En la entrega final de este prolongado seriado se amplía el panorama para detectar las líneas mayores del conflicto que está definiendo el rumbo del mundo. Como se dijo en el primer capítulo, de menos a más, en la medida en que se vislumbren ciertas causas profundas vigentes en esta guerra, más se retrotrae el mundo contemporáneo a lo que fue su punto de origen: El orden que emergió en 1945 con la toma de Berlín y el lanzamiento de la bomba atómica.
1. Los hitos del engaño
Desde el fin de la Guerra Fría, con el colapso y desplome de la Unión Soviética y el comunismo de Europa oriental, se pudiera decir que la expansión y cerco por engaño es el signo central de la relación entre Rusia y el Occidente atlantista (EEUU y sus subordinados).
Una serie de hitos desde 1989 en adelante describen este periplo que tuvo su última expresión 2 meses antes de la guerra con la no-respuesta concreta a los requisitos planteados por la Federación Rusa a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) sobre la indivisibilidad de su seguridad, el fin de la expansión hacia sus fronteras y el necesario estatus de neutralidad de Ucrania.
El primer "pacto de verosimilitud" vulnerado vino con las inquietudes de las autoridades soviéticas ante el proceso de unificación de Alemania, poco antes del propio desplome de la Unión en sí. Era 1990 y el muro de Berlín apenas había caído.
La ansiedad de las autoridades soviéticas, de suyo bastante comprometidas en su situación interna, era el proceso de unificación de las dos Alemanias y dentro de ese marco la expansión de la OTAN. No sólo el estatus de Berlín reunificado sino de los países que comenzaron a abandonar el Pacto de Varsovia --las repúblicas bálticas, Hungría, Polonia, Checoslovaquia y Rumania--.
"Ni una pulgada más" hacia el este de Europa, más cerca de las fronteras rusas, era el lema que se popularizó luego de que James Baker, secretario de Estado de Bush padre, lo emitiera a comienzos de década cuando se lo verbalizó, reiteradamente, al secretario general del partido comunista, Mikhaíl Gorbachov.
Cuando el señor de la Perestroika y la Glasnost pierde el mando, Boris Yeltsin asume y una nueva tanda de garantías comenzó a salir durante el gobierno de Bill Clinton. Pero emergieron "matices" que comprometían el marco general al tiempo que las señales enviadas por EEUU y Europa iban en otra dirección.
El cuadro interno ruso se había deteriorado aún más, prácticamente habitando el colapso, y era aún menor la capacidad de negociar desde una posición de fuerza. Esto no se le escapó a la administración demócrata que ocupaba la Casa Blanca.
Con ambos líderes, EEUU, Inglaterra, Francia y Alemania (occidental con Gorbachov, la Alemania tortuosamente unificada con Yeltsin) querían reafirmar que una ampliación de la OTAN "inicialmente" sería descartada y en sustitución de eso se proponía una Asociación por la Paz donde cabría toda Europa, Rusia, Bielorrusia y Ucrania.
Pero en una serie de archivos desclasificados en 2018 se evidenció con claridad que el propósito de esa "asociación" nunca fue el de crear una nueva arquitectura de seguridad para Europa sino la propia expansión de la OTAN, según se evidencia en memorias y comunicaciones internas del secretario de Estado de EEUU Warren Christopher, el secretario de Estado adjunto Strobe Talbott, el vicepresidente Al Gore y el propio Clinton.
De 1993 a 1996, con la reelección de un reducido y alcoholizado Yeltsin, como se evidencia en estos intercambios, una cosa era lo que estos personeros les garantizaban a distintos actores rusos, o al propio presidente dipsómano, y otra muy distinta lo que le decían a sus propios aliados sobre lo que, en realidad, iba a pasar. Y que pasó.
En paralelo a esto cada vez rugía con mayor volumen las distintas guerras en Yugoslavia, donde el rol de la OTAN fue pasando paulatinamente de uno velado con Eslovenia y Croacia, a otro más o menos intermedio con Bosnia, y finalmente de forma abierta y directa contra Serbia a propósito de Kosovo en los años finales del siglo XX.
De 1997 a 1999 Hungría, Polonia y República Checa entraban en la OTAN. Rusia, incapacitada para responder con contundencia, colapsaba entre la terapia de shock, la degradación sociopolítica extrema, la consolidación de la clase oligárquica y la primera guerra de Chechenia. Años de postración y borrachera unipolar.
