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Medio Oriente :: 07/09/2018

Uri Avnery: 'in memoriam' (I)

Maciek Wisniewski
Para Avnery -que estuvo allí durante la 'Nakba'– no hubo ninguna limpieza étnica

Hace unos años intercambiamos unos mails. Estoy consciente de la pequeñez de este recuerdo. De hecho me deleito de su aparente –y real...– superficialidad (el signo de los tiempos es una de las frases que me vienen a la mente).

Pero –permitan que me adelante–, si no fuera por algo sintomático, aunque igualmente pequeño, que se pudiera sacar de esto, no los estaría molestando (ni a mí mismo).

Desde luego hubo quienes empezaban en estos días sus textos dedicados a la memoria de Uri Avnery (1923-2018), este gigante –si hay momentos para usar esta palabra es ahora– del periodismo israelí, editor de la mítica revista HaOlam HaZeh, escritor, soldado, político y luchador por la paz, fallecido el 20 agosto a la muy, muy respetable edad de 94 años así: Cuando lo conocí en 1982 en las ruinas de Beirut jugaba ajedrez con Arafat....

Difícilmente pudiera uno batir un recuerdo así.

De hecho un recuerdo así es absolutamente imbatible (aquella reunión en Líbano tras la cual algunos querían juzgar a Avnery por traición y su madre lo desheredó por ir a hablar con el diablo, sigue siendo histórica aunque hoy su fruto directo, los Acuerdos de Oslo -1993- estén bastante muertos y contrariamente a lo que le encantaba repetir luego a Avnery no era la primera vez que Arafat se reunía con un israelí...).

¿Y dónde estaba yo? Ajá, en lo de que hace unos años intercambiamos unos mails.

Sí. Estaba escribiendo algo sobre Edward Said (1935-2003), ese gran intelectual palestino y gigante –si hay momentos para usar esta palabra es ahora– de la crítica de la hegemonía occidental, y se me ocurrió tener su voz.

No sólo por todo lo que ha hecho a lo largo de las décadas para des-demonizar a los palestinos y para convencer a los israelíes de que existen –fue en respuesta a una de sus interpelaciones en la Knéset que Golda Meier escupió su (in)famoso dictum: “¡No hay tal cosa como 'Palestinos'!”; en otra versión fue Avnery que respondía desde el púlpito a sus escupidos– sino también porque él mismo fue todo un intelectual (a pesar de haber cursado sólo siete grados de primaria...).

¿Y? Pues... No es que lamenté habérselo preguntado, pero bien podía haber anticipado su (escueta) respuesta. Iba más o menos así: Eduard y yo nunca fuimos amigos. De hecho, sé que yo no le caía bien para nada. Diferíamos en cuanto a Arafat. Yo lo defendía como a un gran líder que hizo lo mejor bajo las muy malas condiciones. Él lo odiaba.

Me acuerdo bien lo de Eduard. Una ligeramente afrancesada versión de Edward. ¿Un manierismo? ¿Un error? ¿De parte de Avnery que tanta atención prestaba a las palabras y a menudo inventaba nuevas para decir justo lo que quería? Mmm...

Sea como fuere, poniéndose cerca de Arafat y lejos de Said, apuntaba inequívocamente –por si las dudas– a su propio lugar: a la izquierda, pero más al centro, en el campo de la paz sionista-liberal de la solución de Dos Estados (Oslo), de la cual –de hecho– fue uno de los primeros proponentes.

Ilan Pappé, un destacado historiador israelí –con quién Avnery difería en muchas cuestiones, pero con quién sabía debatir– recordó oportunamente tras su muerte: en Israel hay dos campos de paz. El que reconoce que la Nakba (1948) –la expulsión de más de 750 mil palestinos en la Guerra de Independencia, que hoy son millones de refugiados– fue el más grande crimen del sionismo y el que cree que la fuente de todos los males fue la ocupación post-1967 y niega a la Nakba.

Avnery –el veterano, el héroe de 1948– pertenecía al segundo. Para él –él, que estuvo allí– no hubo ninguna limpieza étnica y él nunca tomó parte en una: claro, les disparábamos, pero la gente simplemente huía, como en la guerra.

Su negacionismo –tiene razón Pappé– era una lástima (aunque haya hecho un enorme trabajo para combatir la ocupación). Hubiera sido bueno para Israel si él, justamente él –este gigante, hombre-institución– lo reconociese.

También –creo yo– era algo que pesaba en su análisis (otra vez, por otro lado agudísimo). Mientras para muchos (Pappé et al.) el apartheid en Israel es una realidad ya existente –y la separación étnica siempre fue el objetivo del sionismo–, para Avnery era apenas un escenario negro que venía si continuaba la ocupación y la presente política de Netanyahu.

Su última columna antes de la muerte sobre la 'Basic Law' que declaró a Israel un país de judíos y sólo para judíos, una ley semi-fascista como bien escribió, pero que apenas confirmó lo que ya hay, fue muy característica en este aspecto.

¿Será que al final fue Eduard quién tenía más razón? Al oponerse a Oslo –el plan para los Bantustanes palestinos–, al anteponer la solución de Un Estado, descolonizado y post- apartheid –para Avnery era una quimera de la izquierda desesperada–, o al insistir en que no habrá paz hasta que los refugiados no gocen del derecho al retorno –un problema que Avnery quería solucionar sólo simbólicamente– y a quienes Arafat abandonó, algo por lo que precisamente Said lo odiaba como me escribió Avnery –omitiendo diplomáticamente esta parte– cuando hace unos años intercambiamos unos mails. ¿Será?

La Jornada

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