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Argentina :: 07/11/2008

Fuerte Apache (I): Rap entre carreras y tiros

Sebastián Hacher - La Haine
En el barrio invadido por los gendarmes, dicen: "Nosotros no necesitamos actuar. Somos un grupo de verdad. Venimos de haber estado presos, de haber zafado de tantos tiros"

Soy de Ciudadela. Me fui hace trece años, pero si preguntan todavía respondo así. Quizás sea una declaración de principios, una forma de plantarse frente a la vida. Hoy, sin embargo, pongo a prueba esa frase. Vuelvo al barrio atraído por la historia de un grupo de música que nació en el Fuerte Apache. El lugar, vigilado por 120 gendarmes, es temido y respetado por todos mis vecinos. Yo, por ejemplo, me crié a diez cuadras, pero entré por única vez en 1983 porque mi viejo votaba ahí. Los monoblocks fueron el telón de cemento detrás de mi infancia y la de mis amigos. Teníamos el secreto orgullo de vivir cerca del rincón más violento del país.

Cruzo el puente de la General Paz y espero un remis trucho al lado de un puesto de diarios. Hay tres personas adelante mío, y vamos a entrar en un coche a 90 centavos por cabeza. Es la única forma de llegar. Viene un Peugeot 504 pintado a mano, con un cartel que dice “desde Liniers hasta el Barrio” (el barrio, se sabe, es Fuerte Apache). Subo. Los pasajeros y el chofer casi ni hablan. Solo cantan el número de edificio en el que se quieren bajar, y con eso el remisero arma su hoja de ruta. Miro por la ventanilla, las cosas cambiaron: todo es más gris que en el recuerdo, como si el sol y la humedad hubiesen desteñido el ambiente. El auto se desliza en esa geografía con precariedad, como un catamarán en un río picado. El Complejo Habitacional Ejército de los Andes —tal su nombre legal— es un laberinto de 22 monoblocks, divididos en tiras de 3 pisos y 11 nudos de varias torres cada uno.

fasc_0041.jpg-Yo me quedo en el nudo tres.

Mi voz suena extraña. Debo tener miedo, o tal vez me sienta observado por mis compañeros de viaje. El chofer señala el número pintado sobre la pared de un edificio. Llegué a destino y estoy solo en una calle interna del barrio. Es un mediodía con silencio de madrugada. Me siento un pez fuera del agua, perdido y frágil en esta mole de cemento.

Dos pibes salen del umbral de un edificio. Fruncen el ceño, me relojean. El de buzo con capucha hace un gesto con la mano, como un clic de una cámara de fotos. Estoy tenso. Digo sí con la cabeza, se acercan y el más grandote tiende la mano.

-¿Todo piola? Yo soy el Massi.

Maximiliano Ocampo, el gordo Massi, es uno de los cantantes de Fuerte Apache, la banda de raperos formada durante 1998 en el corazón de los monoblocks. De letras violentas y pegadizas, son expertos en mostrar crónicas de la vida cotidiana de este barrio. Su potencia reside en que no necesitan impostar voces o situaciones para convencer de que cultivan el más puro ‘gansta rap’ adaptado al suelo argentino. Escuchar sus temas provoca una certeza: hablan en serio.

-Había otros —dice Massi— que querían hacer lo que hacemos, pero no podían. No les quedaba el personaje. Nosotros no necesitamos actuar. Somos un grupo de verdad. Venimos de haber estado presos, de haber robado, de haber zafado de tantos tiros. Ahora nos rescatamos, y queremos tirar abajo las barreras que nos impone la sociedad.

La leyenda dice que la producción de la banda circuló de mano en mano, hasta que alguien la subió a Internet. Y todo explotó. Tanto que Pablo Lescano, el inventor de la cumbia villera, los quiso poner bajo su ala. Pero los pibes no quisieron saber nada.

-Nosotros —contestaron— no somos segundos de nadie. Nosotros somos F.A.