En resumen, comenzó la expansión por engaño, toda vez que con ello avanzaba lo que sería una disonancia cognitiva que al día de hoy pareciera haber llegado a su punto máximo: el desdén o descreimiento de la clase política estadounidense --en particular la demócrata-- y eurocrática sobre lo que Rusia debe proteger, lo que debe defender, lo que es capaz de hacer por eso, hasta dónde llega para hacerlo y, desde esa perspectiva angloeuropea, el derecho y la legitimidad que tiene para hacerlo.
Tras el 11 de septiembre de 2001, con el atentado a las Torres Gemelas, comenzó un breve momento de distensión entre EEUU --ahora con Bush hijo-- y Vladímir Putin, quien iniciaba un proceso de restitución nacional al cerrar victoriosamente el ciclo bélico con Chechenia, además de que, al menos en principio, había una inevitable coincidencia respecto a la amenaza que significaba el terrorismo fundamentalista islámico y la necesidad de cooperar.
Pero aquí también se movía una corriente histórica más profunda, y ese aparente ambiente de entente cordiale rápidamente comenzó a disiparse. La primera década del siglo XXI atestiguó la edad de oro de las revoluciones de color en el espacio postsoviético europeo y centroasiático.
En algunos casos fracasando --Uzbekistán, Bielorrusia-- y en otros siendo notablemente exitosas --Serbia, Georgia, Kirguistán, Ucrania--. Todas estas experiencias, además, contaron con el apoyo y la asesoría de los países que ya se habían sumado al 'fin de la historia': Polonia, Hungría, etcétera.
Ucrania, "independizada" en 1991, como se relató en la segunda entrega de este trabajo, seguía evolucionando/involucionando a su estado actual, sin que nadie perdiese de vista que la exrepública soviética era ya clase aparte y un límite profundamente marcado para la Federación Rusa.
Un informe de la agencia Stratfor, a veces conocida como la CIA privada, describe el estado mental occidental respecto a Rusia en diciembre de 2004, luego de triunfar ese año la "revolución naranja" en Ucrania que llevó al proeuropeo Viktor Yushenko al poder en Kiev.
"No sería necesaria una guerra para dañar considerablemente los intereses rusos; simplemente un cambio en la orientación política de Ucrania. Una Ucrania occidentalizada no sería tanto una daga pendiendo sobre el corazón de Rusia como un taladro en operación constante".
En el contexto de ese entonces el informe se explayaba en los reveses de la política exterior rusa: cómo los países balcánicos, caucásicos y centroasiáticos --con la excepción de "las nostálgicas" Armenia y Bielorrusia-- se habían pasado a la órbita estadounidense y la OTAN. "Y ahora", decía, "Ucrania está a punto de dar sus primeros pasos reales para alejarse de Rusia. En resumen, Putin alcanzó la concentración necesaria para consolidar el control, pero el costo será la pérdida no sólo del imperio sino que, con Ucrania, la posibilidad de un día reconstruirlo".
Sorprende al repasar el documento --de casi 20 años de antigüedad-- cómo el tono y el alto grado de convencimiento regían sobre lo que se escribía en estos días, basados en la disonancia cognitiva mencionada.
El informe triunfalistamente anticipaba que con Ucrania y Georgia la derrota ya era un asunto consolidado, y agregaba: "Decir que Rusia está en un punto de inflexión se queda brutalmente corto. Sin Ucrania, Rusia está condenada a un doloroso deslizamiento hacia la obsolescencia geopolítica y, en última instancia, quizás, incluso a la inexistencia".
Peter Zeihan, el autor del trabajo, establecía tres opciones o vías para Rusia de cara a la "derrota completa de Rusia en Ucrania", planteando cuál podría ser su reacomodo en función de un estatus reducido y amenazado, mientras resaltaba el deseo ruso de ser parte de Occidente.
Para su despecho, ninguna de las tres vías se ejerció como preveía y en 2007 Putin lanza su emblemático y seminal discurso en la Conferencia de Seguridad de Munich en febrero: "El modelo unipolar no sólo es inadmisible para el mundo contemporáneo, sino que es imposible. Y no solamente porque a un líder único en el mundo contemporáneo -precisamente en el contemporáneo- no le van a alcanzar los recursos militares, políticos ni económicos sino porque -y ello es aún más importante- se trata de un modelo que no puede funcionar por estar carente de la base moral propia de nuestra civilización", sentenciaba.
"Creo que es obvio que la ampliación de la Alianza Atlántica", decía en otro pasaje, "no tiene nada que ver con su modernización ni con las garantías de la seguridad en Europa. Al contrario, se trata de un factor provocador que merma la confianza mutua. Con pleno derecho podemos preguntar: ¿Contra quién está apuntada tal ampliación?". Fue esta la primera demarcación de los límites.
