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Pensamiento :: 07/12/2025

Ecología y marxismo

Xu Tao, Lv Jiayi, John Bellamy Foster
Entrevista con John Bellamy Foster :: El marxismo ecológico en el antropoceno :: "El imperialismo ecológico no es una nueva forma de imperialismo, sino el fundamento de todo imperialismo"

Xu Tao es doctorando en la Escuela de Marxismo de la Universidad de Nankai. Lv Jiayi es profesor asociado y supervisor de doctorado en la Escuela de Marxismo de la Universidad de Nankai. La entrevista se publicó originalmente en China en 'Teaching and Research in Marxist Theory', nº 2 (2025).

Xu Tao y Lv Jiayi: Ustedes ejercen una gran influencia en el marxismo ecológico. Sus textos son referentes para investigadores marxistas de todo el mundo. Sin embargo, hasta donde sabemos, sus primeras investigaciones se centraron en la economía política marxista y la teoría del desarrollo capitalista, en particular la teoría del capital monopolista de Paul M. Sweezy y Paul A. Baran. ¿Qué los llevó a reorientar su investigación hacia el marxismo ecológico? ¿Tienen algún otro interés o investigación en la economía política marxista actual?

John Bellamy Foster: Tiene razón, mi trabajo se ha centrado cada vez más en la ecología, aunque este cambio fue más bien una adición a mi investigación previa en economía política que una verdadera reorientación. Me sentí atraído por la cuestión ecológica tras darme cuenta de que el capitalismo estaba generando una crisis ecológica global arraigada en su sistema de acumulación de clases, poniendo cada vez más en peligro a la humanidad en su conjunto. Pero, al mismo tiempo, seguí publicando trabajos importantes en economía política. La economía política y la ecología no son cuestiones particularmente diferentes. La crítica de Marx a la economía política del capital es fundamental para todo análisis ecológico marxista, y su crítica ecológica --ahora conocida como teoría de la ruptura metabólica-- es crucial para comprender el estancamiento económico actual. En mi opinión, no se pueden separar, aunque a menudo tengamos que hacerlo por razones analíticas. Más bien, constituyen diferentes aspectos de la crisis material de nuestro tiempo.

En muchos sentidos, gran parte del análisis económico asociado a Monthly Review, que aborda la relación entre estancamiento y explosión financiera --Estancamiento y explosión financiera, título del libro de Harry Magdoff y Paul M. Sweezy de 1986--, se ha generalizado desde la gran crisis financiera de 2007-2010. Sin embargo, dado que estos problemas son claramente endémicos a la acumulación al servicio del capital financiero monopolista, el sistema carece de respuestas y busca constantemente desviar la atención de la contradicción fundamental: el capital mismo. Actualmente, las cuestiones del militarismo, el imperialismo y el medio ambiente planetario, que en conjunto representan una crisis existencial para la humanidad, suelen tener prioridad sobre el análisis directo de la crisis económica, a pesar de estar intrínsecamente relacionadas.

Dentro de los estudios marxistas ecológicos, muchos académicos, incluido usted, sostienen que la humanidad vive en la época del Antropoceno. ¿Podría profundizar en el origen y desarrollo del concepto de Antropoceno? ¿Cómo nos ayuda este concepto a comprender la crisis ecológica capitalista? Además, muchos académicos (como Andreas Malm) argumentan que el concepto de Antropoceno implica una lógica narrativa dominada enteramente por las ciencias naturales, atribuyendo los problemas ecológicos a la humanidad en su conjunto, lo que oscurece las posturas políticas e ideológicas. Por lo tanto, prefieren el término «Capitaloceno» (es decir, la idea de que el capital está destruyendo el medio ambiente). ¿Cómo evalúa esta perspectiva?

JBF: El término Antropoceno tiene una larga historia. Apareció por primera vez en inglés en 1973, en la traducción del artículo «El Sistema Antropogénico (Periodo)» de E. V. Shantser, en la Gran Enciclopedia Soviética. Allí, «Antropoceno» se usaba como alternativa a «Antropógeno», nombre que los soviéticos daban al periodo geológico ahora conocido como Cuaternario (que incluye el Pleistoceno y el Holoceno). Este uso fue introducido en 1922 por el geólogo soviético Alekséi Petróvich Pávlov, e influyó en Vladímir I. Vernadski, autor de La Biosfera (1926). La interpretación de Vernadski sobre la biosfera proporcionó un protoanálisis del sistema terrestre. La introducción del concepto de «Antropógeno» o «Antropoceno» en esa etapa pretendía sugerir que, de alguna manera, la humanidad estaba influyendo en la geología y el sistema ambiental de todo el planeta. Tanto Pavlov como Vernadsky destacaron enfáticamente el papel dominante de los factores antropogénicos en la biosfera.

Pavlov y Vernadsky introdujeron este cambio en nuestra perspectiva sobre la relación de la humanidad con los ciclos biogeoquímicos de la Tierra, en el contexto de un único período geológico, en lugar de una época geológica más corta, vinculando así su concepto a todo el período en el que existieron los humanos y sus ancestros homínidos. Además, su marco teórico se relacionó con el concepto de biosfera. La identificación de los factores antropogénicos --que ahora superan en importancia a los no antropogénicos-- como el principal motor del cambio del Sistema Terrestre se remonta a principios de este siglo. En la interpretación científica más reciente, el Antropoceno se considera el sucesor del Holoceno y es contemporáneo de la Gran Aceleración que, desde la década de 1950, a través del consumo global de materiales y recursos, ha influido en el metabolismo de todo el Sistema Terrestre.

Sin embargo, a pesar de nuestro creciente conocimiento geológico y ambiental, sería un error subestimar, por razones puramente técnicas, los precursores del pensamiento holístico-dialéctico que precedieron al surgimiento de los conceptos contemporáneos del Sistema Terrestre y el Antropoceno. En 1911, E. Ray Lankester, el zoólogo británico más importante de finales del siglo XIX, discípulo de Charles Darwin y Thomas Huxley y amigo cercano de Karl Marx, publicó su obra El Reino del Hombre. En ella, planteó un argumento similar al de Friedrich Engels en su Dialéctica de la Naturaleza, según el cual los seres humanos habían adquirido un poder sobre la Tierra que podría conducir a la destrucción de su propia civilización --definida metafóricamente como la «venganza» de la naturaleza-- si no se mantenían las condiciones ambientales. El conflicto entre el dominio del hombre sobre la naturaleza y la «venganza de la naturaleza» se representó simbólicamente en la portada de El Reino del Hombre. Debajo del título figuraba una imagen de la primera especie de tripanosoma (género Trypanosoma ), un parásito sanguíneo descubierto en 1843 y redescubierto por Lankester en 1871. En África, una especie de tripanosoma transmitida por la mosca tse-tsé fue responsable de la muerte de un número indeterminado de personas por la enfermedad del sueño, debido a los efectos ambientales del capitalismo y el colonialismo, lo que para Lankester simbolizaba la «venganza de la naturaleza». Para Lankester, el principal enemigo de la naturaleza era el capital. Argumentó, al igual que Marx y Engels antes que él, que solo un cambio en las relaciones sociales y científicas podría prevenir la degradación ambiental global y las epidemias que amenazaban la vida, incluida la humana.

