
La Cumbre del Clima COP30 que se celebra en Belém (Brasil) llega envuelta en la habitual fanfarria mediática. Gobiernos, multinacionales y organismos internacionales vuelven a desfilar con discursos grandilocuentes sobre “transición justa”, “neutralidad de carbono” y “financiación climática”. Sin embargo, detrás de las sonrisas y los apretados de manos se esconde una operación de maquillaje bien orquestada: el capitalismo intenta, una vez más, presentarse como el salvador del planeta mientras sigue devorándolo.
El capitalismo no puede ser verde
El capitalismo no es un sistema que pueda reformarse para volverse ecológico; es, por definición, un modo de producción basado en la acumulación infinita de capital. Su motor es el lucro privado, no el bienestar humano ni la salud del ecosistema. Para generar beneficios constantes, necesita crecimiento perpetuo, extracción ilimitada de recursos y reducción de costes, incluida la fuerza de trabajo. Esa lógica choca frontalmente con los límites biofísicos del planeta.
Las sucesivas cumbres climáticas –desde Río 1992 hasta París 2015 y las veintinueve COP intermedias– lo demuestran con crudeza. Los objetivos se anuncian, se aplazan, se diluyen o directamente se incumplen. El Acuerdo de París prometía mantener el calentamiento “muy por debajo de 2 °C” y “perseguir esfuerzos” para no superar 1,5 °C. Diez años después, la trayectoria actual nos lleva a 2,5-3 °C de calentamiento para finales de siglo, según la propia ONU. ¿Casualidad? No. Es la consecuencia lógica de dejar la respuesta climática en manos de quienes más ganan con el statu quo: las grandes petroleras, los fondos de inversión y los gobiernos al servicio del gran capital.
‘Greenwashing’ institucionalizado
Lo que vemos en estas cumbres no es compromiso, sino greenwashing a escala planetaria. Las empresas más contaminantes –ExxonMobil, Shell, BP, Aramco– patrocinan pabellones, financian informes y se fotografían junto a líderes políticos. Los bancos prometen “financiación verde” mientras siguen destinando billones a proyectos fósiles. Los gobiernos del Norte anuncian ayudas al Sur que luego resultan ser préstamos con intereses o simples redirecciones de fondos ya existentes.
El presidente Lula en la Cumbre del Clima de Belém.
Brasil, anfitrión de la COP30, es un ejemplo paradigmático. Bajo el gobierno de Lula, el país ha reducido la deforestación amazónica un 50% respecto a los años de Bolsonaro, pero sigue apostando por la agroindustria exportadora, la minería en tierras indígenas y el petróleo de la margen ecuatorial. El mensaje es claro: se puede ser “progresista” y al mismo tiempo ampliar la frontera extractiva si eso mantiene el flujo de divisas y el crecimiento del PIB.
La clase trabajadora paga la factura
Mientras las élites brindan con champán en Belém, millones de trabajadores y trabajadoras seguirán sufriendo las consecuencias. Los empleos “verdes” prometidos suelen ser precarios, deslocalizados o directamente ficticios. Las reconversiones industriales se traducen en despidos masivos sin alternativas reales. Y cuando llegan las catástrofes –inundaciones, sequías, olas de calor–, son los barrios obreros, las comunidades campesinas y los países empobrecidos quienes pagan el precio más alto.
El capitalismo no puede ofrecer una transición justa porque su propia supervivencia depende de la desigualdad. La concentración obscena de riqueza en manos de una minoría –el 1 % más rico emite el doble de CO₂ que la mitad más pobre de la humanidad– es inseparable del modelo. No hay tecnología mágica ni “capitalismo verde” que pueda resolver esa contradicción estructural.
Salvar el planeta superando el capitalismo
La única salida real pasa por romper con la lógica del lucro y poner la planificación económica al servicio de las necesidades humanas y los límites ecológicos. Un sistema socialista permitiría reorientar masivamente los recursos hacia energías renovables públicas y descentralizadas; Reducir drásticamente la producción de bienes superfluos y el consumo suntuario de las élites; Planificar el cierre ordenado de industrias fósiles con reconversión laboral garantizada; Restaurar ecosistemas a gran escala mediante trabajo colectivo remunerado; o, reparar la deuda climática histórica mediante transferencias reales del Norte al Sur, sin condiciones ni intereses.
Nada de esto será posible mientras las decisiones sigan en manos de consejos de administración y lobbies empresariales. La lucha climática y la lucha de clases son la misma lucha. Solo la clase trabajadora organizada, a nivel nacional e internacional, tiene la fuerza y el interés objetivo para imponer otra lógica.
La COP30 no será la excepción: llegará, prometerá, se fotografiará y se irá. El planeta seguirá ardiendo y los beneficios seguirán fluyendo hacia los mismos bolsillos. La tarea no es pedirle al capitalismo que sea más humano; es superarlo. Porque no hay futuro verde dentro de un sistema que solo entiende el lenguaje del dinero. Socialismo o barbarie: esa es la disyuntiva real que tenemos delante.
nuevarevolucion.es