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Pensamiento :: 10/12/2007

Lecciones de hipocresía. El ruido grosero de "El silenci de les campanes"

Julio Reyero
El caso que me impulsa a escribir es de estos últimos, cuando el 30 de mayo de este año el periódico La Mañana de Lérida se hace eco de un acto en el Institut d'Estudis Ilerdencs con el siguiente titular: "Un libro dice que la FAI organizó la persecución religiosa en Cataluña".

Estamos bastante acostumbrados a tener que aguantar de vez en cuando ataques furibundos de todo tipo a las ideas anarquistas y a sus organizaciones. Desde todos los demás frentes ideológicos se utiliza con asiduidad la interpretación histórica para decir, curiosamente al mismo tiempo, que los anarquistas que nos pre-cedieron apenas se significaron en la lucha (incluso a veces se les omite di-rectamente) o que fueron los respon-sables de todo el terror habido y por haber.

El caso que me impulsa a escribir es de estos últimos, cuando el 30 de mayo de este año el periódico La Mañana de Lérida se hace eco de un acto en el Institut d'Estudis Ilerdencs con el siguiente titular: "Un libro dice que la FAI organizó la persecución religiosa en Cataluña". A continuación en titulares secundarios anuncian que "contabiliza más de 7.000 muertes por cuestiones de fe". El autor, Jordi Albertí "dice que el plan estaba elaborado y no era obra sólo de personas incontroladas".

El autor realiza un acto de hipócrita propaganda católica como sólo podría hacerlo un nacionalista, y viceversa: justifica el nacionalismo catalán por su buen comportamiento católico. Las dos ideas más asquerosamente reaccionarias, la religión y el patriotismo, actuando en simbiosis como una sola, son el motor de las barbaridades con las que rellenaron ese día cinco columnas de su periódico.

En primer lugar hablemos de las cifras. Todos sabemos el efecto que tienen los números al leer un artículo y cómo se utilizan deliberadamente cifras y porcentajes para cargar de emoción la lectura. Así pues, podemos empezar centrándonos en ese abrumador "7.000" que intencionadamente se coloca al lado del anterior titular que circunscribe la acción a Cataluña. Después en todo el artículo se mezcla la referencia regional con las cifras, pero nunca en la misma frase. Curioso. Y es que esa redondez se convierte en 6.800... en toda España, no sólo en Cataluña, si damos credibilidad a otros autores poco sospechosos de anarquistas como Julián Casanova ("La Iglesia de Franco"). Tiendo a suponer que se refiere a toda la península e islas, porque también cabría la posibilidad de que el autor contabilice esas muertes por cuestiones de fe cada vez que un católico moría en Cataluña, lo que le llevaría a hablar de persecución religiosa cuando se perseguía a empresarios asesinos, carlistas y falangistas de misa diaria.

La siguiente lección de hipocresía nos la ofrecen cuando el autor "tiene interés en fijar de forma muy clara el período en que sucedió la persecución (…) para evitar los abusos de nacionalcatolicismo. Para tal fin (…) subraya que la persecución religiosa en Cataluña arrancó con el 18 de julio y se prolongó hasta los hechos de mayo de 1937, cuando la Generalitat volvió a restablecer el orden en el país". Vamos, que hablando en plata nos viene a contar que a pesar de decir lo mismo que el infame Pío Moa, no le gusta que le asocien con semejante españolista, claro está. Y si para ello tiene que obviar el pasado, pues se olvida de ello y se acabó. Es particularmente espantoso ese "la Generalitat volvió a restablecer el orden", porque decir que antes del 18 de julio en Cataluña había orden es todo un insulto. Como botón de muestra podríamos recordar el período del católico Martínez Anido como Gobernador Civil de Barcelona y los 523 obreros muertos (sólo 40 patronos y esquiroles cayeron en el mismo período) por encargo de la cristiana patronal a sus pistoleros entre 1914 y 1921. Solamente el 21 de enero de 1921 se realizaron 36 autopsias. Salvador Seguí, Evelio Boal, Pau Sabater, por citar algunos, no cuentan porque claro está que para Jordi Albertí y sus amos económicos y religiosos la muerte de los obreros que no se resignaban a ser esclavos nunca ha sido persecución, ni ha supuesto ninguna alteración del orden. Bien al contrario pusieron siempre todo su afán en bendecir el asesinato con arengas del estilo:

