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Europa :: 21/01/2019

Clima insurreccional en Francia

Nandu de Diego
Los chalecos amarillos destapan las vergüenzas del régimen burgués

No se podía imaginar una usuaria de internet, trabajadora de banca, que la petición virtual solicitando la bajada en los precios del combustible (estos se habían disparado en el último año, especialmente los del diésel) que estaba realizando en una conocida plataforma de recogida de firmas, iba a convertirse en la chispa que encendiera la mecha de un movimiento social de protesta que incomodaría a la burguesía y que está poniendo en jaque a la clase política francesa instalada en un gobierno de corte liberal, que se muestra a cada vuelta más reaccionario si cabe que sus predecesores.

Ahogados por las cargas fiscales, con la sensación de una incesante pérdida de poder adquisitivo planeando sobre la población desde el inicio de la última crisis de sobreproducción, y con la lucha contra el abusivo incremento a los impuestos de la gasolina y el diésel como telón de fondo inicial (con la supuesta pretensión de promover la transición energética, el gobierno de Macron aumentaría los impuestos a los carburantes de 7,6 céntimos por litro para el diésel y de 3,9 céntimos para la gasolina, pendiente aún de aplicar las tasas suplementarias en el año venidero), varios usuarios secundando la solicitud de la anterior, impulsan meses más tarde en las redes un llamamiento "on-line" a la acción colectiva (el inicio del movimiento se fecha en el día 17 de noviembre), que se convierte en viral y se extiende a otros usuarios que no dudan en promover el bloqueo en numerosas vías y carreteras de algunas de las principales regiones francesas, dando lugar de manera espontánea y espontaneista a las primeras concentraciones del conocido como movimiento de los chalecos amarillos (gilets jaunes en su versión original), que nacía como una herramienta independiente de partidos y sindicatos, pero que cuenta ya con el apoyo manifiesto de gran parte de la población de Francia, incluidos estos últimos y otras organizaciones civiles a las que ha arrastrado, a pesar de que inicialmente decidieran marcar distancia (la Federación Sindical Mundial ya ha mostrado su solidaridad con la clase trabajadora francesa).

El movimiento crece desde el descontento de una Francia rural abandonada institucionalmente y de las zonas periféricas de los grandes núcleos poblacionales, hasta hacer patente su fuerza en las calles de los barrios ricos de las grandes urbes galas, y es precisamente cuando la intensificación de sus acciones se traducen en las revueltas de París que este adquiere una dimensión mediática en el plano internacional (recordemos como los principales telediarios de todo el mundo abrían portadas con los disturbios producidos en los Campos Elíseos, en la lujosa Avenida Foch y Grande-Armée).

La internacionalización de las protestas, que se están extendiendo bastamente en numerosos países repartidos por toda la geografía mundial con diferentes desarrollos pero similar modelo estructural apartidista, hacen que los grandes media al servicio del capital copen sus páginas principales con una suerte de diario en que tratan de desacreditar el movimiento poniendo en entredicho su "legitimidad" y con el que tratan de confundir a la opinión pública, pero no pueden evitar que resurjan en el imaginario colectivo los ecos de las luchas históricas de una clase trabajadora que nos marcó un camino que completar en aquella Revolución de 1789, en La Comuna de París de 1871 y en muchos más intentos de insurrección obrera hasta hoy, si bien las condiciones objetivas bajo las que se ve obligado a luchar el proletariado para sustituir una determinada dominación de clase por otra se han ido transformando desde entonces.

Lo que comenzó siendo una serie de concentraciones de carácter un tanto caótico en lo organizativo y con ciertos paralelismos entre sí en torno a una única reclamación común, ha derivado en un levantamiento popular que alberga a trabajadores, estudiantes, jubilados y desempleados de todo el país, movilizándolos en masa y canalizando el descontento social hasta el punto de aumentar el nivel de las reivindicaciones, que han madurado en una excelsa lista de reformas clásicas del sindicalismo (desgraciadamente, estas descansan en su conjunto sobre la base de las relaciones de producción burguesas y no afectan al antagonismo entre capital y trabajo asalariado) con la que pretenden frenar el desarrollo de las medidas impopulares del gobierno y al mismo tiempo enfrentar las políticas anti obreras de la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional.