La segunda demarcación no fue discursiva sino en la acción. Rusia intervino militarmente en Georgia luego de que este último país invadiera Osetia del Sur con anuencia de EEUU y en el marco encubridor de las olimpiadas de ese año en Pekín, en septiembre de 2008. El enfrentamiento, que duró 10 días y dejó como resultado la derrota de Georgia y el reconocimiento a la independencia de Abjasia y Osetia del Sur, arrojó definitivamente al suelo los análisis celebratorios de Zeihan y sus amigos.
En el medio de todo esto la llamada "revolución naranja" ya venía quedándose corta con sus grandes promesas de incorporación a la eurósfera. La corrupción y el despojo seguían avanzando y lo único cumplido eran los primeros pasos hacia el reconocimiento oficial de los fascistas ucranianos como héroes nacionales. Los alrededor de 65 millones de dólares invertidos en 2004 por EEUU arrojaron pérdida, pero eso no desalentó el deseo de acentuar la fractura civilizatoria de Ucrania con el mundo ruso como el verdadero imperativo.
***
El 4 de febrero de 2014, con pleno golpe del Maidán en escalada --a semanas de concretarse exitosamente--, se filtra por YouTube una conversación telefónica entre Victoria Nuland, para el momento secretaria de Estado asistente para asuntos europeos y euroasiáticos, y Geoffrey Pyatt, embajador de EEUU en Ucrania.
Cantando victoria, digamos que de forma prematura, ambas figuras --que ya habían sido vistas repartiendo galletas a los manifestantes en Kiev-- discutían desembozadamente el futuro gabinete que emergería del cambio de régimen, descartando o definiendo quién es quién. Es la misma conversación en la que, cuando Pyatt manifestó su preocupación por lo que piense la Unión Europea (UE), Nuland responde: "¡Que se joda la UE!" ("Fuck the EU!").
El 23 y 24 de ese mes se cristaliza el golpe y Viktor Yanukovich es derrocado. El parlamento de la República Autónoma de Crimea desconoce al régimen que emerge del golpe y el 27 de febrero fuerzas especiales rusas, con apoyo local, toman prácticamente sin violencia la península. En menos de un mes, el 16, se celebra un referendo y se incorpora a la Federación Rusa.
Este es tan solo un ejemplo, por lo demás bastante emblemático, para destacar el mismo punto: El triunfalismo maximalista de EEUU, con sus subalternos europeos humillantemente a remolque, establece primero una narrativa de "la victoria", "la libertad" y "la democracia" en una invocación a los altos valores de cobertura del esquema liberal, para luego recibir un nuevo balde de agua fría que les frustra el mayor objetivo geopolítico en lo inmediato de esa acción de cambio de régimen.
Es decir, los hechos vienen a confirmar una vez más la disonancia cognitiva: La convicción de infalibilidad de sus acciones, basada en un relato sin contraste, luego es demolida por las razones que movilizan los hechos que obligan a otros a defenderse, en este caso un país con la fuerza para hacerlo. La seguridad de una visión de mundo amparada en la idea de impunidad como garante, que no logra, produce la disonancia. Una que, se puede decir, se manifiesta ahora de forma maníaca en la guerra que ocupa nuestros días.
Mirar constantemente ese abismo eventualmente va a devolver la mirada.
2. La disonancia y el desangre: notas sobre un vaciado
No obstante, nada pareciera detener lo que el propio secretario de la OTAN ha manifestado, entre otros, sobre que una victoria rusa es sencillamente inaceptable, no importa que en el proceso no sólo Europa sino la propia EEUU sea desvalijada.
3. Lo político-existencial
Se dice que, en los primeros días de la guerra, el alto mando militar ruso manejaba entre los primeros escenarios una posible capitulación rápida a través de distintas variables. En ella una rendición masiva que condujera al cambio de régimen y al restablecimiento de una suerte de orden preMaidán, con un gobernante prorruso. Otro consideraba la desintegración del ejército en un período un poco más largo.
Muchos también afirman que ese escenario presupuso una falla de inteligencia importante, independientemente de la militar --no era el ejército de la primera fase de la guerra del Donbass de 2014-2015--: la creencia de que una mayoría de la población ucraniana asumiría la fibra común del "mundo ruso" y su propia historia antifascista e iba a enfrentar también el statu quo mayoritariamente neonazi postMaidán. Sin embargo, ha quedado claramente establecido que esa percepción entrañó una falla y la conversión del cerco a Kiev como un recurso de maniobra, dado que difícilmente se manejaba un solo plan para la guerra.