"La palabra de Dios a través de mi boca sin tener que pronunciar su nombre en este lugar sagrado señalará pues al culpable de la crecida fuerza del poder laico y racionalista que ha cebado el flagelo que viola esta santa iglesia y mete a cuchillo y a fuego España entera". Esta declaración pública del obispo Casañas, autor de semejante eructo articulado, es sólo una muestra de la vehemencia con que se impulsó desde el púlpito de la Iglesia la ejecución de Ferrer Guardia en Monjuich en 1909, incluso a sabiendas de que era inocente. Lo que les molestaba era ese "creciente laicismo".

Además Casañas no tuvo que mancharse las manos, aunque hubo otros colegas que sí lo hicieron como veremos a continuación. Una nueva lección de hipocresía católica se puede advertir cada vez que hablan de la persecución de religiosos, porque en todo momento intentan dar la impresión de que son gentes inocentes que toda su vida se han dedicado a la oración, que nunca se metieron con nadie, bien al contrario ayudaron al prójimo. Saben perfectamente (o lo ignoran deliberadamente porque abunda la documentación al respecto), de su colaboración entusiasta, de su impulso indispensable a la carnicería de obreros, campesinos, maestros y artesanos en campos y ciudades de nuestra geografía para que ni uno sólo de los privilegios de la clase social en el poder fueran tocados.

No sólo condenaban cualquier intento de cambiar una situación que mantenía unos índices de mortalidad infantil, miseria y analfabetismo brutales, sino que cuando no participaban directamente fusil en mano prestaban su dinero, iglesias y conventos para facilitar la represión. Desde las insurrecciones en Andalucía y Levante hasta los hechos de 1934 y por supuesto la contienda abierta a partir del 18 de julio de 1936 así nos lo demuestran.

Hay un caso similar al intento de hacer aparecer como víctimas a los verdugos como hace el libro del que hablamos en Cataluña. Se trata de la canonización de religiosos asturianos que tuvo lugar por el execrable Wojtyla (que en paz nos ha dejado descansar) el 21 de noviembre de 1999. En total el número de víctimas religiosas que dejó la insurrección de Asturias del año 1934, baila entre 34 y 38, depende de autores. Pues bien, en ese mismo conflicto se ejecutó a más de 1.500 personas (el número de heridos es todavía difícil de estimar) de la mano de la represión dirigida por Franco y aplaudida por todo el episcopado que aún se considera víctima. Cada vez que hablan de Asturias se olvidan de 40 asesinatos por cada "mártir". No les tembló el pulso a la hora de ceder iglesias y conventos como el de las Adoratrices de Oviedo para ser usados como centros de detención y tortura en los que perecieron cientos de asturianos revolucionarios o no, participantes en la insurrección o meros sospechosos. Es significativo el asesinato por tres oficiales legionarios del periodista Luis Sirval, poseedor de datos comprometedores sobre impunes matanzas, fusilamientos sin juicio y torturas, como parte del comportamiento sanguinario de la Legión. Pero a la clericalla qué le importa. Lo único que le parece reseñable es la "persecución religiosa".

Pero es que no es un caso aislado. En el período de la guerra civil en el que se inscribe el grueso de "El silenci de les campanes", hay muchos otros ejemplos sobre el comportamiento que estaba teniendo la Iglesia como para avergonzar a cualquiera que se atreva a decir que fue perseguida, de la misma manera, insisto, que causaría risa decir que Falange Española fue perseguida por los republicanos y anarquistas durante la guerra civil. Evidentemente.