Costo de vida

fac_0256.jpgNos internamos entre las torres. Pasamos una cancha de fútbol, estacionamientos con coches abandonados y un baldío lleno de barro. Massi entra en un edificio y me pide que espere un rato en la puerta, que va a buscar a Esteban, otro de los cantantes de F.A. Sube una escalera y desaparece. Al rato salen los dos.

Esteban Rodríguez tiene 25 años, uno más que Massi. Se hicieron amigos en la Media 7. Al principio se dedicaban a los grafittis, pero en el 98 a Esteban se le ocurrió escribir una letra sobre el barrio. Esa primer canción reza que “nadie sabe lo que en el Fuerte / la vida te cuesta / porque es difícil vivir / donde todo apesta”. Es la visión de un adolescente criado entre “tiros y corridas”, donde “hay que sufrir para poder vivir”.

-La hice en clase, mientas el profesor hablaba. Todos los compañeros se pasaban la hoja, me preguntaban si la iba a cantar. El día después, Massi llegó a la escuela con otra canción.

Ese primer tema de Massi narraba otra historia real: el asesinato de un policía bonaerense en el Fuerte Apache. “Se escucharon los disparos / se vieron tres fulanos / y la policía llora / por la muerte de su cabo”. Esas canciones fundacionales no tenían música propia. Los F.A. usaban bases de Wu Tang Clan, Cypress Hill o Tupac. Esteban recuerda y sonríe.

-Cortábamos los cables del parlante para que salga el golpe sin la voz. Y con eso cantábamos. Pero era algo personal, entre nosotros.

Una tarde se encontraron a Esmoler, del Sindicato Argentino del Hip Hop. El rapero los escuchó y se ofreció a ayudarlos. A los quince días los llamó: quería darles una base para que puedan cantar arriba. Fue el primero y uno de los pocos del ambiente que les dio una mano.

Con esos primeros temas, los F.A. se largaron a organizar recitales en clubes de la zona. Corría el año 1999 y un rumor: hay unos pibes del barrio que están tocando.

Modelo para armar

fac_0343.jpgAunque menores que él, los F.A. pertenecen a la generación de Carlos Tevez, el vecino más exitoso del barrio. Pero si Tevez es el paradigma del triunfo, también es la excepción. En su misma época crecieron pibes como Claudio David Nuñez, que tiene el extraño privilegio de haber sido uno de los primeros menores condenados a cadena perpetua en Argentina. A los 12 años mató al padre, un policía tucumano que abusaba de su hermana menor. Con el tiempo, Claudio se volvió un ladrón respetado en el barrio, hasta que a los 17 cayó preso, acusado de asesinar a cinco personas, en su mayoría policías.

En el Fuerte Apache, uno y otro extremo son recordados con respeto y cierta admiración. Porque los dos, con suerte inversa, abrieron a las patadas —o a los tiros— las puertas que la vida les cerró.

-Así es la onda acá —dice Massi mientras caminamos— uno nace re de cero. Y de cero es andar con los dedos afuera de las zapatillas, no tener que comer. Esos eran pibes que trabajaban de diareros cuando eran guachos, eran pibes sufridos, re-humildes.

Muchos de los que se hicieron de abajo fueron tumbados por la metralla policial o terminaron detenidos con largas condenas. En el 2001, ese destino a plazo fijo pareció alcanzar también a los de F.A. El gordo Massi y otro integrante de la formación original cayeron presos. El grupo de rap que prometía representar al ghetto, se diluía en la lógica de su lugar de origen.
Adentro, a la sombra, Massi apenas escribió un poema. Pero no le puso música, y al salir lo quemó junto a todas las cartas que había recibido.

-Ni la ropa me llevé. Me puse un short, un par de ojotas, miré a los pibes a los quedaba una banda de años y les dije “tomá, esto para vos, esto para vos”. Un olor a tumba tenía todo. Preferí dejar las cosas ahí.

