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Pensamiento :: 12/07/2018

Prólogo a la primera edición alemana de 'El Capital'

Karl Marx
Publicado por vez primera en el libro: 'Karl Marx. Das Kapital. Kritik der politischen Oekonomie'. Erster Band, Hamburg, 1867

El trabajo, cuyo primer tomo propongo al público, es la continuación de la Contribución a la crítica de la Economía política, publicada por mí en 1859. El largo intervalo transcurrido entre el comienzo y la continuación me ha sido impuesto por una enfermedad de muchos años que ha interrumpido la labor repetidas veces.

El contenido de la obra primitiva está resumido en el primer capítulo de este tomo. Y al hacerlo así, no se ha atendido solo a conseguir que sean más coherentes y completas las ideas, sino que se ha mejorado la exposición. En la medida en que la materia lo ha permitido, se han desarrollado aquí puntos que antes apenas se esbozaron, mientras que otros, ampliamente desarrollados allí, aquí simplemente se enuncian. Los capítulos sobre la historia de la teoría del valor y de la teoría del dinero, por supuesto, han sido omitidos del todo. En cambio, el lector del trabajo anterior encontrará en las notas del primer capítulo referencias a nuevas fuentes para el estudio de la historia de estas teorías.

El principio siempre es duro; esto vale para todas las ciencias. Por eso, la máxima dificultad la constituirá la comprensión del primer capítulo, en particular, los párrafos referentes al análisis de la mercancía. En cuanto a lo que toca especialmente al análisis de la sustancia del valor y de la magnitud del valor he procurado, en la medida de lo posible, exponerlo en forma popular. La forma valor, que llega a su pleno desarrollo en la forma dinero, es muy simple y de poco contenido. No obstante, la inteligencia humana se ha dedicado a investigarla durante más de 2.000 años, sin resultado, mientras que otras formas más complejas y de contenido mucho más rico han sido analizadas, por lo menos aproximadamente, con resultado positivo. Y esto, ¿por qué? Porque es más fácil de estudiar el cuerpo organizado que las células del cuerpo. Además, para analizar las formas económicas, no se puede utilizar ni el microscopio ni los reactivos químicos. La capacidad de abstracción ha de suplir a ambos. Ahora bien: para la sociedad burguesa, la forma mercancía del producto del trabajo o la forma valor de la mercancía son formas económicas celulares. A los espíritus poco cultivados les parece que analizar estas formas significa perderse en minucias. Se trata efectivamente de minucias, pero de minucias como las que son objeto de la anatomía microscópica.

Por eso, a excepción del capítulo sobre la forma valor, nadie podrá acusar a este libro de difícil o incomprensible. Me refiero, por supuesto, a lectores que traten de aprender algo nuevo y quieran, por tanto, pensar por sí mismos.

El físico, para observar los procesos naturales, o bien lo hace donde se presentan en forma más acusada y menos deformada por influencias perturbadoras, o bien, si puede, hace experimentos en condiciones que aseguren el desarrollo del proceso en su forma pura. Lo que me propongo investigar en esta obra es el modo de producción capitalista y las relaciones de producción y de cambio que le corresponden. El país clásico para ello es hasta ahora Inglaterra. De aquí el que haya tomado de él los principales hechos que sirven de ilustración a mis conclusiones teóricas. Si el lector alemán alza los hombros con gesto de fariseo ante la situación de los trabajadores industriales y agrícolas ingleses o si se tranquiliza con optimismo pensando que en Alemania las cosas no están, ni con mucho, tan mal, tendré que decirle: De te fabula narratur!

No se trata aquí del grado de desarrollo, más alto o más bajo, que alcanzan los antagonismos sociales engendrados por las leyes naturales de la producción capitalista. Se trata de las leyes mismas, de las tendencias mismas que actúan y se imponen con una necesidad férrea. El país industrialmente más desarrollado no hace más que mostrar al que es menos desarrollado el cuadro de su propio porvenir.

Pero aparte de esto: en los sitios donde la producción capitalista ha tomado por completo carta de naturaleza en nuestro país, por ejemplo, en las fábricas propiamente dichas, la situación es mucho peor que en Inglaterra, por faltar el contrapeso de la legislación fabril. En todas las esferas restantes, pesa sobre nosotros, como sobre los demás países continentales de la Europa Occidental, no sólo el desarrollo de la producción capitalista, sino su insuficiente desarrollo. Además de las miserias modernas, nos oprime toda una serie de miserias heredadas, procedentes del hecho de seguir vegetando entre nosotros formas de producción antiguas y ya caducas que acarrean un conjunto de relaciones sociales y políticas anacrónicas. No sufrimos sólo a causa de los vivos, sino a causa de los muertos. Le mort saisit le vif!