Podemos hablar, por ejemplo, de Ramón Palacios García, párroco de Hormaza (Burgos), quien se ofreció a servir a la Falange el mismo 18 de julio "en su doble calidad de soldado y ministro del Señor (…) donde el deber le llamaba". Como muchos otros miembros de la Iglesia católica acudió al frente y no precisamente a rezar, cayendo herido e incorporándose, según el Diario de Burgos del 18 de agosto, a la "innumerable falange de mártires de la Cruzada". Hasta tal punto llegó el alistamiento de los curas para coger el fusil, que en las diócesis de Ávila y Burgos se les tuvo que llamar la atención "por su desmedida disposición al sacrificio".

Apréciese que no se les reprendió por usar un arma, sino por dejarse matar tan a la ligera. También se quejan del "partidismo" del clero, no por disparar, sino por hacerlo a cuenta de otros. Supongo que un ejemplo era Luis Fernández Magaña, administrador del conde de Rodezno y coadjutor de la parroquia de Murchante que, con la boina requeté, se dedicó a dar el tiro de gracia a los 28 vecinos de Tafalla que fueron sacados de la cárcel y "paseados" el 21 de julio del 36. El siniestro conde Rossi, camisa negra italiano que dirigía la masacre en Mallorca, llevaba de asistente a un capellán, "vestido con pantalones de montar, botas, una cruz blanca sobre el pecho y la pistola al cinto".

Y los que no disparaban con balas lo hacían con letras. En Razón y Fe de 1937 se podía leer: "Si por fascistas se entienden los que propugnan un Gobierno que dé al traste con la farsa del parlamentarismo y del sufragio universal; que ahogue los sindicatos y partidos de la revolución, cuevas de bandoleros; que abomine de la democracia al uso, disfraz de vividores y camisa de fuerza para el pueblo incauto; que descuaje la envenenada semilla judeo-masónica, entonces sí: el Alzamiento Nacional, el Gobierno de Franco, toda la España cristiana son fascistas". Su autor, Constantino Bayle, trabajaba desde el Centro de Información Católica Internacional de Burgos y desde allí se dedicó a transmitir que en la España de Franco no se había cometido ni una sola atrocidad ni tormento a nadie. Que los juicios eran la norma sin excepción (y no los paseos como los rojos) y éstos eran de una justicia exquisita. Vamos, que ya les gustaría uno así a la COPE de hoy en día para dar sus veraces informativos. Era uno de esos jesuitas cuyos hermanos tan bien se llevaban con el nacionalismo catalán y vasco.

Otro de ellos, sin embargo, apostó fuerte por la Cruzada después de escapar hacia los brazos nacionales. Se trata de Remigio Gandásegui, arzobispo de Valladolid y responsable de impulsar las procesiones de Semana Santa en la ciudad como método de recristianización social y adhesión a la dictadura de Primo de Rivera. Después de esto y ya en tiempos de la República se dedicaría a luchar por la formación de un frente único cristiano contra toda fuerza laica existente. Como amigo, casó a Onésimo Redondo, famoso admirador de los regímenes fascistas europeos y fundador de las JONS unificadas posteriormente con la Falange. Este antisemita, como buen cristiano, editó en el año 1932 el libelo antisemita "Los protocolos de los sabios de Sión" además de otros artículos anticomunistas, y puso todo su empeño para que, llegado el día del Alzamiento, sus acólitos no tuvieran ningún problema en organizar una carnicería en Valladolid. Para ello instalaron una ametralladora en los tejados apuntando directamente a la puerta de la Casa del Pueblo, donde acudirían los trabajadores para saber lo que estaba pasando. Sólo les quedó esperar.

Y los curas siguieron calentando el ambiente: "la mala hierba debe ser arrancada, toda la mala semilla extirpada (...) No es este momento para escrúpulos" decían los párrocos segovianos a falangistas como Dionisio Ridruejo. Así no es de extrañar, que un año después del Alzamiento, en muchas ciudades de la España "católica", moría todavía más gente en "sacas" y "paseos" que fusiladas por orden de la "justicia militar", que ya de por sí no se caracterizaba precisamente por su objetividad, benevolencia y garantías procesales.

