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Argentina :: 31/01/2009

La cobardía de los escritores

Jorge Altamira
La cobardía de los escritores que no quieren criticar a Israel es un episodio menor de un desafío mayor: que los escritores se metan en la lucha política del pueblo

Carta abierta a la Sociedad de Escritoras y Escritores de Argentina

No se trata de "la traición de los intelectuales", pero la declaración de la Comisión Directiva de la SEA contra la masacre de Gaza ha dejado al desnudo la cobardía de una cofradía de escritores, con más plumas que intelecto. Ocurre que, como lo refleja un ataque a la SEA por parte de Mario Goloboff, que la revista Ñ [suplemento de Clarín] dio a conocer hace dos sábados, estos escritores se quejan por los tiempos de verbo de la declaración de la SEA, por la discordancia de sus adjetivos y por la parcialidad de sus enunciaciones (es decir que propugnan el exabrupto histórico y ligüístico de la imparcialidad en una sociedad dividida en clases), pero en ningún momento resulta posible saber qué piensan ellos de lo sucedido en la Franja de Gaza.

Es claro que rechazan la condena de la SEA, pero no tienen el coraje de defender la acción criminal del Ejército sionista y resulta obvio que no han encontrado la forma de pararse en el medio sin delatar su complicidad con ella, o sea con esta nueva manifestación extrema del despojo social y la opresión nacional que sufre el pueblo de Palestina. Han elegido la conducta más pusilánime: juguetear con las palabras. Unos meses atrás, un agrupamiento conocido como "Carta Abierta", en el cual revisten también algunos de estos pusilánimes, logró publicar un torrente de palabras sobre el conflicto sojero sin pronunciarse sobre él en ningún momento, sino solamente para desentrañar su semántica, o sea el lenguaje del que se valía la Comisión de Enlace.

Lo que descubrieron es más antiguo que la rueda: que los sojeros buscaban disimular sus intereses particulares como propios de la sociedad en su conjunto. A los intelectuales en cuestión no les importaba atacar la distorsión real de la realidad, a saber, que un puñado de capitalistas terratenientes explota a una mayoría de obreros y consumidores, sino sólo su distorsión enunciativa. Reescrito el texto, eventualmente, les sigue importando un bledo que la realidad siga con sus atropellos e injusticias.

Otra manifestación de la cobardía de los escritores (naturalmente que sólo la de los 'críticos' de la SEA) es que ahora algunas de ellos ha decidido renunciar a la SEA porque la entidad no se retractó de la declaración ni la rectificó. ¡Ni lo hubiera podido hacer, pues la posición de los demandantes es insondable! Dicen, por ejemplo, que "es obvio que condenan la masacre", pero no la han puesto en ningún lado blanco sobre negro. Y si la condenan, ¿en qué debería consistir la retractación? De todos modos, lo singular del asunto es la intolerancia de los escritores, que no pueden participar, en este caso en la SEA, desde la disidencia.

Pero no lo pueden hacer porque no tienen nada que decir, como lo prueba el hecho de que nada han dicho; si fueran ellos la Comisión Directiva de la SEA, el sindicato de escritores se caracterizaría por el silencio, o sea la censura, en los asuntos sociales, es decir humanos. Una SEA sin palabras sería su ‘motto'. Un intelectual no puede pedir rectificaciones so pena de convertirse en un extorsionador; su obligación es refutar las proposiciones que sean, intelectualmente.

La incapacidad de actuar a partir de la disidencia, sin embargo, no solamente expresa una vocación irrefrenable por el oficialismo y por el orden de cosas existente, y una disposición a gozar de la calentura del sol. También pone de manifiesto un pluralismo deformado, que obligaría a las distintas voces a medirse o acomodarse al nivel de la más mediocre -esa misma que, como todo argumento, amenaza con romper el carnet. Lo que viene a demostrar que no hay nada más sectario que las sectas pluralistas.

En cualquier caso, tampoco es cuestión de dejarles a estos escritores el monopolio de la interpretación de los textos. Por más que se esfuercen jamás podrán superar a los grandes comentaristas del Talmud. Algunos de los escritores opinan que es un "abuso de lenguaje" referirse a la masacre de Gaza como genocidio, mucho más si es holocausto, o referirse al Estado de Israel como sionista. Pues que digan ellos cuales son las palabras apropiadas, mientras sean fieles a la realidad, en un caso de la masacre, en el otro de la condición excluyente del estado en cuestión, y por sobre todo que unan sus palabras a la acción y salgan a luchar para poner fin a la masacre del pueblo de Gaza por parte del Ejército israelí y sus crímenes de guerra.

De todos modos, es cierto que ha habido un abuso de lenguaje, pero no el que los escritores pretenden. Para los escritores, el dolor de una madre en Auschwitz es mayor que en de una madre en Gaza; nada humano me es ajeno, pero algunos casos me resultan más ajenos que otros. Subir la categoría de la masacre pretende mostrar la igualdad de la condición humana. Por esta razón es legítima. No hay abuso de lenguaje, por parte de quienes equiparan las tragedias, sino un lenguaje abusivo de parte de quienes las minimizan.

De todos modos, ni Gaza es Auschwitz ni los sionistas son nazis. Se trata de una distinción política muy importante, que ningún socialista o luchador dejaría de tener en cuenta. El imperialismo no ha logrado aplastar a la clase obrera ni creado con ello, de nuevo, las relaciones políticas que caracterizan al nazismo y a los campos de concentración. La tendencia del imperialismo a la reacción política y al fascismo no ha prosperado hasta sus extremos por el combate popular. Entre otros, por la resistencia de los pueblos, como el de Gaza (o el de Irak, o Líbano, o el pueblo argentino contra la dictadura, o los pueblos latinoamericanos contra los golpes de Estado).

El sionismo no es el fascismo, pero encierra la tendencia al fascismo -si no pregúntenle a Z. Jabotinski, el jefe de lo que hoy es el Likud, que realizó diversos acuerdos con Mussolini en aquellos años. O el entrenamiento de los grupos de tareas en Centroamérica por parte de los servicios sionistas, o el apoyo a las dictaduras de Videla y de Pinochet. Lo que no es ya un abuso de lenguaje, ni lenguaje abusivo sino "el lenguaje del abuso", es la pretensión de poner un signo igual entre sionismo y judaísmo, y después de hacer esta amalgama decir que el Estado de Israel no es sionista. ¡Qué escándalo intelectual esta falacia descomunal de los dueños autodesignados de la exégesis y la semántica! Encajan a todo el judaísmo en el sionismo y después pretenden que el Estado de Israel no es sionista y que fue parido por la Revolución Francesa y los derechos del hombre y del ciudadano.

Mientras el judaísmo es mesiánico y expresa una esperanza de emancipación universal, el sionismo es una de las diversas corrientes políticas que han poblado la historia moderna del judaísmo, la más reaccionaria (aunque en este arco se anotaran variantes de derecha y de izquierda), nacionalista, durante mucho tiempo minoritaria, que postula una colonización basada en la exclusión y la expulsión de los pueblos que habitan Palestina. Desde la declaración Balfour (1917) ha sido funcional a los intereses del imperialismo dominante en la región.

La cobardía de los escritores es un episodio menor de un desafío mayor: que los escritores se metan en la lucha política del pueblo; que sus agrupamientos sean un ámbito de politización; que los trabajadores puedan encontrar en sus escritores un aliado de su emancipación. Llamamos a los trabajadores a interesarse por la disputa política abierta en la SEA y a involucrarse en ella, decididamente.

Prensa Obrera


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