A la supresión de la subida del impuesto al combustible se le unen otras reclamaciones que perfilan el carácter de clase del movimiento, como el establecimiento del salario mínimo en 1300 euros netos, la accesibilidad a una seguridad social igualitaria, la protección de las pensiones a fin de evitar una disminución en el reparto de las mismas y bajar la jubilación a los 60 años de edad, la defensa del sector industrial ante la constante reubicación de las empresas, la inversión en una educación pública y de calidad y que no se supere un determinado ratio de alumnos por clase, batallar contra la corrupción fiscal, tumbar las políticas de austeridad que sólo afectan a los estratos más débiles entre las clases populares, etc, y poco a poco van incorporando exigencias políticas de mayor calado.

Es precisamente este paso adelante el que preocupa al arrogante presidente y a sus consejeros, temerosos que el proletariado continúe desafiando su autoridad y tome conciencia de que la superación de la crisis capitalista no vendrá dada por el régimen burgués.

Sin interlocutores "oficiales" con los que negociar, el gobierno de Macron ha optado por adelantar una serie de concesiones populistas que ya tenía pensado ejecutar futuramente, en un intento desesperado de aplacar la desafección social latente que parece no haber surtido efecto, a tenor de que las movilizaciones continúan con mayor intensidad, a pesar del anuncio gubernamental de anular la subida de la tasa al carburante y aprobar unas medidas fiscales que contemplan unos presupuestos caritativos destinados a paliar estadísticamente los déficit de poder adquisitivo de los estratos más empobrecidos. Era su plan B y parece estar agotado, toda vez demostrado que el plan A, el uso de la fuerza coercitiva, no solo no disipó las movilizaciones sino que incrementó el odio de clase hacia su gestión.

A la represión de clase, que deja de momento miles de detenidos, centenares de heridos y algún muerto, solo puede enfrentarla una respuesta de clase, si bien es muy pronto para vaticinar cual será y cuánto durará el impacto político de esta respuesta, que se mantiene en un punto de inflexión peligroso, enfrentando al tiempo que adquiere una lógica propia, la infiltración de la burguesía en el movimiento y los intentos de absorción del mismo por parte de los sectores más "lepenizados", si bien los elementos reaccionarios que han ido apareciendo durante las manifestaciones iniciales constituyen un reducto marginal que se ha depurado sistemáticamente a medida que se agudizaban las contradicciones de clase.

Algunos analistas achacan a la falta de dirección existente y a la composición sociológica heterogénea la apertura de una ventana a la adhesión de oportunistas de todo pelaje, pero es ahí donde el movimiento obrero francés debe penetrar de manera resuelta y aportar su experiencia, en vez de dar la espalda a este posible germen pre revolucionario y abonar el campo de crecimiento de la extrema derecha en un territorio que conoce de primera mano el significado de resistir al fascismo y al nazismo.

Flaco favor hacen a la causa quienes acusan al movimiento de xenófobo (obviando el gran número de migrantes politizados contenidos en el movimiento) o de violentos (pueden esperar sentados los excesivamente moderados si piensan que la victoria de la clase obrera se producirá a golpe de tambor).

La clase trabajadora francesa ha recuperado así un espacio de interacción conjunta establecido en base a vínculos directos, y esto debe ser aprovechado para extraer las enseñanzas pertinentes y para reforzar unas estructuras de relación entre obreros bastante debilitadas en las últimas décadas, dispuesta la coyuntura en que los explotados, los sin voz, exigen radicalmente su derecho a la palabra mientras arde París.

Cuestión de Clase

 

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