Después de ese ritual, la banda se volvió a juntar. Se sumaron Patu y Picky, el hermano de Esteban, que venía de otro palo musical. Entre todos armaron un pequeño estudio y se pusieron a ensayar. Pero ya no querían seguir haciendo lo mismo, tocar para ellos y que la gente los escuche de casualidad.

-Una vez que salí, dijimos: lo vamos a hacer con un fin y un propósito. La onda era hacer algo que quepa en algún lado, no dejar de contar lo que vivimos pero hacerlo con gracia, que no choque tanto.

Berretines de narco

fac_0081.jpgSeguimos caminando por el barrio. No me parece excepcional hacerlo, pero me imagino a los periodistas que entran con custodia —uno llegó a hacerlo rodeado de 15 policías— y me siento bien. Cada tanto, pasa un grupito de pibes quemando un porro con la naturalidad de quién cumple un ritual cotidiano. En la entrada de un edificio nos encontramos con un hombre de poco más de 40 años. Tiene barba de dos días, pómulos hinchados y ojos muy rojos. Lleva una lata de pintura, y cuando habla, no entendemos si quiere venderla o si la lleva para pintar algo. Más tarde lo volvemos a ver sentado contra una pared e inmóvil, con media cara metida adentro de un sachet de leche. Mis guías lo miran con lástima.

-Ese vive para el poxirrán.

En otro tramo de la tarde, se acerca un grupo de pibes. Uno de ellos camina con una convulsión leve. Tiene una sonrisa vacía y la cara llena de granos. Es lo que se llama “un fisura”. Nos saluda con un beso a cada uno, pero en sus gestos se nota un dejo de paranoia. Esteban —ni él ni su hermano consumen drogas— es el más preocupado por el tema:

-El paco es una mierda. Los tranzas se llenan de plata a costillas de pibitos que se arruinan en muy poco tiempo.

De hecho, uno de los mejores insultos escuchados en sus letras es “berretines de narco”.

Massi propone que busquemos un lugar para conversar tranquilos. Nos sentamos en un cantero, pero se arrepiente. Estamos en el borde de los monoblocks, muy a mano de la Gendarmería. Y eso implica un peligro básico: que nos secuestren el faso que Massi pica sin apuro.

-Acá es común ver gente fumando marihuana. No es algo que moleste a nadie. Pero si te para la Gendarmería te lo sacan, y si tienen ganas de joder te meten una causa por tenencia.

Los gendarmes llegaron al barrio el 14 de Noviembre del 2003. Desde entonces, el Fuerte Apache está rodeado: 120 efectivos divididos en 15 puestos en cada entrada y salida. En los primeros meses, el control implicaba revisar hasta las bolsitas de los pibes que iban al jardín “por si sus padres sacaban armas entre las ropas”. Patu —que llegará más tarde porque trabaja en una fábrica— tiene grabado el día de la ocupación:

-Me desperté, miré por la ventana y estaba lleno de tipos de verde con armas largas. Al principio pensábamos que eran militares, que nos estaban invadiendo.

Las invasiones no son algo desconocido en Fuerte Apache. En el imaginario colectivo están frescos esos días en los que allanaban casa por casa. Más de una vez, para detener a alguien, se hicieron operativos con 300 policías, perros y helicópteros. El argumento es siempre el mismo: detener a las bandas que operan en el barrio. Cuando llegó la Gendarmería, los medios de comunicación decían que había más de 30, y que eran “violentas pero sin organización clara”.

-Ahora —explica uno de los vaqueanos— sigue todo igual, pero más oculto. Lo único que cambió es que no llueven balas a cualquier hora del día.

Eso, y que no se puede fumar en las orillas.