Fue Nikolai Bujarin, figura clave de la Revolución de Octubre, quien declaró en la Segunda Conferencia Internacional sobre Historia de la Ciencia y la Tecnología, celebrada en Londres en 1931, que «al vivir y trabajar en la biosfera, el ser humano social ha transformado radicalmente la superficie del planeta». Bujarin, siguiendo a Marx, consideraba este fenómeno un cambio trascendental en el «metabolismo» de la humanidad y la naturaleza. Sin embargo, el concepto unificador de la biosfera fue prácticamente excluido del pensamiento occidental, si bien estuvo presente de forma algo clandestina en círculos científicos, hasta que, en abril de 1970, apareció en la portada de Scientific American con motivo del primer Día de la Tierra. No es casualidad que la autora del artículo de portada de ese número fuera la renombrada ecóloga de Yale, G. Evelyn Hutchinson, antigua alumna de los destacados biólogos marxistas británicos Joseph Needham (autor de Ciencia y civilización en China ) y J.B.S. Haldane. Y es a otro destacado biólogo marxista británico, Lancelot Hogben, a quien Hutchinson debe su compromiso con la ecología. Tanto Needham como Hogben estuvieron presentes en el discurso de Bujarin en Londres. Durante años, todo el debate sobre la biosfera estuvo asociado al pensamiento soviético y marxista.

Lo que transformó esta situación a finales de la década de 1950 y durante la de 1960 no fue solo el auge del movimiento ecologista, sino también el rápido desarrollo de la ciencia climática, primero en la Unión Soviética y luego en EEUU. Esto condujo al descubrimiento de la aceleración del calentamiento global, planteada inicialmente por Mikhail Budyko en la Unión Soviética. En las décadas de 1970 y 1980, el desarrollo de la climatología, junto con el concepto de biosfera, dio lugar al análisis del sistema terrestre. Esto, a su vez, dio origen al concepto actual de Antropoceno, propuesto por Paul Crutzen y Eugene Stoermer --y posteriormente adoptado por el Grupo de Trabajo del Antropoceno--, que señala una época geológica completamente nueva, que rompe con el Holoceno de los últimos 11 700 años, en la cual las fuerzas antropogénicas son ahora los principales impulsores del cambio en el sistema terrestre.

La historia temprana del concepto de Antropógeno/Antropoceno en la ciencia soviética se minimiza en la visión occidental dominante. La tesis de que el término fue acuñado por primera vez en la década de 1980 por Störmer (de una manera carente de rigor científico) y posteriormente por Crutzen se presenta como la versión oficial, aunque solo sea porque el concepto podía presentarse como estadounidense.

Pero, independientemente de los orígenes del concepto de Antropoceno, la adopción de este término --directamente asociado con la crisis ecológica planetaria-- reviste una enorme importancia científica, ya que pone de relieve que la sociedad humana, gracias al progreso económico y tecnológico, tiene la responsabilidad de preservar el planeta como hábitat para la humanidad (e innumerables otras especies), y que el incumplimiento de esta responsabilidad conllevaría (metafóricamente) la "venganza de la naturaleza".

El término Capitaloceno fue acuñado por Malm desde una perspectiva sociocientífica. Argumenta que atribuir esta nueva época geológica a los humanos (mediante el uso del prefijo antropogénico ) minimiza la importancia de la causa principal del cambio ambiental global: el capitalismo como modo de producción histórico específico. Sin embargo, esto plantea varios problemas. El concepto naturalista del Antropoceno no excluye en absoluto un análisis sociocientífico de este fenómeno en términos del papel del capitalismo. Además, intentar imponer el concepto de Capitaloceno a científicos naturales ajenos a las ciencias sociales --sin una comprensión real de la escala temporal geológica-- constituye un intento bastante arrogante de ignorar la complejidad del problema desde la perspectiva de las ciencias naturales.

Los científicos naturales que defendían la noción de la época del Antropoceno ya estaban llevando a cabo un cambio revolucionario, motivados por la necesidad de abordar la crisis ecológica planetaria. Cuestionar esta comprensión desde una perspectiva reduccionista de las ciencias sociales, como si fuera el único problema en juego, solo dificultó su tarea. Finalmente, prevaleció la visión conservadora y, en 2024, la Comisión Internacional de Estratigrafía y la Unión Internacional de Ciencias Geológicas rechazaron la propuesta de designar el Antropoceno como una nueva época geológica dentro de la Escala de Tiempo Geológico, una decisión que, en parte, tuvo motivaciones políticas. Huelga decir que esto no resuelve el problema, sino que crea un obstáculo más para los intentos de concienciar a nivel mundial sobre la naturaleza de la transformación que se ha producido en la relación de la humanidad con el sistema terrestre.

En la teoría ecológica marxista, es necesario considerar la naturaleza y la sociedad como dialécticamente entrelazadas, siendo la sociedad humana una forma emergente dentro del metabolismo universal de la naturaleza. Esto significa que, dada esta interrelación, es un error subsumir la descripción naturalista dentro de una descripción sociocientífica centrada en el capitalismo, a riesgo de perder de vista la naturaleza de la interacción dialéctica. (Siguiendo la misma lógica, una perspectiva estrictamente naturalista-científica eliminaría el aspecto social esencial del problema y la naturaleza misma de la interacción). Si bien el capitalismo es el principal responsable de la degradación del Sistema Terrestre, la época del Antropoceno persistirá incluso dentro de cualquier organización socialista imaginable, incluso en el contexto de una relación más sostenible con el planeta. Una vez que la humanidad se convierta en la fuerza principal en la transformación del Sistema Terrestre, esta condición será irreversible mientras la sociedad industrial continúe por este camino. Viviremos en una situación precaria, y una relación sostenible con el planeta seguirá siendo una responsabilidad fundamental y una preocupación constante. La única pregunta en todo esto es cómo gestionamos nuestra relación con el planeta ahora y en el futuro.

Dentro del marxismo ecológico, el concepto de decrecimiento ha sido ampliamente debatido. El académico japonés Kohei Saito incluso llegó a afirmar que Marx, en última instancia, señala el camino hacia un «comunismo del decrecimiento». ¿Cuál es su valoración de los conceptos de «decrecimiento» y «comunismo del decrecimiento»? ¿Constituyen, en su opinión, un avance en los estudios marxistas ecológicos?

Tengo algunas reservas sobre el concepto de «comunismo del decrecimiento», especialmente tal como lo desarrolla Saito. Hay dos cuestiones en juego: por un lado, las tesis específicas de Saito con respecto a Marx; por otro, el concepto general de decrecimiento y, más específicamente, el de «comunismo del decrecimiento».

