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EE.UU. :: 14/12/2025

¿El verano del cambio climático o el invierno nuclear?

Tom Engelhardt
Nuestro planeta está experimentando, en efecto, el equivalente en cámara lenta de una guerra nuclear en forma de cambio climático y, sin embargo, apenas es noticia

¡Qué criaturas tan autodestructivas hemos llegado a ser!

¿Pueden creerlo? Recientemente, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, o COP30, se reunió en Brasil durante dos semanas. Aunque 194 países estuvieron representados allí, el mayor consumidor histórico de combustibles fósiles del planeta, los EEUU de Trump, brilló por su ausencia (por primera vez en 30 años). Peor aún, mientras se celebraba la conferencia, Trump anunció un nuevo plan para abrir 1.300 millones de acres (¡no, no es un error tipográfico!) de aguas costeras a nuevas perforaciones de petróleo y gas.

En cuanto a la conferencia en sí, tras tambalearse y estar a punto de naufragar, sus países miembros apenas lograron ponerse de acuerdo en un camino más o menos adelante, lo que se denominó «pequeños pasos» hacia un futuro mejor (o al menos menos desastroso). Y, sin embargo, ¿pueden creerlo? ¡El acuerdo final ni siquiera incluía las palabras «combustibles fósiles» ni reafirmaba en lenguaje directo que deben ser eliminados gradualmente! (¡Trump debe de estar encantado!)

Bien, y si eso no les anima lo suficiente, consideren esto: una portavoz de la Casa Blanca respondió a la conferencia al afirmar que Trump había «dado un fuerte ejemplo al resto del mundo» al impulsar el desarrollo de nuevos combustibles fósiles mientras estaba en marcha. «Trump ha sido claro», dijo. «No pondrá en peligro la seguridad económica y nacional de nuestro país para perseguir vagos objetivos climáticos que están matando a otros países».

Sí, efectivamente, ¡qué mundo! Al fin y al cabo, estamos hablando de una de las dos formas que los seres humanos han descubierto para devastar por completo el planeta Tierra (la otra, por supuesto, es con armas nucleares). Y hay que reconocerle todo el mérito. Considérennos nada menos que criaturas extraordinarias por haber ideado no una, sino dos formas de acabar potencialmente con nosotros mismos y con este planeta.

Ahora, imaginen esto: «mi» presidente, el hombre que tomó posesión por segunda vez en enero de 2025, fue el candidato de más edad que jamás se haya presentado a ese cargo y, si completa este mandato, será el presidente de más edad de la historia de EEUU, incluso más que el anciano Biden cuando dejó el cargo (suponiendo, por supuesto, que Trump llegue a dejarlo). Y hay que reconocerle el mérito: básicamente ha puesto todo su peso --y eso no es poca cosa, dado que se le ha calificado de «técnicamente obeso», aunque su administración haya estado negando la entrada al país a los inmigrantes obesos-- detrás de ambas formas de acabar con este planeta. Después de todo, hace poco anunció que, por primera vez desde 1992, EEUU podría volver a empezar con las pruebas nucleares.

Ahora, imagínense esto: nací en los últimos meses de la presidencia de Franklin D. Roosevelt, poco más de un año antes de que terminara la II Guerra Mundial. En mi juventud, viví en un mundo en el que las dos grandes potencias del planeta, mi país y la Unión Soviética, amenazaban con acabar con todos nosotros con armas atómicas. Todavía recuerdo agacharme y cubrirme debajo de mi pupitre en la escuela primaria, con las manos sobre la cabeza, mientras las sirenas aullaban fuera de la ventana del aula, indicando un ataque nuclear soviético. (Por supuesto, sólo era una prueba). También recuerdo que el personaje de dibujos animados, Bert la tortuga, me aconsejaba agacharme y cubrirme, así como vagar por las calles de Nueva York y ver (pero sin prestar mucha atención) las comunes señales amarillas de refugios antiatómicos que indicaban dónde debías esconderte si de repente estallaba una guerra atómica. Y en mi primer año de universidad en New Haven, Connecticut, recuerdo haber temido, debido a la crisis de los misiles cubanos de octubre de 1962, que el mundo (o al menos la versión de la costa este) pudiera ser destruido en un posible holocausto nuclear.

