En España, se produjo una sucesión de fusiones, reestructuraciones y privatizaciones que hizo que las empresas del país crecieran en tamaño y capital y pudieran estar en disposición de lanzarse a competir en otros mercados. Mientras tanto, en América Latina se pusieron en marcha las reformas establecidas en el Consenso de Washington, es decir, la privatización de las mayores compañías estatales de la región, la liberalización de los mercados con el fin de facilitar la entrada a las transnacionales extranjeras y la reducción de la intervención gubernamental en la actividad productiva. Así pues, la Inversión Extranjera Directa española pasó de representar el 0,9% del PIB en 1996 a suponer el 9,6% en 2000, y España se convirtió en el sexto mayor país inversor del mundo en 1999, cuando concentró el 66% de sus inversiones extranjeras en América Latina.