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Pensamiento :: 15/09/2020

A ochenta años de su asesinato. Brevísimos apuntes acerca de León Trotsky

Daniel Campione
El revolucionario ruso ya no puede ser considerado sólo la cabeza de una corriente de acción y pensamiento, lo que no sería poco

En el 80º aniversario del crimen, lo primero es condenar una vez más ese homicidio. Fue el colofón de una persecución despiadada que incluyó el destierro, la difamación sistemática, los ataques a su familia y amigos, un atentado fallido y finalmente el que terminó con su vida. El gran denunciante de los procesos de Moscú, el insobornable crítico de las políticas inspiradas por Stalin, caía víctima de su principal enemigo, instigador a la distancia.

¿Por qué se necesita hablar y escribir sobre Trotsky hoy, más allá del homenaje y la condena a sus asesinos? El revolucionario ruso ya no puede ser considerado sólo la cabeza de una corriente de acción y pensamiento, lo que no sería poco. Es un clásico del pensamiento marxista del siglo XX, junto con una serie de revolucionarios comprometidos a la vez con la reflexión teórica. Tal vez el mejor modo de tomar contacto hoy con su pensamiento es incluirlo en una tradición integradora del marxismo revolucionario de la primera mitad del siglo XX (ya no asimilable a marxismo-leninismo, que es una codificación muy limitada y de raigambre staliniana), junto con Rosa Luxemburgo, Antonio Gramsci, José Carlos Mariátegui y las figuras, no tan conocidas, de la izquierda comunista (AntonPannehoek, Karl Korsch, Wilhem Reich). Todos ellos trabajaron en una crítica integral de la sociedad capitalista y por su superación revolucionaria y pueden iluminar distintos aspectos de una teoría crítica.

Si se me permite un toque autorreferencial, quiero recordar mi encuentro con la obra de Trotsky. Tenía veintipocos años y adquirí un ejemplar usado de “La revolución traicionada”. Yo era un militante de la “Fede” (La Federación Juvenil Comunista), con muchos entusiasmos y unas cuantas “dudas”, que era como se llamaba en la jerga a los desacuerdos a medio fundamentar. El descubrimiento de esa feroz impugnación a la degeneración burocrática de la URSS y a su correlato en el “socialismo en un solo país” y el abandono de la causa de la revolución mundial, me resultó a la vez inquietante e iluminador. Estaba allí la crítica a una casta privilegiada y el análisis del rol de Stalin en su contexto histórico y ya no como un desvarío individual o de un estrecho grupo de seguidores. Se examinaba su papel decisivo en la represión desenfrenada que se desató contra la dirección bolchevique y contra reales o supuestos opositores de cualquier orientación. Recuerdo la impresión que me causó una frase: “La lucha contra la burocracia bonapartista se está convirtiendo ante nuestros ojos en lucha de clases: dos mundos, dos programas, dos morales.”

A Trotsky le debemos la disección de la política “thermidoriana” de la burocracia, su papel en la reversión del impulso revolucionario en la URSS, su anulación de todo mecanismo democrático y de autogobierno, que convirtió a los soviets en una ficción,e instauró un férreo disciplinamiento de los trabajadores, víctimas de una dictadura que ya no les pertenecía. También fue un profundo crítico de la distorsión del marxismo en la Unión Soviética, su degradación a un instrumento de justificación a posteriori de decisiones políticas tomadas por conveniencias empíricas, ajenas a cualquier consideración teórica.

Allí están asimismo la fuerte reivindicación del internacionalismo, la teoría de la revolución permanente con su despliegue en el campo mundial; mientras las políticas de la URSS y la Internacional Comunista tendían a guiarse por una mal entendida “defensa de la URSS”, proclamada “patria del socialismo”, una contradicción en los términos a la luz de las mejores tradiciones del movimiento obrero y socialista.