En su primer libro, El ecosocialismo de Karl Marx (2016 [2023]), Saito buscó extender la tradición de la ruptura metabólica , desarrollada por varios pensadores anteriores, entre ellos yo mismo. Este análisis refutó la acusación, esgrimida por algunos ecosocialistas de primera generación, de que Marx era un pensador «prometeico» o un productivista extremo. (Cabe señalar que tal interpretación del prometeísmo como mero industrialismo tiene poco que ver con el mito original de Prometeo, especialmente tal como lo describe Esquilo en Prometeo encadenado ). En este sentido, Saito ha realizado contribuciones significativas. Sin embargo, en sus dos libros más recientes --Marx en el Antropoceno y El capital en el Antropoceno (este último traducido al inglés como Slow Down )-- Saito cambia de postura, argumentando que Marx fue un pensador prometeico o hiperindustrialista hasta finales de la década de 1850. Según Saito, incluso al escribir El Capital, Marx era un «ecosocialista de transición», aún comprometido con la idea de la necesidad del crecimiento económico (al menos bajo el socialismo) y, por lo tanto, en gran medida productivista. Solo en los últimos quince años de su vida, según la interpretación de Saito, Marx abandonó definitivamente toda forma de productivismo, transformándose en un «comunista del decrecimiento» opuesto a la expansión de las fuerzas productivas y al crecimiento económico.

Así, en sus obras más recientes, Saito --contradiciendo su propio análisis anterior-- nos presenta a un Marx de "barba negra" de la década de 1850 como un firme prometeico, que aboga por la expansión de la producción como un fin en sí mismo; un Marx de "barba gris" de El Capital de 1867 como un ecosocialista en transición, consciente de la fractura metabólica pero aún imbuido de elementos prometeicos; y finalmente, un Marx de "barba blanca" de sus últimos años, ahora transformado en un "comunista del decrecimiento" que rechaza cualquier forma de crecimiento económico, ya sea bajo el capitalismo o el socialismo.

El problema radica en que ambas partes del argumento de Saito --la reintroducción de Marx como un hiperindustrialista prometeico durante gran parte de su vida y la descripción de su metamorfosis en un «comunista del decrecimiento» en sus últimos años-- carecen de fundamento. No existe evidencia alguna --a pesar de las referencias de Saito a G.A. Cohen-- de que Marx fuera alguna vez un productivista extremo, en el sentido de considerar la expansión de la producción como el objetivo último del desarrollo humano. Y no hay prueba alguna de que Marx se transformara en un «comunista del decrecimiento» en sus últimos años, hasta el punto de que Saito no ha podido encontrar una sola frase en los escritos de Marx que respalde tal tesis. Desde una perspectiva textual, el argumento es completamente infundado.

Las afirmaciones que Saito interpreta como indicativas de una perspectiva de decrecimiento en realidad se refieren al compromiso de toda la vida de Marx con el desarrollo humano sostenible, tal como la teoría ecológica marxista ha enfatizado durante décadas. En este sentido, el enfoque de Marx era sin duda ecológico. Sin embargo, la dicotomía conceptual entre crecimiento y decrecimiento, tal como la entendemos hoy, era impensable en su época: aplicarla a Marx es, por lo tanto, históricamente anacrónico. Marx vivió en los albores de la Revolución Industrial, no en una economía globalmente desarrollada como la actual; la mayor parte del mundo aún no estaba industrializada, e incluso en Inglaterra, el transporte local todavía se realizaba en carruajes.

Aunque figuras como Engels y Lankester ya advertían sobre los riesgos ambientales globales a finales del siglo XIX, para ellos esto no implicaba que el problema fuera el crecimiento económico en abstracto, y el decrecimiento como solución jamás se les habría ocurrido. Percibían la contradicción ecológica en la propia naturaleza del capitalismo, orientado al beneficio inmediato y, por lo tanto, incapaz de proteger el medio ambiente. El problema, para ellos, era el del desarrollo humano sostenible.

Sin embargo, dejando de lado la afirmación de Saito de que Marx era un «comunista del decrecimiento», persiste la cuestión, sumamente pertinente, de los conceptos de «decrecimiento» y «comunismo del decrecimiento». Considero que el concepto de decrecimiento planificado constituye una perspectiva estratégica necesaria para criticar el mundo destructivo, desigual e irracional del capitalismo monopolista en el Norte global. El consumo energético per cápita en EEUU, por ejemplo, es sesenta veces mayor que el de Nepal. Si todos los habitantes del planeta tuvieran la huella ecológica de EEUU, se necesitarían tres o cuatro planetas Tierra para sostener el sistema actual. EEUU y Europa son responsables de la mayor parte de las emisiones históricas de dióxido de carbono, y sus niveles per cápita siguen siendo superiores a los de China, a pesar de su papel cada vez menor en la producción mundial. EEUU es, además, el país más dependiente del automóvil del mundo. El Norte global está dominado por un sistema que maximiza la acumulación de capital para una pequeña minoría, mediante la explotación y la expropiación por parte de las multinacionales, al tiempo que genera una verdadera crisis de habitabilidad para el planeta. Evidentemente, todo esto exige una revolución ecológica en el siglo XXI.

En términos ecológicos, esto significa que los países ricos deben reducir su consumo energético per cápita, mientras que los países más pobres deben poder aumentarlo, hasta alcanzar un equilibrio global sostenible. Los países ricos del núcleo capitalista son también, históricamente, países imperialistas que siguen expropiando los excedentes del Sur global en beneficio del Norte. Un estudio publicado en julio de 2024 en Nature Communications por Jason Hickel y sus colaboradores muestra que la mano de obra en el Sur aporta el 90 % de la producción global, recibiendo a cambio solo el 21 % del ingreso global. Esta desigualdad constituye la esencia misma del sistema imperialista global.

Lo esencial en el Norte global no es solo el decrecimiento negativo y cuantitativo, sino el decrecimiento positivo: la construcción de una sociedad basada en la igualdad sustantiva y la sostenibilidad ecológica. Esto exige una atención especial al desarrollo cualitativo, la redistribución de la renta, la riqueza y los recursos, la satisfacción de las necesidades humanas básicas de toda la población, una producción orientada al uso en lugar del intercambio, la distribución racional de los recursos, la valorización de los bienes comunes y los valores comunitarios, etc. Afirmar que son necesarios límites al crecimiento --o incluso al decrecimiento-- en las regiones más ricas, que son las que más derrochan y explotan dentro del capitalismo global, no implica convertirlo en un principio absoluto, del mismo modo que no implica transformar el crecimiento económico mismo en un principio absoluto. El principio rector de la ecología marxista es siempre el desarrollo humano sostenible. Además, sería erróneo afirmar que los países más pobres carecen de crecimiento en los medios de producción. Ser socialista hoy significa luchar por una sociedad basada en la igualdad sustantiva y la sostenibilidad ecológica, desde una perspectiva global.

