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Madrid :: 01/02/2007

Alcorcón como pretexto

Miguel Amorós
Los relativos incidentes de Alcorcón revelan una realidad que los medios (que habrían de ser llamados más propiamente de incomunicación) han tratado siempre de disimular: que mientras las elites consumidoras recuperan el centro de las antiguas ciudades, la desigualdad social se ha desplazado a la periferia, con sus indeseables acompañantes, el paro, el subempleo, el hacinamiento vertical, la fealdad y el común denominador de la trivialidad y el aburrimiento.

Se trata de las antiguas ciudades del cinturón obrero de Madrid, aquellas que en 1976 hicieron tambalear a la dictadura franquista, ahora convertidas en barriadas dormitorio de la conurbación madrileña; especie de no lugares sin memoria, sin vida social, culturalmente anómicos, sin identidad. El capitalismo ha querido que estas orgullosas ciudadelas proletarias aparecidas entre los años sesenta y setenta para almacenar de la peor manera a los españoles que abandonaban el campo en busca de trabajo, se hayan transformado a partir de los ochenta en el vertedero de las fracciones obreras más desfavorecidas por culpa de a la desindustrialización y de los pactos sociales y de "flexibilización" firmados por los sindicatos, que redujeron el empleo y destruyeron su vida social. En efecto, la derrota de los trabajadores permitió la "transición". Su fracaso político trajo nuevas cadenas a la explotación. Su dispersión y atomización fue conseguida mediante el confinamiento de los individuos en la vida privada, el deterioro de los lazos sociales que unían a sus habitantes y la erradicación calculada de la solidaridad de clase. La televisión, el coche y los centros comerciales hicieron el resto. Las ciudades suburbiales se volvieron tristes y se estancaron, pero con la especulación urbanística posterior reinando sobre el territorio, recuperaron población a base de los obreros pobres que la ciudad expulsaba o que no permitía instalarse. El nuevo dinamismo constructor y las autopistas de circunvalación las acabaron de convertir en grises aglomeraciones dormitorio, donde los individuos sepultan sus deseos por la tarde y cambian sus sueños por pesadillas. La economía terciaria es para muchos una economía de subsistencia; no sólo crea empleos basura, sino que los crea lejos del lugar donde viven. No regresan a sus habitáculos hasta el final de la jornada, cansados y deprimidos. El resultado es la degradación del medio vecinal, de la vida familiar, de las relaciones personales... el imperio del hastío, del miedo y del consumo. Aquellos menos favorecidos o más irascibles descargan su rabia contra los que tienen más a mano, los próximos, en lugar de hacerlo contra sus verdaderos enemigos. Eso es particularmente cierto entre los jóvenes, los más discriminados socialmente y menos dispuestos a ser pisoteados como día a día lo son sus progenitores. Y eso ha sido el meollo de los incidentes.

Ser pobre en la sociedad del despilfarro es un crimen. Con mayor razón si se es joven pobre o inmigrante pobre. Las barriadas para dormir son zonas de composición heterogénea, multiétnicas, con gente de diversas culturas y distintas nacionalidades, ignorados hasta hace poco por el Estado y por los medios. La convivencia en ellas no es peor que en otros lugares y la tasa de criminalidad es semejante a la media nacional. Sin embargo, los medios, a base de sensacionalismo, llegan a crear ex nihilo un sentimiento de inseguridad que no se corresponde con la realidad. Intentan desviar la atención del verdadero problema, a saber, la explotación económica y su retahila de consecuencias sociales, fabricando una imagen negativa del suburbio. Se utiliza a los inmigrantes y a los jóvenes en general como chivo expiatorio, endosándoles la imagen de delincuentes, violentos o drogadictos, atizando la xenofobia y el racismo en las clases medias y entre las masas despolitizadas. En la sociedad del espectáculo los oprimidos no tienen derecho a su propia imagen, y los medios les fabrican una que encaja con los valores segregadores de la dominación. Por eso las encuestas públicas sitúan a la inmigración como la primera preocupación de "los españoles", por encima de problemas verdaderos como el precio de las viviendas o la precariedad, signo revelador de la manipulación mediática.

¿Qué opina el pueblo de Alcorcón? Hemos escuchado al alcalde y a la presidenta de la Comunidad de Madrid, pero ellos son el poder. También hemos leído en la prensa un manifiesto firmado por una multitud de entidades "desde los valores cívicos y democráticos", los valores políticos de la dominación, valores que despojados del sentimentalismo ideológico de la clase media y traducidos al lenguaje real significan miseria moral, frustración, condicionamiento, dolor, marginación, explotación. Se trata de los sindicatos, institutos, escuelas, asociaciones de vecinos, padres de alumnos y organizaciones empresariales, es decir, las fuerzas vivas menores de Alcorcón que, armados "con la prudencia, moderación y firmeza democràtica" proclaman los "ilusionantes proyectos de futuro" en los que se halla embarcada lo que llaman ciudad. Ellos defienden su modo de vida mezquino y conformista con todo el coraje del que son capaces los filisteos, es decir, reclamando la presencia de la policía cuyo comportamiento califican de "prudente y ejemplar." En cuanto a los afectados, no vamos a oírles por la sencilla razón de que para los medios solo existen sus falsos representantes. Alcorcón no es un lugar diferente del resto del cinturón madrileño. Como el resto de sus municipios no es más que un sucedáneo de ciudad con las señales identitarias borradas, un depósito de mano de obra barata donde la integración social es imposible porque no hay sociedad. Un espacio sin sujeto, un almacen de almas muertas, un lugar frío, amorfo y triste que ninguna política de inserción, ninguna animación cultural, ninguna oferta de empleo, ni ningún bloque de vivienda protegida añadido podrá cambiar.

El verdadero problema de los oprimidos no es la pobreza, sino la sumisión. El pecado, el verdadero delito social, es la convivencia con lo insufrible y la tolerancia de lo inaceptable. Quizá el inmigrante y los jóvenes resalten demasiado esa contradicción y por eso haya quien quiera que paguen por ello. Nadie está de entrada contra los inmigrantes ni contra los jóvenes con tal de que no se hagan notar. En definitiva, para la fracción veterana del poder se trata de eso, de que se vuelvan invisibles. Para la otra, a la que sirven los medios, se trata de lo contrario. Alcorcón existe como amenaza, por lo que todo lo que allí ocurre es problemático. Para la primera, los incidentes de Alcorcón dificilmente podrán existir porque Alcorcón no existe. En un lugar que no existe nunca pasa nada. Y ese es un aspecto del verdadero problema de Alcorcón, que no pasa nada. Para la segunda, "no se puede descartar la posibilidad de un conflicto interracial". Y ese es el aspecto complementario: que lo que pueda pasar no dependerá de sus habitantes, sino de los intereses de la clase dirigente.

Klinamen

 

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