Otro ejemplo de su participación en la propaganda es la circular del obispo de Ávila, Santos Moro Briz, del 9 de noviembre de 1936 que no tiene desperdicio: "Cuando se trate simplemente del caso (¡tan frecuente como lastimoso!) de aparecer por sorpresa en el campo el cadáver de una persona afecta -al parecer- a la revolución, pero sin que conste oficialmente ni sea notorio que ha sido condenada a muerte por la autoridad legítima, hágase constar simplemente que 'apareció su cadáver en el campo... y recibió sepultura eclesiástica', pero guárdense mucho los señores párrocos de sugerencia alguna que revele al autor o la causa de esa muerte trágica". Si el muerto era fascista, era "asesinado", si era rojo y era evidente que se le había llevado al paredón, era "fusilado". Si no, era "accidente relacionado con la guerra", "hemorragia interna", "herida por arma de fuego". Estas fueron las normas del obispo de Teruel, Anselmo Polanco, dictadas el 10 de agosto del 37 "a los señores arciprestes y curas". Todavía en 1940 a los condenados a garrote en Teruel se les inscribía en el registro como causa de la muerte: "asfixia por suspensión". El tal Anselmo también es mártir, mira por dónde.

Tampoco les tembló la mano a la hora de facilitar informes, a petición de las autoridades, que significaron el asesinato de mucha gente de esa que dijeron perdonar. El arzobispo de Santiago pedía a sus curas que accediesen a redactarlos "sin miramiento alguno, sin tender a consideraciones humanas de ninguna clase". Incluso en algunos informes que el gobernador (de la Falange) o la Guardia Civil pedían al párroco de la localidad, éste simplemente se dedicaba a escribir: "fusilable".

Los hechos claman en contra de lo que siempre han afirmado. No fue la reacción del pueblo contra la Iglesia lo que a las sotanas les hizo apoyar el alzamiento. La Iglesia fue parte gestora, como núcleo de poder en la España de aquellos días, de aquella persecución contra todo lo que oliera a igualdad y libertad. No permitirían la pérdida de privilegios y por ello se lanzaron al asesinato incluso allí donde fueron escrupulosamente respetados. En muchos lugares de La Coruña se expresaban así: "hasta con mimo nos ha tratado el Señor (...) Nada hemos tenido que padecer, de importancia, ni en Tuy ni en Vigo ni en parte alguna de la diócesis". Sin embargo su "Señor" no se portó igual con otros vecinos. Asesinaron a los 4 gobernadores civiles, a 5 diputados del Frente Popular y a buena parte de los dirigentes políticos no afectos al régimen. Entre ellos murió asesinado nuestro compañero anarcosindicalista José Villaverde, a quien quisieron chantajear del mismo modo que a Peiró e igualmente su dignidad le costó la vida.

Otro ejemplo es el de Huelva, donde a partir del 29 de julio en que entran los nacionales hasta mediados de septiembre del 36 en que resulta totalmente ocupada, 2.296 personas cayeron bajo sus armas. Puede que incluso 827 cadáveres más, que constan sin fecha de fallecimiento, fuesen víctimas durante aquel período. Solamente un cura murió asesinado durante el control de los antifascistas a pesar de tener a su merced a muchísimos más.

Pero si queremos algo insólito sin salirnos de la provincia de Huelva podemos hablar del pueblo de Rociana, donde al párroco Eduardo Martínez Laorden no le cabía la sed de venganza. La revolución destruyó el local de la Asociación Patronal, los dos casinos, quemó la iglesia y le quitó 25 ovejas al cacique local. Durante la represión, y por órdenes del párroco, se asesinó al maestro, y a su mujer la pasearon por el pueblo rapada y montada en un burro para aparecer al día siguiente asesinada. Se detuvo al alcalde, que había acogido al cura en su casa y se le asesinó también junto a otras casi sesenta personas. Todo hasta comienzos de octubre del 36. Pero el 17 de enero siguiente don Eduardo envía dos escritos al delegado de Orden Público diciendo que tenía la sensación de que había habido "condescendencia injustificada y una falta de celo". La Guardia Civil y la Falange le contestan que "en esta villa [los rojos] no han cometido asesinatos" pero el cura pide más sangre. En septiembre acaban dándosela a pesar de basarse todo en rumores y acusaciones no probadas. El resultado son otros 15 fusilados y una condena a cadena perpetua para Concepción Muñoz. Verdaderamente un mártir... de la infamia, la delación y el asesinato de inocentes.