Una crítica detallada de las tesis de Saito sobre todos estos puntos se puede encontrar en el artículo de Brian Napoletano, «¿Era Karl Marx un comunista del decrecimiento?», publicado en la edición de junio de 2024 de Monthly Review.

Para los jóvenes investigadores que estudian el marxismo ecológico, ¿cuáles son los temas más innovadores y las líneas de investigación más prometedoras en la actualidad? ¿Qué aspectos del pensamiento ecológico de Marx aún merecen ser explorados con mayor profundidad?

Su pregunta implica una distinción entre dos niveles: por un lado, la investigación sobre el pensamiento ecológico de Marx y el marxismo clásico en general; por otro, el desarrollo de estos análisis para abordar la actual crisis ecológica. En cuanto a Marx, aún estamos en los inicios: las respuestas radican en la naturaleza misma de su materialismo, que fue ecológico desde sus raíces, es decir, ligado a una concepción materialista de la naturaleza de la que también surgió su concepción materialista de la historia. El no reconocer el valor de su materialismo, especialmente en el marxismo occidental, que lo ha reducido a un conjunto de fórmulas económicas que excluyen la naturaleza, ha empobrecido el pensamiento marxista. A esto se suma el rechazo, típico del marxismo occidental, de la dialéctica de la naturaleza propia del marxismo clásico. Acabo de terminar de escribir un libro, Rompiendo las cadenas del destino: Epicuro y Marx (2025), en el que retomo un tema ya abordado en La ecología de Marx (2000): explorar las raíces del materialismo de Marx desde una perspectiva más holística. Desde esta perspectiva, el estudio del desarrollo del pensamiento marxista se convierte en un proyecto monumental, que requiere exploración teórica y un retorno a sus fundamentos originales.

Otros proyectos que tengo en mente --y que solo he abordado parcialmente-- implican explorar la estética y la ecología de Marx, los fundamentos ecológicos de su antieurocentrismo, el análisis de las fracturas metabólicas en campos como la epidemiología, la teoría del imperialismo ecológico y la relación entre ecología y producción comunal. Es necesario prestar mayor atención a la crítica que Marx formuló a lo largo de su vida contra la expropiación de la naturaleza (vinculada a su análisis de la expropiación de los bienes comunes) y a su concepción de la dialéctica de la naturaleza como naturalismo dialéctico o ecología dialéctica. El concepto marxista de la teoría del trabajo en la cultura --es decir, el origen antropológico del ser humano-- está íntimamente ligado a una visión ecológica del origen de la humanidad, la cual debe ser redescubierta y desarrollada. El ensayo de Engels «El papel del trabajo en la humanización del mono» es fundamental a este respecto. La relación entre el marxismo clásico y la teoría de la evolución aún requiere mayor investigación. Un punto esencial en el desarrollo de la dialéctica marxista es la teoría de la emergencia o niveles integradores, cruciales para cualquier perspectiva ecológica.

Al intentar comprender nuestra situación ecológica actual mediante las herramientas y los métodos de la ecología marxista, debemos tener claridad sobre nuestros propios métodos, permitiéndonos, a la vez, aprovechar todo el potencial que la ciencia y la cultura pueden ofrecer en la búsqueda de soluciones sostenibles. La crítica de Marx a la economía política del capital sigue siendo crucial, pero debe integrarse con su crítica ecológica (como en la teoría de la ruptura metabólica) si queremos llegar al fondo del problema ecológico contemporáneo. También debemos dirigir nuestra atención a la larga historia del marxismo ecológico posterior a Marx, que exploro en mi libro El retorno de la naturaleza (2020), aunque aún queda mucho trabajo por hacer al respecto. La idea, desarrollada inicialmente por Brett Clark y Richard York en 2005, de que todo el problema del metabolismo del carbono --y, por ende, el cambio climático-- puede comprenderse, en esencia, a través de la teoría de la ruptura metabólica de Marx, ha abierto un campo de crítica del capitalismo contemporáneo que continúa expandiéndose en múltiples direcciones.

La dialéctica de la naturaleza, que enfatiza la interrelación orgánica de todas las cosas, es fundamental para la perspectiva marxista y requiere una aplicación constante. Por ejemplo, es un error caer en la trampa reduccionista de considerar la actual crisis ecológica planetaria únicamente en términos de cambio climático, por muy abarcador que parezca, ya que es crucial reconocer que ya hemos superado, o estamos a punto de superar, la mayoría de los demás límites planetarios. Todos los problemas ecológicos actuales deben abordarse, incluidas las condiciones para la supervivencia humana (y la supervivencia de las especies vivas en general), junto con las condiciones para una buena vida en la Tierra. El área de investigación más importante, en mi opinión, es la de la civilización ecológica, es decir, las condiciones para un desarrollo humano sostenible más allá del capitalismo. Nos esforzamos por generar una nueva era de desarrollo humano. El marxismo ecológico es fundamental en este proceso.

La expansión sin fin de la producción capitalista ha destruido la capacidad de carga del medio ambiente, provocando una crisis ecológica global. Ustedes han recuperado el carácter original del pensamiento ecológico marxista con abundante evidencia concreta, en particular con su teoría de la «ruptura metabólica», que ha obtenido un amplio reconocimiento en la comunidad académica. ¿Cómo revela la teoría de la «ruptura metabólica» la relación entre el sistema capitalista y la crisis ambiental? ¿Han tenido alguna reflexión nueva sobre la teoría de la «ruptura metabólica» en los últimos años?

No considero que la teoría de la ruptura metabólica sea mía. Mi artículo de 1999, donde introduje el tema, se titulaba «La teoría de la ruptura metabólica de Marx». Siempre la he considerado fundamentalmente la teoría de Marx, la vertiente ecológica de su teoría de la alienación. En numerosos trabajos, he intentado desarrollar lo que Marx denominó una «exposición genética», que desde entonces se ha elaborado de diversas maneras y se ha aplicado a problemas concretos. El concepto mismo de ruptura metabólica tiene limitaciones. La ecología marxista se fundamenta más ampliamente en una comprensión materialista y dialéctica de la relación de la humanidad con la naturaleza y la sociedad, que no puede abarcarse fácilmente en su totalidad dentro de la teoría de la ruptura metabólica, la cual se centra principalmente en la cuestión de la crisis ecológica. Por lo tanto, la ecología marxista en su conjunto debe considerarse en términos de cuestiones más amplias relacionadas con el metabolismo de la humanidad y la naturaleza, y con el materialismo orgánico de Marx, que impregna todo su pensamiento.