Otro aspecto a destacar es la ductilidad de los análisis políticos de Trotsky. Crítico implacable de las políticas de subordinación de la clase obrera a las corrientes burguesas fue a su vez firme impugnador del “ultraizquierdismo” de la línea de “clase contra clase” y de repudio del “socialfascismo”, entre 1928 y 1935. Siempre desde un horizonte de independencia política y de clase, que lo llevó a impugnar el nuevo giro que llevó a la política de “frentes populares”, pasible de colocar a los partidos revolucionarios “a la cola” de las fuerzas de la burguesía. Similar rigor ejerció con las tendencias seguidas en el interior de la Unión Soviética. Fue detractor del socialismo “a paso de tortuga” de los años de predominio de Nicolai Bujarin, lo que no le impidió ir luego contra el viraje hacia la colectivización acelerada y la pretensión de construir el socialismo a marchas forzadas, por más que, en la superficie, esto coincidiera con sus preferencias anteriores.

Una manifestación más de ductilidad fue el respaldo a acciones progresivas desarrolladas por un gobierno burgués como el de Lázaro Cárdenas en México, sabiendo diferenciar a las potencias imperialistas de las sociedades ‘periféricas’.Ese apoyo fue sostenido desde una posición de independencia. Al respecto escribió: “La expropiación de las tierras y las riquezas naturales constituye para México una medida de autodefensa nacional absolutamente indispensable. Ninguno de los países latinoamericanos podrá conservar su independencia si no satisface las necesidades del campesinado”

Cierto sentido común asocia al revolucionario ruso con el sectarismo, con una propensión a difuminar los matices, a condenar sin remisiones. Cabe poner en entredicho esa creencia dándole la palabra al propio “acusado”: “Prepararse para la revolución significa para los sectarios convencerse a sí mismos de la superioridad del socialismo (…) Los sectarios sólo son capaces de distinguir dos colores: el rojo y el negro. Para no exponerse a la tentación, simplifican la realidad. Se niegan a hacer una distinción entre los bandos contendientes (…) por la razón de que ambos tienen un carácter burgués.

Esto no quiere decir que no haya incurrido en rasgos sectarios en algunas ocasiones. Cabe aquí recordar su actitud durante la guerra de España, en la que condena sin vueltas al partido que le era más próximo, el Partido Obrero de Unificación Marxist (POUM), quedándose en una prédica sin sustento concreto en el movimiento real de la revolución española.

Pueden señalarse serias limitaciones a las corrientes trotskistas, en vida de su fundador y después de su muerte. En medio de las dificultades del aislamiento y la persecución, el trotskismo no logró configurar organizaciones de masas y quedó casi siempre reducido a expresiones muy minoritarias. Muchos de los grupos trotskistas se autopercibieron como la conducción en potencia de la clase obrera, destinada a reemplazar a las direcciones burocráticas y desde allí resultaron propensos a ignorar la necesidad de alianzas más amplias, e incluso quedaron sumidos en interminables luchas entre pequeños grupos en trance a su vez de fraccionamiento.

Otra limitación la puso de manifiesto la “larga duración” histórica. Contra las predicciones del teórico de la revolución permanente, nunca ocurrió la “revolución política” que derrocara a las burocracias y recondujera a los “estados obreros” por la senda de la construcción socialista. El final de esas experiencias estuvo signado por la restauración capitalista, desenlace que Trotsky tomaba en consideración como posibilidad, pero asignándole menores probabilidades.

Más allá de errores y carencias, el horizonte teórico de Trotsky fue vastísimo, su herencia conceptual y política fue retomada con provecho, hasta el día de hoy, por estudiosos muy competentes. Su ejemplo ético de luchador incansable y de principios firmes nos sigue interpelando. A la hora de cualquier balance acerca de la tradición marxista y revolucionaria del siglo XX, no cabe sino asignarle un lugar muy destacado.

Buenos Aires, 5 de septiembre de 2020.
La Haine

 

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