que permitió que la resistencia estuviera enraizada en las realidades locales.
Un hito central fue el proceso de consultas populares contra el ALCA, que en noviembre de 2003 sumó más de 2 millones de votos en toda la Argentina y cerca de 11 millones en Brasil.
Dos décadas después, resulta difícil imaginar una coordinación de tal magnitud en el presente. El declive del ciclo de luchas que caracterizó las décadas de los noventa y los años 2000, la fragmentación de las organizaciones y los cambios en el escenario político regional hacen que aquella experiencia parezca hoy casi irrepetible.
El No al ALCA y los gobiernos progresistas
El rechazo al ALCA no fue solo una victoria defensiva. Abrió un espacio político fundamental para los experimentos de los gobiernos progresistas que estaban emergiendo en la región.
La derrota del proyecto estadounidense de integración subordinada permitió que florecieran propuestas alternativas de regionalismo: desde el ALBA (Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América) impulsada por Venezuela y Cuba, hasta el fortalecimiento de las articulaciones regionales, incluso la creación de UNASUR y posteriormente de la CELAC, primera articulación que excluyó a EEUU y a Canadá.
Estos proyectos, con todas sus limitaciones y contradicciones, compartían un denominador común: la búsqueda de una cooperación entre Estados que no estuviera exclusivamente determinada por la lógica del libre comercio, sino que incorporara dimensiones políticas, sociales, culturales y estratégicas. Se habló de soberanía alimentaria, energética y financiera. Se creó el Banco del Sur, aunque no llegó a funcionar, como alternativa a las instituciones financieras tradicionales, sustentando la necesidad de una Nueva Arquitectura Financiera Regional para la promoción de un modelo productivo y de desarrollo para satisfacer las necesidades populares.
Las propuestas avanzaron en mecanismos de cooperación política que iban más allá del comercio. Incluso, países como Bolivia y Ecuador pusieron en cuestión el sistema de protección de inversiones extranjeras y terminaron todos sus tratados de inversión con las potencias europeas y con EEUU y Canadá. Más aún, en sus nuevas Constituciones incluyeron las concepciones de los pueblos originarios del "vivir bien" o del "buen vivir".
Sin el movimiento popular del No al ALCA, estos experimentos simplemente no hubieran sido posibles. El tratado habría establecido un marco normativo que limitaría drásticamente las posibilidades de políticas industriales activas, de regulación de inversiones extranjeras, de protección de sectores estratégicos o de priorización de la integración regional sudamericana.
Por eso, el éxito popular logrado hace dos décadas en Mar del Plata, no solo fue una batalla ganada, sino que abrió un horizonte de posibilidad para pensar y construir otro tipo de integración continental.
¿Es pensable hoy otro "No al ALCA"?
Este interrogante supone un aspecto incómodo para el análisis, pero necesario. Sostenemos que el rechazo al proyecto ALCA correspondió a un momento particular de la historia reciente: la fase de impugnación de masas al proyecto de liberalización. Esa dinámica de luchas fue la condición de posibilidad para la emergencia de gobiernos progresistas o críticos hacia la hegemonía neoliberal en la región.
Ese momento se ha transformado radicalmente con la contraofensiva de las derechas y la ultraderecha, quienes intentan definir el curso reaccionario para la consolidación del proyecto del capital más concentrado que actúa en los países de Nuestra América.
Hoy atravesamos un momento de desarticulación de las luchas populares, a contramano de lo característicos de las últimas tres décadas. La crisis y derrota de muchos gobiernos progresistas y el auge de las derechas (que, paradójicamente, enarbolan banderas contra el libre comercio) es un elemento a destacar, claro que en contraste con otras experiencias que retoman el legado de la impugnación al neoliberalismo, especialmente luego de las luchas populares y juveniles de Chile y de Colombia.
Aludimos a las derechas y remitimos al caso más emblemático de EEUU, con Trump, quien durante su presidencia criticó el TLCAN como "el peor tratado de la historia", impuso aranceles a China, a Canadá y a México en el marco de una "guerra comercial" generalizada; paralizó la Organización Mundial del Comercio y se retiró del Tratado Transpacífico. Para recuperar la hegemonía estadounidense, levanta una propuesta que pareciera coincidir con el programa de las luchas de los movimientos populares latinoamericanos y caribeños de los últimos años.