La construcción dialéctica de la teoría de la ruptura metabólica de Marx no se desarrolló completamente en La ecología de Marx, aunque estaba implícita en ella. Se ha explorado en profundidad en algunas de mis obras posteriores, como El retorno de la naturaleza (2020), El robo de la naturaleza (con Brett Clark, 2020), Capitalismo en el Antropoceno (2022) y La dialéctica de la ecología (2024). Es importante reconocer que Marx formuló tres conceptos: el metabolismo universal de la naturaleza (a veces también denominado «metabolismo natural»), el metabolismo social y la fractura metabólica (o «la fractura irreparable en el proceso interdependiente del metabolismo social, un metabolismo prescrito por las leyes naturales de la vida misma»). El metabolismo social, que Marx equiparó con el proceso de trabajo y producción, es la dimensión ecológica de la producción, la relación específicamente humana con el metabolismo universal de la naturaleza. La fractura metabólica se produce cuando un metabolismo social alienado rompe la conexión humana con el metabolismo universal de la naturaleza, de tal manera que crea una crisis ecológica para la reproducción social. El concepto de fractura metabólica se sigue desarrollando a medida que profundizamos en diversos aspectos del análisis de Marx. Por ejemplo, ahora sabemos que la teoría de Marx en este ámbito estuvo influenciada por la obra de su amigo Roland Daniels, Mikrokosmos, un estudio que permaneció inédito hasta finales de la década de 1980. En los últimos años, se ha puesto de manifiesto la conexión que el propio Marx, inspirado por Engels, estableció entre la fractura metabólica y las epidemias periódicas del capitalismo. Pensadores como como Rob Wallace en su libro Dead Epidemiologists (2020) y Sean Creaven en su libro Contagion Capitalism (2024) han aplicado el análisis de fractura metabólica al COVID-19.

Es cierto, como bien señalas, que la crisis ecológica contemporánea puede analizarse en términos de capacidad de carga [ecológica], pero expresarlo simplemente de esa manera reduce todo el problema a una cuestión de escala. Sin embargo, no solo está en juego la escala, sino también el sistema, que está más directamente relacionado con la cuestión del colapso metabólico. Trascender los límites planetarios no es, por lo tanto, solo una cuestión de escala de producción, sino también de cómo se organiza la producción, las tecnologías específicas que se utilizan, los fines de la producción, etc. La teoría del colapso metabólico aborda, pues, tanto el sistema como la escala, lo que plantea numerosas cuestiones cualitativas. Por ejemplo, la producción de sustancias tóxicas no es solo una cuestión de escala, sino de la producción de sustancias tóxicas en sí misma.

Existen diversas maneras en que la irracionalidad intrínseca del modo de producción capitalista, particularmente en su fase monopolística, genera rupturas en los ciclos biogeoquímicos del planeta que no se reducen a una simple cuestión de capacidad de carga, sino que están vinculadas a la propia estructura de la producción. En su intento por expandirse hacia formas cada vez más irracionales bajo el capitalismo monopolista global, el capital intensifica el problema ecológico. Analizar la fractura metabólica, por lo tanto, nos permite abordar la complejidad total del problema ecológico, sin reducirlo todo a una noción de capacidad de carga, como si lo que producimos, cómo producimos y para quién producimos no fueran también elementos esenciales del problema.

Además de la crisis ecológica, ¿creen que el capitalismo se enfrenta a otras crisis? (Por ejemplo, crisis económicas y financieras, crisis de guerras imperialistas, crisis culturales e ideológicas, etc.)

Las crisis productivas y financieras son inherentes al capitalismo como sistema de explotación de clase. El imperialismo también es inherente al capitalismo y, en su fase madura y monopolística, se vuelve omnipresente, lo que significa que no solo tenemos un intercambio económico (y ecológico) globalmente desigual, sino también una tendencia constante hacia la guerra mundial, acentuada ahora por el declive de EEUU como potencia hegemónica global del sistema capitalista. La ideología se ocupa principalmente de cómo una clase dominante justifica su poder y cómo las demás clases se resisten a él, en el ámbito de las ideas. La cultura surge de las formas de parentesco y comunidad humana, y de la manera en que los valores de uso se generan y se integran en la sociedad, lo cual influye en las «estructuras del sentimiento» (término acuñado por Raymond Williams) que caracterizan las diferentes épocas históricas. El conflicto ideológico y cultural es intrínseco a un sistema capitalista global basado en clases y al imperialismo, arraigado en la desigualdad y la consiguiente apropiación global de valores.

Todas estas contradicciones del capitalismo alimentan dialécticamente la crisis ecológica, elevando el nivel de la crisis capitalista a una escala planetaria. El historiador marxista británico E.P. Thompson consideraba los preparativos para la guerra nuclear y la destrucción ambiental como una nueva realidad histórica: «el exterminio, la última etapa de la civilización». Si modificamos la frase de Thompson y nos referimos al «exterminio como la última etapa de la civilización capitalista», llegamos a la realidad de la actual crisis planetaria generada por la relación social del capital. Todo esto representa la irracionalidad fundamental de nuestra era. Todo en el actual sistema capitalista monopolista globalizado se dirige hacia el exterminio, y esto se evidencia en el genocidio que Israel (y EEUU) están infligiendo a la población palestina de Gaza. Esto se debe a que el obstáculo para abordar la crisis ecológica, junto con todas las demás crisis del capitalismo/imperialismo, es el obstáculo del capital mismo. La acumulación irrestricta de capital, según su lógica interna, se ha transformado en la acumulación de catástrofes a escala planetaria. Por lo tanto, todas las soluciones indican la necesidad de ir en contra de la lógica del capital.

El enfoque dialéctico implica una lucha constante contra el reduccionismo, abordando la cuestión de la «totalidad». Si el capitalismo amenaza con arrastrar al mundo entero a la ecología negativa del exterminio, esto es, en última instancia, producto del sistema de explotación social y expropiación de clase que constituye el modo mismo de acumulación de capital. Combatir las opresiones en todos los niveles y las crisis que generan es fundamental para la lucha contra el exterminio capitalista. No es casualidad que el fascismo haya resurgido en la mayoría de las sociedades capitalistas. Monthly Review aborda continuamente la crisis económica, la crisis del Estado, el imperialismo, la guerra y las opresiones basadas en la identidad racial y de género (incluida la identidad transgénero). Esto significa combatir las imposiciones culturales e ideológicas impuestas desde arriba, los movimientos reaccionarios y, sobre todo, el capital mismo.

El capitalismo digital, nacido de la combinación de capital y tecnología digital, se ha convertido en una nueva forma de explotación capitalista contemporánea. La investigación académica sobre el capitalismo digital también está en auge. ¿Creen que el capitalismo digital provocará problemas ecológicos? ¿Que se enfrentará a crisis ecológicas?

El concepto de «capitalismo digital» abarca hoy un amplio espectro. La tecnología digital, por supuesto, llegó para quedarse. Ciertamente no es algo malo en sí misma, sino que representa la expansión de las capacidades humanas. En la década de 1950, Sweezy, economista marxista y uno de los fundadores de Monthly Review, escribió un informe donde argumentaba que llegaría el día en que sería normal que la gente llevara una computadora en el bolsillo. El problema no es la tecnología en sí, sino cómo la moldean las relaciones sociales. Las relaciones sociales bajo el capitalismo son relaciones de clase cuyo único objetivo es la acumulación de capital y el enriquecimiento de la clase capitalista. En tales circunstancias, el desarrollo y el uso de la tecnología, e incluso las limitaciones que la sociedad impone a esta, están en gran medida determinados por las relaciones de acumulación de clase.