Por supuesto, nada de eso sucedió realmente, y hoy, 80 años después de que las dos primeras (y últimas hasta ahora) bombas atómicas se utilizaran innecesariamente para destruir las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, ya no hay pruebas nucleares ni refugios nucleares de ningún tipo. La última prueba nuclear en superficie de EEUU tuvo lugar en la década de 1960 y la última subterránea en 1992. Y ya son pocos los que parecen pensar en este tipo de armas o en la guerra devastadora para el planeta que podrían provocar.

No importa que nueve países posean ahora armas nucleares y que, cuenten con ello, habrá más en el futuro; o que Israel y Rusia, ambos con armas nucleares, estén involucrados en guerras en este momento; o que, en mayo, la India y Pakistán, cada uno con unas 170 armas nucleares, se enfrentaran, aunque fuera brevemente, en una situación similar a una guerra, y Trump afirmara que había impedido que se produjera una guerra nuclear. («No voy a permitir que os disparéis armas nucleares unos a otros, matando a millones de personas y haciendo que el polvo nuclear flote sobre Los Ángeles»). Tampoco parece importar que ahora sepamos que una guerra nuclear significativa podría provocar un «invierno nuclear» en el planeta Tierra, en el que millones de nosotros, incluido sin duda Bert la Tortuga, probablemente moriríamos de radiación o de hambre y el propio planeta quedaría devastado.

Mientras tanto, aunque EEUU no ha realizado pruebas explosivas con armas atómicas desde 1992, Trump sugirió recientemente que esta dispuesto a volver a hacerlo. Según sus propias palabras: «Debido a los programas de pruebas de otros países, he dado instrucciones al Departamento de Guerra para que comience a realizar pruebas con nuestras armas nucleares en igualdad de condiciones. Ese proceso comenzará de inmediato». No fue así. Al menos, aún no.

No importa que, de hecho, ningún otro país esté realizando pruebas nucleares reales en este momento, aunque EEUU y Rusia sí están probando sistemas de lanzamiento nuclear. El único país que ha probado abiertamente un arma nuclear desde la década de 1990 es, de hecho, Corea del Norte, rodeado de bases estadounidenses con armas nucleares. No obstante, mi propio país tiene ahora más de 5.000 armas nucleares, de las más de 12.000 que se cree que hay en el planeta, ya sea a bordo de submarinos nucleares que surcan los océanos del mundo (mientras se construye una «nueva generación» de submarinos nucleares), en silos de misiles en tierra o en almacenes.

Peor aún, el ejército estadounidense tiene planes de invertir 1,7 billones de dólares --¡no, no es un error tipográfico!-- en mantener el arsenal nuclear estadounidense en lo que se considera buen estado durante las próximas tres décadas, al tiempo que producirá aún más armamento de este tipo en los próximos años. ¿De verdad creen que Israel o, en el futuro, Irán, o ahora mismo Corea del Norte, nunca considerarían bajo ninguna circunstancia el uso de ese armamento?

Y, lamentablemente, a diferencia de lo que ocurría en los años setenta y ochenta, no existe ningún movimiento de protesta significativo en EEUU o en el mundo que pida a este país y a otros que reduzcan, por no decir que eliminen, sus arsenales nucleares. De alguna manera, por extraño que parezca, la forma nuclear del fin del mundo potencial, de la destrucción definitiva, ha sido generalmente ignorada (excepto, por supuesto, por quienes producen, manipulan o almacenan ese tipo de armamento, y por Corea del Norte o Irán, que pueden sufrir esos ataques).

Y, sinceramente, dada la extraña historia de la humanidad y el creciente arsenal nuclear en este planeta, a pesar de esos 80 años sin uso --¡ojalá pudiera decir inutilidad!--, ¿realmente confían en que Occidente nunca volverá a considerar el uso de armas nucleares?

El equivalente en cámara lenta de una guerra nuclear

Y consideremos realmente extraño que los seres humanos hayamos ideado no una, sino dos formas de acabar potencialmente con nosotros mismos y con este planeta, y que la segunda, a diferencia de la versión nuclear, ya esté literalmente en marcha. De hecho, en cierto sentido inquietante, nuestro mundo podría considerarse, aunque rara vez se piense así, como una versión a cámara lenta y con cambio climático de Hiroshima y Nagasaki. Después de todo, se sabe que el aumento de la temperatura que sigue produciendo la quema de combustibles fósiles a nivel mundial ya está matando a una persona por minuto en este planeta. Eso supone millones de personas al año. Y lo que es peor, está garantizado que la situación se agrave significativamente en las próximas décadas.

