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Cuba :: 13/05/2018

Una reunión decisiva

Ernesto Che Guevara
Relato publicado en la revista 'Verde Olivo' el 22 de noviembre de 1964 e incluido por el Che en el libro "Pasajes de la Guerra Revolucionaria"

Durante todo el día: 3 de mayo de 1958, se realizó en la Sierra Maestra, en Los Altos de Mompié, una reunión casi desconocida hasta ahora, pero que tuvo importancia extraordinaria en la conducción de la estrategia revolucionaria. Desde las primeras horas del día, hasta las 2 de la mañana, se estuvieron analizando las consecuencias del fracaso del “9 de Abril” y el porqué de esa derrota y tomando las medidas necesarias para la reorganización del Movimiento y la superación de las debilidades consecuentes a la victoria de la dictadura.

Aunque yo no pertenecía a la Dirección Nacional, fui invitado a participar en ella a instancias de los compañeros Faustino Pérez y René Ramos Latour (Daniel) a quienes había hecho fuertes críticas anteriormente. Estábamos presentes, además de los nombrados, Fidel, Vilma Espín (Débora en la clandestinidad), Ñico Torres, Luis Busch, Celia Sánchez, Marcelo Fernández (Zoilo en aquella época), Haydée Santamaría, David Salvador y a mediodía se nos unió Enso Infante (Bruno).

La reunión fue tensa, dado que había que juzgar la actuación de los compañeros del Llano, que hasta ese momento, en la práctica, había conducido los asuntos del 26 de Julio. En esa reunión se tomaron decisiones en las que primó la autoridad moral de Fidel, su indiscutible prestigio y el convencimiento de la mayoría de los revolucionarios allí presentes de los errores de apreciación cometidos. La Dirección del Llano había despreciado la fuerza del enemigo y aumentado subjetivamente las propias, esto sin contar los métodos usados  para desencadenarla. Pero lo más importante, es que se analizaban y juzgaban dos concepciones que estuvieron en pugna durante toda la etapa anterior de conducción de la guerra. La concepción guerrillera saldría de allí triunfante, consolidado el prestigio y la autoridad de Fidel y nombrado Comandante en Jefe de todas las fuerzas incluidas las de la milicia -que hasta esos momentos estaban supeditados a la Dirección del Llano- y Secretario General del Movimiento.

Hubo muchas discusiones enconadas al analizar la participación de cada quien en los hechos analizados pero la más violenta quizás, fue la sostenida con los representantes obreros que se oponían a toda participación del Partido Socialista Popular en la organización de la lucha. El análisis de la huelga demostraba que sus preparativos y su desencadenamiento estaban saturados de subjetivismo y de concepciones puchistas, el formidable aparato que parecía tener el 26 de Julio en sus manos, en forma de organización obrera celular, se había desbaratado en el momento de la acción. La política aventurera de los dirigentes obreros había fracasado contra una realidad inexorable. Pero no eran los únicos responsables de la derrota, nosotros opinábamos que las culpas máximas caían sobre el delegado obrero David Salvador, el responsable de La Habana, Faustino Pérez y el jefe de las milicias del Llano, René Ramos Latour.

El primero, por sostener y llevar a cabo su concepción de una huelga sectaria que obligara a los demás movimientos revolucionarios a seguir a la zaga del nuestro. A Faustino, por la falta de perspectiva que tuvo al creer en la posibilidad de la toma de la capital por sus milicias, sin aquilatar las fuerzas de la reacción en su bastión principal. A Daniel, se le impugnaba la misma falta de visión pero referida a las milicias del Llano que fueron organizadas como tropas paralelas a las nuestras, sin entrenamiento ni moral del combate y sin pasar por el riguroso proceso de selección de la guerra.

La división entre la Sierra y el Llano era real. Había ciertas bases objetivas para ello, dadas por el mayor grado de madurez alcanzado en la lucha guerrillera por los representantes de la Sierra y el menor de los combatientes del Llano, pero también había un elemento de extraordinaria importancia, algo que pudiéramos llamarle la deformación profesional. Los compañeros del Llano temían que trabajar en su ambiente y, poco a poco, se iban acostumbrando a ver los métodos de trabajo necesarios para esas condiciones, como ideales y los únicos posibles para el Movimiento y, además – humanamente lógico- a considerar el Llano con mayor importancia relativa que la Sierra.

