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Europa :: 16/11/2019

Sobre premios Nóbel y animales

Maciek Wisniewski
La paradoja de la derecha polaca: más corta la lista de los premios Nobel de esta pequeña nación, mejor

Que una pequeña nación, Polonia, metida entre dos vecinos grandes (Alemania y Rusia) tuviera hasta ocho premios Nobel en diferentes áreas –he escuchado esto últimamente mucho− al final, igual, no es poco. Sólo que pequeña nación (igual no tan pequeña: casi 40 millones de habitantes y el noveno país más extenso de Europa [que tampoco es mucho decir]) y vecinos grandes (bueno, igual y sí) son nociones tan –de entrada− cargadas de martirologio y patriotismo tóxico y excluyente que nos están asfixiando allí en este pequeño país, que preferiría dejarlos de lado.

De hecho, ampliando un poco los criterios podríamos llegar a 18, algo que sólo debería alegrar a los patriotas (al final es por el bien del país, ¿no?), si no fuera que esto significaría darle otra vez la bienvenida a la familia nacional a los integrantes de minorías, sobre todo a los polacos-judíos, cuya salida −por emigración o éxodo antes, durante o después de la Segunda Guerra Mundial que dejó a Polonia homogenizada étnicamente− siempre fue aplaudida por ellos (sintomático cómo la Wikipedia polaca separa lo que la inglesa pone en conjunto: bit.ly/2q1PcIW, bit.ly/2Xb2BdG). He aquí la paradoja de la derecha: más corta la lista de los premios Nobel de esta pequeña nación, mejor.

Un poco por allí −destacando estos logros−, iba Elena Poniatowska, descendiente, como es sabido, de la familia del último rey polaco, Stanisław August Poniatowski (1732-1798), el que nunca ha tenido buena prensa entre los mismos patriotas, acusado de vendernos a aquellos vecinos grandes: Prusia, Rusia y Austria (hoy ya nada grande y nada vecina), hablando del más reciente Nobel polaco de Literatura (bit.ly/34JfwWS), igualmente problemático para la derecha, subrayando, entre otros, su defensa de los animales.

¿Y qué hay de otros premios Nobel de Literatura polacos −¡seis!−, quedándonos en el mismo tema animalero?

¿Alguien recuerda quién era el Nobel de 1905, quien ofrecía todo un abanico de motivos animalistas en sus novelas que cubrían periodos y áreas desde laantigua Roma (Quo Vadis?, 1896), Polonia y sus bosques medievales (Los cruzados, 1900), hasta África colonial (A través del desierto y de la selva, 1911), para fines realistas, pero demostrando igual una imaginación compasiva (J. M. Coetzee dixit)?

¿O quién era el de 1924, que aparte de retratar los animales de la granja −Los campesinos (1909)– escribió, prefigurando por décadas la misma idea de Orwell, La rebelión (1924), en la que los animales −domésticos y del bosque− se rebelan en contra de los humanos persiguiendo ideales de igualdad?

¿O el de 1978, un vegetariano por convicciones éticas (¡Lo hice por la salud de los pollos!), un ícono de este movimiento en EEUU, a donde emigró en los años 30 conservando la ciudadanía polaca, que insertaba motivos vegetarianos y proanimalistas en sus novelas (Enemies, a love story, 1972), subrayando que “hacia los animales todos los humanos son nazis y para ellos todo es la eterna Treblinka” (The letter writer, 1968)?

¿O el de 1980, que fascinado por la naturaleza ( El valle del Issa, 1955)−, era un heraldo de dos mundos irreconciliables: la cacería y el mundo animal, optando por el segundo y que escribía en sus poemas de modo tan bello sobre los pájaros, un punto de partida para la meditación sobre toda la creación.

¿O el de 1996, que les daba a los animales en su poesía un lugar privilegiado, alterando la imperante jerarquía hombre-animal (Zazwierzcenie. O zwierztach w literaturze i kulturze, ed. M. Pranke, Toruń 2018, p. 213-235) o que en uno de sus poemas escribía profundamente sobre la soledad de un gato –Morir, eso no se le hace a un gato...− una metáfora ante la muerte de un compañero de décadas?

¿O quién finalmente es el Nobel de 2018, una vegana, defensora de los animales (¡en 50 años vamos a estar avergonzados de comer carne!) autora, entre otros, de la novela negra (Ara a través de los huesos de los difuntos, 2009), un ecothriller, en el que los animales vengándose de los humanos matan a los cazadores?

El primero era, por supuesto, Henryk Sienkiewicz (1846-1916), el segundo Władysław Reymont (1867-1925), luego Isaac Bashevis Singer (1902-1991) −el único que no escribía en polaco sino en yiddish [y también en inglés], pero cuya literatura surgía en el borde de la cultura polaca y judía−, Czesław Miłosz (1911-2004), Wisława Szymborska (1923-2012), y Olga Tokarczuk (1962).

Tokarczuk, vilificada desde hace años por la derecha por sus cuestionamientos a los capítulos oscuros de la historia nacional, maltrato a las minorías o exploración de la temática polaco-judía –su extraordinaria novela Libros del Jacobo (2014) habla de Jakub Frank (1726-1791) el contemporáneo al rey Poniatowski autoproclamado mesías − es a menudo tildada de come-polacos (polakożerca) y targo-wiczanka (la máxima ofensa a un traidor nacional en Polonia, de Targowica, un acuerdo en el que Poniatowski y otros nobles capitularon ante Moscú).

¿Será casualidad que lo que aviva el odio hacia ella son también sus críticas a la cacería −parte de nuestra identidad nacional−, la masiva tala de árboles −Bolsonaro tiene su Amazonía, los pos-fascistas polacos a Białowieża, uno de los últimos bosques primarios de Europa (bit.ly/2QfPeHx)− y en general su defensa de los animales, que la hace a los ojos de sus detractores igualmente no-polaca como Singer?

@MaciekWizz

 

Enlace al artículo: https://www.lahaine.org/aP9K