Como vimos en la segunda parte de esta serie, ese "pecado original" de los servicios de inteligencia rusos, según sus propios analistas, radicaba en la creencia de que todavía existían esos lazos históricos y culturales que podían enmarcarse en los esquemas de cooperación y apoyo mutuo establecido en el marco de la Comunidad de Estados Independientes, último pacto vinculante de las naciones postsoviéticas. Pero quedó claro que la operación de ruptura histórica y cultural ucraniana fue mucho más exitosa que esos vínculos, toda vez que en el marco de las reformas militares y de inteligencia se ejecutaron varias pugnas que expulsaron a los mandos que provenían todavía de la formación común soviética.
No obstante, pareciera que al menos Nikolái Patrushev, secretario del consejo de seguridad ruso, no era ya desde inicios de la guerra optimista con esta idea, y probablemente su opinión representaba una corriente más amplia dentro de la propia Rusia.
"En un intento de suprimir a Rusia, los estadounidenses, usando a sus protegidos en Kiev, decidieron crear una antípoda de nuestro país, cínicamente eligiendo a Ucrania para esto, tratando de dividir a lo que es en esencia una sola nación. No logrando encontrar una base positiva para atraer a los ucranianos a su lado, mucho antes del golpe de Estado de 2014, Washington inculcó en los ucranianos la exclusividad de su nación y el odio a todo aquello que fuera ruso", dijo en abril del año pasado.
"Sin embargo, la historia enseña que el odio nunca puede convertirse en un factor de unidad nacional. Si existe algo que une a la gente que vive hoy en día en Ucrania es el miedo a las atrocidades de los batallones nacionalistas. Por lo tanto, el resultado de la política de Occidente y el régimen de Kiev, controlado por el primero, solo puede resultar en la desintegración de Ucrania en varios Estados".
Este, de nuevo, como se vio en la segunda entrega, no es un precedente gratuito sino uno estimulado y conducido desde el final de la II Guerra Mundial como una política subrepticia que nutrió una de las corrientes de la primera etapa de la Guerra Fría y que pervivió, precisamente, en Inglaterra, EEUU, Canadá y Australia en la "diáspora" que hereda las tradiciones del líder nazi Stepan Bandera y la OUN [Organización de Nacionalistas Ucranianos].
Este ha sido el sustrato base para establecer una de las confluencias narrativas que, junto con la rusofobia, trocada si atendemos al concepto del académico Glenn Diesen en Rusofrenia --Rusia a la vez como un país retardatario y primitivo pero con una oscura capacidad técnica y tecnológica para, por ejemplo, modificar el resultado de las elecciones en EEUU--, contiene la justificación político-ideológica que aunque, paradójicamente, dinamiza el tótem de los DDHH contra el autoritarismo de la esfera liberal, lleva al perpetuo encubrimiento de la pulsión neonazi.
Es la curiosa narrativa-meme que con esa cobertura deja que en el trasfondo operen precisamente los actores históricos que en distintas geografías, aparte de Alemania, volcaron a una parte del mundo a las derivas del exterminio, la eugenesia, los campos de concentración --el paradigma del capitalismo actual--, negado y transferido en la maquinaria de los think-tanks, redes sociales y medios mainstream que imprimen la narrativa. Creyendo, además, que en la otra acera opera la misma lógica y no una clara amenaza existencial reconocida en distintos momentos de la historia rusa.
"En resumen, ambas narrativas son simbólicas, habiendo sido concedida la sustancia interna a la occidental", dice Alastair Crooke. Se buscan, al menos en parte, para darle credibilidad a la metanarrativa estadounidense de "democracias contra las autocracias".
"La narrativa rusa de la invasión estable de la OTAN hacia sus fronteras, por otro lado, toca miedos existenciales que se remontan a miles de años. Este ha sido el camino que cada uno de los enemigos invasores tomó".
Uno de los propósitos centrales declarados de la OME, que ha sido ridiculizado y llevado a la equidistancia habitual, es el de la "desnazificación". Pero Rusia tan solo está invocando una de las cuatro "d" de los Acuerdos de Potstam: la desnazificación de la sociedad alemana y la influencia nazi. Otra de las "d", precisamente, era la desmilitarización, otro de los objetivos establecidos por Putin y la Stavka [Cuartel General de las Fuerzas Armadas].
Esto se trata de más que un guiño a la historia, y deja claro cómo resuena el origen de la amenaza que se ha traducido políticamente para unos, mientras que para los otros, no menos existencial --pero nunca admitido--, puede que no sólo represente esas mismas furias de la historia sino que es probable que en el mundo de hoy el desenlace sea el mismo.
misionverdad.com