En la llamada "zona republicana", sabemos que se dictaron bandos contra la violencia arbitraria y se impidió no pocas veces las sacas de las cárceles con el objeto de linchar a los presos. Algunas de estas veces los protagonistas de estas muestras de humanidad fueron anarquistas y anarcosindicalistas reconocidos y en puestos de responsabilidad, de esos que Jordi Albertí dice que organizaban sistemáticamente los asesinatos de todo el clero. Sin embargo, la respuesta de los ministros de la Iglesia a las atrocidades nunca tuvo el carácter de humanitario. Más bien el ejemplo de Mallorca nos enseña lo contrario, lugar en el que durante agosto y septiembre los fascistas italianos asesinaron a más de mil setecientos izquierdistas, anarquistas, maestros, periodistas y masones. Se llegó a hacer una esvástica gigante con los cadáveres en una de sus playas. El obispo José Miralles no tuvo ni una sola palabra de censura, ni la más mínima reserva a los asesinatos indiscriminados, sino que se dedicó a organizar procesiones en acción de gracias. Este obispo sabía de la masacre que tuvo lugar en el cementerio de Manacor, adonde fueron conducidos 200 vecinos en mitad de la noche para ser disparados en la cabeza y quemados en un montón posteriormente. Lo sabía porque envió a un subordinado a dar la extremaunción a los infelices aquella noche. Él se lo agradecía a su "Señor".

Pero si se quiere leer algo sorprendente, aquí reproduzco algo interesante:

"El fusilamiento de un sacerdote es algo horrendo, porque lo es de un ungido de Dios, situado por este hecho en un plano sobrehumano, adonde no debiesen llegar ni el crimen, cuando lo hay, ni las sanciones de la justicia humana que suponen el crimen. Pero también lamentamos, profundamente, la aberración que llevara a unos sacerdotes ante el pelotón que debiese fusilarlos; porque el sacerdote no debe apearse de aquel plano de santidad, ontológica y moral, en que le situó su consagración para altísimos ministerios. Es decir, que si hubo injusticia, por la parte que fuese, la deploramos y la reprobamos, con la máxima energía. No creemos que la haya en amar bien al propio pueblo: por esto nos resistimos a creer que algunos sacerdotes hayan sido fusilados por el mero hecho de ser amantes de su pueblo (…)".

Al margen de las asquerosas ideas que resaltan la importancia de un sacerdote por encima del resto de las personas y le eximen de la justicia humana, ¿alguien ha encontrado justificación más clara del fusilamiento de curas? Pues las palabras fueron escritas por Isidro Gomá, el cardenal arzobispo de Toledo, en una carta a Jose Antonio Aguirre, impresa en Gráficas Descansa de Pamplona en 1937. ¿No habla acaso el señor Gomá con sentencias aplicables en cualquier momento y lugar? Sin duda la Iglesia considerará que fueron palabras desafortunadas porque este sustentador del régimen asesino sólo pretendía aplicarlas al caso de los sacerdotes vascos (el símbolo "(..)" sustituye a la palabra "vasco" en el texto original, pero podría sustituirse por "español" y la frase no cambiaría un ápice su sentido). Hay que recordar de todos modos a quien ve en estos trece sacerdotes vascos un ejemplo de catolicismo, que la Iglesia y hasta el propio Franco, en reunión inmediata, lo consideraron posteriormente un error y se cuidaron mucho de que no se volviera a repetir.

