La degradación social que sufren los barrios de las grandes ciudades tiene, en nuestra opinión, tres aspectos importantes a resaltar: la falta de espacios de socialización, la reducción en la capacidad de movilidad de las personas y la creación de guetos.
Espacios de socialización.
La tendencia actual en el “desarrollo” urbanístico de las ciudades, unido a la imposición de unos valores que potencian el individualismo (que no la individualidad; entendiendo el individualismo como la tendencia a pensar y actuar sin considerar, e incluso sin respetar al resto de personas; y tomando la individualidad, como la autoafirmación propia, la capacidad de autonomía), nos lleva a no necesitar esos espacios de socialización que tradicionalmente han servido para la comunicación, el intercambio, la creación, el esparcimiento… (estamos pensando en la plaza del pueblo o de los barrios como punto de encuentro; estamos pensando en la típica escena de vecinas y vecinos en la calles con unas sillas, charlando en las cálidas noches de verano; estamos pensando en los ateneos libertarios como lugar de reunión…). Los “avances” tecnológicos han propiciado que muchas personas puedan tener cubiertos sus intereses intelectuales, emocionales, culturales, laborales… sin tener que abandonar su “hogar-fortaleza”, sin tener que relacionarse con nadie. Hay quien podría argumentar que los Centros Comerciales pudieran ser los espacios de socialización del siglo XXI, pero discrepamos acaloradamente de esa afirmación (por mucho que se esfuercen esos “colosos del consumo”, en recrear por medio de bancos, fuentes, columpios… las plazas y los parques), ya que en los Centros Comerciales conviven muchas personas, miles y miles de personas, pero no existe ni la más mínima interacción entre ellas; es más puede generarse una competitividad por ver quién compra qué, o dónde lo compra, para de esa forma marcar los diferentes estatus sociales). Podríamos añadir la nueva realidad originada por los “barrios o urbanizaciones residenciales”, agrupamientos de bloques de edificios o de chalets, aislados de los núcleos urbanos. Nuevamente podría argumentarse, que en estos espacios si se encuentran “lugares de socialización”: parques, zonas infantiles, piscinas… pero en la práctica podemos observar que no reciben tal uso; es más, en estas zonas llenas de “calidad de vida”, abundan carteles como “Prohibido pisar el césped”, “Prohibido jugar con la pelota”, apenas existen espacios deportivos gratuitos…y son los lugares donde menos contacto hay entre las personas que conviven juntas, materializándose en vecinas y vecinos que ni tan siquiera se conocen, aunque vivan en el mismo edificio. En definitiva, nos encontramos con ciudades que intentan cuidar su apariencia, su estética, que pretenden ser un atractivo turístico para las personas que no viven en ellas, pero que realmente son urbes muy poco funcionales, nada habitables para quien vive bajo el “hongo radioactivo de la contaminación”. Esta de falta de espacios adquiere un matiz preocupante, cuando lo relacionamos con la infancia. No hace falta remontarnos demasiado en el tiempo, basta con hacerlo veinte años, por ejemplo, para recordar escenas de niñas y niños yendo a la escuela, “bajando a la plaza” a jugar, yendo a comprar… sin la necesidad del acompañamiento de una persona adulta, como actualmente se produce. Empecemos diciendo que esa no-presencia adulta, proporcionaba una autonomía, una responsabilidad, una curiosidad… que ahora no puede obtenerse en esos ámbitos (debido precisamente a la presencia adulta). Pero si este hecho es alarmante, lo es aún en mayor medida, el tema del juego. No nos resulta extraño ver plazas y parques vacíos de criaturas, forma ya parte de nuestro paisaje urbano. Ahora la mayoría de las muchachas y muchachos pasan su tiempo libre en sus “hogares-bunker”, con todo tipo de “avances tecnológicos” (desde videoconsolas hasta el Messenger, pasando por teléfonos móviles). Nos preocupa saber si esos cambios en las costumbres de las chavalas y los chavales tendrá alguna repercusión en su desarrollo. El juego creativo, libre, activo, compartido… típico de las plazas y los parques, pasa a convertirse en pasivo, individual (en la mayoría de ocasiones, o en número muy reducido de personas), condicionado, impuesto, sin posibilidad de desarrollar la imaginación, la curiosidad… nos gustaría saber si este cambio en los juegos, tiene alguna repercusión en la adquisición de aprendizajes y de la socialización, que provocan los juegos en espacios que no sean el propio hogar; si afecta de alguna forma al desarrollo intelectual, emocional (por la continua soledad que originan), físico (derivado de la ausencia de movilidad)... Podríamos añadir el alto grado de protección que sufren en muchos casos estas niñas y niños, añadiendo más barreras a su desarrollo “espontáneo”. Las “Zonas de juego infantil” tampoco creemos que sean el paradigma de la calidad, porque presentan juegos totalmente “anti-creativos”, ya que ostentan determinados juegos en los que apenas queda lugar a la imaginación: “Juega a esto, de esta manera”. Para terminar este punto, simplemente comentar que habrá quien pudiera argumentar la gran cantidad de enormes parques verdes que existen en muchas ciudades. Pero estas zonas, se encuentran bastante alejadas de la mayoría de zonas residenciales, y en la práctica no son espacios de socialización; y además, debido a su lejanía, las criaturas no pueden llegar solas hasta ellas.