Después de los fracasos frente a las fuerzas de la dictadura, surgía ya una sola capacidad dirigente, la de la Sierra, y, concretamente, un dirigente único, un Comandante en Jefe, Fidel Castro. Al final de una exhaustiva y muchas veces violenta discusión, se resolvió separar de sus cargos a Faustino Pérez, que sería reemplazado por Ochoa, y a David Salvador, que sería reemplazado por Ñico Torres. Con este último cambio no se hacía ningún adelanto sustantivo en cuanto a concepción de la lucha ya que frente al planteamiento de la unidad de todas las fuerzas obreras para preparar la próxima huelga general  revolucionaria, que debía estar ordenada desde la Sierra, Ñico manifestaba su disposición a trabajar disciplinadamente con los “stalinistas” pero que eso  no conduciría a nada. Se refería en esos términos a los compañeros del Partido Socialista Popular.

El tercer cambio, el de Daniel, no producía sustituto ya que pasaba a ser Fidel, directamente Comandante en Jefe de las milicias del Llano. Además, se tomó la determinación de enviar a Haydée Santamaría como agente especial del Movimiento a Miami, haciéndose cargo de las finanzas en el exilio. En la parte política, la Dirección Nacional pasaba a la Sierra Maestra, donde Fidel ocuparía el cargo de Secretario General y se constituía un secretariado de cinco miembros donde había uno de finanzas, de asuntos políticos y de asuntos obreros. No recuerdo ahora quiénes fueron los compañeros designados para estos puestos, pero todo lo referente a envíos de armas o a la decisión sobre las armas, y las relaciones exteriores, correrla de allí en adelante por cuenta del Secretario General. Los tres compañeros separados debían ir a la Sierra donde ocuparían un cargo de delegado obrero David Salvador y serían comandantes Faustino y Daniel. Este último, fue puesto al mando de una columna que tuvo activa participación en la lucha de la última ofensiva del ejército ofensiva del ejército que estaba al desencadenarse, muriendo al frente de las tropas mientras atacaba a una de las columnas en retirada. Su carrera revolucionaria le valió un puesto en la lista selecta de nuestros mártires.

Faustino solicitó y obtuvo autorización para volver a La Habana y arreglar toda una serie de asuntos del Movimiento, entregar la jefatura y reintegrarse luego a la lucha en la Sierra, así lo hizo, y en la Columna I José Martí, comandada por Fidel Castro acabó la guerra. Aunque la historia debe consignar los sucesos tal como ocurrieron, debe aclararse el alto concepto que siempre nos mereció quien en un momento dado fuera nuestro adversario dentro del Movimiento. Faustino siempre fue considerado un compañero honesto a carta cabal y arriesgado hasta el extremo. De su arrojo tengo pruebas presenciales, cuando quemó un avión que nos había traído armas desde Miami, descubierto por la aviación enemiga y dañado. Bajo la metralla, Faustino realizó la operación necesaria para evitar que cayera en manos del ejército, dándole candela mediante la gasolina que se vertía por las perforaciones de los impactos. De su calidad revolucionaria da cuenta toda su trayectoria.

En aquella reunión se tomaron también acuerdos de menor importancia y se aclararon toda una serie de aspectos oscuros de nuestras relaciones recíprocas. Se escuchó un informe de Marcelo Fernández en relación a la organización del Movimiento en el Llano y se le encargó otro, para los núcleos del Movimiento, detallando los resultados y acuerdos de la reunión de la Dirección Nacional. También se escuchó un informe sobre organización de la resistencia cívica, su constitución, forma de trabajo, componentes, ampliación y fortalecimiento de las mismas. El compañero Busch informó sobre el comité del exilio, la posición débil de Mario Llerena y sus incompatibilidades con Urrutia. Se decidió ratificar a Urrutia como candidato de nuestro Movimiento y pasarle una pensión, que hasta ese momento recibía Llerena, único cuadro profesional que mantenía el Movimiento en el exilio. Además, se decidió que si Llerena continuaba con sus interferencias debía cesar en el cargo de presidente del comité del exilio. En el exterior había muchos problemas, en Nueva York, por ejemplo, los grupos de Barrón, Pérez Vidal y Pablo Díaz, trabajaban separados entre sí y, a veces, tenían choques o interferencias. Se resolvió que Fidel enviara una carta a los emigrados y exilados reconociendo como único organismo oficial al comité del exilio del Movimiento 26 de Julio, se analizaron todas las posibilidades que brindaba el gobierno de Venezuela, presidido por Wolfgan Larrazábal en aquel momento, que había prometido apoyar al Movimiento y que de hecho lo hizo. La única queja que pudiéramos tener con Larrazábal, estriba en que nos envió, junto con un avión de armas, al “benemérito” Manuel Urrutia Lleó pero, en realidad, nosotros mismos habíamos hecho tan deplorable elección.