El capitalismo digital --que obviamente incluye el capitalismo de vigilancia (término acuñado por Monthly Review ), el capitalismo de inteligencia artificial, el capitalismo de drones, etc.-- plantea serios problemas, principalmente debido a la forma en que se utiliza la tecnología en la guerra de clases del capital contra los trabajadores. De hecho, la palabra clave en todo esto es capitalismo. No creo que ninguna fase o etapa del capitalismo pueda definirse adecuadamente en términos de tecnología, aunque esta desempeñe necesariamente un papel importante. Más bien, debe definirse en términos de la fase de acumulación más reciente y dominante, centrándose en las relaciones entre las clases sociales. De lo contrario, es fácil caer en la trampa de un determinismo tecnológico.

Es crucial examinar con detenimiento la influencia de la tecnología en las relaciones sociales, no la tecnología en sí misma. En lo que respecta a la tecnología y la crisis ambiental, debemos evitar cualquier tipo de fetichismo. Es cierto que la revolución digital plantea nuevos problemas ecológicos: basta con considerar las cantidades astronómicas de energía que requieren los nuevos y masivos complejos informáticos. Sin embargo, la verdadera contradicción no reside en la modalidad tecnológica, que obviamente está influenciada por el sistema, sino en la naturaleza de las relaciones sociales del capitalismo. La tecnología digital podría representar un beneficio para la sociedad. Pero, dentro del contexto de las relaciones sociales de producción existentes, se encuentra atrapada en las contradicciones del sistema y en sus tendencias explotadoras, propensas a la crisis y exterminadoras que ahora afectan a todo el planeta. El sistema de acumulación utiliza la tecnología digital principalmente para dividir y controlar aún más a las personas, en lugar de para satisfacer las necesidades individuales, sociales y ambientales. En consecuencia, acentúa todas las contradicciones del capitalismo, incluidas las ecológicas. Un artículo muy profético sobre este tema, titulado " Imperialismo en la era del silicio ", fue escrito hace más de cuarenta años por A. Sivanandan en la edición de julio-agosto de 1980 de Monthly Review.

Muchos académicos, incluido usted, creen que los países capitalistas explotan y controlan los recursos ecológicos globales por medios políticos, económicos y militares, causando degradación ecológica y desigualdad, lo que da lugar al imperialismo ecológico. ¿Cómo se relaciona el imperialismo ecológico, como nueva forma de imperialismo, con el imperialismo clásico y en qué se diferencia de este? Además, ¿tiene límites el imperialismo ecológico y podría enfrentarse a crisis?

El imperialismo ecológico no es una nueva forma de imperialismo, sino el fundamento de todo imperialismo, que posibilita el imperialismo económico y lo acompaña siempre. Desde sus inicios, el capitalismo se desarrolló en gran medida mediante el saqueo colonial de recursos y mano de obra de las periferias, un proceso llevado a cabo por la fuerza, sin ninguna pretensión de intercambio justo. Esta expropiación es la expropiación directa de recursos, incluyendo la expropiación de tierras y cuerpos. Para Marx, esto no era intercambio, sino robo. Argumentó que la revolución industrial fue precedida por un proceso de «expropiación original» (un término que prefería a «acumulación original [o primitiva]», ya que reflejaba mejor la verdadera naturaleza del proceso en juego), en el cual los bienes comunes fueron expropiados por la fuerza, creando la masa del proletariado industrial. El mismo proceso de expropiación original también tuvo lugar en las colonias, pero allí, como explicó Marx, fue aún más explícitamente violento y brutal, resultando en el exterminio (genocidio) de las poblaciones indígenas y su esclavitud. Si el imperialismo económico, como escribió Marx, implica un proceso de expropiación en el que se obtiene más mano de obra a menor costo, el imperialismo ecológico implica un proceso en el que se obtiene más naturaleza a menor costo. El colonialismo consistía en el saqueo de la naturaleza, los recursos y las personas en beneficio de la «metrópoli». El aspecto del intercambio económico a menudo era solo superficial.

Numerosos estudios se han centrado en la tradición de la ruptura metabólica en el comercio del guano en el Perú del siglo XIX (en particular, en las islas Chincha). La crisis del suelo de principios a mediados del siglo XIX, fundamental para la teoría de la ruptura metabólica de Marx, fue causada por la agricultura capitalista industrializada. En ella, los nutrientes esenciales del suelo, como el nitrógeno, el potasio y el fósforo, se extraían en forma de alimentos y fibras y se transportaban cientos o incluso miles de kilómetros a nuevos centros urbanos de producción --que también eran centros de alta concentración de población--, donde terminaban contaminando las ciudades en lugar de reintegrarse a la tierra. El resultado fue una pérdida de fertilidad del suelo. Para remediarlo, el capital recurrió inicialmente a fertilizantes naturales, entre los que destacaba el guano de las islas Chincha, frente a la costa peruana. Esto dio lugar a un comercio masivo de guano. Muchos de los recolectores de guano eran trabajadores chinos contratados, llamados «coolies» por los británicos, y estaban sometidos, en la práctica, a una forma de esclavitud. Los trabajadores que extraían guano en las islas Chincha, en condiciones de extrema explotación y virtual esclavitud, invariablemente morían en el trabajo. Este es un ejemplo clásico de imperialismo ecológico. Las Guerras del Opio en China --que se originaron con la creación por parte de los británicos de plantaciones de amapola en la India para la exportación forzada de opio a China-- fueron, sin duda, un caso de imperialismo ecológico de otra índole y pueden estudiarse en ese contexto. Estos ejemplos históricos nos ayudan a comprender la naturaleza del imperialismo ecológico en la actualidad.

Así como se han realizado frecuentes intentos por explicar el intercambio económico desigual, en una literatura que se originó en la obra del teórico marxista del imperialismo Emmanuel Arghiri --cuyo libro sobre el intercambio desigual ha sido reeditado por Monthly Review Press--, también en los últimos años se han intensificado los esfuerzos por explicar el intercambio ecológico desigual. Sin embargo, medir el imperialismo comercial con respecto a los recursos ecológicos es mucho más difícil, ya que no puede hacerse en términos monetarios y, por lo tanto, plantea cuestiones de inconmensurabilidad. No obstante, se han logrado avances significativos en la delimitación del imperialismo ecológico. En mi opinión, la obra más importante al respecto es el modelo desarrollado por el gran teórico de los sistemas ecológicos Howard T. Odum, quien sintetizó su enfoque con el de Marx. Hannah Holleman y yo publicamos un artículo sobre la crítica de Odum al imperialismo ecológico en el Journal of Peasant Studies en 2014.