En comparación con la inglesa, la estadística social alemana y del resto de la Europa Occidental continental, es muy pobre. Sin embargo, levanta el velo lo bastante para dejar entrever la cabeza de Medusa. Nos horrorizaríamos de ver nuestra propia situación si nuestros gobiernos y parlamentos designasen periódicamente, como en Inglaterra, comisiones de investigación de las condiciones económicas; si estas comisiones estuviesen investidas de los mismos poderes que en Inglaterra para descubrir la verdad; si se pudiera encontrar, para cumplir esta misión, hombres tan expertos, imparciales y severos como los inspectores del trabajo de Inglaterra, como los médicos ingleses que informan sobre la Public Health, como los comisarios ingleses que investigan sobre la explotación de la mujer y del niño, sobre las condiciones de la vivienda y de la alimentación, etc. Perseo se cubría con un casco mágico para perseguir a los monstruos; nosotros nos colocamos este casco mágico sobre nuestros ojos y nuestros oídos para poder negar la existencia de los monstruos.

No hay que hacerse ilusiones. Del mismo modo que la guerra de la Independencia norteamericana del siglo XVIII fue el toque a rebato para la clase media europea, la guerra civil norteamericana del XIX lo ha sido para la clase obrera de Europa. En Inglaterra, el proceso revolucionario se ha hecho palpable. Cuando alcance un determinado nivel debe repercutir en el continente. Y allí revistirá formas más brutales o más humanas, a tono con el grado de desarrollo de la clase obrera misma. Abstracción hecha de móviles más elevados, sus más vitales intereses mandan a las clases hoy dominantes eliminar todos los obstáculos para el desarrollo de la clase obrera que pueden ser eliminados por la legislación. Esta es la razón por la cual yo me he extendido tanto en este tomo sobre la historia, el contenido y los resultados de la legislación fabril inglesa. Una nación debe y puede aprender de otra. Incluso en el caso en que una sociedad haya llegado a descubrir la pista de la ley natural que preside su movimiento —y la finalidad de esta obra es descubrir la ley económica que mueve la sociedad moderna— no puede saltar ni suprimir por decreto sus fases naturales del desarrollo. Pero puede acortar y hacer menos doloroso el parto.

Unas palabras para evitar posibles interpretaciones falsas. A los capitalistas y propietarios de tierra no los he pintado de color de rosa. Pero aquí se habla de las personas sólo como personificación de categorías económicas, como portadores de determinadas relaciones e intereses de clase. Mi punto de vista, que enfoca el desarrollo de la formación económica de la sociedad como un proceso histórico-natural, puede menos que ningún otro hacer responsable al individuo de unas relaciones de las cuales socialmente es producto, aunque subjetivamente pueda estar muy por encima de ellas.

En el terreno de la Economía política, la investigación científica libre se encuentra con más enemigos que en todos los demás campos. La particular naturaleza del material de que se ocupa levanta contra ella y lleva al campo de batalla las pasiones más violentas, más mezquinas y más odiosas que anidan en el pecho humano: las furias del interés privado. La alta Iglesia de Inglaterra, por ejemplo, perdona antes un ataque contra 38 de sus 39 artículos de fe que contra 1/39 de sus ingresos monetarios. Hoy en día, el mismo ateísmo es una culpa levis, comparado con la crítica de las tradicionales relaciones de propiedad.
Sin embargo, aquí hay que reconocer la existencia de un paso adelante.
Observemos, por ejemplo, el Libro Azul publicado en las últimas semanas con el título Correspondence with Her Majesty’s Missions Abroad, regarding Industrial Questions and Trades Unions.
Los representantes de la corona de Inglaterra en el extranjero exponen aquí sin ambages que en Alemania, en Francia, en una palabra, en todos los países cultos del continente europeo es tan palpable y tan inevitable como en Inglaterra una transformación radical de las relaciones entre el capital y el trabajo. Al mismo tiempo, al otro lado del Atlántico, el señor Wade, vicepresidente de los Estados Unidos de Norteamérica, declaraba en mítines públicos que, abolida la esclavitud, se ha puesto sobre el tapete la transformación de las relaciones de propiedad sobre el capital y la tierra. Son éstos signos de la época, que no se dejan encubrir con mantos de púrpura ni con sotanas negras. No significan que mañana se vayan a producir milagros. Indican que en las mismas clases dominantes apunta ya el presentimiento de que la sociedad actual no es ningún cristal duro, sino un organismo susceptible de transformación y en transformación constante.

El segundo tomo de esta obra tratará del proceso de circulación del capital (libro II) y de los aspectos del proceso en su conjunto (libro III); y el tercero y último (libro IV), de la historia de la teoría.

Bienvenido sea todo juicio crítico científico. Contra los prejuicios de la llamada opinión pública, a la que nunca he hecho concesiones, tengo por divisa el lema del gran florentino:

Segui il tuo corso, e lascia dir le genti!

Karl Marx

Londres, 25 de julio de 1867

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Se publica de acuerdo con el texto de la cuarta edición alemana de 1890. Traducido del alemán.
www.marxists.org

 

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