Pero no todo fue el enfrentamiento entre el 36 y el 39. Quiero recordar aquí que la Iglesia habla de alguien como "mártir" cuando muere perdonando a sus asesinos. Pero este perdón del que hablan desde sus púlpitos no fue más que otra palabra vacía y así en los 10 años siguientes a la contienda se llegó a asesinar a más de 50.000 personas con su beneplácito. Y esta es la misma Iglesia que hoy llora por sus "mártires" y se dispone a beatificar otros 498. Curioso perdón, y curioso cinismo. Como digo, esta es una lección magistral de hipocresía.

¿Suficiente? Pues aún hay más. Un mes antes (30 de abril) de este bochornoso artículo sobre la presentación del infame libro, Marta Alós, columnista del también diario local Segre, prepara el terreno con unas cuantas perlas. De Durruti dice que, como otros, era un "descerebrado revolucionario y visionario poco ligado a la tierra catalana", y resulta que las famosas palabras al periodista canadiense al advertirle éste que tras la lucha heredarían un mundo en ruinas, según ella se referían al patrimonio artístico que se estaba quemando. Llega a decir que "[Durruti] va a preferir venir a nuestra casa y hacer desaparecer el patrimonio antes de quemar, por ejemplo, la catedral de León, ciudad donde había nacido". Bonita muestra del más rancio nacionalismo xenófobo.

Y de la misma forma en que el enemigo es siempre el foráneo, cómo no iba a hacer esta gente una defensa de su paisano el cardenal Vidal y Barraquer. A este personaje se le supone cierta lealtad republicana, ya que fue el único que voluntariamente no firmó la Carta colectiva en apoyo de los franquistas, impulsada por Gomá en el año 37. Pero a juzgar por sus propias palabras no parecía tampoco demasiado preocupado por el nuevo orden que se establecía en España a través del "plebiscito armado", término que acuñaron para llamar a la carnicería. En una carta escrita desde su refugio italiano dirigida al cardenal Gomá, al saber que se había reunido con Franco poco tiempo antes, decía: "se digne expresar verbal y reservadamente, sólo a la persona cerca de la cual ejerce su misión altísima, mis salutaciones y homenajes de simpatía y afecto (...)". Y su oposición a la Carta colectiva no parecía tal cuando decía que la encontraba "admirable de fondo y forma". "Es para mí una seria contrariedad el verme obligado en conciencia a ratificar la opinión de no suscribirlo... pues ello importa violentar mis sentimientos, de usted bien conocidos", así se expresaba. Lo que le frenó no fue la barbarie cometida por los fascistas, sino que los curas a los que no les había dado tiempo a huir o a tomar los fusiles nacionales fueran perseguidos tras la publicación de la carta. ¿Y qué esperaba, cuando la organización a la que pertenecían esos religiosos comunicaba al mundo entero su adhesión a los golpistas?

Al leer estos artículos de prensa, uno se da cuenta de la inutilidad de los argumentos ante determinadas personas, que más por su condición de mercenarias que por su estupidez, son capaces de decir semejantes barbaridades sobre personas, como en este caso se cita a Durruti, que lucharon toda su vida contra una situación de injusticia insoportable. Revolucionarios, sí, que se hicieron sensibles a su realidad viviendo y trabajando en condiciones miserables, y no viendo "Sexo en Nueva York" o "Mujeres Desesperadas". Que entendieron que la moderna esclavitud del obrero no era una cuestión del lugar donde nace cada uno, sino que por encima de los Estados y sus fronteras su patria era el mundo y su familia la humanidad. Sublime pensamiento en comparación con esas palabras de la columnista, "venir a casa nostra", necio y despreciable, que siempre se han preocupado de inculcarnos nuestros queridísimos verdugos.

Al final, y como siempre, deja de ser una cuestión de contabilizar muertos y destrucciones y se trata de la defensa por parte de algunos de unas ideas que justifican los privilegios de clase, que condenan la insumisión a los poderosos, que bendicen el estado miserable de la vida prometiendo que todo cambiará tras la muerte. No nos encontrarán nunca en esa trinchera. Seguiremos luchando por ser libres retomando la bandera de las manos de nuestros compañeros y compañeras caídas hasta acabar con toda autoridad. Sí, la de la Iglesia también.


Artículo aparecido en el periódico Tierra y Libertad

 

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