En su libro Capitalismo en el Antropoceno: ¿Ruina ecológica o revolución ecológica?, escribieron: «Debemos construir un futuro más sostenible: sanar la brecha metabólica y construir un nuevo ámbito de libertad social». ¿Cómo podemos superar la brecha metabólica? ¿Mediante la lucha del «proletariado ambiental»? ¿Acaso la creación de nuevos ámbitos de libertad conduce al socialismo ecológico?

En su análisis de la ruptura metabólica en el primer volumen de El Capital, Marx insistió en la necesidad de «restaurar» el metabolismo social en consonancia con el metabolismo universal de la naturaleza, algo plenamente posible solo en la sociedad superior del socialismo. Obviamente, el movimiento socialista tendría que esforzarse por alcanzar este objetivo en el presente, como parte del avance hacia el futuro. Marx, por supuesto, creía que esta sería una tarea primordial en la construcción de una sociedad socialista. Insistió en la necesidad de crear condiciones sostenibles para «la cadena de generaciones humanas». Para el marxismo, el reconocimiento de las condiciones materiales, ya sean naturales o sociales, es fundamental para comprender la dialéctica entre necesidad y libertad. Promover la libertad social en una sociedad socialista requiere un nivel de desarrollo material que garantice recursos suficientes para todos y condiciones de igualdad sustancial y sostenibilidad ecológica. Solo en este contexto es posible el desarrollo de una sociedad caracterizada por lo que Marx denominó «libertad en general».

Hoy, la fuerza objetiva del cambio es lo que puede definirse como el «proletariado ambiental», un sector de la clase trabajadora que expresa el materialismo revolucionario en el sentido más profundo y amplio del término, y que no se limita a la estrecha esfera económica vinculada al trabajo fabril, en la que a menudo se concibe este término. Podemos observar su surgimiento global en el contexto de la actual crisis material, que es también una lucha por la supervivencia. Los movimientos de los desposeídos (incluidas las luchas de los trabajadores explotados, los pueblos indígenas, las personas oprimidas por motivos raciales y de género, los campesinos, los trabajadores sin tierra, etc.) se están cohesionando cada vez más. En última instancia, poco importa si los llamamos «movimientos ambientalistas» o «movimientos obreros»: ambos son necesarios y representan una tendencia objetiva en respuesta al exterminio capitalista. Marx y Engels, en La Sagrada Familia, como recordarán, afirmaron que el proletariado es aquella clase de la sociedad moderna que se ve «obligada por una necesidad ineludible, apremiante y absoluta --la expresión práctica de la necesidad-- a alzarse contra la inhumanidad de un sistema de producción que busca alienar a la humanidad de sí misma, de la sociedad, de la naturaleza y de la posibilidad de la libertad humana».

Como bien dijeron, la lucha del proletariado ambiental es un factor importante. Sin embargo, muchos creen hoy que el proletariado ha perdido su carácter revolucionario y está desapareciendo gradualmente. ¿Cómo debemos entender la presencia tangible del proletariado ambiental en los países capitalistas? ¿Perderá el proletariado ambiental su carácter revolucionario, como algunos afirman?

El concepto de proletariado ambiental remite al concepto, en gran medida perdido, de proletariado en el materialismo histórico clásico, y a la vez lo utiliza para examinar las condiciones y tendencias objetivas de nuestra época. En el marxismo occidental, el concepto de proletariado se redujo progresivamente al proletariado industrial, o incluso al proletariado de clase obrera, a menudo limitado al trabajo organizado (y a veces simplemente al trabajo organizado de cuello blanco ). En EEUU, se le consideraba compuesto únicamente por obreros. En consecuencia, el proletariado se redujo a simples relaciones económicas, que a su vez se interpretaron en términos cada vez más restrictivos. En muchos aspectos, el concepto de proletariado (y de clase obrera) se interpretó no según la teoría socialista, sino según la economía capitalista dominante, que lo relegó a un papel meramente mecánico: una visión que, lamentablemente, se reflejó en gran parte de la teoría marxista.

Marx y Engels, sin embargo, abordaron el tema de manera diferente. La obra original del materialismo histórico clásico sobre el proletariado fue La situación de la clase obrera en Inglaterra, de Engels. Lo que se desprende inmediatamente al leer la obra de Engels es que su concepción de la clase obrera es más ambiental e integral que la actual, según la cual la clase obrera es simplemente una categoría económica. Escribiendo poco después de los llamados disturbios de la Conspiración de los Enchufes* y durante el movimiento cartista, Engels se centró principalmente en las condiciones de vida del proletariado industrial en las grandes ciudades, dedicando capítulos separados al proletariado agrícola y al proletariado minero. Analizó el entorno urbano, incluyendo la vivienda, la contaminación de todo tipo, la disponibilidad de agua potable, la calidad de los alimentos (y su adulteración), las enfermedades, la mortalidad y la esperanza de vida por clase y edad, la discapacidad, el trabajo infantil, los productos químicos, la segregación urbana y la división étnica entre ingleses e irlandeses.

Naturalmente, Engels también abordó las condiciones del trabajo en las fábricas, la explotación, el ejército industrial de reserva y las condiciones laborales en la industria. Sin embargo, la industria quedó relegada a un segundo plano en su análisis del entorno general del proletariado. Su análisis giraba en torno al concepto de «asesinato social», es decir, el hecho de que la clase trabajadora tenía una esperanza de vida mucho menor debido a sus condiciones generales. No solo Engels, sino también Marx, concebían al proletariado principalmente de esta manera. Esto resulta evidente a lo largo de El Capital, si bien el análisis económico teórico se centraba más en la explotación y la producción de plusvalía.

Adoptar una concepción puramente económica de la clase trabajadora tiende a debilitar, en lugar de fortalecer, la filosofía de la praxis. Entre otras cosas, minimiza el alcance total de la reproducción social, incluyendo la esfera doméstica, la reproducción de la clase trabajadora y las relaciones de género, aspectos que desempeñaron un papel fundamental en el materialismo histórico clásico. Pero también ignora la perspectiva ambiental más amplia sobre las condiciones de la clase trabajadora. Sustituye una concepción materialista de la historia --la misma perspectiva de Marx y Engels-- por una interpretación económica mucho más restringida.

No cabe duda de que aislar el factor económico por sí solo tuvo sentido inicialmente en el desarrollo del movimiento socialista, que abordaba principalmente el capitalismo como un sistema de explotación y la necesidad de que la clase trabajadora se organizara tanto económica como políticamente para responder a dicha explotación. Sin embargo, resulta evidente que, en los periodos revolucionarios más radicales, la lucha de la clase trabajadora se centra en las condiciones materiales en un sentido mucho más amplio, trascendiendo lo meramente económico y abordando también aquellas condiciones materiales que denominamos «ambientales».