Difusión canábica

fac_0008.jpgNos saludan desde una esquina. Es Yayi, un amigo de los pibes de F.A. Pide que nos acerquemos. Él, me dicen, mucho no se puede mover. Desde enero está con prisión domiciliaria y para que la cumpla le pusieron una pulsera en el tobillo. Si se aleja más de la cuenta, la pulsera envía una señal y los del servicio penitenciario llaman a ver qué pasa. Para zafar un poco compró un inalámbrico de buena calidad que le permite ir hasta la peluquería, el bar de enfrente o visitar a su vecina. Se mueve en ese pequeño mundo, atado por un lazo invisible a la casa de su madre. Yayi cuenta que antes, cuando estaba en la cárcel, sus compañeros de encierro no le creían que era amigo de los raperos de F.A.

-Unos presos cantaban la del Guacho Cabañas, y me decían que no podía ser que yo conozca a los que escribieron eso.

El tema “guacho Cabañas”, se llama en realidad Cuando un amigo se va, y narra la historia de un ladrón que se suicidó para no caer preso. La canción es un homenaje y una despedida con tiros al aire, lágrimas y un pedido para que los guíe desde el cielo. Para Massi, no es extraño que canciones así se escuchen desde el encierro.

-Siempre nos llama gente de los penales diciendo que escuchan los temas en la radio. Es gente que nos sigue porque estamos del mismo lado que ellos.

Pero el fenómeno no llegó solo a las cárceles. Como dicen en El rap de los monobloqueros, “siempre tiro a favor de la gente de abajo / de los que por ser de este barrio se les niega futuro y trabajo / también defiendo a los malandras aunque no sea lo mismo”. En decenas de páginas de Internet, en el boca en boca, en los fotologs de adolescentes del Gran Buenos Aires y en no pocos reproductores de mp3s de la clase media capitalina, las canciones de F.A. se repiten una y otra vez.

Tamaña circulación tiene su historia. El responsable, dicen, es Fena, un pibe al que todos consideran el mayor marihuano del barrio. Fena dejó de cantar porque solo le importa seguir fumando, pero siempre quedó ligado al grupo. Esteban lo recuerda con cariño.

-Habíamos hecho una grabación en un cassette, para escucharnos entre nosotros. La gente iba a fumar a la casa de Fena, y él se lo mostraba a todo el mundo. Un día se lo grabó a uno, después a otro y ahí empezó a circular.

Bendita perdición

fatsc_0072.jpgEsteban dice que en Fuerte Apache todo, incluso la delincuencia, es diferente a la de cualquier otro barrio.

-Ciudadela es respetado en todo los barrios marginales. Para mí es un orgullo decir “soy de Fuerte Apache”. Vos vas a otros barrios y te dicen “uh, eso es re groso, es como el Bronx, ¿no?”.

Será la arquitectura, supongo yo. Esos edificios de cemento uniformes, con puertas que respiran una tan cerca de la otra. O las ventanas que parecen mirarte todo el tiempo, en ese panóptico promiscuo, chusma, capaz de asfixiarte. A diferencia de las villas, donde la traza intenta señalar la emergencia y la movilidad, la solidez de los monoblocks genera la sensación de haber llegado a un lugar definitivo, inapelable. El Fuerte es el ghetto porque se cocina en su propia salsa, porque es tan difícil entrar como irse. Massi opina que si escuchamos bien, sus canciones narran esas particularidades.

-Nosotros hablamos del estilo monobloquero.

Así se llama un tema dice “viviendo a full la vida 100% diversión / en el Fuerte Apache la mejor inversión / vivir entre mujeres, que bendita perdición / morir entre disparos, a veces no queda opción”. En la historia del barrio sobran ejemplos de jóvenes que eligieron vivir y morir a esa velocidad. El último caso que tuvo repercusión más allá de sus fronteras fue el de Joselo, jefe de una banda conocida como los “back street boys”. Joselo murió a los 23 años mientras intentaba robar un auto. Antes, había asaltado bancos, escapado de una cárcel en Tucumán y matado policías. Su gente lo despidió ametrallando la comisaría del barrio, y se generó algo inédito: los policías locales tuvieron que pedir custodia al grupo Halcón, la fuerza de elite de la bonaerense.