Se tomaron otros acuerdos en la reunión, además de Haydée Santamaría, que debía ir a Miami, Luis Busch debía trasladarse a Caracas con instrucciones precisas acerca de Urrutia. A Carlos Franqui se le ordenaba llegar a la Sierra para hacerse cargo de la dirección de Radio Rebelde. Los contactos se harían por radio a través de Venezuela mediante unas claves confeccionadas por Luis Busch que funcionaron hasta el final de la guerra.

Como puede apreciarse de los acuerdos emanados de esta reunión, ella tuvo una importancia capital, por fin quedaban dilucidados varios problemas concretos del Movimiento. En primer lugar, la guerra sería conducida militar y políticamente por Fidel en su doble cargo de Comandante en Jefe de todas las fuerzas y Secretario General de la Organización. Se seguiría la línea de la Sierra, de la lucha armada directa, extendiéndola hacia otras regiones y dominando el país por esa vía y se acababa con algunas ilusiones ingenuas de pretendidas huelgas generales revolucionarias cuando la situación no había madurado lo suficiente para que se produjera una explosión de ese tipo y sin que el trabajo previo tuviera características de una preparación conveniente para un hecho de tal magnitud. Además, la Dirección radicaba en la Sierra con lo que objetivamente se eliminaban algunos problemas prácticos de decisión que impedían que Fidel ejerciera realmente la autoridad que se había ganado. De hecho no hacía nada más que marcar una realidad, el predominio político de la gente de la Sierra, consecuencia de su justa posición y de su correcta interpretación de los hechos. Se corroboró la justeza de nuestras dudas cuando pensábamos en la posibilidad del fracaso de las fuerzas del Movimiento en el intento de la huelga general revolucionaria, si esta se llevaba en la forma en que se había esbozado en una reunión anterior al 9 de abril.

Quedaban todavía por realizar algunas tareas muy importantes: ante todo, resistir la ofensiva que se avecinaba, ya que las fuerzas del Ejército se iban colocando en anillo alrededor del bastión principal de la Revolución que era la comandancia de la Columna I, dirigida por Fidel, después la invasión de los llanos, la toma de las provincias centrales  y, por último, la destrucción de todo el aparato político- militar del régimen. Nos llevaría siete meses consumarlas totalmente.

En esos días lo más apremiante era fortalecer el frente de la Sierra y asegurar un pequeño bastión que pudiera seguir hablando a Cuba y sembrando la semilla revolucionaria en nuestro pueblo. También teníamos comunicaciones con el exterior que era importante mantener. Pocos días antes había sido testigo de una conversación por radio entre Fidel y Justo Carrillo que representaba al grupo de Montecristi, o sea, aspirantes a gorilas, donde militaban representantes del imperialismo como el mismo Carrillo y Barquín. Justico ofrecía el oro y el moro, pero pedía que Fidel hiciera una declaración apoyando a los militares “puros”. Este le contestó que no era imposible esto, pero que sería difícil para nuestro Movimiento entender un llamamiento de este tipo cuando nuestro pueblo caía víctima de los soldados y que era difícil precisar entre los buenos y los malos cuando todos estaban reunidos en montón, en resumen, que no se hizo. También se habló con Llerena, me parece recordar, y con Urrutia, para hacer un llamado a la Unidad y no dejar romper el endeble agrupamiento de personalidades dispares que, desde Caracas, estaban tratando de capitalizar el movimiento armado en su propio provecho pero representaban nuestras aspiraciones de reconocimiento externo y por lo tanto debíamos cuidar.

Inmediatamente después de la reunión, sus participantes se disgregaron y a mí me tocó inspeccionar toda una serie de zonas, tratando de crear líneas defensivas con nuestras pequeñas huestes para ir resistiendo el empuje del ejército, hasta empezar la resistencia realmente fuerte en las zonas más montañosas, desde la Sierra de Caracas, donde estarían los grupos pequeños y mal armados de Crescencio Pérez, hasta la zona de La Botella o La Mesa, donde estaban distribuidas las fuerzas de Ramiro Valdés.

Este pequeño territorio debería defenderse con no mucho más de doscientos fusiles útiles, cuando pocos días después comenzara la ofensiva de “cerco y aniquilamiento” del ejército de Batista.

Cubadebate

 

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