Y cuando se trata del cambio climático, a diferencia de la guerra nuclear de antaño, no hay sirenas de alarma ni refugios, ni sus «armas» se almacenan en arsenales. En cambio, de forma extraña, se producen y explotan ante nuestros propios ojos. Y, por extraño que parezca, aunque todavía no se ha producido ninguna guerra nuclear, la versión climática de ese conflicto está claramente en marcha. Eso significa que, les guste o no, cada uno de nosotros se enfrenta ahora mismo a una versión a cámara lenta del fin del mundo en nuestras propias vidas, aunque la mayoría de las veces apenas lo notemos.

Sí, las aguas de este planeta se están calentando y subiendo, los incendios forestales son cada vez más intensos, las inundaciones cada vez más extremas y la temperatura global está aumentando de forma notable, lo que debería considerarse muy inquietante. Después de todo, los últimos 10 años han sido los más cálidos de la historia de la humanidad; 2024 fue el año más cálido jamás registrado y 2025 parece que le ganará. A diferencia de la versión nuclear de la destrucción definitiva, la climática, en otras palabras, está ocurriendo ahora mismo, aunque sea a cámara lenta. Y, sin embargo, aquí está lo verdaderamente inquietante: si lees los principales medios de comunicación o ves las noticias de la televisión convencional o las redes sociales, el cambio climático rara vez es noticia. Sin duda, los medios no quieren dar la sensación de que, en este mismo momento, ya nos encontremos en medio de un acontecimiento claramente apocalíptico, aunque sea a cámara lenta. La mayoría de las veces, teniendo en cuenta lo que los seres humanos nos estamos haciendo unos a otros, desde Corea del Norte hasta Oriente Medio, se trata, en el mejor de los casos, de una noticia secundaria.

Por si no lo han notado (y seguro que sí), cualquier cosa que haga Trump, literalmente cualquier cosa, incluso hurgarse la nariz, por no hablar de reunirse en la Casa Blanca con el próximo alcalde de Nueva York, Zohran Mamdani, recibe instantáneamente más atención que la situación devastadora que vivimos cada momento del día (y de la noche). Algún día, si los historiadores siguen existiendo en este planeta nuestro, sospecho que Trump aparecerá, en el sentido más sombrío imaginable, como una extraña maravilla de estos tiempos extraños; un presidente que, ante un posible Armagedón global, hizo todo lo posible para provocarlo, desde abrir cada vez más tierras y aguas a la producción de combustibles fósiles hasta cerrar todo lo que tuviera que ver con la producción de energía renovable y sin carbono.

Aunque pocos lo pensarían de esta manera, un niño que nace hoy, en realidad, está siendo entregado a un clima equivalente en cámara lenta a Hiroshima y Nagasaki y, para ese niño, es poco probable que haya forma de protegerse. Y, sin embargo, no sólo Trump, sino muchos otros líderes occidentales están empeorando la situación. No importa si se trata de la decisión del presidente de abrir esos 1.300 millones de acres de aguas costeras a nuevas perforaciones en busca de petróleo y gas natural o la voluntad de Europa de continuar con la guerra de la OTAN contra Rusia en Ucrania.

De hecho, hace sólo una semana, mientras se celebraba la Cumbre Climática COP30, Trump, presidente del principal productor y consumidor mundial de petróleo y gas natural, el hombre que ha hecho todo lo posible por cerrar cualquier tipo de proyecto ecológico, se reunió con el príncipe heredero saudí Mohammed bin Salman, cuya empresa petrolera estatal, Aramco, sigue siendo un monstruo productor de petróleo y gas natural. ¿Y puede haber alguna duda de que una reunión así en un momento así tenía como objetivo ser una bofetada global a cualquier tipo de esfuerzo por controlar el cambio climático y una promesa implícita (o quizás explícita) de llevarnos a todos al infierno en una cesta?

Temo por el mundo que Trump, Mohammed bin Salman y tantas otras figuras de este planeta, incluidos Ursula Von der Leyens y Benjamin Netanyahu, están preparando para ellos. Si lo pensamos de cierta manera, nuestro planeta está experimentando, en efecto, el equivalente en cámara lenta de una guerra nuclear en forma de cambio climático y, sin embargo, apenas es noticia. Y si eso no es realmente extraño, ¿qué cosa lo es?

TomDispatch.com

 

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