
El camino hacia la Casa Blanca pasa por Jerusalén: el entonces primer ministro israelí, Ariel Sharon se reúne con la senadora Hillary Clinton en Jerusalén, noviembre de 2005. (InbalRose/ MaanImages)
Aunque ahora ya soy oficialmente una mujer de mediana edad, sólo en una ocasión he experimentada la excitación de despertarme con la alegre noticia de que mi candidato había ganado las elecciones presidenciales estadounidenses. Eso me retrotrae a 1992 cuando Bill Clinton fue elegido por primera vez.
Estaba viviendo en Nazaret, donde preparaba mi tesis doctoral. Cuando me enteré de que Clinton había resultado elegido, prorrumpí en gritos de alegría y creí que se iniciaba una nueva era de justicia, decencia y sensatez.
Algunos meses después, empecé a plantearme preguntas. Mientras asistía a una reunión en Jerusalén, tomé un ejemplar del New York Times. El tema principal del magazine, con el título de “Santa Hillary”, presentaba una foto a toda página de Hillary Clinton vestida completamente de blanco y con aspecto bastante autosuficiente. A lo largo de la lectura del artículo, me enteré de que mientras estaba en la Facultad de Derecho de Yale, Hillary había decidido durante un debate sobre Palestina/Israel, que algunas personas eran “sencillamente demonios” y por ello no tenían derechos porque llevaban a cabo atentados terroristas. (No estoy segura de si ella en aquella época estaba inscrita como simpatizante de los republicanos...)
Me hubiera gustado que mis amigos y vecinos palestinos hubieran podido sentarse con Hillary Clinton y charlar durante un rato sobre sus realidades cotidianas y sobre la sistemática discriminación a la que tienen que enfrentarse- y todavía más ahora- sometidos a la ocupación.
Ahora, tenemos ante nosotros un año electoral particularmente apasionante. Antes de que la carrera hacia la candidatura demócrata quedara reducida a Obama y Clinton, yo me inclinaba por Dennis Kucinich porque su mensaje coincidía con mi “Principal preocupación”: una política exterior estadounidense sensata, justa y segura para Oriente Próximo y el cese de las atrocidades en el trato al pueblo palestino.
Por ahí, existen montones de gentes que son votantes con una única preocupación: los que deciden apoyar a un candidato basándose en lo que piensa sobre el aborto, o sobre los impuestos, o sobre el control de las armas o sobre la delincuencia. Para aquellos de nosotros que podemos ser considerados en la categoría de votantes cuya preocupación fundamental son los “derechos de los palestinos”, resulta una época particularmente solitaria y deprimente. Es como si hubiera una gran celebración de gentes progresistas y no se nos hubieran invitado a participar en ella.
Discutir con amigos y colegas sobre las próximas elecciones resulta poco grato. ¿Habría que apoyar a Hillary porque lo más probable es que consiga la designación como candidata y porque es imprescindible echar a los republicanos de la Casa Blanca? ¿Se debería apoyar a Obama porque representa un desafío a los anquilosados cuadros de los clintonistas que asumen tener todo el derecho a la presidencia simplemente porque han amasado suficiente dinero y conseguido el apoyo de las élites para volver bailando a la Casa Blanca? ¿Habría que apoyar al republicano Ron Paul por el hecho de haber prometido cortar toda la ayuda a Israel y acabar con la intervención estadounidense en Oriente Próximo? Aquellos de nosotros que estamos preocupados intensamente por los derechos humanos de los palestinos, libaneses e iraquíes, ¿deberíamos intentar ser “realistas” y votar por el candidato que parezca ser el que ofrezca más posibilidades de regenerar la Casa Blanca y restaurar el respeto a la Constitución?
Me molesta que tantas personas con las que hablo se asombren ante “los derechos de los palestinos”. ¡Sé realista, vuelve en ti! Nadie puede presentarse para un cargo y ganar si lleva ese tema en el programa. ¡Existen otros asuntos acuciantes mucho más importantes!” Y no están equivocados al decir eso: Las diferencias entre clases en Estados Unidos están creciendo. La asistencia sanitaria y la reforma de los seguros son absolutamente cruciales.
Al analizar las posturas de Obama y Clinton en algunos de estos asuntos perentorios debería sentirme animada pero no puedo sentirme movilizada y comprometida porque ambos han demostrado ser débiles ante la cuestión crucial de la equivocada, destructiva e injusta política estadounidense en Oriente Próximo: la cuestión de Palestina. Por el lado republicano, el candidato que va en cabeza, John McCain, hace poco ha resaltado su larga trayectoria de décadas de apoyo incondicional a Israel.
No se trata de algo marginal, de una cuestión secundaria que puede dejarse de lado. El hecho de que ningún candidato se atreva a hablar alto contra las violaciones israelíes de las leyes humanitarias internacionales y de una larga serie de resoluciones de la ONU- todo ello financiado por Estados Unidos-, es un indicador básico de que hay algo terriblemente malsano en el núcleo de la política estadounidense.