Movilidad.
Las personas que vivimos en las grandes ciudades, estamos sometidas a la “Dictadura del coche”, y ese poder se sufre en tres aspectos: la pérdida de espacios para desplazarse, el daño que provoca en la salud y la destrucción del medio ambiente. Desplazamiento. Entre otros problemas, la “necesidad de cubrir las demandas de los automóviles”, conlleva reducir el espacio peatonal en favor de los coches; eso provoca entre otros muchos problemas, aceras de dimensiones muy reducidas, y en la mayoría de los casos con barreras arquitectónicas, lo que dificulta la movilidad de niñas, personas con discapacidad, abuelos, embarazadas, personas con carritos para peques, personas con carros de la compra, bicicletas… este aumento del parque automovilístico “requiere” de lugares donde aparcar esos coches, con lo que se construyen aparcamientos, que también restan espacios a los peatones. Por otra parte, esa gran cantidad de trasporte privado circulando, causa un gran daño en la salud de las personas: estrés, obesidad, accidentes, enfermedades respiratorias… a la vez que conlleva un enorme gasto sanitario invertido en el tratamiento de estos males. Sobra decir que esa ingente cantidad de dinero podría ser invertido en el transporte público. Destacar en lo referente a la destrucción del medio ambiente, la insaciable carrera en la construcción de nuevas carreteras, autopistas, radiales… destruyendo a su paso flora y fauna, asesinatos de animales que podrían haberse evitado, con una distinta política sobre transporte público. Infraestructuras que necesitan para su construcción cementeras, gran cantidad de transporte de materiales… que contribuyen a la contaminación medioambiental.
Para terminar este apartado, simplemente aportar dos breves reflexiones: La existencia de otros modelos urbanísticos, tomando como ejemplo a los países del norte de Europa, y su desarrollo en lo referente a la “cultura de la bicicleta”, en la consideración hacia la infancia y la necesidad de espacios para socializarse… Para terminar quedarnos con la idea de que un barrio, un pueblo, una ciudad “habitable”, provoca un sentimiento de pertenencia, de identidad, que favorece la responsabilidad, el respeto, la solidaridad… valores que se pierden en nombre del todopoderoso “progreso”.
Guetos.
¡La pobreza es rentable! Crear barrios donde vivan las personas con menos recursos económicos tiene múltiples funciones, algunas de ellas pudieran ser: Crear barrios donde viva la “élite económica”, zonas donde residan las personas con mayor renta y las grandes marcas comerciales, sin que sientan la “amenaza proletaria” . La existencia de barrios desfavorecidos económicamente, justifica la necesidad de la privatización de los servicios públicos en ámbitos como el educativo, el sanitario… Este tejido social, argumenta la creación de todo un “tejido profesional”, que abarca desde las fuerzas de seguridad hasta las cárceles, pasando por una infinidad de profesionales relacionados con la asistencia social. Espacio donde instituciones, empresas, ONG’s, y entidades religiosas aprovechan para obtener grandes beneficios económicos que se materializan en infinidad de programas y proyectos de ayuda, actuando como mediadores y dejando de lado las ayudas directas hacia las personas carentes de recursos.