-Ese —me confirman— si que era bien monobloquero.

¿Los del F.A. llaman a ser así? En una de sus letras, avisan que no, que “no es mentira lo que dicen mis canciones, / y aunque no sea lo correcto no te voy a dar sermones / la música no influye en tus acciones / cada uno es responsable de sus propias decisiones”.

-Nosotros —dice Esteban— mostramos la realidad, pero no hacemos apología. Cuando se planteó grabar un disco pensamos en hacer temas nuevos, en cambiar un poco. Queremos ser más explícitos en que no queremos que otros pasen todo lo que pasamos. Nosotros ya estamos, la calle nos formó y por eso no somos menos que nadie. Pero queremos evitárselo a nuestra familia. Yo a veces veo que mi hijo canta nuestros temas y digo “la puta madre, no sabe lo que está diciendo”.

Esta actitud tiene que ver con un cambio personal y las nuevas oportunidades que surgieron. El año pasado los pibes de F.A. se reencontraron, después de mucho tiempo, con la gente del Sindicato Argentino del Hip Hop. Estos últimos venían de girar por todo Latinoamérica, vivir en Puerto Rico y ganar un Grammy.

-No se habían olvidado de nosotros —cuenta Esteban con orgullo— y nos ofrecieron todo para grabar.

El resultado fue un disco al que llamaron “Estilo Monobloquero”. Mientras se escriben estas líneas, los F.A. buscan un sello discográfico que los edite. Son concientes de sus posibilidades, por eso hablan de lo que quieren lograr sin pelos en la lengua.

-Por vocación —dice Massi— ya lo hicimos toda la vida. Ahora la idea es vivir de esto. Yo quiero tener otro trabajo, salvar a la familia. Tener para pagar un colegio afuera para mis hermanos, que los lleven y los traigan en un micro. Prefiero que sea un boludo antes de que tenga que vivir todo lo que pasé yo. Esa es la mentalidad de un monobloquero, de un pibe de barrio.


El nombre

Cuando eramos niños, el Fuerte Apache no se llamaba así. Eran los monoblocks de Ciudadela, el barrio Ejército de los Andes, o simplemente “los bloques”. El nombre por el que ahora lo conocen todos se impuso en los 80’ gracias a —o por culpa de— José de Zer, el periodista que pasó a la historia por perseguir extraterrestres. Fue una de sus especialidades menos recordadas: la sangre. Dos bandas peleaban a balazo limpio en el nudo 12, y la llegada de la policía hizo que se unieran contra la ley. El tiroteo, dicen, fue memorable y duró toda la mañana. Los policías se atrincheraron en la comisaría bajo la lluvia de balas que caían desde los techos. El cronista no tuvo mejor idea que decir “esto es el Fuerte Apache”. Y la frase quedó grabada, como un estigma que nunca se pudo borrar. El gordo Massi vivía en el nudo 13, a pasos de donde salían las balas. Ni él ni Esteban habían cumplido los trece años. “Mi vieja —recuerda el segundo— me tuvo todo el día encerrado. No me dejaba salir”.

Estar vivos

Los de F.A. entraron a la adolescencia en los 90, sin boleto para la fiesta menemista. Son los hijos no reconocidos de la convertibilidad, los que dieron origen a la cultura de los “pibes chorros”, la de conseguir por la fuerza los pequeños lujos que el “uno a uno” había reservado para las clases medias y altas. También, claro, fue la generación que más sangre aportó a las estadísticas del gatillo facil. “La mayoría de las cosas malas que pasaron —dice Esteban— nos la hizo la policía. Nosotros nos cansamos de ver como mataban amigos, de compartir tantos velorios. El orgullo nuestro es estar vivos. Y que hoy en día estamos re legal en todo”.

(Nota y fotos aparecida en el Nro 5 de la Revista THC)
http://nocontesta.wordpress.com

 

Enlace al artículo: https://www.lahaine.org/aW6U