Pero: a no confundirse, las apariencias engañan. El objetivo de la administración Trump se orienta a una reconfiguración del capitalismo en crisis para reorganizar el sistema de relaciones capitalistas bajo la hegemonía de EEUU
En ese camino se asocia a las ultraderechas en los gobiernos de la región, especialmente con el argentino Javier Milei y el salvadoreño Nayib Bukele, en tanto vanguardias de varios gobiernos liberalizadores y de derecha, base política de una reorganización liderada por el capital transnacional.
Nuestro interrogante fundamental se sostiene: ¿es pensable hoy un rechazo al libre comercio y al libre cambio tan rotundo por parte del movimiento popular latinoamericano y caribeño como el que se articuló contra el ALCA? Incluso, y más importante aún: ¿sería suficiente para cambiar el camino de la política regional actual?
Por un lado, la apropiación de la retórica anti-libre comercio por parte de figuras como Trump revela una trampa: el discurso contra los tratados comerciales puede servir tanto a proyectos emancipatorios como a nacionalismos corporativos que solo buscan fortalecer a las empresas de su país sin cuestionar las asimetrías fundamentales del capitalismo global.
Trump no critica al TLCAN por solidaridad con las/os trabajadoras/es mexicanos desplazadas/os, sino porque las corporaciones estadounidenses perdieron ventajas competitivas.
Por otro lado, el contexto global se ha transformado profundamente. Las cadenas globales de valor han fragmentado los procesos productivos de tal manera que resulta cada vez más difícil pensar estrategias puramente nacionales o incluso regionales. Además, los tratados bilaterales de libre comercio que varios países latinoamericanos firmaron desde el año 2000 (Chile, Perú, Colombia, Centroamérica) han consolidado un modelo de apertura que coexiste contradictoriamente con discursos de integración regional.
En este periodo, China emergió como un actor fundamental en América Latina, estableciendo relaciones comerciales y financieras que no modifican en esencia las lógicas de producción y circulación primario exportadoras.
En este contexto, las perspectivas para los movimientos populares y sus proyectos de transformación y emancipación son complejas.
No se trata simplemente de repetir la fórmula del No al ALCA, sino que se requiere una actualización profunda de las estrategias de resistencia que reconozca varias cosas: primero, que la crítica al libre comercio debe ir acompañada de una crítica más integral al capitalismo global, entendiendo que el comercio está entrelazado con cuestiones productivas, financieras, ambientales y digitales. Se trata de la producción y la circulación en conjunto.
Debe reconocerse que el nacionalismo económico tiene límites estructurales evidentes en tiempos de internacionalización de la producción, transnacionalización del capital y medidas restrictivas con sanciones unilaterales aplicadas por los principales Estados del orden capitalista para sustentar la hegemonía en discusión. En ese marco, apostar a "recuperar la soberanía estatal" puede terminar fortaleciendo proyectos que no necesariamente apuntan a la emancipación social.
Sostenemos que es necesario reconstruir formas de internacionalismo solidario que vayan más allá de las articulaciones anti-tratados, conectando las diversidades de las luchas de comunidades migrantes y pueblos indígenas afectadas por el saqueo de los bienes comunes y la explotación exacerbada con la precariedad laboral y salarial.
Veinte años después de Mar del Plata, la pregunta ya no es solo cómo derrotar tratados de libre comercio, sino cómo construir alternativas concretas que cuestionen la lógica misma de un sistema económico global, el capitalismo, que requiere, estructuralmente, de la exclusión y precarización de amplios sectores sociales.
Reconocemos que se requiere reactivar la masividad de la lucha popular, recreando los programas emergentes de esa dinámica de confrontación sociopolítica, para recrear formas políticas para hacer efectiva la transformación social y llevar adelante el proyecto de emancipación social en contra del régimen del capital y más allá.
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