Hoy, la idea misma del surgimiento de un proletariado ambiental tiene que ver con la disolución, en la era de la crisis global, de cualquier distinción clara entre las condiciones materiales económicas y ambientales, y con una fusión de ambas, de modo que el movimiento mismo se ve impulsado objetivamente hacia una dirección más revolucionaria. Ya podemos observar este fenómeno en todo el Sur global, pero también en el Norte, especialmente en las comunidades que denominamos de primera línea. En EEUU, los movimientos de justicia ambiental basados en la clase y la raza, que vinculan ecología y economía, son más evidentes en las comunidades negras, latinas e indígenas. Hoy, es una realidad objetiva que las luchas futuras serán, en términos generales, más materialistas, expresando luchas no solo por la justicia social, sino también por la supervivencia.

Marx enfatizó: «Una formación social no perece hasta que se hayan desarrollado todas las fuerzas productivas que puede generar; nuevas y superiores relaciones de producción nunca surgen antes de que las condiciones materiales para su existencia hayan madurado en el seno de la vieja sociedad». La premisa de Marx --para analizar futuros sistemas sociales racionales-- se basa en el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción. Sin embargo, el socialismo ecológico no parece haberse centrado en las condiciones para el surgimiento de nuevas relaciones de producción. ¿Cómo debemos interpretar la relación entre el socialismo ecológico y la afirmación de Marx? ¿Requiere el logro del socialismo ecológico un alto desarrollo de las fuerzas productivas?

Marx, en su célebre análisis de las fuerzas productivas y las relaciones de producción --parte de su metáfora de base/superestructura de 1859-- no ofreció una perspectiva determinista, sino lo que él denominó el «hilo conductor» de sus estudios. Hoy, la situación es distinta. Si bien las limitaciones impuestas por las relaciones sociales persisten, el principal problema del capital financiero monopolista no radica en el desarrollo de las fuerzas productivas en sí, sino, desde una perspectiva económica, en la incapacidad de integrar la enorme productividad o la capacidad de generar excedentes dentro de los estrechos parámetros de clase del orden vigente en el proceso de acumulación. Las consiguientes tendencias a la sobreacumulación en el núcleo capitalista han hecho que el despilfarro y la destrucción económica de todo tipo sean formalmente «racionales» para el sistema, a pesar de ser esencialmente irracionales. El problema de las fuerzas productivas se convierte, por lo tanto, en uno de su utilización y, en algunos casos, de su redundancia.

En el actual sistema capitalista financiero monopolista, el enemigo es cualquier forma de conservación. De hecho, en EEUU, donde el movimiento conservacionista fue una fuerza importante en el siglo XIX y principios del XX, la palabra misma, dada la obsesión por el consumo ostentoso, prácticamente ha desaparecido. Se promueve todo tipo de irracionalidad derrochadora y lucrativa para incrementar la riqueza de las élites. El resultado es un sistema de estancamiento económico, financiarización y proliferación de bienes de consumo inútiles e irracionales, mientras que las necesidades humanas básicas, incluso la protección de la Tierra como hogar, se descuidan sistemáticamente. Un elemento clave es la incapacidad del capitalismo para planificar (salvo en tiempos de guerra) y, por lo tanto, la completa desconexión entre su modelo de desarrollo y las necesidades de la población. Esta irracionalidad y la falta de planificación socioeconómica son fundamentales para la preservación del capital monopolista.

El sistema genera constantemente contradicciones cada vez mayores, que ahora afectan a todo el planeta. En cuanto al problema ecológico, sabemos exactamente cómo solucionarlo. Pero las cadenas de las relaciones sociales capitalistas obstaculizan los cambios necesarios en cada etapa, e incluso crean fuerzas opuestas o contrarrevolucionarias que no solo son irracionales, sino también exterminadoras. No se trata simplemente de la expansión cuantitativa de las fuerzas productivas, sino de su desarrollo cualitativo y su uso racional, que se ven impedidos por las actuales relaciones sociales capitalistas.

Como gran potencia, China ha realizado grandes esfuerzos en materia de protección ecológica y ambiental. ¿Cómo evalúan los esfuerzos y las contribuciones de China a la protección del medio ambiente? Para países en desarrollo como China, ¿podrían ofrecer algunas sugerencias en materia de protección ambiental?

China no solo es una gran potencia, sino que, aún más importante en el contexto global actual, es un país comprometido con el «socialismo con características chinas». Como todos los países, China enfrenta enormes problemas ambientales. Pero el Pensamiento de Xi Jinping ha vinculado el objetivo de desarrollar una gran sociedad socialista moderna entre 2035 y 2050 con la construcción de una civilización ecológica y una China estéticamente bella. Insiste en que las montañas verdes son más importantes y valiosas que las montañas de oro. Estas no son solo palabras, sino principios que se han puesto en práctica, constituyendo un esfuerzo coordinado que ya ha convertido a China en líder mundial en tecnologías de energías alternativas para abordar el cambio climático, la reforestación y la forestación, la reducción de la contaminación y otras áreas.

Actualmente, China es el principal emisor mundial de dióxido de carbono, pero en términos per cápita, se encuentra muy por detrás de países como EEUU, Reino Unido, Alemania y Japón. El principal problema radica en la dependencia de China del carbón como fuente de energía, que, sin embargo, se encuentra ahora significativamente por debajo de su máximo. Pekín está realizando grandes esfuerzos para reducir sus emisiones totales y su dependencia del carbón, e introduciendo objetivos de emisiones estrictos, que van más allá de los simples objetivos de intensidad de carbono, a partir de 2026. Además, hay indicios de que las emisiones de carbono de China han alcanzado su punto máximo y están disminuyendo más rápido de lo previsto. A pesar de las dificultades y contradicciones, no cabe duda de que los serios esfuerzos de China en este sentido ofrecen esperanza a la humanidad. Asimismo, estos esfuerzos no son una mera imposición, como suele suponerse. No solo están motivados por el Partido Comunista Chino, sino que también responden, en parte, a los movimientos ecologistas masivos en China. El concepto de «civilización ecológica» surgió como una visión sistemática a principios de la década de 1980 en la Unión Soviética. Sin embargo, fue adoptado, desarrollado y puesto en práctica en China. Huelga decir que la idea misma de construir una civilización ecológica contradice la lógica fundamental del capitalismo.

Si bien las contradicciones son enormes, China está trazando actualmente un camino singular hacia el desarrollo humano sostenible, algo notable para un país en desarrollo. Ha retomado la línea de masas y está reconstruyendo la alianza entre obreros y campesinos con sus modelos de revitalización rural y doble circulación. No creo que el camino que ha tomado China sea el único, ni siquiera en el Sur global. Vemos a otros países con orientación socialista haciendo enormes progresos a su manera. Quisiera mencionar en particular a Cuba y Venezuela. Todos los caminos conducen al desarrollo humano sostenible. Por definición, contradicen la lógica del capitalismo. Sin embargo, cabe esperar que la conexión entre el marxismo ecológico y la civilización ecológica en China inspire luchas similares en todo el mundo.

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