Mucho ha dado que hablar en la prensa y la televisión el programa de TVE 100 preguntas, en el que ese número de ciudadanos planteaba una pregunta en vivo y en directo al presidente del gobierno José Luís Rodríguez Zapatero. Lo que más se comenta es la respuesta que dio al señor que le preguntó por el precio de un café. "80 céntimos" fue la respuesta y para mucha gente refleja que el presidente no tiene contacto con la realidad.
En mi barrio cuesta un café entre un euro y un euro con diez. Pero eso lo sabemos los del barrio y pocos más. Hace poco estuve en Tenerife y el café estaba a 80 céntimos como los que se tome Zapatero. Un presidente de un gobierno no tiene porque saber el precio de un café o de una barra de pan. Reírse o mofarse de que ignore el precio medio de un café (la precisión estadística de precio medio la meto yo, porque tal como fue la pregunta de "precio" de un producto que no tiene como tal un valor único es esperar una respuesta que nunca sería acertada) es como si yo me río de mi vecino que trabaja en la construcción porque no sabe cuanto cuesta un sujetador.
Obviamente si no lo compra, y a no ser que sea travestido o especialmente detallista con las mujeres nunca lo hará, jamás podrá saber a cuanto se cotiza la ropa interior femenina. Zapatero es el presidente y, como tal, no creo que tenga demasiado tiempo de andar de baretos desayunando una y otra vez como los funcionarios. Se lo tomará en la cafetería subvencionada del congreso y cuando salga por ahí de vacaciones escoltado con cincuenta gorilas probablemente le invite el asombrado dueño del establecimiento, afortunado de contar con inusual parroquiano.
Así que lo del café es una anécdota y poco más. Lo que más llamó la atención de su actuación frente a los cien nerviosos ciudadanos que por un momento vieron su gloria de verse en la televisión con el presidente fue la capacidad que tiene Rodríguez Zapatero de hablar mucho y no decir nada. Es de raza de políticos esa forma de hablar peculiar, de dar giros sutiles a las preguntas desviándolas de las esperadas respuestas, aseverar con firmeza consignas innegociables, temblar la voz en momentos sentidos o no perder la calma en momentos críticos. Zapatero quiso dar la imagen de que sabía mucho con una aburrida avalancha de cifras macroeconómicas que lo mismo valían para explicar el receso del mercado de la remolacha que el increíble aumento de la contratación laboral en su legislatura y que aunque no lo dijera con esas mismas temidas palabras, España va bien.
A mi, decir cifras y cifras me parece tedioso y cuestionable, pues no creo que ninguno de los que las oímos las sepamos y recordemos para poder contrastar su veracidad. Faroles, que se llama en el juego de cartas. Quedan bien y visten a un presidente pero poco más.
De Zapatero me asombraban sus cualidades interpretativas y su capacidad de improvisación y respuesta rápida. Eso hay que reconocerlo y me quito el sombrero. Era como esos presentadores dinámicos de concursos que no te dejan cambiar de canal. Hizo un buen show y creo que de eso se trataba. Ganó puntos por eso precisamente y salió reforzada su imagen pública a pesar del café a 80 céntimos.
En sí el programa es absurdo porque no creo que haya nadie capaz de tener respuesta a cien preguntas variadas y de muy diferentes campos y niveles. Solo un ordenador lo conseguiría respondiendo a todas y solo un showman saldría victorioso sin responder a ninguna.
Si viviéramos en una democracia real y hubiera libertad de expresión real un programa así no estaría mal. Pero la realidad es otra y con el numerito del otro día nos quisieron hacer sentir como ciudadanos importantes y cercanos a las tomas de decisión del presidente. Nos dieron pienso y forraje de democracia para que podamos seguir tirando del arado tan contentos como burros. Y cuando lo hacen por algo será.