Es inútil proponerse una descripción más de la situación de crisis y protesta en que se encuentran las universidades. Útil, en cambio, es llamar la atención sobre algo que se nota menos: que esta situación no impide a muchos académicos -incluso
liberales o progresistas- seguir satisfechos con ideales universitarios clásicos, como si la crisis no lo fuera también de éstos.
Autores muy conocidos e influyentes, como Perroux, permiten incluso que su optimismo acerca de los principios les contagie el juicio de hecho sobre la realidad universitaria, hasta el punto de afirmar, por ejemplo (como se lee en el librito-epistolario con Marcuse), que la universidad es «el hogar de la libertad».
Desde luego que la universidad es una de las zonas sobrestructurales de dialéctica más animada e imprevisible. Pero para comprobar que el optimismo de Perroux no refleja la práctica contemporánea no es necesario siquiera indicar la frecuencia con que las fuerzas represivas de los Estados practican hoy la ocupación militar de las universidades, sino que basta con recordar cómo se sometió y sirvió al nazismo la más clásica universidad de occidente moderno, o lo fácil que fue, a partir de 1939, convertir la universidad española en un aparato de represión ideológica mediante las «oposiciones patrióticas» a que se ha referido Aranguren.