El verano pasado, vi un programa en la CNN en el que los aspirantes a la candidatura demócrata sufrieron un examen por cable a cargo de Soledad O’Brien. El ex senador John Edwards y Clinton fueron acribillados sobre sus creencias personales y sobre en qué forma les habían ayudado en su vida privada.
A Obama se le planteó una pregunta trampa: “¿Israel maltrata a los palestinos?” Su respuesta resultó pobre, y dio la impresión de estar mal informado. Pero como lo más probable es que no esté mal informado, es posible que no haya sido honrado. Obama respondió que “aunque los palestinos frecuentemente se encuentran en situaciones que no querríamos que nuestras familias tuvieran que soportar”, lamentablemente es necesario que los israelíes se defiendan de peligrosos terroristas.
Obama es abogado. Debería saber algo sobre la Convenciones de Ginebra. Debería conocer algo relativo a las violaciones israelíes del derecho internacional y de las docenas de resoluciones de la ONU que han censurado al gobierno israelí y han exigido el fin de la ocupación.
A pesar del creciente activismo, de la existencia de medios de información alternativos y de la existencia de una creciente opinión pública disconforme con las barbaridades de la administración Bush en Oriente Próximo, resulta verdaderamente decepcionante que un candidato atractivo en esta crucial elección no se sienta lo suficientemente seguro para decir la verdad. La gente puede manifestarse ante el Congreso por esta cuestión pero teniendo en cuenta las necesidades de financiación para la campaña y el miedo al tipo de ataques encubiertos que el AIPAC (Comité israelí-estadounidense para las intervenciones públicas, es decir, el lobby pro-israelí) inflige a quienes se desvían de las tesis a favor de Israel, cualquiera que espere conseguir un puesto en Washington, D.C. se siente rehén del único objetivo del lobby: asegurar el apoyo incondicional para Israel, sin que importe cuán terrible sea su comportamiento.
Hay quienes afirman que el lobby no tiene realmente tanta influencia y que sirve como bestia negra para la gente potencialmente anti-semita, o que es simplemente la normal expresión de la activa participación ciudadana en el proceso legislativo estadounidense. Por supuesto, el lobby no controla en exclusiva la política exterior de EE.UU. pero la triste realidad es que pocos candidatos tienen la fortaleza de apartarse de sus tesis o de poner en cuestión sus objetivos en momentos electorales.
Muchos -puede que la mayoría- de la comunidad judía estadounidense son indiferentes o se sienten horrorizados por la retórica del AIPAC, de manera que ni siquiera es representativo de los votantes judíos en Estados Unidos.
Pero por muy deprimente que pueda parecer el panorama político, ahí radica la esperanza y la oportunidad. Si los estadounidenses conscientes quieren apoyar el imperio de la ley en el interior y la paz y la justicia en todo el mundo, pueden encontrar pocos puntos de partida mejores que unirse a la campaña internacional para terminar con la ocupación israelí de Cisjordania, la franja de Gaza y demás abusos. Esto implica una oposición dura al apoyo incondicional diplomático y militar que los sucesivos gobiernos han dado a Israel, y desafiar a los candidatos en cualquier oportunidad para que respondan directamente a las montañas de pruebas de los abusos de Israel. Ello no va a producir resultados en un ciclo electoral pero hay en algún momento hay que empezar.
Estudio tras estudio muestran en todo el mundo que el apoyo de EE.UU. a las violaciones de Israel sigue siendo clave en los sentimientos anti-estadounidenses. Sin embargo en este país ni siquiera se producen debates entre nuestros líderes sobre la cuestión. Los estadounidenses necesitan debatir más crítica y abiertamente sobre el conflicto israelí-palestino y sobre las actuales violaciones del derecho internacional en la ocupación de tierras palestinas. Unos candidatos presidenciales valientes y honrados pueden y deben situarse en la vanguardia de estas discusiones políticas necesarias.
Si plantear estos asuntos y hacer de ellos elementos importantes para la elección del candidato presidencial al que apoyar, es algo que no ofrece “posibilidad alguna” en los discursos políticamente correctos de los demócratas o de los republicanos, entonces realmente no existen razones para el entusiasmo y la retórica del cambio y la transformación que rodea estas elecciones. No existe una respuesta fácil para el votante que se preocupa por la justicia en Palestina. Sí, deberíamos votar, pero nuestro activismo tiene que ir más allá del hecho de elegir una papeleta el día de las elecciones.
Laurie King-Irani es cofundadora de The Electronic Intifada, editora del Journal of Palestine Studies en Washington, D.C. y profesora de antropología en la Georgetown University
"http://electronicintifada.net/v2/printer9277.shtml">The Electronic Intifada, 4 de febrero de 2008