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Argentina :: 01/12/2018

El G20 y su propuesta energética: riqueza concentrada, petróleo derramado

Julian Reingold
El G20 se reunirá en Argentina para discutir estrategias de desarrollo, entre las cuales la energía es fundamental. El doble discurso del régimen argentino

Sobre transición energética, se refleja en la poca distribución de riqueza y el impacto ambiental que conlleva la explotación de Vaca Muerta.

El G20 es el principal foro internacional para la cooperación económica, financiera y política. Aborda los grandes desafíos globales para generar políticas públicas que los resuelvan. A pesar de que durante la presidencia alemana del G20 en 2017 se puso el énfasis en la transición energética y se concluyó que los miembros del bloque debían tomar la posta del asunto, el comunicado posterior a la Reunión de ministros de Energía del G20 el 15 de junio en Bariloche puso el foco en el gas como ‘energía de transición’, seguido por la energía nuclear, y planteó un difuso compromiso para fomentar ‘la innovación’ hacia transiciones energéticas y el desarrollo de tecnologías más limpias, siempre y cuando éstas sean “competitivas y viables en términos comerciales”, lo cual pone en evidencia que la prioridad está en poder ingresar a la OCDE.

“Construyendo consenso para un desarrollo justo y sustentable” es el eslogan de la cumbre del G20 para este año, y dentro de este marco Argentina definió ocho áreas de prioridad para colaboración del G20 durante su presidencia. Para una de ellas, denomimada Transiciones energéticas hacia sistemas más limpios, flexibles y transparentes, la Asociación Internacional de Energía (IEA, por sus siglas en inglés) elaboró el extenso informe titulado Transiciones Energéticas en Países del G20, que fue publicado a finales del mes de septiembre, y analizaremos a continuación.

El gas natural y el mantra de la ‘seguridad energética’

La seguridad energética es presentada por la IEA como el principal desafío a la hora de evaluar cualquier transformación en la matriz de energía. Salvaguardar la estabilidad del poder del sistema y una flexibilidad movilizante se han vuelto desafíos críticos ante la expansión de las energías renovables y el cierre de plantas nucleares y de carbón en varios países del G20. Ante este nuevo escenario, el gas natural se presenta como el gran protagonista de la transición energética, ya que puede permitir al sistema energético la flexibilidad que necesita para una integración a larga escala de combustibles de baja emisión a lo largo de los distintos mix de energía que conforman las redes de abastecimiento.

Es por eso que la IEA espera que la generación a base de gas se incremente de forma notable en países que han decidido superar la fase del carbón, en la medida en que la colaboración regional y la integración comercial se vuelven cruciales para asegurar el suministro. Dado que varios países han identificado el gas natural como un combustible fósil flexible y más limpio para las transiciones energéticas, el G20 debería enfatizar tanto inversión continua en infraestructura para el suministro de gas, como mayor integración regional.

El problema con esta afirmación es que, cuanto más se concentra el foco en el gas, menores son las posibilidades de las transiciones, tal como lo demuestra el estudio de la Fundación Rosa Luxemburgo que señala que, de ser construida, esta infraestructura durará décadas y nos encadenará a una continua dependencia respecto de los combustibles fósiles. La trampa global del gas es un puente a ninguna parte. Queda claro entonces que la democracia energética a nivel nacional está condicionada por los intereses geopolíticos de los otros miembros del Grupo de los 20:

Jorge Argüello señala que la gobernanza global ante los riesgos que implica el cambio climático se da en el marco de un viejo orden de posguerra que desfallece sin que vislumbremos aún uno nuevo. A finales de esta semana, la cumbre del G20 en Buenos Aires culiminará con el traspaso de la presidencia del bloque a Japón (Shinzo Abe ya ha anunciado que su agenda ambiental de estará en sintonía con la que tuvo Merkel) e inmediatamente después, la COP24 en Katowice, Polonia, ultimará los aspectos técnicos del Acuerdo de París.

El Acuerdo de París, la agenda pendiente del G20

El Acuerdo de París, del cual se retiró Estados Unidos el año pasado, propone no aumentar la temperatura global más allá de los 1,5-2°C (en relación a los niveles pre industriales) a través de la decarbonización de la matriz energética global y el financiamiento para dejar sepultados proyectos como el de Vaca Muerta.

El derrame reciente de hidrocarburos en Bandurrias Sur, Neuquén, demuestra lo que desde el Observatorio Petrolero Sur se viene advirtiendo desde hace tiempo: todo el desarrollo de Vaca Muerta se hace sin una política de control y fiscalización adecuada por parte del Estado. Para Maristella Svampa, el monstruo de Frackinstein, es decir, el sueño eldoradista -en clave neoliberal- de Vaca Muerta tiene todos los elementos para convertirse en una pesadilla nacional de repercusiones múltiples y a gran escala, sobre todo si tenemos en cuenta que los subsidios a los combustibles fósiles representaron el 1,26% del PBI en 2018.

Las consecuencias cada vez más visibles del extractivismo versión fracking en las comunidades adyacentes a Vaca Muerta no hacen más que desmentir el relato de la bonanza gasífera y globalista al confirmar trágicamente que la riqueza no se derrama, pero el petróleo sí.

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